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16/10/2009

“La clase trabajadora española percibe salarios inferiores a los de la UE de los 15 y realiza jornadas laborales superiores”

Salvador López Arnal

Zaragozano, ingeniero aeronáutico, luchador antifranquista en las filas del PCE, miembro de la FIM, corresponsal de Manuel Sacristán, Daniel Lacalle ha publicado recientemente en El Viejo Topo Trabajadores precarios, trabajadores sin derechos. El contenido de este ensayo, y asuntos muy próximos, son los ejes de nuestra conversación.

SLA.- Tú último libro, editado por El Viejo Topo, lleva por título Trabajadores precarios, trabajadores sin derechos. Se señala en la contraportada que es una aproximación a la situación de los trabajadores españoles, los que viven y trabajan en España, a comienzos del siglo XXI. ¿Podrías describir sucintamente la situación de los trabajadores españoles a comienzos de este nuevo siglo?

DL.- Los datos que se manejan en el libro, los de la introducción, corresponden a mediados de 2008. Desde un punto de vista estrictamente cuantitativo debe recordarse que, de forma sistemática y en los últimos años al menos, la clase trabajadora española percibe unos salarios medios inferiores a los de nuestro entorno económico, la Unión Europea de los 15, y realiza unas jornadas laborales medias superiores.

En lo relativo a la precariedad laboral, en sus aspectos de mejor cuantificación, nuestro país, con 23 millones de activos, 20’5 millones de ocupados y 17 millones de asalariados la situación era: 2’5 millones de parados en la Encuesta de Población Activa (EPA); 5 millones de asalariados con contrato temporal; más de 2 millones con ese tipo de contrato encadenado, la inmensa mayoría de las veces en claro fraude de ley; de los contratos indefinidos existentes unos 5 millones lo eran de conversión de temporal a fijo, subvencionados para los empresarios y con menos derechos para los trabajadores; 2’5 millones de trabajadores, asalariados o no, trabajaban con jornada a tiempo parcial de forma no deseada, a veces con divisiones impresentables, como en reponedores y limpiadoras de grandes superficies, que pueden ser de 8 a 10 por la mañana, al abrir, y por la noche, al cerrar, por no hablar del servicio doméstico o de los servicios de limpieza; la economía sumergida de forma permanente ha oscilado alrededor del 15-20% del PIB y ocupa a un equivalente al 12-18% del total de trabajadores en la EPA.

En cuanto a los derechos de los trabajadores…

Por lo que respecta a la falta de derechos, o incumplimiento de los mismos, valgan una serie de datos: el 10% de los asalariados percibe remuneraciones inferiores al Salario Mínimo, en figuras contractuales legalmente establecidas; el principio constitucional de “no discriminación” es un papel mojado, desde el punto de vista de salarios, jornadas y condiciones de trabajo no se cumple para las mujeres, los menores de 30 años, los titulados universitarios y los inmigrantes económicos; el 40% de los que no poseen empleo no aparecen reconocidos como tales en ningún sitio, y de los sí reconocidos, el 40% no recibe prestaciones de ningún tipo; en cuanto a la negociación colectiva, casi el 50% de los asalariados no están cubiertos por ningún convenio, un porcentaje aún mayor no puede elegir a y/o ser elegido como representante; las horas trabajadas realmente, en donde en absoluto se contabilizan los traslados hogar-lugar de trabajo, superan al máximo fijado por la ley, y las jornadas se alargan a voluntad de los empresarios sin contabilizar las horas extraordinarias, en multitud de ocasiones sin pagarlas (recordemos al Sr. Botín dirigiéndose a sus empleados desde una Junta General de accionistas para que trabajasen gratis una hora más al día, recogido y jaleado por todos los informativos de TV, radio y otros medios); en situación de subempleo, o sobrecualificación, se encuentran el 8% de los ocupados; y finalmente recordar que la nada despreciable economía sumergida existe en un terreno que no aparece en las estadísticas y en la que los derechos de los trabajadores sencillamente son inexistentes.

A todo ello habría que añadir las diferencias por clase social en lo relativo a cuestiones clave como la enseñanza y la sanidad. Y desde luego recordar que toda esta situación ha empeorado enormemente con la explosión de la crisis económica, global pero que en todos los análisis aparece como más dura y de más larga duración para nuestro país.

SLA.- Cuando se habla de trabajadores precarios, ¿de qué precariedad estamos hablando exactamente?

DL.- La precariedad es algo más amplio que lo que reflejan los datos sucintamente expuestos. Para mí es inseguridad en el trabajo, en el puesto de trabajo, junto con la práctica imposibilidad de construir un proyecto de vida a partir del trabajo.

El elemento clave, para mí, es que las relaciones empleador-empleado se han ido individualizando para los últimos, lo que ha exacerbado la asimetría típica del capitalismo en esas relaciones, a favor de los empleadores y en detrimento de los empleados.

SLA.- La precariedad del trabajo en España, ¿es similar a la de otros países europeos próximos? Pienso, por ejemplo, en Francia, Alemania o en Inglaterra.

DL.- Desde luego que no, es sensiblemente mayor, al menos a partir de todos los indicadores de Eurostat, lo cual no quiere decir que en esos países sea inexistente, y que no haya estado creciendo de forma continua en los últimos años.

SLA.- ¿Cómo han llegado a imponerse estas condiciones laborales? Las clases trabajadoras españolas, ¿están peor o mejor que hace, pongamos, 30 años?

DL.- Por supuesto que esto no ha sido algo que ha venido dado (por ejemplo, por las necesidades técnicas de la globalización) sino que ha sido una construcción social, de las clases dominantes, más bien de la minoría hegemónica de las mismas, como modo de asegurar su dominio y su hegemonía. Lo que pasa es que a diferencia del empresario permanentemente innovador que describieran en su día desde Marx a Schumpeter, por citar los ejemplos más notables, se ha hecho con una mentalidad rastrera, centrada en la rentabilidad monetaria a corto plazo, propia de un capitalismo muy maduro o sencillamente podrido.

Sobre las comparaciones en el tiempo, a pesar de que ayer mismo -22 de junio de 2009- un diario decía que los jóvenes trabajadores estaban en peores condiciones que sus padres, hay que tener mucho cuidado. La situación es siempre relativa a un tiempo y un espacio determinados. Es decir, la clase trabajadora puede estar en mejores condiciones, en términos absolutos, que hace 30 años y a su vez en peores condiciones en su participación de la renta nacional. Sobre lo primero habría que realizar un estudio comparativo serio y omnicomprensivo, sobre lo segundo se sabe a ciencia cierta que es así, por poner un ejemplo, desde 1994 a 2007 la renta de los asalariados ha disminuido del 54% al 50% de la renta total y la de los empleadores ha aumentado del 32% al 40% de la misma, el otro 4% lo han perdido los autónomos y similares; durante ese periodo los asalariados pasaron de 9,1 a 16´6 millones, con lo que el descenso de la renta per cápita para los trabajadores es mucho mayor.

SLA: Pero en el arco temporal que indicas, desde 1994 hasta 2007, han habido gobiernos del PSOE González, del PP Aznar y del PSOE Zapatero. ¿Observas variaciones en el ciclo? ¿Hay diferencias en las políticas laborales seguidas?

DL.- Las políticas económicas, y dentro de ellas las laborales, han sido prácticamente las mismas por parte de esos dos partidos, ambas dentro de lo que se ha dado en llamar “pensamiento único”. El que sean prácticamente iguales no quiere decir que sea indiferente quién de los dos toma las medidas.

SLA.- Rafael Díaz Salazar habla de los trabajadores precarios como el proletariado del siglo XXI. ¿Es así en tu opinión? ¿Los no precarios son entonces trabajadores privilegiados, aristocracia obrera, gentes no proletarias?

DL.- Básicamente estoy de acuerdo con Rafael Díaz Salazar; de hecho yo he construido mi concepción de las clases trabajadoras en la España de finales del siglo pasado y comienzos de éste a partir de tres aportaciones fundamentales al conocimiento de las mismas: la de Andrés Bilbao, la de Rafael Díaz Salazar y la de Juan José Castillo.

Evidentemente, las clases trabajadoras siempre han contado con grupos y segmentos en situación sociolaboral que yo más bien llamaría semiprivilegiada. De nuevo, con el término “aristocracia obrera” hay que tener mucho cuidado, en donde y cuando se usa; yo siempre recuerdo el comentario de Eric Hobsbawn en su trabajo en el centenario de Lenin, en donde indicaba que ese término era un hallazgo básico y una herramienta conceptual fundamental para analizar a las clases trabajadoras, pero que Lenin se había equivocado en todos los ejemplos por él utilizados sobre la clase obrera en Inglaterra, que no coincidían con los datos empíricos reconocidos en la historiografía. Además, debe recordarse que, por medio del “ejército de reserva” de los peor situados el sistema empuja a la baja las condiciones de los mejor situados.

SLA.- ¿El precariado obrero es, sobre todo, femenino?

DL.- Afecta a todos los grupos de trabajadores, pero con mucha más intensidad a las mujeres; al menos eso surge de todos los datos manejados; sean cuantitativos o cualitativos.

SLA.- ¿Cómo afecta esta falta de derechos a los trabajadores inmigrantes? ¿Observas conflictos y contradicciones entre los trabajadores autóctonos y estos trabajadores recién llegados a España?

DL.- A los inmigrantes económicos, y sobremanera a los de los países menos desarrollados, les afecta de forma determinante, mucho más que a los trabajadores autóctonos y que a la inmigración económica desde nuestro entorno. Y aquí me gustaría romper una lanza por la labor de los sindicatos, desde su actuación en el conflicto de El Ejido (típico de lucha de clases, que no de problemática racial) hasta los Centros de Información de Trabajadores Extranjeros (CITE) por ellos gestionados.

Por otro lado, se diga lo que se diga, la inmigración, que en España ha sido y es fundamentalmente económica (vienen a trabajar y no a otra cosa), ha hecho que aumente el rechazo y el racismo en la sociedad, (vienen a quitarnos el trabajo, a ocuparnos las viviendas, a abusar de nuestra seguridad social, a robar y otros latiguillos semejantes), sin embargo estas posiciones no suelen darse en el trabajo ni en el puesto de trabajo; en lo que yo conozco, y a pesar de lo nefasto de la información de conflictividad laboral que existe en nuestros medios, no se han producido movilizaciones laborales de carácter racista.

SLA.- ¿Por qué es tan alta en España la siniestralidad laboral? ¿Por qué suele contar tan poco en medios de persuasión y en informaciones?

DL.- Agustín Moreno lo explicó perfectamente: con una Ley de Salud Laboral ya negociada y acordada íntegramente se aceptó sindicalmente que fuera modificada por el gobierno en aspectos sustanciales para reducir la siniestralidad (se eliminaron los delegados de los trabajadores en prevención con crédito horario propio, la prohibición de concursar a las empresas con accidentes) tras la cruzada desatada por CEOE para que no se aprobara, puesto que su pretensión era, y sigue siendo, el evitar el control, laboral y sindical de las condiciones de trabajo. Juan José Castillo ha insistido desde el principio de aplicación de la ley en su inoperancia si no se modificaban los sistemas de organización del trabajo, hoy en día en manos exclusivamente empresariales sin intervención de los trabajadores. Y desde luego, está el aumento permanente de la precariedad laboral como la base de la insoportable siniestralidad, para los trabajadores y para el conjunto del sistema, junto con la falta de inversiones materiales y de recursos humanos en la Inspección del Trabajo.

En cuanto al soporte mediático, hay que partir de la caracterización que hace Vicenç Navarro de que en España los medios de comunicación de masas no son tales, sino medios de adoctrinamiento de masas al servicio del gran capital. En esa perspectiva está claro que los accidentes laborales sobran, son una lacra social que no interesa en absoluto mostrar.

SLA.- La precariedad, la falta de derechos a los que aludías, ¿afecta por igual a los trabajadores de (digamos) todas las comunidades autónomas españolas?

D.L.- Desde luego que no. La precariedad laboral se da en todas las Comunidades Autónomas (CCAA), pero no con la misma intensidad y extensión. Existe una España en donde es muy elevada (Baleares, Comunidad Valenciana, Murcia, Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura, Canarias) y otra en donde es menor, a veces sustancialmente menor (País Vasco, Navarra, La Rioja, Cataluña, Aragón, Madrid) manteniéndose una brecha norte-sur de carácter histórico que no parece fácil de romper.

SLA.- La razón de la diferencia es, entonces, básicamente histórica en tu opinión.

DL.- Veamos, lo que quiero señalar es que la brecha norte-sur se ha superpuesto al régimen político, es decir, fundamentalmente porque, salvo quizás en la II República no se ha ido a la raíz del problema, y por eso éste se ha perpetuado. De nuevo volvemos a la necesidad de señalar que si bien la brecha se ha mantenido, esto no quiere decir que las CCAA más desfavorecidas se hayan quedado estancadas, ni tampoco el que la magnitud de la brecha haya permanecido inamovible.

SLA.- El malogrado Andrés Bilbao, compañero y amigo tuyo si no ando errado, habló del empleo precario como seguridad para la economía e inseguridad para el trabajo. ¿Qué quiso señalar con esta afirmación?

DL.- Partiendo de que, en su investigación, seguridad en la economía significa, lisa y llanamente, seguridad para los empresarios en la obtención de beneficios me parece una frase que sintetiza a la perfección la realidad

SLA.- ¿El trabajo –el trabajo precario, mal pagado, en malas condiciones de seguridad- es tema central, vertebrador, del mundo del trabajo?

DL.- Rotundamente no. Desde luego, no creo que el mundo del trabajo se vaya a vertebrar en torno al trabajo precario, que siempre ha existido como tal y nunca ha sido elemento vertebrador. Pero desde luego difícilmente lo va a hacer de espaldas a él y a los intereses de los trabajadores precarios. Del mismo modo que tampoco creo que se vaya a vertebrar de nuevo en torno al trabajo tradicional, propio del periodo que Eric Hobsbawn denominó “corto siglo XX”. Este sí que es un punto que necesita un largo y profundo debate.

SLA.- Dibújanos entonces algunos vértices de ese debate que propones.

DL.- La clave del debate es recurrente. Después del hundimiento del así llamado “socialismo real”, ¿qué grupo o coalición de grupos sociales serían, por utilizar un término clásico, el “sujeto de la revolución”? Antes esto estaba perfecto claro, al menos para los marxistas, ese sujeto era el proletariado, ahora ya no lo es. Esto lo he tratado en un libro anterior (La clase obrera en España. Continuidades, transformaciones, cambios, El Viejo Topo, 2006, hoy prácticamente agotado) de forma específica y también en diferentes capítulos del que ahora comentamos: debe recordarse que los dos grupos que más han crecido en los últimos 30 años dentro de las clases trabajadoras son mujeres, trabajadores intelectuales, los cuales tienen como característica común el que su problemática supera la estrictamente clasista, es decir, como mujeres trabajadoras y trabajadores intelectuales tienen una serie de problemas y reivindicaciones que les asimila a las clases trabajadoras, pero como mujeres e intelectuales tienen otra serie de problemas y reivindicaciones que son comunes a todos ellos, sean trabajadores o no (problemas de la ciencia, la técnica y la cultura que afectan a toda la sociedad, problemas derivados de la sociedad patriarcal que afectan a la mujer pertenezca a la clase social a la que pertenezca. Lo mismo ocurre con los inmigrantes, cuya explosión dentro de la sociedad española es algo posterior, de hace unos 15 años, y que además son una serie de distintos grupos con problemas étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos muy diferentes; pues bien, las mujeres las mujeres son ya casi el 45% de los activos, los trabajadores intelectuales superan el 33% y los inmigrantes casi el 20%, y las prácticas políticas y sindicales que plantean un cambio radical en la sociedad y más particularmente en el mercado laboral no han evolucionado en función de todas esas nuevas realidades.

Muy probablemente para reiniciar un debate más que necesario habría que volver al concepto de “hegemonía” planteado por Antonio Gramsci, que incluiría tanto el concepto ya comentado de grupo vertebrador de la clase como el de “sujeto de la revolución” (y que quede constancia que utilizo la palabra revolución como revulsivo a las propias debilidades de la izquierda transformadora actual, puesto que técnicamente no tiene nada que ver con la propuesta de toma del poder a través de la lucha armada), tomar en serio los planteamientos ecologistas, feministas, de cambio cultural juvenil y otros de los que, por desgracia, tanto se habla y tan poco se toma en consideración, y a partir de ahí ver que puede hacerse. De cualquier forma, soy consciente de que esto que aquí digo hace tiempo que se dice y se repite y empieza a convertirse en una propuesta vacía.

SLA.- ¿Por qué crees que el capitalismo ha hecho tan prescindibles a tantos trabajadores del mundo?

DL.- Yo creo que más que prescindibles ha pretendido hacerlos invisibles. La función de una ciencia social radical es precisamente sacarlos a la luz frente un discurso que los oculta, pero que necesita rabiosamente de su existencia.

SLA.- ¿Importa actualmente el trabajo bien hecho? No es una pasión, una noción inútil.

DL.- Creo que no importa, por mucho que lo digan, con la boca chica, los “gurús” del neoconservadurismo, a través de sus soliloquios sobre “calidad total” y otras zarandajas. El “instinto del trabajo bien hecho” de Thorstein Veblen, que tenía una fuerte componente social, ha sido sustituido por la rentabilidad monetaria a corto plazo, tanto para el empresario como para el trabajador, individualmente considerados.

SLA.- ¿Tienen las luchas de los trabajadores el mismo eco social que hace años? ¿Despiertan la misma solidaridad? ¿Por qué?

DL.- Desde luego que no, ni social ni laboral. La escisión del mercado de trabajo en dos y la individualización de las relaciones laborales tienen como objetivo, precisamente, romper cualquier posibilidad de solidaridad de clase

SLA.- ¿Qué opinión te merece el concepto de multitud acuñado por Antonio Negri?

DL.- Yo preferiría el de obreros y ciudadanos, de Andrés Bilbao. Es decir, la ciudadanía, que se obtiene y se ejerce de forma estrictamente individual, se superpone y ahoga a la clase social, cuya pertenencia se ejerce de forma colectiva y que, para la clase trabajadora, ha sido decisiva en la constante mejora de sus condiciones de vida y trabajo en los ya más de 300 años de historia del movimiento obrero

SLA.- ¿Sigue siendo la clase obrera el motor del cambio social? ¿Crees que las clases trabajadoras han jugado un papel importante en los cambios que se están operando en Venezuela, Bolivia o Ecuador por ejemplo?

DL.- Yo creo que sigue siendo un elemento esencial en el cambio social, no creo que hoy en día sea el motor, ni el eje director, del cambio social. Remedando una reflexión del ya citado Eric Hobsbawn, el cambio social no lo va a hacer y dirigir la clase obrera, pero no se va a hacer sin contar con ella y mucho menos en su contra.

Las clases trabajadoras han jugado un papel sustancial, no solo importante, en los cambios que se están operando en Venezuela, Ecuador y Bolivia, por seguir con el ejemplo, siempre y cuando no pretenda limitarse el concepto clase trabajadora a la exigua cantidad de asalariados de lujo de las petroleras multinacionales y similares, estos sí, aristocracia obrera en esos países

SLA.- En una sociedad justa, fraternal, sin explotación, lo que antes llamábamos sociedad socialista, ¿cuál debería ser el papel de las clases trabajadoras?

DL.- Las clases trabajadoras seguirían siendo los dos tercios de la sociedad, la parte cuantitativamente más importante de ella y deberían, a partir de sus valores históricos todavía existentes o que tendrían que recuperar, reforzar esos elementos (justicia, fraternidad, no explotación) con otros más específicamente suyos (trabajo, equidad, solidaridad, por ejemplo).

SLA.- Finalmente, déjame hacerte la pregunta del millón. Precariedad, paro creciente, trabajos alienantes, bajos salarios, vivienda imposible, un tercer mundo que no sale de su dependencia, pensiones cuestionadas, menor protección social,.. ¿Por qué no estalla la revolución en Occidente, en Oriente o donde sea?

DL.- Efectivamente es la pregunta del millón. En las relaciones entre las clases y entre las naciones se han producido cambios, hacia mejor, sustanciales, por ejemplo, en determinados países de América Latina, pero no se ha producido una revolución. Algo parecido podría decirse del África postcolonial, del mundo árabe y del sudeste asiático. La única que podría considerarse que continuaba existiendo, la cubana, vive en una agonía continua entre sus propios errores y debilidades y el ahogo al que está sometida por las potencias imperialistas (por retórico que esto parezca). Yo desde luego no me siento capacitado para responder a esta cuestión, que desde luego nadie dice que sea fácil ni sencilla, pero que sigue estando ahí.
Rebelion - 16.10.09

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