Dean Baker
A resultas de la recesión que trajo consigo el colapso de la burbuja inmobiliaria, mucha gente apeló a la necesidad de una nueva teoría económica. Y no faltan razones para sostener que precisamos de una nueva teoría económica, pero el mayor problema es que los economistas ni siquiera abrazan consecuentemente la vieja. No, al menos, cuando ésta va a redropelo de la forma de pensar aceptada en los círculos políticos dominantes.
Eso resulta tal vez superlativamente obvio en la (falta de) respuesta de los economistas al enorme déficit comercial de los EEUU. En un sistema de tipos de cambio flotantes, el ajuste a un gran y persistente déficit comercial se supone que pasa por una devaluación de la propia moneda. Eso es ortodoxia económica 100%.
Los economistas ridiculizan a la gente que se preocupa por los puestos de trabajo perdidos a causa de las importaciones, replicándoles que así se crearán nuevos puestos de trabajo en otros sectores de la economía. No deja de haber cierta lógica en esa réplica, pero parte esencial de ella es el supuesto de la devaluación del dólar.
Supongamos que los EEUU empiezan comprando 100 mil millones de dólares de bienes manufacturados cada año, que vienen a reemplazar a bienes por valor de 100 mil millones que hasta ahora se producían en el interior. Se supone que esto significa que hemos incrementado nuestra oferta de dólares en los mercados internacionales de divisas por un monto de 100 mil millones de dólares al año, sin aumentar para nada la demanda. Con una mayor oferta de dólares, y sin alteraciones en la demanda, el precio del dólar caerá en relación con el de las otras monedas extranjeras.
Un dólar así depreciado hace más baratas las exportaciones estadounidenses para las personas que viven en otros países, lo que traerá consigo el aumento de las exportaciones. Un dólar devaluado hará también que las importaciones de otros países resulten más caras, lo que nos hará importar menos. Si exportamos más e importamos menos, crecerán las exportaciones netas, creando puestos de trabajo y reequilibrando la balanza comercial. Eso es lo que dicen los libros de texto de la ciencia económica al uso, y esa es la razón de que los buenos librecambistas no se preocupen por la pérdida de puestos de trabajo acarreada por las importaciones.
¿Pero qué pasa, si no se permite la caída del dólar? En la última década, muchos países, y señaladamente China, han vinculado explícitamente su moneda al dólar. Lo hicieron por la vía de comprar dólares en los mercados internacionales de divisas, cuando sus excedentes comerciales (que son nuestro déficit comercial) conducían a un exceso de oferta de dólares. En efecto, la acción de esos gobiernos consiste en prevenir el normal proceso de ajuste que reequilibraría la balanza comercial y mantendría a la economía de los EEUU en una situación de pleno empleo.
Sin ese proceso de ajuste, la pandilla del “libre comercio” se queda sin argumentos reales. Es de todo punto plausible que un incremento de las importaciones lleve a mayores tasas de desempleo, porque el mecanismo de ajuste que supuestamente debería reequilibrar a la economía hacia el pleno empleo no funciona. Todo eso es teoría económica ortodoxa de manual.
Ello es, no obstante, que resulta posible concebir otros canales capaces de llenar el hiato así abierto. Pero esos otros canales no son de ningún modo automáticos. Podríamos, por ejemplo, permitir que el gobierno incurriera en enormes déficits presupuestarios, creando demanda o por la vía de amentar el gasto, o por la de rebajar los impuestos. Sin embargo, nada apunta a que el gobierno vaya a emprender semejante senda, particularmente cuando los halcones del déficit imperan a sus anchas en Washington.
Otra posibilidad es que la Fed rebaje los tipos de interés, estimulando así la demanda. Pero, aun en los mejores momentos, esa es un arma de doble filo. La inversión sólo muy moderadamente responde a tipos de interés más bajos. Unos tipos de interés más bajos consiguen siempre, y por mucho, su mayor impacto en la esfera del consumo. Cuando ese canal de los tipos de interés bajos funciona, significa que la gente tomará a préstamo montañas ingentes de dinero para poder comprar cosas, cubriendo de esta guisa el abismo en la demanda abierto por el déficit comercial. Eso nos deja con unos hogares endeudadísimos, incapaces de ahorrar nada para la jubilación. ¿Os suena?
Claro es que cuando los tipos federales se hallan ya rozando el cero, como es ahora el caso, la senda de estimular la demanda con una tasa de interés baja no puede llevar a sitio alguno. En principio, la Fed podría dar más pasos espectaculares, como su política de flexibilización cuantitativa, pero no hay en Washington muchas ganas de llevar demasiado lejos este tipo de medidas extraordinarias.
Los que nos devuelve a los tipos de cambio. Los economistas de la corriente principal que creen en su propia teoría económica deberían andar a voz en grito con el presente dólar sobrevaluado y exigir a campana herida acción inmediata para devaluar el dólar a niveles más compatibles con el equilibrio comercial. Sin embargo, los economistas no han dicho ni pío sobre este asunto.
Todo o más, una muchedumbre de vagarosos comentarios sobre la necesidad de que China revalúe su moneda frente al dólar, acompañados de lamentos sobre la condición de gran potencia de China, la cual, y por lo mismo –¡qué pena!—, no querrá depreciar. Huelga decir que los EEUU no son el país precisamente más desamparado de los países de la tierra, y no se ve porqué no habrían de poder depreciar el valor del dólar en los mercados internacionales de divisas.
Joe Gagnon y Gary Hufbauer, ambos economistas 100% ortodoxos del Peterson Institute for International Economics, han desarrollado una propuesta muy sencilla para presionar a China e inducirla a reducir su acervo de dólares. Sugieren gravar fiscalmente los dólares de los que China es tenedora con una tasa anual del 20%. Eso podría hacer de un modo de todo punto legal, conforme a los acuerdos comerciales de los EEUU, y no tendría el menor efecto lateral negativo.
La cuestión levantada por esta propuesta es: ¿por qué no vienen todos los economistas en apoyo del plan Gagnon-Hufbauer, o de alguna otra medida semejante? El sobrevalorado dólar es uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la recuperación de un equilibrio económico normal, con niveles cercanos al pleno empleo. Es éste un asunto en el que todos los economistas de la corriente principal deberían coincidir de buen grado.
Ni que decir tiene, hay poderosísimos grupos de interés a los que no les gustaría nada ver caer el dólar. Es lo más probable que Goldman Sachs, J.P. Morgan y otros grandes bancos estén más que satisfechos de ver como sus dólares pueden seguir comprando activos chinos. Análogamente, Walmart y otras grandes empresas de venta minorista no ansían precisamente incrementos de precio en los productos que importan en grandes cantidades. Y Pfizer, Apple y Time-Warner se preocuparían probablemente mucho si irritáramos al gobierno chino llevándole la contraria en su política de divisas, porque entonces podría perder celo a la hora de proteger las patentes y los derechos de copyright de esas empresas norteamericanas…
Si lo que anda en juego tuviera que dirimirse únicamente con argumentos procedentes del arsenal de la teoría económica ortodoxa –esa que todo el mundo se ve obligado a estudiar en las licenciaturas de economía—, no habría el menor problema para reclutar al grueso de la profesión a favor de propuestas como las de Gagnon y Hufbauer. ¡Ah!; pero los intereses de quienes tienen dinero y poder parecen estar enfrente. Y enfrente es precisamente en donde se halla también el grueso de los economistas.
Moraleja: es muy posible que precisemos de una nueva teoría económica; pero ante todo y sobre todo, lo que necesitamos son economistas intelectualmente honrados. No parece que ahora mismo haya muchos. Y no se ve muy bien cómo una nueva teoría económica podría cambiar ese hecho.
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