Desarticulación:la mitología griega cuenta que en el estrecho de Messina había dos bellas mujeres transformadas en monstruos asesinos: Escila y Caribdis. Los marinos que intentaban alejarse de una, caían en las garras de la otra. La imagen traduce bien la actualidad de Europa, presa entre el capital financiero sediento de ganancias y gobiernos imperialistas incapaces de sostener la dinámica de unificación dominante durante medio siglo. La respuesta generalizada de los gobiernos a la crisis económica consiste en subas de impuestos al valor agregado, despidos forzosos de cientos de miles de trabajadores del sector público, ventas precipitadas de activos estatales y rebaja de impuestos al gran capital. Las víctimas actúan como espectadores enfurecidos del desmantelamiento violento de lo que quedó de sus Estados de bienestar y sus conquistas sociales seculares.
Europa enfrenta su peor crisis desde 1945. En el caso de la Unión Monetaria Europea (UME), integrada por los 16 Estados miembros de la Zona Euro, se trata de una crisis existencial. Más allá de la moneda, está en juego un proceso de integración regional político-económica de más de medio siglo. Los responsables y también los principales protagonistas de una batalla desastrosa sobre el futuro del euro y del proyecto de integración europeo son las “jaurías de lobos” –como calificó el ministro sueco de finanzas a los especuladores financieros– y los desatinados gobiernos neoliberales de los países líderes de la Unión Europea. Atrapados entre Escila y Caribdis o, según el dicho inglés, entre una roca y un lugar duro, las infortunadas víctimas de la espantosa debacle del capitalismo europeo de principios del siglo XXI, por el momento son espectadores enfurecidos, de vez en cuando lanzando piedras en las calles, pero básicamente paralizados, mirando con horror el desmantelamiento violento de lo que quedó de sus Estados de bienestar, sus sectores públicos, sus trabajos, salarios y pensiones.
Por muy tumultuosos que sean, los acontecimientos en curso en Europa no tienen nada sorprendente por sí mismos: para que un sistema financiero funcione en el sentido de facilitar la producción y el crecimiento económico, el Estado tiene que tener la capacidad de controlarlo. Como lo sabe muy bien cualquier gobierno de países en vías de desarrollo, en el caso contrario los especuladores financieros hacen estragos las políticas económicas de los Estados. Desde hace casi 60 años Europa Occidental ha promovido la integración de sus mercados, pero no posee un Estado unificado. El Estado acéfalo de la Unión Europea (UE, integrada por 27 países, a diferencia de la UME), debilitado por la crisis económica global y por décadas de regímenes neoliberales, es presa fácil de los depredadores financieros, pillando el mundo post crisis en búsqueda de alta rentabilidad. La gravedad de la situación no se debe al hecho de que las “jaurías de lobos” ataquen un Estado débil más, sino a que el desmantelamiento de décadas de esfuerzos para superar las fuerzas políticas más destructivas del siglo XX –las guerras civiles e imperiales de Europa; dos guerras mundiales con un mínimo de 80 millones de muertos– significará una victoria retumbante para el capital financiero. Y para nadie más.
¿Por qué Grecia?
Grecia tiene 11 millones de habitantes, aporta el 2,6% del producto interno bruto (PIB) de la UE, y tiene un nivel de productividad comparable al de España, equivalente a algo más del 50% de la productividad de Estados Unidos. Entre 1997 y 2007 la tasa promedio de su crecimiento económico anual era del 4%, es decir, casi el doble del promedio anual de la UE. Debido a la crisis global de 2008, el crecimiento del PIB griego desaceleró al 2% y en 2009 la economía entró en plena recesión: el PIB se contrajo un 2%, las exportaciones griegas cayeron un 36%, y la tasa de desempleo subió del 7.5% en 2008 al 9% en 2009 y al 10% al día de hoy.
Las primeras señales de alarma sobre las implicaciones fiscales de la crisis financiera global para la zona euro sonaron inmediatamente. Desde octubre de 2008 no sólo comenzó a subir el costo de seguros sobre títulos de deuda soberana (bonos de tesorería) contra el riesgo de incumplimiento de pago a tiempo (los famosos “credit default swaps” o swaps de incumplimiento crediticio) en los mercados financieros, sino también comenzó a ensancharse el margen entre las tasas de interés para seguros sobre la deuda soberana de diferentes países europeos.
Desde el comienzo era más probable que la deuda griega sería la primera víctima de la inminente “crisis de credibilidad y confianza” de los mercados financieros. En primer lugar, un pago de deuda griega de 20 mil millones de euros vencía entre abril y mayo de 2010, y sin financiamiento Grecia caería en una cesación de pagos. A diferencia de Argentina en 2001, el gobierno griego no tiene ningún control sobre su moneda ni sobre su tasa de cambio. Este control está firmemente en manos del Banco Central Europeo (BCE) en Frankfurt, Alemania. Al mismo tiempo, los países miembros de la UME emiten sus propios bonos de tesorería, ya que no existe una tesorería europea. ¿Pero quién iba a comprar bonos griegos a estas alturas? O más bien: ¿a qué tasas de interés? Grecia, entonces, se encontró en la situación poca envidiable de un Estado responsable de sus deudas denominadas en una moneda que no es la suya y comerciadas en los mercados financieros globales.
Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), de Thomson Reuters Datastream, del Citigroup y de Eurostat (el brazo estadístico de la Comisión Europea), a un 115% de su PIB, la tasa del endeudamiento bruto (el total acumulado de pasivos del Estado) de Grecia es la segunda más alta en Europa Occidental. Al 13,6% de su PIB, el déficit fiscal griego también es muy alto relativo al promedio de la UE, superado en Europa Occidental solamente por Irlanda. Sin embargo, el componente estructural de este déficit (es decir, la parte que no se explica solamente por factores temporales cíclicos como la crisis financiera global) queda por debajo de Irlanda, del Reino Unido y de Estados Unidos. A esto se añade un déficit comercial perenne, el cual subió a 42,8 mil millones de euros en 2009, en parte a causa de la contracción de las exportaciones griegas ya mencionadas.
Aunque estos indicadores ciertamente no son favorables, tampoco son extraordinarios en relación a la situación económica de otros países europeos: en España la deuda del sector público sumará este año un 55% del PIB (por tanto quedándose por debajo del límite del 60% del PIB prescripto por el Tratado de Maastricht para los Estados miembros de la zona euro), pero su déficit fiscal llegó al 11,4% del PIB en 2009, y su tasa de desempleo del 19% es mucho más elevada que la de Grecia. En Irlanda, las tasas de endeudamiento bruto son más bajas, mientras su déficit fiscal en 2009 era más elevado que el de Grecia. El balance financiero de Italia es más precario que el de Grecia, tanto respecto al endeudamiento bruto como al déficit fiscal.
De hecho, fue un solo indicador económico que selló el destino de la economía griega: una tasa de recaudación impositiva del 12%, con su recaudación impositiva llegando acaso al 4,7% del PIB, frente al 8% promedio de la UE. Detrás de este indicador lapidario se esconde un Estado débil y fragmentado, víctima de su propia historia, pero sobre todo de su infortunada ubicación geográfica, la cual lo transformó en uno de los peones de la guerra fría. Pero ni los especuladores financieros ni los actuales gobiernos europeos se interesan mucho en la Historia, sobre todo en la suya. Para ellos, el “fin de la Historia” ya llegó tras la caída del muro de Berlín.
Monstruosa “danza de los lobos”: de la crisis griega a la crisis del euro
Una vez identificada Grecia como punto débil de la UME, los jefes de las “jaurías de lobos”, las agencias de crédito, entran en acción, bajando la clasificación crediticia del país. Poco importa que el miembro más poderoso del club, Goldman Sachs, se hubiese enriquecido durante años a través de rentables pero poco responsables negocios para embellecer la imagen fiscal del país, canjeando sus crecientes deudas de formas cada vez más opacas. La re-clasificación de la deuda griega significa un alza de los precios de los CDOs (Collateralized Debt Obligation, papeles respaldados por bonos y otras obligaciones) sobre esta deuda, y una rebaja del precio de bonos griegos. De esta manera se preparó el terreno para exigir a Grecia el precio deseado: un paquete de austeridad que eliminará el Estado de bienestar y reducirá al sector público al mínimo requerido para garantizar el supuestamente libre funcionamiento del mercado. Solamente si Grecia llegaba a convencer a “los lobos” de que iba en serio, podría recuperar su capacidad de refinanciar sus deudas.
Sin embargo, con la fecha de vencimiento de su primer pago de deudas tan cercano, el verdadero blanco del alarido de “los lobos” era otro: por muy drásticas que fueran las promesas, no quedaba tiempo para que Grecia las implementara. Se trataba de forzar a la UME a responsabilizarse por las deudas de sus Estados miembros y así bajar el riesgo para los especuladores financieros.
Entran en el escenario los antiguos lacayos de los mercados financieros. Pero resulta que han sido tan bien adoctrinados que en vez de jugar su papel asignado –garantizar el pago de las deudas a precios convenientes a los especuladores– más bien refuerzan su alarido: el BCE se niega a comprar bonos de tesorería griegos para refinanciar la deuda. Durante largos meses, Angela Merkel, canciller de Alemania, mantiene una posición de intransigencia en contra de un rescate financiero de Grecia por la UME. Mientras tanto, su nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Guido Westerwelle, viajó a Grecia a principios de 2010 para asegurar que no serán los industriales alemanes del avión de combate “Eurofighter” a los que se castigará. En 2009 Grecia gastó en armamento nada menos que 7 mil millones de euros, es decir, 610 euros anuales por persona o 2440 euros anuales por cada familia de cuatro, debido al conflicto perenne con Turquía. Alemania gastó 389 euros por persona. Y sus países clientes más importantes para armas son Turquía y Grecia.
Aparte de la industria de armas, sobran los Bancos alemanes (y franceses) con posiciones importantes en el mercado de la deuda griega. Finalmente, la opinión pública en Alemania se opone ferozmente a un rescate financiero de Grecia por parte de la UME. El por qué de este sentimiento público sería material para otra nota. Por ahora basta decir que se trata de una mezcla de miedo frente a la crisis económica más grave desde hace un siglo (“sálvese quién pueda”), de ignorancia completa de cómo funcionan las finanzas de una economía capitalista tras décadas de propaganda neoliberal y de un nacionalismo renaciente virulento, sobre todo en Alemania. A esta coalición reaccionaria habría que añadir la prensa alemana, en gran parte incendiaria y abiertamente nacionalista.
Frente a la inesperada, y desde su punto de vista, torpe intransigencia de Merkel, los mercados financieros entraron en pánico y aumentaron su presión para forzar la “nacionalización” de las deudas de la zona euro. Así, suben los precios de los CDOs no solamente de Grecia sino también de España y Portugal. El 2 de mayo Merkel dio marcha atrás por primera vez y acordó un paquete de rescate para Grecia de 110 mil millones de euros, cofinanciado por la UME y el FMI. Pero ya es tarde –la especulación financiera sobre los bonos de tesorería de otros países europeos está en pleno auge. El 8 de mayo la UME entró en sesión de emergencia y acordó otro plan de rescate de 750 mil millones de euros, esta vez para toda la zona euro. El BCE también retrocedió y comenzó a comprar bonos de tesorería de países deficitarios. El día siguiente, Merkel perdió las elecciones en el Estado alemán de Renania del Norte-Westfalia.
El concurso absurdo de la austeridad
No cabe duda: ganaron los “lobos”. El acuerdo del 8 de mayo significa que los Estados miembros de la zona euro podrán pagar sus deudas a tiempo, incluso la parte de estas deudas que contrataron para rescatar sus sectores financieros tras la crisis financiera global de septiembre de 2008. La élite de los políticos neoliberales al timón de la UE salió debilitada de la debacle, enganchándose en recriminaciones entre “halcones” y “palomas” en el BCE, entre Alemania y Francia y al seno del círculo interno de Merkel. Pero el verdadero drama está por comenzar: la garantía de pago de las deudas soberanas de la zona euro está condicionada de una manera brutal, por lo menos en Europa. La carrera entre los gobiernos de países deficitarios para imponer medidas de austeridad que les permita el acceso al paquete de rescate cuando venzan sus primeros pagos de deuda, se acelera cada día más: subas pronunciadas de impuestos al valor agregado, despidos forzosos de cientos de miles de trabajadores del sector público por país, rebajas feroces de salarios y pensiones para los que sobreviven la masacre de los sectores públicos, ventas precipitadas de activos estatales, alzas de impuestos sobre ingresos salariales (y, por supuesto, rebajas de impuestos sobre las sociedades de niveles ya históricamente bajas). La fiebre de la austeridad tampoco se limita a los países miembros de la zona euro. En el Reino Unido, donde los resultados inconclusos de las elecciones del 6 de mayo finalmente llevaron al poder al conservador David Cameron y su coalición conservadora-liberal, el nuevo gobierno ha anunciado un presupuesto de emergencia para junio. Las medidas previstas incluyen la eliminación de 300 mil puestos en el sector público, la posible privatización de la red nacional de autopistas, un alza muy pronunciada del pago de matriculación universitaria, la reducción de varios beneficios sociales, cortes o una congelación de casi todos los presupuestos ministeriales y, eventualmente, un parlamento mucho más pequeño. Como lo puso un nuevo ministro: esto es para comenzar… y largamente por debajo de lo requerido si Grecia, España o Portugal cuentan cumplir con las condiciones concordadas en Bruselas.
¿El súper-Estado europeo se esfuma?
Nada de esto tiene el más mínimo sentido económico o político: las economías europeas llevan años de sufrimiento por las políticas deflacionarias impuestas por el régimen obsesivamente monetarista del BCE y por gobiernos neoliberales. La crisis financiera global ha reforzado aún más esta tendencia deflacionaria latente. Aumentar el desempleo, empobrecer a más gente día por día y, por tanto, estrangular por completo la ya deficiente demanda interna no solamente llevará a Europa a una crisis económica mucho más pronunciada que la presente. También pondrá en peligro la lenta recuperación económica del mundo entero y terminará por aumentar (más que reducir) el nivel de endeudamiento de países ya en dificultades. Además, en muchos países sobre todo en Europa Mediterránea, las condiciones impuestas por Bruselas simplemente no son políticamente viables. A la crisis económica se añadirá la desestabilización política. En las filas tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda no faltan los que se frotan las manos frente a la posibilidad de una desintegración económica y política de la UE, y de lo que perciben como un súper-Estado fallido, sea porque todo Estado es enemigo de la libertad individual, sea porque es un Estado capitalista. Desde una perspectiva izquierdista-progresiva el error no podría ser más grave: una Europa fracasada, desintegrada y fragmentada será una Europa destructivamente nacionalista y violenta. El proceso de integración europea comenzó a finales de los años 1940, con la idea, promovida por personajes tan diferentes como el socialdemócrata alemán, víctima de los campos de concentración del fascismo alemán, Kurt Schumacher, y Jean Monnet, empresario y hombre político francés, convencido de que el único camino hacia una Europa pacífica que no fuera nunca más la principal responsable de la horrenda desolación y destrucción de dos guerras mundiales, era a través del fortalecimiento decisivo de los lazos económicos, comerciales, institucionales y políticos entre sus pueblos. Por cierto, que esta idea fundadora ha sido traicionada mil y una veces desde entonces. Pero el único ganador de la desaparición de un Estado europeo serán las “jaurías de lobos”.
En primer lugar, lo que queda en Europa de movimientos izquierdistas tiene que enfocarse en algo tan poco romántico como el BCE. Solamente si el BCE comienza a emitir bonos euro, y en masa, se puede detener la terrible espiral descendente de austeridad y fragmentación política. El BCE, junto con sus aliados más poderosos en Alemania, es el centro del poder reaccionario en Europa, siendo también el único Banco Central del mundo sin siquiera tener responsabilidad formal frente al Parlamento. De ahí se necesita una unión fiscal con una tesorería europea. Solamente si se alcanzan estos dos pasos, se abre el camino hacia cambios más fundamentales: la reconstitución y la “europeización” sistemática de sindicatos y movimientos populares, y la reconquista del Parlamento europeo para empujar cambios constitucionales y políticos que permitan una evolución de Europa hacia una democracia emancipadora en manos de sus trabajadores y trabajadoras. Sin una política económica expansiva que no ahorque inmediatamente a cualquier voz progresiva, por muy tímida que sea, no habrá ningún espacio para ninguna forma de progreso político. Si se logra romper el abrazo estrangulador del BCE y del gobierno alemán sobre Europa, quedará algo de tiempo para pelearse sobre el detalle del proyecto emancipador para Europa.
Por ahora, lo que se ganó es un breve respiro: el acuerdo del 8 de mayo asegura, aunque no por mucho tiempo, que la opción de países como Grecia de salir de la zona euro sigue siendo demasiada costosa: no solamente cualquier “nueva-vieja” moneda nacional sufrirá una devaluación inmediata de por lo menos 50%, sino que las deudas quedarán denominadas en euros. Además no cabe ninguna duda de que, a más tardar en 2011, la deuda griega será reestructurada y amortizada en un mínimo del 30-40%. La élite neoliberal de Europa está aprendiendo sus lecciones frente al ataque de los “lobos” sobre su proyecto europeo. Hace falta que la izquierda, no solamente en Europa sino en cooperación con sus aliados en todo el mundo, también aprenda y utilice esas lecciones el breve espacio que queda para empujar su propio proyecto europeo, sin Escila ni Caribdis acechando a ambos lados del estrecho.
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