À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

01/06/2010

Crisis de sobreacumulación mundial, crisis de civilización

François Chesnais

La crisis económica y financiera que está en curso es parte de tres grandes crisis en las que convergen numerosos procesos.[1] Será larga, porque su sustrato es una sobreacumulación de capacidades de producción. Asume la forma de una importante superproducción localizada en sectores y países determinados, pero su marco es la economía mundializada. La sobreacumulación de las capacidades de producción está acompañada por una inmensa acumulación de capital ficticio, de derechos a percibir parte de valor, plusvalor y de “productos financieros derivados”. La crisis comenzó en la esfera financiera y en este sentido es la crisis del régimen de acumulación de preeminencia financiera o financiarizado montado a fines de la década del 80. Marca también el fin del período de hegemonía mundial no compartida de Estados Unidos iniciado en los años 80 y especialmente desde 1992. Todos los recursos han sido utilizados (y seguirán siendo utilizados) por el gobierno estadounidense tratando de asegurar la perennidad tanto de la hegemonía estadounidense como de la dominación de Wall Street, de los bancos y los fondos de colocación financiera. La recuperación actual [el artículo fue escrito en enero 2010] es sólo un momento, posiblemente breve, de un proceso de crisis económica que se prolongará durante muchos años.

El largo desarrollo de la crisis económica y financiera se hará en un contexto histórico en el cual será un aspecto de una crisis mucho mayor, una crisis de civilización. Los trabajadores, los explotados y los dominados pagan ya los costos y lo seguirán haciendo cada vez más. De manera inmediata, se enfrentan al conjunto de medidas dispuestas por gobiernos y empresas con el objetivo no sólo de hacer caer el peso de la crisis sobre ellos, sino de utilizar el cambio en la relación de fuerzas favorable al capital que se deriva del aumento del desempleo, para agravar aún más las condiciones de explotación. En un horizonte temporal más amplio, los explotados y dominados deberán enfrentarse con la interpenetración (de la que vemos las primeras expresiones en África y Asia) entre la crisis económica mundial, la crisis alimentaria que golpea a poblaciones muy vulnerables y los impactos sociales de la crisis de cambio climático, entendida como crisis de las condiciones de la reproducción social en relación a los ecosistemas planetarios y la degradación de la biosfera.

Movimientos de capital sin fin ni límites, preservación de la dominación social de la burguesía a cualquier costo
Toda discusión sobre la crisis, sobre todo si se parte de una definición basada en una interpenetración global de este tipo, exige retomar la comprensión del capitalismo como tal. El capitalismo no es simplemente un sistema desigual e injusto, un sistema marcado por contradicciones internas porque se basa en la propiedad privada y la apropiación masiva de trabajo no pagado, principalmente bajo la forma de la plusvalía que nace en la empresa capitalista. Debemos prevenirnos contra todo economicismo, aunque se apoye en categorías teóricas marxistas, porque lleva a ver las contradicciones del capitalismo de manera distanciada. El permanente trabajo de apreciación podríamos decir “filosófica” del capitalismo es necesario, pero también es obligatorio colocar la lucha de clases en el corazón del análisis.
El capitalismo no es simplemente un “sistema económico”. Es también un sistema de dominación social en beneficio de burguesías oligárquicas y de oligarquías burocrático-capitalistas, jerarquizadas a nivel mundial, cuya actividad está enteramente orientada a la preservación y crecimiento de sus riquezas y por ende del poder, que es la condición para lograrlo. No hace falta explicarles que “la historia de la sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Para ellos, esto es algo inscripto en los genes de la aplastante mayoría de sus miembros. Hay momentos en que el reflejo de preservar a cualquier costo una dominación social salta a la vista. Es precisamente lo que ocurre en las revoluciones (la revolución alemana de 1918, la de España en 1936, o Chile en 1973). Pero esta dimensión aflora también en tiempos de grave crisis económica y financiera. Así, salvar al sistema, cueste lo que cueste, fue el reflejo cuando en septiembre de 2008 la caída de Lehman Brothers amenazó con el colapso del sistema financiero mundial.
Cada generación lee y relee a Marx, tanto desde lo acontecido con la evolución histórica como desde su propia experiencia. Me parece que hoy, el Marx que hay que releer como militante-investigador es el que escribe en los Manuscritos de 1857-58 que “el capital, empero, como representante de la forma universal de la riqueza –el dinero– constituye el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras”.[2] O también aquel que dice en El capital que “la circulación del dinero como capital lleva en si mismo su fin, pues la valorización del valor solo se da dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital es, por tanto, incesante. Como agente conciente de este movimiento, el poseedor de dinero se hace capitalista. El punto de partida y de retorno del dinero se halla en su persona, o por mejor decir en su bolsillo. El contenido objetivo de este proceso de circulación – la valorización del valor- es su fin subjetivo y solo actúa como capitalista, como capital personificado, dotado de conciencia y de voluntad”.[3]
De esto hay que partir para el análisis de la crisis actual. En razón de la prolongación excepcionalmente larga de la fase de acumulación, que se remonta en el caso de Estados Unidos a la preparación para su ingreso en la guerra en 1942 y en el caso de Europa y Japón a la reconstrucción de los años ’50, sin verdaderas interrupciones, la acumulación de “dinero circulando como capital” o con pretensión de serlo, es absolutamente gigantesca. Este efecto de dimensión, multiplicado por la libertad del movimiento planetario aportado por la liberación y la desregulación, hace que el dinero devenido capital se levante hoy ante la sociedad como una potencia dotada de objetivos y movimiento propios. Inclusive jaqueada por la sobreacumulación y la superproducción, a una situación en que la masa de plusvalía producida por las empresas no puede ser realizada, buscará saciar su sed ilimitada de plusvalor. Los obstáculos con que tropiece no harán más que exacerbarla.
Lo que llamamos financiarización está marcado por el protagonismo asumido por los grandes bancos, las sociedades aseguradoras y los fondos de pensión en la configuración interna de la burguesía de los países capitalistas centrales y en su peso en la determinación cotidiana de las políticas económicas. Esto es lo que nos recuerdan cotidianamente hoy los dirigentes de Goldman Sachs y otros como Morgan Stanley, son los primeros “agentes concientes de este movimiento” de valorización ilimitada. El capital siempre estuvo marcado por su profunda indiferencia con respecto al uso social de las mercancías producidas o a la finalidad de sus inversiones. Hemos visto adónde llevó esto durante la Segunda Guerra Mundial y el montaje de las condiciones tecnológicas del Holocausto. Cuando el capital toma la forma de “riqueza abstracta” y las instituciones que pretenden valorizar sus haberes ingresando en el “ciclo abreviado D-D’” dominan el movimiento de acumulación los países más poderosos, esta indiferencia impregna la economía y la política, incluso en “tiempos de paz” como lo es el nuestro oficialmente. Asistimos así a la explotación sin límite, hasta el agotamiento, de “las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.”[4]
Antagonismo contra los trabajadores, saqueo de recursos naturales, degradación de la biosfera
En el caso de un país como Francia, los suicidios en el trabajo (o más bien asesinatos, como Hélène Cixous los ha caracterizado)[5], han venido a recordarnos la profundidad del antagonismo del capital con aquellas y aquellos que deben vender su fuerza de trabajo, sea como simples asalariados o como “cuadros”. Este antagonismo es consustancial al capitalismo. Está enraizado en la búsqueda de la plusvalía máxima y aguijoneada por la competencia. Los legados de la crisis del ’30 y de la Segunda Guerra Mundial obligaron a las empresas a moderarlo tanto debido a sus propias prioridades de reconstitución de las capacidades de producción como por relaciones de fuerzas favorables al trabajo. Las políticas neoliberales y el cambio en la identidad de los propietarios del capital liberaron este antagonismo irreductible. Y ha sido agravado aún más por la crisis. Los trabajadores enfrentan la crisis en condiciones particularmente difíciles debido a la mundialización del capital. Uno de los efectos más importantes de la liberalización y la desregulación, ha sido la competencia directa de país a país entre trabajadores que tienen una productividad del trabajo que tiende a aproximarse, pero tienen relaciones políticas sociales y locales que permiten a las empresas pagar en determinados países cinco, diez o quince veces más barato que en algún otro y negándoles los gastos de salario indirecto y protección social reconocidos en otros lugares. En 1848, refiriéndose al marco nacional, Marx y Engels constataban en el Manifiesto del Partido Comunista que la “organización de los proletarios como clase (…) es quebrantada de nuevo a cada instante a través de la competencia entre los propios trabajadores”.[6] Hoy, las condiciones históricas en las que se completó la constitución del mercado mundial, es decir, el hundimiento de la URSS y la incorporación de China en el capitalismo mundial, hicieron dar un salto cualitativo a la intensidad de esta competencia, facilitando la aplicación de nuevas normas de “gestión de los recursos humanos”.
Las crisis de superproducción han sido presentadas desde el siglo XIX como crisis de subconsumo, causadas por la insuficiencia de los salarios pagados y del poder de compra de los trabajadores. Marx se confrontó con esta interpretación. Evidentemente la superproducción es solamente relativa, de modo tal que siempre revela un subconsumo. El capitalismo necesita asalariados/as como fuerza de trabajo, dado que del valor de uso de esta fuerza de trabajo nace el plusvalor que está en la base de la ganancia. Los necesita también como consumidores. Pero el acto reflejo de cada empresa atravesada por la búsqueda de ganancia y la competencia, es ver en los asalariados únicamente como un costo que debe reducirse. Haciéndolo, contribuye a “serruchar la rama” sobre la que están paradas las empresas colectivamente. Situado en el corazón de la relación entre capital y trabajo esta contradicción tiene, de forma objetiva y permanente, el carácter de un antagonismo irreductible. La necesidad de abordar la cuestión desde este extremo es de orden filosófico y político. A riesgo de provocar una vez más el reproche de dogmatismo, cito: “la producción sólo es producción para el capi­tal y no, a la inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los cuales tiene que moverse la conservación y valorización del valor-capital, la cual descansa en la expropiación y depauperación de las grandes masas de los produc­tores, choquen constantemente con los métodos de producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción misma”.[7]
Es ilusorio pensar en remediar semejante sistema con un mejor reparto. Solamente las circunstancias históricas excepcionales de la pos Segunda Guerra Mundial permitieron que prevaleciera transitoriamente un reparto del valor agregado que dio a los asalariados la posibilidad de “ayudar al capital” a realizar el valor y la plusvalía. En el marco de la mundialización, la producción vuelve a ser plenamente “producción para el capital”. La relación capital-trabajo ha vuelto a ser radicalmente antagónica.
Además está el antagonismo del capital en relación con la naturaleza. Los “productores asociados”, después de su victoria sobre el capitalismo, sabrán “combinar racionalmente y controlar sus intercambios de materia con la naturaleza”. El capitalismo no puede hacerlo. El período que abierto estará dominado por el entrelazamiento de las dimensiones sociales y ecológicas de los estragos provocados por el movimiento de valorización del capital. Al capital le es indiferente que el cambio climático en curso cuestione ya las condiciones de la reproducción social en cada vez más lugares del mundo.[8] Es muy difícil decir hoy cuales serán los impactos cobre la tasa de ganancia y la tasa de acumulación. El agotamiento progresivo y el encarecimiento del precio de los recursos básicos críticos tocan por ahora a los países capitalistas de forma diferente, según sean centrales o emergentes. Son factores que afectan sus respectivas capacidades de competencia. Provocan guerras y maquinaciones imperialistas, donde lo que está en disputa son el petróleo y los minerales raros. Es probable que en un horizonte temporal que se acorta, los efectos del cambio climático se plantearán en formas brutales en cualquier lugar del mundo. Por ahora, sus efectos sociales se manifiestan de manera desigual y diferenciada en el espacio mundial, planteando así una gran dificultad política. El impacto del cambio climático afecta de forma directa sobre todo a las personas que viven en los países “del Sur”, los más pobres y vulnerables. El “capitalismo verde” percibe al cambio climático y las “energías alternativas” como una oportunidad de mercados y beneficios.[9] Los principales protagonistas son los mismos grupos del sector energético que están en el corazón del modo de producción y consumo responsable de la emisión de gases del efecto invernadero.
Para el anticapitalismo, lo que importa es poder explicar frente al “decrecimiento” por qué son las formas de producción capitalistas la verdadera causa. El valor y el plusvalor creados durante la explotación del trabajo toman la forma de mercancías, una parte de los cuales, incluyendo los servicios y “lo inmaterial”, son bienes materiales. El movimiento sin fin del capital supone que producción y venta ilimitada. El “productivismo” y el “consumismo” son consustanciales al capital y a la mercancía. Para que la auto-reproducción del capital sea efectiva es necesario que el ciclo de valorización se cierre con “éxito”, que las mercancías sean vendidas. Para que los accionistas sean satisfechos, es preciso que una inmensa cantidad de mercancías, que cristalizan el trabajo abstracto contenido en el valor, sean volcadas al mercado. Es absolutamente indiferente que estas mercancías constituyan realmente “cosas útiles”. Para el capital, la única “utilidad” es la que permite extraer ganancias y continuar el proceso de valorización sin fin. Las empresas se han convertido en maestras en el arte de mostrar a quienes tienen el poder de compra que las mercancías que les proponen son “útiles”, puesto que, si fracasan, entonces desde el punto de vista del capital “el trabajo que ellas encierran fue gastado inútilmente”. Pero lo cierto es que, si las empresas logran, como generalmente ocurre, vender a la gente mercancías que luego se amontonan en las casas sin servirse de ellas, al mismo tiempo que centenares de miles de personas (limitándonos a Francia) viven en la miseria, entonces desde el punto de vista de los trabajadores tomados como clase, pero también de la sociedad concebida como entidad distinta del capitalismo, que no son la misma cosa, hay un gasto inútil, un despilfarro social del trabajo.
La valorización del capital por medio de la producción y la venta de mercancías que responden a necesidades “fabricadas”, representa simultáneamente un gasto inútil de recursos de la tierra y el subsuelo. Los daños cada vez más graves a la biosfera y los ecosistemas más frágiles, están impulsados por la valorización del capital. Mientras no afecten las condiciones de acumulación con acciones de rebote, el capital y sus mandatarios políticos no harán nada. Es por esto que, al menos por el momento, en el caso de los gases de efecto invernadero, las advertencias de los científicos no han generado a nivel político más que medidas, en gran medida cosméticas, destinadas a calmar la opinión pública de una parte de los países ricos (esencialmente en Europa). Son medidas “respetuosas del mercado”, cuyo peso financiero caerá sobre los asalariados, generando en el caso del mercado de derechos a la polución (bonos verdes) nuevas oportunidades para colocaciones especulativas.[10]
Recolocar la actual crisis económica y financiera en una historia más larga
[Gráfico: gasto mundial, inversión y cuentas de corto plazo -en porcentajes del PBI mundial-. Fuente OCDE]
Es indispensable situar la crisis dentro de una historia más larga. La segmentación es política, con “cortes” que toman la forma de guerras y cambios importantes en las relaciones capital/ trabajo.[11] Se suele relacionar con esto la teoría de las ondas largas de Ernest Mandel, pero pienso que aún si se atribuye las mismas a factores externos relacionados con fenómenos extra económicos, no sistémicos y no periódicos, el término de ondas largas no deja de tener elementos de ambigüedad en relación a los ciclos largos de Kondratieff pautados por un movimiento endógeno. Según mi posición es mejor hablar de períodos de expansión de acumulación del capital (acumulación en el sentido fuerte) que terminan cuando el capitalismo vuelve a ser “re-atrapado” por sus contradicciones, chocando con las barreras que el mismo crea. Este enfoque se inspira en el párrafo del Libro III de El capital donde Marx escribe que “la producción capitalista aspira constantemente a superar estos límites inmanentes a ella, pero sólo puede superarlos recurriendo a medios que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites todavía con mayor fuerza”.[12]
Las fases de expansión de la acumulación son sucesivas a la emergencia de “nuevos campos de acumulación” (en el sentido de Rosa Luxemburg a propósito de la industria armamentista en vísperas de la Primera Guerra Mundial). Joseph Schumpeter las ha vinculado a momentos de renovación en profundidad del aparato productivo, consecutivamente al arribo de un grupo de grandes innovaciones y la apertura de nuevos mercados de gran dimensión. Dos son, sobre todo, los tipos de “formas de superar las barreras” y los cortes con que nos enfrentamos en el curso del siglo XX y el inicio del actual. Están, en primer lugar, las muy grandes guerras destructoras a gran escala de medios de producción, infraestructuras y viviendas de las que la Segunda Guerra Mundial es el ejemplo por excelencia. Luego está la apertura de nuevos mercados importantes, resultante de acciones políticas largo sensu, implementadas por uno o varios Estados dominantes para imponer los cambios institucionales y las “transformaciones organizacionales”[13] demandadas por el capital en el orden interno de las economías nacionales, así como en el campo internacional. Según mi enfoque, para entender el momento y lo que se juega en la crisis en curso necesitamos tener en cuenta tres cortes de este tipo: la Segunda Guerra Mundial, la contrarrevolución neoconservadora de Thatcher y Reagan iniciada en 1978, y sobre todo, más cercana a nosotros, el comienzo de la aplicación de políticas neoliberales en India en 1992 y la aceleración a partir del mismo año de la plena integración de China en el funcionamiento del capitalismo mundial, cuya culminación fue el ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001.
Es sobre todo la Segunda Guerra Mundial, tanto desde el ángulo de la salida definitiva de la crisis de 1929 para Estados Unidos por medio de inversiones militares muy altas y, sobre todo para Europa y Japón de la inmensidad de las destrucciones y de la amplitud de las inversiones de “reconstrucción y modernización”, para usar las palabras del Comisariado del Plan en Francia, lo que marca el punto de partida de la larga fase de expansión y acumulación que agota a inicios de los años 70, justo antes del supuesto “shock petrolero”, y que termina en la recesión del 74-75. Sin la Segunda Guerra Mundial, no hubiese habido en Europa los “Treinta años gloriosos”, y tampoco en Japón, aunque este también se benefició con los gastos militares estadounidenses en la Guerra Fría y la Guerra de Corea. Los “Treinta gloriosos” dieron un impulso a la acumulación que duró más allá de la recesión del 74-75. Pero esta es una divisoria de aguas. Marca el inicio de un largo proceso de ralentización de la inversión mundial calculada como porcentaje del PBI acumulado del conjunto de los países. El movimiento se muestra en el muy reciente grafico del FMI que acompañamos. La curva de conjunto esta orientada por la declinación acentuada de la inversión en los países industrializados (los antiguos países capitalistas). Está contrarrestada sobre el final del período por el surgimiento de nuevos países industriales a partir del 2000 (el empuje de mediados de los 90 fue quebrado por la crisis asiática).
Se habla mucho de la “regulación fordista”. Dos factores explican su “éxito”. Primero, la dimensión de las necesidades de acumulación asociadas a la reconstrucción exigida por la Segunda Guerra Mundial, así como la modernización después de dos decenios de subinversiones. Las inversiones públicas y las orientadas por el crédito administrado fueron su espinal dorsal. Luego, las relaciones políticas relativamente favorables al trabajo consecutivas a la Segunda Guerra Mundial, de las que las revoluciones y guerras de liberación nacional fueron un aporte complementario en lo que durante mucho tiempo de llamó el Tercer Mundo. Desde que la expansión de la acumulación se agotó, la regulación fordista entró en crisis.
El segundo corte, el de 1978-82, crea las condiciones políticas y económicas de la contrarrevolución anti-obrera y neoimperialista. No se traduce en una recuperación de la inversión. Las políticas neoliberales reestablecieron el poder de los mercados financieros y comenzaron a operar redistribuyendo del ingreso en beneficio de los acreedores de obligaciones y en seguida de acciones. Es lo que a nivel macroeconómico se aprecia como una modificación de la repartición global entre capital y trabajo, basada a la vez en políticas públicas de “transfer inverse”, servicios de interés sobre la deuda y baja de impuestos, y mecanismos de apropiación por los poseedores de acciones de montos cada vez más elevados de plusvalor (corporate governance y valor accionarial). Por otra parte, al interior del ingreso nacional que vuelve al trabajo, no hay que perder nunca de vista el hecho de que se produce un distanciamiento creciente entre los niveles de salarios, ya que los stock options y los bonus son contabilizados como “salarios”.
Cuando, después de 2001, el movimiento de inversión mundial muestra una inflexión a la alza, ello se debe a los nuevos países industriales. La inflexión es pues consecuencia de la apertura de India y China como campos de acumulación y como mercado, así como los efectos de arrastre de la acumulación de esos países, en particular China, sobre las economías vecinas en Asia y sobre las grandes economías exportadoras de productos primarios en América Latina, con Brasil y Argentina a la cabeza. Así el más importante avance del capitalismo, el único eventualmente susceptible de sostener una nueva fase de expansión de la acumulación de cierta duración, vino por el lado de la plena reintegración de China en el mercado mundial, por el momento sin sobresaltos sociales.
Disminución de la inversión, evolución de la tasa de ganancia, sobreacumulación
La baja de la inversión, durante cerca de veinte años a nivel mundial y más de treinta años en el caso de los países capitalistas centrales, no es la imagen de un sistema en expansión, sino más bien de un sistema sobre el cual en otra época nosotros (o algunos de nosotros) habríamos dicho que “ha terminado su misión histórica de desarrollar las fuerzas productivas”, por no ser un sistema marcado, según palabras de Lenin, por “el parasitismo y la putrefacción”. Más prosaicamente, el gráfico plantea una doble cuestión; por una parte, la relación de la caída de la inversión con la evolución de la tasa de ganancia; por otra parte, la sobreacumulación de capital como capacidades de producción excedentes.
La cuestión de la tasa de ganancia, su medición y por lo tanto de su caída o su alza, se trata detalladamente en otros artículos. Esta cuestión teórica siempre provocó grandes polémicas en el seno del marxismo. El largo movimiento de caída de la inversión parecería traducir una disminución de las oportunidades de inversión con un nivel de rentabilidad suficiente a los ojos de los propietarios del capital. Puede entonces ser relacionado con la larga caída de la tasa de ganancia calculada por Robert Brenner[14] y otros economistas, cuyos trabajos ha resumido Chris Harman. Esto tampoco entra en contradicción con lo constatado por Michel Husson, pues a pesar de que con su método de cálculo considera que existe una recuperación de la tasa de ganancia, encuentra que la inversión sigue bajando. Hay que medir el alcance de tan larga caída y sus implicaciones sociales, humanas. Estamos ante un sistema caracterizado por la sed ilimitada de plusvalía que choca con una insuficiencia de la inversión, causada por él mismo:[15] cuando una fuerza es tan poderosa como lo es hoy el capital y esta fuerza se ha corporizado en organizaciones capitalistas muy concentradas –las sociedades transnacionales, los grandes fondos de pensión y de inversión colectiva, y los aparatos políticos y militares de Estado que defienden sus intereses– la resultante de semejante situación sólo puede ser la barbarie bajo múltiples formas.
Tratándose de de la caída de la tasa de ganancia, las “causas que contrarrestan la ley” y su identificación tan precisa como sea posible son tan importantes como la tendencia misma (pienso que conviene abandonar la palabra “ley” con todo lo que sugiere de analogía con las leyes físicas). Tomemos las seis causas examinadas en el capítulo XIV del Libro III de El capital, a las cuales indudablemente se podrían agregar otras. Sin seguir el orden de Marx comencemos por “El comercio exterior”: Marx evidentemente se coloca en el contexto del momento en que escribe; explora hipótesis sin llegar a identificar una causa de la que pueda decir con certeza que contrarresta la baja tendencial, aunque sería necesario retomar el análisis en el contexto actual. En lo concerniente al “Abaratamiento de los elementos que forman el capital constante”, es seguro que, de ahora en más, la suba de los precios del petróleo y de muchas materias primas a causa de su escasez, pondrá fin a la espera de efectos benéficos provenientes de este factor, porque esta suba no será compensada por una disminución del precio de equipos y máquinas. En lo que hace al “Aumento del capital-acciones”, pudo ser un factor que influyó en la recuperación de la tasa de ganancia por su influencia en la centralización y concentración de capital (tesis de la “funcionalidad de la finanza” examinada anteriormente), antes de convertirse en fuente específica de contradicción. Llegamos entonces a las tres causas concernientes al trabajo: “Aumento del grado de explotación del trabajo”, “Reducción del salario por debajo de su valor” debido a la competencia entre asalariados y la “Súper-población relativa”. Todas operan a pleno desde hace 20 años, en el sentido de una recuperación parcial de la tasa de ganancia, debido a la utilización de tecnologías de la informática y las comunicaciones (TIC) y sobre todo a la mundialización del ejército industrial de reserva. En el contexto de competencia encarnizada que la crisis actual agudiza aún más, las empresas lo utilizarán más que nunca.
¿Contradice la larga caída de la inversión la noción de sobreacumulación de capital? A nivel más general, la sobreacumulación es siempre relativa, en relación con las posibilidades de absorción de una demanda modelada por las relaciones de distribución capitalista. La sobreacumulación tiene automáticamente como “contracara”, por así decirlo, el subconsumo. Insisto, sin embargo, en que la elección del término importa. El término sobreacumulación plantea más directamente la necesidad de transformar las relaciones de producción y crear el marco de una primacía del valor de uso sobre el valor. El subconsumo puede conducir a la idea de “relanzamiento del crecimiento” sin cambiar el marco. El análisis supone algo más. En toda la gran crisis, la sobreacumulación de capacidades de producción y la superproducción son inicialmente de sectores e industrias específicas. El nivel de análisis pertinente es sectorial y frecuentemente nacional. En determinados países, algunos sectores (el inmobiliario y la construcción en Estados Unidos, en el Reino Unido, Irlanda, España), así como algunas industrias (el automóvil en los antiguos países constructores de Europa y en los Estados Unidos), están en situación de evidente sobrecapacidad, tanto por saturación casi mecánica como debido a políticas nacionales. En otros, las sobre capacidades y la sobreproducción pueden existir de rebote (el sector de máquinas-herramientas alemán, por ejemplo). La mundialización de las inversiones y los intercambios conduce a procesos de propagación cuya rapidez no sólo traduce la interconexión de las economías sino también la amplitud de la “sobreacumulación relativa global”, cuyo corazón está hoy en China.
Gigantesca acumulación de capital ficticio
[Gráfico: valor bursátil de las acciones cotizadas mundialmente y producción mundial en millardos de dólares. Ahorro mundial, inversión y depósitos a plazo fijo -en porcentaje de PBI mundial-. Fuente: OCDE]
Llegamos a lo que se llama la “financiarización”. Según lo entiendo, el término indica el proceso de centralización y de “acumulación” específico de esa forma específica de capital que Marx llama “capital a interés”[16] y analiza en el Libro III de El capital. Esta forma “de acumulación” debe diferenciarse de la acumulación propiamente dicha (de capital constante y capital variable), sobre la cual tiene sin embargo un fuerte impacto. Aquí la acumulación es de títulos financieros, de acciones, de bonos del tesoro y de títulos de la deuda pública, de obligaciones empresarias, acreencias bancarias, que tienen el carácter de derechos a percibir flujos de ingreso, pretensiones referidas a la apropiación de valor y plusvalor presentes y futuros (lo que en inglés se conoce como “claims on future production”). Iniciada hacia mediados de los años 60, con una marcada aceleración a partir de 1980, esta acumulación financiera sólo tuvo algunos momentos de disminución. El choque del crack bursátil de octubre 1987 se borró en algunas semanas. Durante la crisis asiática de 97-98, y sobre todo del crack del Nasdaq en 2001, las políticas monetarias y las políticas “sociales” (es preciso que cada norteamericano pueda ser propietario de su casa), permitieron el inmediato relanzamiento de la acumulación financiera mediante el crédito hipotecario.
Varias son las fuentes que vinieron a alimentar –primero lentamente, luego de manera cada vez más rápida– la centralización de dinero que busca valorizarse como capital en manos de los bancos y de los fondos de pensión y colocación financiera. Son las ganancias no reinvertidas de las empresas, las obtenidas en las economías de origen en el mercado interno, pero también las que resultan de la repatriación de dividendos y regalías derivadas de las inversiones directas en el exterior (las IDE). Están los flujos de intereses provenientes de la deuda del Tercer Mundo, a los cuales se sumaron los de los préstamos bancarios internacionales a los países en vías de industrialización rápida del Sudeste Asiático. Luego están las sumas acumuladas por individuos o familias muy ricas y colocadas en los mercados. En algunos casos son montos que resultan de anteriores colocaciones exitosas, de especulaciones concluidas triunfalmente. En otros, son sumas percibidas por la renta del suelo, del subsuelo y las fuentes de energía. Finalmente, están las sumas centralizadas en el seno del sistema financiero en los Fondos de pensión y los Fondos de colocación financiera (los OPCVM, llamados en EEUU Mutual Funds). Después de un largo proceso de descentralización inicial que pasó casi desapercibido, desde 1980-84 estos fondos pasaron a ser la espina dorsal de la acumulación financiera. En el curso de los años 90 a los asalariados estadounidenses se les impuso un cambio en el sistema de jubilaciones.[17] El sistema de “prestaciones definidas” dio su lugar al llamado de “cotizaciones definidas”. Son los fondos relacionados con este sistema los que sufrieron los más importantes “daños colaterales”. Uno de los puntos en que difiero con Michel Husson es que él no registra más que una sola fuente de acumulación de lo que llama “capitales libres”, las ganancias no revertidas de las empresas. La única mención que hace al ahorro salarial es su utilización según la modalidad francesa de los últimos 10 años en sustitución de salarios. Otro punto de desacuerdo es hacer de la financiarización una consecuencia de la modificación en la distribución del valor agregado, mientras que la reconstitución del poder del capital a interés es uno de los factores que, por el contrario, estuvo en el origen mismo del tatcherismo y del cambio de relaciones de fuerza entre el capital de trabajo.
El correcto término marxiano para indicar lo que hoy se llama de manera genérica “la finanza” es “capital a interés”.[18] Hay que destacar tres rasgos característicos de este capital. El primero es que los “derechos a percibir valor” son un “capital” para quienes los poseen y administran, pero no desde el punto de vista del movimiento de acumulación de capital en el pleno sentido de la palabra. Los títulos financieros son “la sombra” de un capital ya instalado o ya gastado. En el caso de las acciones, escribe Marx, su naturaleza económica es la de “duplicados de papel del capital efectivo, lo mismo que si al talón se le adjudicase un valor propio además del de la carga y conjuntamente con ella”.[19] El segundo rasgo del capital a interés es lo que Marx llama “capital al margen del proceso de producción”[20], es decir su exterioridad a la producción, una de cuyas expresiones es el “cortoplacismo”, el horizonte muy corto de los financistas y ellos imponen a las empresas. Esto deja cada vez menos tiempo a la creación de condiciones de producción de plusvalor a largo plazo, impulsando entonces todo hacia lo que David Harvey ha llamado “la acumulación por desposesión”, cuya forma principal, en los países capitalistas avanzados, es la privatización de los servicios públicos y del sector no mercantil. El tercero, es la forma específica de fetichismo que engendra con respecto a las fuentes de la valorización del dinero a través de préstamos, colocaciones y especulación con los precios: “el capital se revela aquí como una fuente misteriosa y autóctona de interés, de su propio incremento (…) En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a sí mismo, del dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento”.[21]
El capital a interés tiene sin embargo como único sustrato el flujo de dividendos e intereses de los préstamos a los Estados, a las empresas, a los hogares, cuyo origen está en las punciones sobre la sustancia económica real, el valor y el producto excedente, por medio de quitas en los ingresos llamados “primarios”. Los mecanismos a través de los cuales se efectúan estas punciones (impuestos destinados al servicio de la deuda pública, ganancias no reinvertidas, dividendos “excepcionales”, recompra de acciones bursátiles, impuestos destinados al servicio de la deuda, salarios centralizados en los Fondos de pensión del mercado financiero y por lo tanto sustraídos al consumo salarial, salarios disminuidos por los reembolsos de créditos hipotecarios e intereses de las tarjetas de crédito, etcétera, etcétera) vinieron a hacer más lenta la acumulación (“pesaron sobre el crecimiento”, para retomar una presión usual), mientras que simultáneamente la masa de los “derechos a percibir valor” se inflaba. La mayor parte del “fruto” de las punciones quedó en el interior del sistema financiero. Así engrosado, el capital ficticio fue reinvertido en operaciones en las cuales parecía dotado de una capacidad de crecimiento propio. La suba del valor nominal de los títulos bursátiles (capitalización bursátil) es una clásica expresión de esto. El gráfico que acompañamos sobre el valor bursátil de las acciones cotizadas mundialmente y la producción mundial da una idea de la dimensión de este crecimiento endógeno bursátil y la amplitud de su distanciamiento del PNB mundial tomado como indicador de la producción de valor y plusvalor.
Montajes financieros que levitan y “funcionalidad de la finanza”
Los mercados financieros parecen dotados de la capacidad no solamente de succionar el valor y el plusvalor de la economía “real”, sino de aparentar “crear valor” por sí mismos. Mientras mayor fue la duración de la acumulación capitalista sin verdadera ruptura, más fuerte se hizo el entrecruzamiento de estos dos procesos, más engrosó la masa de “capitales” buscando valorizarse mediante operaciones financieras y más se acentuó su carácter ficticio. Dado que el flujo de valor y de plusvalor llegaba a estar restringido por los límites propios del ciclo completo de capital (D-M-P-M’-D’), es decir del movimiento efectivo de la producción y la comercialización, la carrera hacia los nuevos mecanismos de valorización ficticia (las “innovaciones financieras”) se intensificó. Al lado de aquellos títulos que tenían un lazo identificable con la producción y la comercialización de mercancías, se desarrolló en el transcurso de los años 90 y más aún a partir de los años 2000, una acumulación aún más profundamente ficticia de sumas que eran consideradas como “capital”, de la que los productos “titularizados” fueron la expresión más acabada. Ellos nos han puesto ante mecanismos de valorización especulativa situados en pura levitación con respecto a la economía real. El complejo montaje financiero de los préstamos hipotecarios subprima tenía como único sustento los salarios bajos y precarios de los trabajadores más pobres y las casas muy baratas que los bancos tomaron, pero que luego ya no pudieron revender. Este es el contexto en que se produjo la fuga hacia adelante en el crédito y la titularización y en el cual las operaciones puramente fraudulentas al estilo de Bernard Madoff pudieron proliferar. Una de las expresiones fue que el endeudamiento de las mismas sociedades financieras se disparó, con el entrecruzamiento de deudas mutuas. Este endeudamiento “endógeno” al sistema financiero se incrementó entre 2000 y 2008 a un ritmo mayor incluso que el de los hogares. Las sucesivas etapas de la crisis financiera entre julio y agosto 2007 y septiembre 2008 estuvieron caracterizadas por la paralización del crédito interbancario (que comienza a fin de agosto 2007), luego por el hundimiento de los montajes más peligrosos, hasta la caída de la banca Lehmann.
Participación de las ganancias financieras en el total de las ganancias
Los dos gráficos adjuntos –uno elaborado por Charles Michaloux y el otro por Monthly Review– dan ejemplos de las llamadas “ganancias financieras” en Estados Unidos, país que suministra todas las estadísticas que permiten calcularlas. Uno muestra la relación de los beneficios con el stock de capital neto para las sociedades financieras y no financieras; el otro, la parte de ganancias financieras sobre el total de las ganancias. Estas incluyen una gama amplia y heterogénea de distintas ganancias: intereses y dividendos, ganancias provenientes de todo tipo de especulaciones propias, comisiones por las que se hicieron para los clientes, honorarios por el montaje de operaciones de fusión-adquisición y todo tipo de consejos financieros. Un grupo de economistas brasileños de la Universidad Federal de Espirito Santo, Reinaldo Carcanholo, Paulo Nakatani y Mauricio Sabadini, que están entre las pocas personas que trabajan con la noción de capital ficticio, han propuesto la noción “ganancias ficticias” para caracterizar las ganancias financieras. Su trabajo es estimulante, si bien yo no estoy de acuerdo con la idea de que las “ganancias ficticias” habrían sido un “nuevo y poderoso factor que vino a contrarrestar la baja tendencia de la tasa de ganancia”.[22] Creo que esto sólo pueden lograrlo factores que afecten la tasa de explotación o el precio de los elementos constitutivos del capital constante. Pero estos economistas brasileños pusieron correctamente el dedo sobre la necesidad de examinar estrechamente y descomponer las ganancias de las sociedades financieras. The Economist estimaba en 2008 que las “ganancias” obtenidas por las comisiones y otros gastos de gestión de las especulaciones financieras representaba el 27% de las ganancias de 500 sociedades del índice Standard & Poor. Contrariamente a lo que sostiene Michael Husson, se trata claramente de ganancias virtuales resultantes de la valorización de activos financieros y no de transferencias efectivas de plusvalor hacia el sector financiero.
Un último punto a considerar muy brevemente: la funcionalidad de la finanza. Marx, Hilferding y quienes han estudiado la teoría del capital a interés después de ellos, le han reconocido la de facilitar las transacciones comerciales (M y M’ en la fórmula del ciclo completo de la acumulación); la de poner a disposición de las empresas sumas para la inversión abriendo líneas de crédito; la de contribuir mediante innovaciones organizativas, un ejemplo típico de las cuales fueron las sociedades por acción, a la reunión de capitales dispersos para grandes inversiones. En el primer caso, la velocidad con la cual el crédito comercial es creado, pagado y renovado hace que no se dé lugar a la creación de capital ficticio. No ocurre lo mismo con el crédito a mediano plazo, donde hay creación de capital ficticio, ni como se vio anteriormente con los títulos de sociedades por acciones. La noción de funcionalidad de las finanzas fue extendida a las formas mediante las cuales el régimen o modelo de crecimiento neoliberal financiarizado trata de cerrar el ciclo del capital y asegurarse un cierto grado de estabilidad macroeconómica. Efectivamente fue “la finanza” quien lo concibió: desenfrenado consumo de lujo de los ricos; desarrollo por el sistema financiero de modalidades nuevas de crédito a los hogares empujando a un grado de endeudamiento cada vez es mayor; invención de montajes financieros como la “titularización” para hacer “líquidas” las acreencias así creadas sobre el ingreso de los hogares, etcétera. Puede verse esto como la manifestación de un grado muy alto de “funcionalidad” de la finanza... Pero, ¿no sería preferible definirlas cómo respuestas que esta forma de capital que se valoriza mediante el “ciclo corto” trata de dar al fetichismo y el parasitismo capitalistas que empuja a su paroxismo?
Prolongar el “modelo” todo el tiempo que se pueda
Los resortes del “modelo neoliberal” están rotos. Se constata endeudamiento masivo de los hogares en Estados Unidos, el Reino Unido y en muchos países del “modelo anglosajón”; una especulación inmobiliaria desenfrenada, que deja tras de sí en Estados Unidos, pero también en países como España o Irlanda, un elevado stock de alojamientos vacíos. En los países industrializados, las medidas de “relanzamiento”, cuyo efecto se hace sentir, reposan en un endeudamiento muy elevado de todos los gobiernos. Estos se preguntan en qué momento estarán en condiciones de hacer caer su peso sobre los asalariados –puesto que sobre ellos pesa a la fiscalidad– sin debilitar el consumo. Después de 2001 la acumulación industrial fue motorizada por las inversiones en China y Asia en general, dirigidas en última instancia hacia la exportación, lo que tuvo un efecto de arrastre en algunos países productores de materia prima. Esta configuración es insostenible. Semana tras semana, las principales publicaciones financieras de Nueva York y de Londres se inquietan sobre la capacidad y la voluntad de los dirigentes chinos para lograr que la demanda del consumo interior aumente. Esto supondría un fuerte aumento de los salarios y por lo tanto la instauración del derecho de organización sindical y la legalización de huelgas para arrancarlos mediante la lucha a la nueva oligarquía capitalista, lo que implicaría a su vez el cuestionamiento del monopolio político del Partido Comunista chino.
El salvataje de los bancos, la ayuda dada a los mayores grupos industriales y sobre todo las inversiones efectivas masivas de China en infraestructura ferroviaria y autovías, han creado una meseta que permite a gobiernos y medios anunciar “el fin de la recesión”. En este contexto se realizó la reunión del G20 en Pittsburg con una agenda tendiente a mantener todo lo posible el status quo anterior. La institucionalización del G20 permite integrar este cónclave en un marco más amplio, que lava la cara a los capitalismos europeos permitiendo sobre todo al Brasil y la India cantar victoria. La modificación de los derechos de voto en el FMI será hecha a costa de los países europeos. En todo caso, la crisis en curso acelerará la declinación de Europa en el seno del capitalismo mundial. La cuestión planteada a los asalariados de la juventud de Europa es dejarse o no arrastrar por la decadencia social que acompañará cada vez más fuertemente la caída del capitalismo europeo.
Por lo demás, la reunión de Pittsburgh muestra que las posiciones del capital financiero siguen siendo muy fuertes. La ayuda masiva concedida a los bancos de los fondos de colocación en septiembre-octubre 2008 se tradujo a la fuerza social y política de los accionarios-propietarios de bancos y empresas, de los gestionarios de fondos y los dirigentes industriales pagados con stock options. El éxito de salvataje les permitió preservar su dominación. La adopción por el G20 de nuevas “reglas” estadounidenses y no de las proposiciones un poco más “severas” de Alemania y Francia en materia de remuneración de los traders fue la expresión más simbólica. Los paraísos fiscales salen indemnes: solamente el 5% de ellos han firmado acuerdos de cooperación, y éstos no los comprometen a gran cosa puesto que los bancos y los fondos especulativos no tendrán impedimentos para hacer operaciones marcadas por el fraude y la evasión fiscal. La publicidad en torno a las cuentas de la Unión de Bancos Suizos (UBS) no debe ocultar el hecho que, incluso en Suiza, el secreto bancario sigue siendo prácticamente intocable.

Todos advierten, incluso los medios de las finanzas, que se han formado nuevas burbujas especulativas. La perspectiva de tener que enfrentar el entrecruzamiento de una crisis económica muy larga y manifestaciones graves de la crisis climática debe ser integrada en el pensamiento revolucionario. Este es el objeto del informe escrito por Daniel Tanuro al que ya antes hice referencia, y también del libro de Isabelle Stengers[23] analizando el ingreso de la humanidad en un nuevo período de la historia de la barbarie capitalista, el de las catástrofes ecológicas y sus consecuencias en términos de clase. Propone la autora que quienes ya comprendían que la sociedad capitalista “era productora de explotación, de guerras, de crecientes desigualdades sociales, en definitiva, de barbarie” deben a partir de ahora integrar las amenazas específicas de barbarie que nacen del hecho de que asistiremos a diversas manifestaciones (igualmente graves socialmente) del cambio climático, en un contexto marcado de punta a punta por las relaciones de clase capitalistas e imperialistas. Frente a determinadas preguntas cruciales, dice, lo que importa es la capacidad de fabricar colectivamente la respuesta: “Una respuesta no es reductible a la simple expresión de una convicción. Ella se fabrica”. Esta es precisamente la tarea. Se trata primero de decir las cosas como son (“sólo la verdad es revolucionaria”), y luego de liberar el potencial de experimentación colectiva de los asalariados y los ciudadanos, sea cual sea la estructura (asociaciones, agrupamientos aún más informales o partidos políticos) en la que decidan comprometerse. Es una de las vías hacia esta indispensable “fabricación de una convicción colectiva” respecto de la necesidad y la “factibilidad” de la emancipación en las condiciones del siglo XXI y cuya concreción chocará, como en el pasado, con la cuestión de la propiedad y por lo tanto del Estado.


Artículo publicado en francés en Inprecor N° 556-557, enero de 2010. Enviado por el autor y traducido para Herramienta por Leandro Bono y Aldo Casas.
[1] La crisis de 1929, que fue de salto en salto hasta 1933 y recién tuvo tuvo una “salida” con los gastos militares y la Segunda Guerra Mundial es un arquetipo. Ver Isaac Johua, La crise de 1929 et l’émergence américaine, Paris, Actual Marx Confrontation, Presses Universitaires de France, 1999.
[2] Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, Vol. I, Buenos Aires, Siglo XXI Argentina Editores, 1971, pág. 276.
[3] El capital, México, FCE, 1973, Vol. I, págs. 108/109.
[4] Ídem, pág. 424.
[5] Intervención en un programa televisivo de FR3 y entrevista concedida a L’Humanité el 30 septiembre 2009.
[6] El Manifiesto Comunista, Buenos Aires, Herramienta Ediciones, 208, págs. 36/37.
[7] El capital,México, FCE, 1973, Vol. III, pág. 248.
[8] Ver François Chesnais y Claude Serfati, “Les conditions physiques de la reproduction social”, en J_M Harribey y Michael Löwy (sous la direction de), Capital contre Nature, Paris, Actuel Marx Confrontation, Presses Universitaires de France, 2003. En este trabajo se reconoce y se busca una explicación al gran retraso en la crítica marxista hasta no hace mucho tiempo.
[9] Michael Husson lo demuestra en “Un capitalisme vert est-il possible?”, en Contretemps, nouvelle série, nº1, septiembre-diciembre 2009.
[10] Ver Daniel Tanuro, “Rapport sur le changement climatique et les taches des anticapitalistes”, Imprecor, julio-agosto 2009, punto 17. Hay versión en castellano en el sitio Punto de Vista Internacional.
[11] Posición sostenida por Bernard Rosier, invocando la necesidad de un “retorno del materialismo histórico” diferenciado de cierta vulgata que poco tenia que ver con Marx. Ver Bernar Rosier y Emmanuel Dockès, Rythmes économiques: Crises et changement social, une perspective historique, Paris, La Découverte/Maspéro, 1983, pág. 178.
[12] El capital México, FCE, 1973, Vol. III, pág. 248.
[13] Término “neutro” concebido por los economistas neo-schumpeterianos evitando definirse con respecto a los efectos políticos y sociales de estas “transformaciones”.
[14] Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence, Londres-Nueva York, Verso, 2006.
[15] Marx dixit: “El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capitalEl capital ob. cit., Vol. III, pág. 248.
[16] Para un tratamiento más completo y detallado de estas cuestiones, François Chesnais “La preeminencia de las finanzas en el seno del ‘capital en general’, el capital ficticio y el movimiento contemporáneo de mundialización del capital” en Suzanne de Brunhoff, François Chesnais, Gérard Duménil, Michel Husson, Dominique Lévy Las finanzas capitalistas. Para comprender la crisis mundial, Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2009.
[17] Ver Catherine Sauviat, “Les fonds de pensions et les fonds mutuels: acteurs majeurs de la finance mondialisée et du nouveau pouvoir actionarial”, en François Chesnais (coordinador) La finance mondialisée, racines politiques et sociales, configurations, conséquences, Paris, Editions La Découverte, 2004.
[18] Ver François Chesnais, “La preeminencia ...”, nota 17.
[19] El capital ob. cit., Vol. III, pág. 449.
[20] Ídem, pág. 359
[21] Ibídem, págs. 373/374
[22] Reinaldo Carcanholo y Paulo Nakatani, “Capitalismo especulativo y alternativas para América Latina”, Buenos aires, Herramienta Nº 35, junio 2007, págs. 34/35.
[23] Isabelle Stengers, Au temps des catastrophes. Resister à la barbarie qui vient, Paris, Editions Les Empecheurs de penser en ronde/La Découverte, Paris, 2009. Para un comentario más extenso, ver François Chesnais “Socialismo o barbarie: las nuevas dimensiones de una alternativa”, Herramienta Nº 42, octubre 2009.

http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-5/crisis-de-sobreacumulacion-mundial-crisis-de-civilizacion

Sem comentários:

Related Posts with Thumbnails