De manera llamativa, el resultado del referendo irlandés sobre el Tratado de Lisboa no parece haber suscitado alegrías manifiestas en los estamentos directores de la Unión Europea. Una de las explicaciones al respecto la aporta, claro, la certificación de que aún queda camino que recorrer para conseguir la plena ratificación del tratado. Ahí están, para certificarlo, las reticencias que este sigue provocando en países como la República Checa y Polonia, y lo que pudiera ocurrir en un futuro no lejano en el Reino Unido de la mano de las iniciativas de determinados sectores del Partido Conservador.
Dejemos constancia, de cualquier modo, de que en esos estamentos directores de los que hablamos no se aprecia ninguna mala conciencia en lo que atañe a lo ocurrido en Irlanda. No se olvide de que este último ha sido el único país que ha sometido a consulta popular el Tratado de Lisboa –está claro por qué los restantes miembros de la Unión han rehuido semejante forma de ratificación– y que para doblegar las opiniones hostiles al texto aprobado en la capital portuguesa se realizaron en su momento concesiones sin cuento. Hay que preguntarse, por lo demás, en virtud de qué excelsa lógica política se ha repetido el referendo irlandés pero se han dado por buenos, en cambio, los resultados de las ratificaciones parlamentarias registradas en los restantes miembros de la UE…
Dejemos atrás, con todo, esas disputas y miremos por un momento al futuro. El escaso entusiasmo que el resultado del referendo irlandés ha suscitado acaso se debe a las muchas dudas que a todos nos asisten en lo que se refiere a la capacidad de la UE, con Tratado de Lisboa o sin él, para superar una crisis endémica que se revela en todos los ámbitos. Cifremos los problemas en una sola cuestión: en esos estamentos directores que hoy nos interesan se barrunta cierto escepticismo en lo relativo a la cacareada capacidad del tratado lisboeta para resolver los problemas de eficacia que atenazan a la UE. Hay quien dice, en este sentido, que el texto llega demasiado tarde, cuando los problemas que pretendía resolver se han enquistado y han surgido otros nuevos. Limitémonos a reseñar, por añadidura, que los presumibles progresos que van a registrarse en materia de gestación de una dirección unificada chocan con la triste realidad que nace de los nombres de las figuras políticas –José Manuel Durão Barroso, Tony Blair, acaso algún dirigente español de controvertida trayectoria– que están o estarán en cabeza de las instancias correspondientes.
Sin Permiso - 18.10.09
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