Veronica Gago
En el marco de las Primeras Jornadas de Trabajo Doméstico Remunerado, las investigadoras Débora Gorban y Ania Tizziani analizan el rol de las empleadas domésticas en el circuito productivo y en la institución familiar. Hacen foco en ese lugar tan indefinido entre lo privado y lo público, lo familiar y lo laboral, la falta de regulación cierta y las órdenes a cumplir en el que se mueven estas trabajadoras. La deuda de trabajos teóricos sobre un tema que tanto hace a cuestiones de género comienza a saldarse lentamente.
El mundo del trabajo doméstico remunerado mixtura mucha proximidad física y alta desigualdad social, pone en juego el tipo de valoración del trabajo femenino en general (pago y no pago), la relación entre lo público y lo privado, las fronteras de moralidad que se negocian en ese cruce entre el espacio de trabajo y el espacio íntimo de la casa, pero también revela en la cotidianidad cómo se expresan cuestiones vinculadas a trayectorias de migración y a las diferencias de clase. Además, está la perspectiva, el relato de las propias trabajadoras: ¿es o no un empleo transitorio?, ¿es mejor ser cartonera o empleada doméstica?, ¿es considerado trabajo o no por las parejas que “condenan o permiten” esta forma de conseguir ingresos?
Desde el punto de vista de su legislación, su regulación laboral no es de fácil cumplimiento: ¿cómo se hace para fiscalizar lo que sucede puertas adentro de las casas?, ¿cuál es el límite entre empleo y relación afectiva con la empleadora? ¿Las empleadoras siempre son otras mujeres?
Estas preguntas fueron abordadas y debatidas en las Primeras Jornadas de Estudio de Trabajo Doméstico Remunerado, realizadas en la Universidad de Gral. Sarmiento, coordinadas por las investigadoras Débora Gorban y Ania Tizziani. También se contó con la participación del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social que, por medio de una presentación de Daniel Contartese, actualizó la caracterización del servicio doméstico en Argentina (ver algunos datos en recuadros).
LA OTRA
Muchacha, cachifa, criada, empleada, empregadinha, sirvienta son palabras que a lo largo de todo el continente sintetizan una relación compleja y muchas veces íntima. Gorban (DG) y Tizziani (AT) enfatizan justamente el problema de la proximidad entre las mujeres que trabajan en el ámbito doméstico y sus empleadoras. Estas mujeres pasan a ser parte de una cotidianidad familiar, al mismo tiempo que muchas veces se las invisibiliza y desvaloriza. Pero también esa proximidad está presente y es ineludible para quienes investigan.
¿Qué problemas trae esto en términos de legitimidad académica del enfoque y del objeto de investigación?
D. G.: Hay una relación conflictiva entre quienes se dedican a las ciencias sociales y pretenden estudiar trabajo doméstico. Y es porque hay una proximidad especial. Es un problema de origen en la relación entre el feminismo y la cuestión de las empleadas domésticas: la controversia es fuerte y no hay tantos trabajos al respecto.
A. T.: En Brasil y México, dos países con un importante sector del empleo femenino dedicado al trabajo doméstico, esto está más trabajado. Pero es reciente, ahora casi un boom de los últimos años.
¿Cuál es concretamente el problema de la proximidad?
A. T.: Que ningún investigador o investigadora puede dejar de poner en juego su propia relación con su empleada doméstica. Esta es una de las razones por las cuales el tema no está legitimado en el medio académico. El segundo punto es la invisibilidad del trabajo doméstico en general, no sólo el remunerado, y de su aporte a la reproducción de la sociedad. No está medido ni asumido como trabajo. Y si no se asume el trabajo doméstico femenino no remunerado, menos aún el trabajo de empleadas domésticas.
D. G.: Además, desde sus orígenes, la sociología del trabajo estuvo más ligada a los estudios tradicionales vinculados a lo que pasa dentro de la fábrica y a la transformación de los procesos productivos, y en general le ha costado detenerse a mirar qué pasaba con esas actividades que son difícilmente catalogadas como trabajo. Es como que cuesta llegar a decir “estas mujeres trabajan y por tanto merecen iguales condiciones...”. Es difícil homologar esa situación doméstica con la de otros ámbitos laborales. Esto también sucede porque son realidades muy diferentes. En el caso del trabajo doméstico se da una particularidad: se está siempre en el límite entre lo laboral y la relación afectiva, y esto porque se debe a que es un trabajo puertas adentro, porque la relación es con una empleadora –patrona en el lenguaje de las entrevistadas– que termina siendo de confianza, a veces “amiga”, lo cual suma dificultades para pensar la actividad como trabajo, con regulaciones, horarios, etc.
¿Qué es lo que han encontrado a partir de las entrevistas realizadas?
A. T.: Las entrevistadas nos señalaron fuertemente la desvalorización del trabajo que realizan, del tipo de tarea y de su calidad. Una de ellas directamente me decía que son muy pocos los empleadores que lo reconocen como un trabajo y que creen que debe ser pagado en tanto tal. Entonces, la desvalorización social de las labores domésticas está directamente vinculada a los bajos salarios: se paga poco porque se valora poco el trabajo que estas mujeres hacen.
D. G.: Hasta este tipo de reclamos está siempre permeado por esta relación doble: afectiva y laboral. En general, muchas mujeres dicen: “No reconocen todo lo que yo hago por ellos”. Es un tipo de reclamo de reconocimiento que se le puede hacer a una amiga o a un familiar. Pero el mismo lenguaje que remite a relaciones afectivas y personales escuchamos de parte de la empleadora: “Me falló”, “me dejó”, “se fue”. En ese reclamo, de traición afectiva, también está presente el reclamo por la propia relación laboral: no respeto de aumentos, de horarios, de días por enfermedad.
CUERPO DOLORIDO, CUERPO INVISIBLE
D. G.: La cuestión del cuerpo está en primer plano. Porque es un trabajo desgastante para las mujeres, tiene consecuencias físicas notorias; además, como no hay regulación en ese espacio doméstico, te cuentan: “Estaba con una lesión en la espalda, pero la señora me hizo limpiar todos los vidrios de la casa igual”. Hay un desconocimiento de ese cuerpo doliente por parte del empleador sin que nadie exija, por ejemplo, una licencia médica, que queda siempre librada a la buena voluntad de “la señora”. La otra cuestión referida al cuerpo es la doble invisibilidad de la trabajadora en el espacio doméstico. Por un lado, en tanto trabajo. Siempre se habla de “la chica que me ayuda”, “la muchacha”, nunca es la trabajadora, y además siempre es la chica aunque tenga 50 años, lo cual refiere a un estado de minoridad. Esa mujer está inmersa en la vida de una familia, en su cotidianidad, y muchas veces es ignorada. Hay peleas de pareja, conflictos familiares, que se dan delante de ella, algo que sin embargo tratarías de no hacer frente a un amigo. Pero estas mujeres presencian esas situaciones, lo cual las involucra de un modo particular en la cotidianidad. Por otro lado, sus elementos de trabajo tienen que ver con la ropa, por ejemplo, con los elementos íntimos de cada miembro de la familia. Y eso en un punto es ambiguo, porque también hace de ellas alguien invisible: “que esté o no esté no me molesta”. Si lo pensamos en relación a los sirvientes y cortesanos del siglo XVII hay algo en común: los nobles se desnudaban y bañaban delante de ellos sin pudor porque de algún modo era como si no estuvieran, como si no fueran personas. A las empleadas domésticas, además, se les pide, a muchas, que se tapen: se les hace usar uniforme para que “no se muestren”, para que los hombres de la casa no las vean como “mujeres” en cierto sentido.
A. T.: Al mismo tiempo que se da esta invisibilización como mujeres, se trata de un trabajo que se entiende que sólo pueden realizar mujeres. El trabajo doméstico es feminizado al 98%. Es una invisibilización del cuerpo femenino que es indisociable de la atribución de un rol femenino a esas tareas. En este sentido, el mundo del servicio doméstico es un nudo entre el mundo público y el privado, la desvalorización y la necesidad de las tareas femeninas de cuidado, limpieza y asistencia. Hay una voluntad del sindicato más importante del rubro de hacer una estandarización y categorización de las tareas corporales y técnicas, lo cual no es fácil porque siempre varían en relación a la decisión y a la necesidad del empleador. Por ejemplo, la legislación diferencia entre una niñera y una empleada doméstica, aunque esto rara vez se cumple.
REGULAR UNA SITUACION CASI SIEMPRE IRREGULAR
La particularidad del servicio doméstico es que justamente se realiza en un ámbito catalogado como privado. Lo cual habilita una interfase entre lo público de la regulación y lo privado de ese espacio de trabajo que es la propia vivienda de los empleadores.
¿Cómo se hace para fiscalizar lo que sucede puertas adentro de las casas?
D. G.: Es un problema. Además hay que multiplicar esto por la variedad de relaciones empleada-empleadores que existen. Hay que subrayar esta realidad de que no todas trabajan ocho horas por día para un mismo empleador. Hay una diversidad de situaciones que deben ser contempladas. Por ejemplo, hay muchas que trabajan por lo menos con cuatro empleadores diferentes durante la semana, hay algunas que hacen una jornada con uno y otra con otro y, en cambio, otras que van a tres casas distintas en un mismo día. Otro eje que es particularidad de este trabajo es la relación con sus empleadores, también muy heterogéneas. En este sentido, las condiciones de trabajo terminan recayendo en la singularidad de la relación afectiva que se establece con quienes las contratan.
A. T.: Lo cual supone una relación extremadamente individualizada de las condiciones de trabajo. Cada empleada negocia individualmente con su empleadora las pautas que van a regir esta relación de trabajo. Además, por el modo en que trabajan las empleadas domésticas, muchas de ellas no entran dentro de la regulación que sólo cubre a las categorizadas como asalariadas. El decreto-ley de 1956 define como asalariadas a aquellas que trabajan al menos cuatro horas cuatro veces a la semana para el mismo empleador. Entonces, si una empleada trabaja más de cuatro horas pero distribuidas en menos días de semana, no está contemplada. Según los últimos datos, hoy sólo el 43% de las empleadas podría acceder –lo cual no quiere decir que accedan– a esta calificación de asalariadas. Hay otra regulación que es el Régimen Especial para Seguridad Social del Trabajo de Servicio Doméstico, que desde el 2000 estipula la obligatoriedad para el empleador de hacer aportes patronales para aquellas que trabajan más de seis horas semanales para un mismo empleador/a. Esto sólo cubre jubilación y obra social, lo cual es bastante, pero no regula las condiciones de trabajo.
D. G.: Sin embargo, hoy se nota un mayor conocimiento de las empleadas de sus derechos. Quiero decir: que perciben sus demandas en términos de derechos, de lo que corresponde, y no de favores que le hace una u otra patrona.
A. T.: Hay una mayor referencia al derecho laboral, sobre todo cuando esto implica poder acceder a obra social y jubilación. Hace algunos años se hicieron, por ejemplo, varias fiscalizaciones en countries. Esto es un avance enorme.
La nueva legislación cubriría a casi el 90% de las empleadas domésticas porque es esa cifra la que trabaja para un mismo empleador por lo menos seis horas. Pero la complejidad es enorme, porque cuando una trabajadora doméstica trabaja tres horas aquí y cuatro allá y tiene que asegurarse que cada empleador le haga los aportes, resulta otra realidad: finalmente son menos del 10% las empleadas domésticas que están registradas tal como estipula la legislación.
Otro punto es que hablamos de empleadoras como una relación estrictamente entre mujeres...
A. T.: Es que eso abre todo otro plano. ¿Qué pasa del lado de las mujeres empleadoras? ¿Cuáles son sus necesidades? La realidad de partida es el aumento de la población femenina en el mercado de trabajo y la falta de servicios públicos de cuidados. De nuevo, volvemos a la invisibilidad del trabajo doméstico a pesar de su importancia: ¿quién lo hace cuando la mujer de la casa sale a trabajar? Acá ya estamos más allá de pensar a las empleadas domésticas como se hacía antes, como signos de distinción de clase para algunos sectores sociales.
DESIGUALDAD SOCIAL Y DE GENERO
D. G.: Un mercado de trabajo en el que las mujeres participan cada vez más y una sociedad que no oferta servicios de cuidado obliga a cada quien a buscar una solución individual. Ahora, como se expuso en las jornadas, el índice de desigualdad está ligado al índice de desarrollo de los países. En los países escandinavos, por ejemplo, el número de empleadas domésticas es ínfimo, porque hay una red de servicios de cuidado por parte del Estado que es muy amplia, además de que las licencias por maternidad son de hasta dos años. Hay todo un entramado de políticas públicas que cubren esas necesidades que están creciendo en todas las sociedades en las últimas décadas. En una sociedad como la nuestra se vuelve tarea de la mujer que sale a trabajar resolver el cuidado por medio de la contratación privada de otra mujer. Con toda la discusión que esto implica sobre el privilegio de las mujeres de clase media, clase media-alta, que pueden ejercer su profesión o desarrollar un trabajo calificado dependiendo de la disponibilidad de mujeres de sectores populares o clase baja que les cuiden los hijos por un sueldo casi siempre relativamente bajo.
A. T.: Es una desigualdad social entre empleadas y empleadoras que te permite disimular la desigualdad de género en la distribución de las tareas domésticas. Hay algunas investigadoras que sostienen que el acceso fácil, y sobre todo barato, al servicio doméstico como una cuestión de clase es lo que ha obstaculizado históricamente el avance del feminismo en su crítica a la distribución de tareas por género en países como Argentina y Brasil, y más en general en América latina.
MIGRACION Y TRABAJO DOMESTICO
Usualmente más trabajado desde los estudios sobre migración que desde la perspectiva del trabajo, el flujo de mujeres que cruza las fronteras en busca de mejores posibilidades de vida suele desembocar en el empleo doméstico. Feminización de la migración y mayor demanda de tareas domésticas van de la mano.
D. G.: Usualmente los que estudian migración derivan luego a pensar el trabajo doméstico como una realidad de esas poblaciones migrantes. En América latina siempre fue “barato” tener servicio doméstico, y eso se refuerza con las migraciones internas y de los países limítrofes. En España, la migración ilegal que proviene sobre todo de Ecuador, Bolivia y Paraguay, genera otro tipo de desigualdad: las migrantes que por defecto llegan al servicio doméstico porque trabajar con cama adentro tiene la ambigüedad de resolverles la cuestión de la vivienda al mismo tiempo que se consolida la situación extra de vulnerabilidad por la falta de papeles.
A. T.: Las investigaciones sobre las cadenas internacionales de cuidado justamente apuntan a esa desigualdad entre países: los desarrollados cubren sus necesidades domésticas y de cuidados a costa de que las mujeres latinoamericanas descuiden sus propias familias.
MOVILIDAD Y CARRERA LABORAL
No se puede entender la valoración de las mujeres del servicio doméstico si no se tiene en cuenta que circulan por trabajos que tienen las mismas características: la precariedad, la inestabilidad, la baja calidad en condiciones de trabajo. Y tampoco se comprende ese círculo no virtuoso sin ver en el mundo del trabajo doméstico algunos rasgos, a escala ampliada y de modo más crudo, de las características del empleo informal en general.
¿Hay movilidad a otros empleos?
A. T.: Yo registré muy poco hacia otros empleos estables o registrados. Pero sí hay movilidad en un circuito de trabajos del mismo tipo: de maestranza, es decir, limpieza en otros ámbitos que no son casas o de auxiliares de enfermería en geriátricos y clínicas. Una mujer, por ejemplo, había sido planchadora en una fábrica textil, entonces cuando me describía su trabajo como empleada doméstica lo hacía en términos de alivio en relación al esfuerzo físico que le suponía el anterior. Otra entrevistada fue empleada en una peluquería, pero prefería ser empleada doméstica porque tenía sueldo fijo y en la peluquería iba a comisión. Lo mismo quienes tienen experiencia en geriátricos, que es muy dura, teniendo a cargo, muchas veces sola, a varias personas. Otra dejó su empleo en una pollería, donde le tocaba matar pollos, a cambio de limpiar en una casa, que le parecía mejor. Entonces, a diferencia de lo que dice la literatura sociológica, el servicio doméstico no es siempre la última y peor opción desde el punto de vista de las mujeres trabajadoras que vienen de sectores pobres, con poca formación educativa (el 80% de las empleadas domésticas no terminó el secundario).
D. G.: Otro punto importante es que la mayoría son mujeres-madres, muchísimas jefas de hogar y con familiares mayores a cargo, lo cual obviamente limita sus posibilidades de capacitarse, de terminar estudios, etc. Otra cuestión que yo vi muy marcada es que son mujeres que están en situación de vulnerabilidad en relación con sus parejas, cuando las tienen, o a las ex parejas. Me refiero a situaciones de violencia doméstica complicadas. Por ejemplo, entrevisté a un grupo de mujeres migrantes paraguayas, relacionadas entre sí por lazos de parentesco: todas cuñadas de una familia de muchos hermanos varones, que ya tienen quince años en Argentina, y todas tienen problemas de violencia con sus parejas. Con esto quiero decir que también hay una fuerte situación de precariedad en este sentido: familiar, conyugal, afectiva, además de la precariedad laboral. La presión de los maridos o parejas para que hagan o dejen cierto trabajo se refleja en las ideas que hay sobre el servicio doméstico y es algo que hay que tener en cuenta en relación a las condiciones de este trabajo. Para algunos varones es una actividad medio controlada, que no termina de ser trabajo, mientras que otros dicen “para qué tenés que ir a limpiar casas ajenas si vos tenés la tuya”.
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