Llevamos ya varios meses inmersos en una crisis económica que se agrava con el trascurso del tiempo a pesar de todas las medidas puestas en marcha por los diversos gobiernos del mundo y las fabulosas sumas de dinero empleadas en el salvamento de bancos principalmente.
Tres bloques de acontecimientos dan cuenta del desarrollo de la situación. El primero de ellos se refiere a los problemas relacionados con la crisis financiera y los esfuerzos de los gobiernos por evitar el hundimiento de las principales instituciones financieras, especialmente tras el caso del Lehrman Brothers. Se ha ido imponiendo paulatinamente una política de nacionalizaciones “light” cosnsitente en ayudas masivas intentando evitar a la vez cualquier intervención directa en la gestión bancaria por los gobiernos. Las razones de esta resistencia a una política que se impone en la práctica pueden encontrarse, en primer lugar, en el peso muerto de la ideología neoliberal de la etapa precedente a la crisis y, en segundo lugar, en el temor a que una exitosa política de nacionalizaciones bancarias haga más costosa en términos de opinión pública una vuelta posterior a las reprivatizaciones (lógicamente, sí las nacionalizaciones no fuesen exitosas estaríamos hablando de un escenario muy diferente).
El segundo bloque de acontecimientos hace referencia a los de la crisis económica espoleada por la financiera. Paralelo en el tiempo y de menos importancia inicial, este bloque da cuenta de las graves dificultades de financiación de las empresas, de las caídas de producción y del cierre, o su inminente peligro, en grandes sectores económicos. El más tocado en principio ha sido el de construcción, en aquellos países con burbuja inmobiliaria anterior, o el financiero y el automovilístico de manera más general. En este caso la característica sobresaliente de las reacciones gubernamentales ha sido un incipiente proteccionismo en crecimiento.
El tercer bloque ha aparecido un poco más tarde, cuando los efectos de la crisis han mostrado el lado social, y poco a poco ha ido cobrando un protagonismo mayor. Inicialmente el aspecto más resaltado ha sido el rápido ascenso de la cifra de parados, pero se van imponiendo los acontecimientos que tienen que ver con las movilizaciones contra los efectos de la crisis. Relacionado con este bloque podríamos incluir los efectos políticos, con una incidencia poco relevante por el momento. La característica sobresaliente podría ser la existencia de un temor y un malestar difuso sin un cauce de expresión definido hasta ahora.
Los análisis sobre la crisis financiera y económica son abundantes y, en algunos casos, brillantes, por lo que no es necesario detenerse mucho más aquí. Los análisis sobre los efectos sociales y políticos son más difíciles de encontrar. Parece que el aspecto económico primase sobre las consecuencias sociopolíticas.
Las cifras del aumento del desempleo son ya dramáticas; en EEUU son del orden de 600 o 700 mil mensuales, y en España de 150 mil, lo que la convierten en uno de los países de más intensa destrucción de empleo en relación a su población laboral. La OIT estima entre 20 y 50 millones los puestos de trabajo que podrían ser destruidos en el mundo, pasando de 190 a 210-40 millones, dependiendo del escenario que se considere. Pero el optimismo de estas cifras queda en evidencia cuando se considera que solo en China, 20 millones de trabajadores emigrantes chinos perdieron su trabajo a causa de la crisis mundial y regresaron a sus provincias de origen [1] . Por su parte, el Banco Mundial estima que como consecuencia de la crisis habrá 400 millones de pobres más en el mundo [2] .
La escasa reacción social ante esta degradante situación solo se puede entender teniendo en cuenta dos aspectos importantes. El primero es la intensidad de la pérdida de la conciencia solidaria en la clase trabajadora y su desarticulación organizativa, con sindicatos de baja afiliación y normalmente abocados a tareas de servicios. El segundo es el mensaje de temor enviado por la situación. Si se ha extendido una conciencia individualista y los sindicatos como una organización de servicios, la respuesta a una situación como la actual es una sálvese el que pueda. Y esta filosofía no solamente se extiende a nivel micro, entre distintos trabajadores de un mismo taller u oficina, también a nivel macro, cuando se pide no contratar emigrantes, se negocia para que la actividad de una multinacional se quede en el país y se cierren las fábricas en otros, o se apoyan las medidas proteccionistas del respectivo gobierno. Si se es indiferente a la situación del compañero subcontratado o con contrato temporal, imaginemos lo que puede importar el destino del trabajador despedido en China.
Nada nuevo por lo que asombrarnos, en estos años atrás cuando la economía permitía un mejor nivel de vida en los países desarrollados, la situación de miseria de inmensas masas en el mundo no desarrollado generaba indiferencia.
Se han producido luchas puntuales importantes, pero representan apenas una leve reacción en relación con la destrucción masiva de empleo. Tenemos el caso de España, en los últimos meses se asiste a un aumento de 7000 parados cada día laborable. Aún sin estadísticas en la mano cualquiera puede suponer que eso significa cierres de centros de trabajo completos o su reducción al mínimo. Si la reacción es a nivel de empresa poco se puede hacer, pedir que se mantenga la actividad de una empresa que no tiene pedidos o financiación va a resultar inútil, la otra posibilidad es pedir, si se trata de una multinacional, que los sacrificios se trasladen a otras partes, lo que además de poco solidario suele ser también inútil porque en las otras partes estarán planteando lo mismo (ya se sabe, el dilema del prisionero).
Esta situación puede explicar, igualmente, el aislamiento de algunos estallidos más amplios como los de Grecia, Guadalupe y La Martinica.
En Francia los sindicatos tantearon con un primer pulso la resistencia frente a la crisis con una huelga general el 29 de enero, la partida quedó en tablas, ni fracaso, ni éxito. Sarkozy ayuda a la banca y grandes empresas, pero utiliza políticas y discursos populistas para anestesiar. De momento son las islas caribeñas las que le dan dolor de cabeza. En marzo es posible que los sindicatos intenten de nuevo medir fuerzas y veremos el resultado.
Una crisis global necesita respuestas globales, un programa y una estrategia que contemple no solamente la situación en un determinado país, sino a nivel mundial. La izquierda a criticado intensamente la reunión del G-20 en noviembre pasado, pero, con excepción del Foro Social Mundial de Belem de enero de este año no he conseguido informarme de la existencia de reuniones internacionales de sindicatos o de partidos de izquierda que levante un programa común para enfrentar la crisis desde le punto de vista de los trabajadores y de los pueblos del mundo no desarrollado. Y la opinión sobre la capacidad del Foro para establecer un programa de acción frente a la crisis no es muy optimista. [3]
Es difícil imaginar que el tipo de sindicatos mayoritariamente orientados a los servicios que se han desarrollado durante las últimas décadas vaya a dar un giro de 180 grados y adoptar reivindicaciones orientadas al socialismo. En este sentido si se producen movilizaciones generales puede suponerse que serán puntuales y con objetivos muy limitados (extensión de la protección del desempleo, plan de obras públicas, mayor intervención estatal en la economía, etc.).
Si observamos las consecuencias políticas de la crisis, su impacto ha sido todavía más insignificante (siempre, por el momento). Bien es verdad que el tiempo necesario para trasladar a este campo las consecuencias de la crisis económica generalmente es más lento. El cambio más importante hasta ahora es el de EEUU, pero ya venía gestándose desde mucho más atrás con el descrédito de la política neoconservadora de Bush. No obstante Obama supone a lo sumo la implementación de medidas neokeynesianas.
Más directamente relacionada con la crisis es la caída del gobierno de coalición conservador-socialdemócrata en Islandia el 26 de enero después de semanas de protestas populares; un mes después le tocará el turno al gobierno de coalición centroderechista de Letonia también como consecuencia de una oleada de movilizaciones. Puede que otros acontecimientos similares se produzcan en los próximos meses según se intensifique la crisis.
La pregunta pertinente es la de sí estas dimisiones de gobiernos van a actuar como cortocircuitos de las movilizaciones de masas o prefiguran cambios más profundos en las relaciones de fuerzas. En el primer caso unas nuevas elecciones restablecerían en el gobierno a los mismos o parecidos partidos o coaliciones con retoques en los programas que desmoralizarían a las masas viendo que no tienen alternativas políticas de recambio. A grosso modo sería el modelo argentino, solo quedaría el “que se vayan todos”. En el segundo caso, los sectores populares dispondrían de una alternativa política propia capaz de recoger el descontento expresado en las protestas que han tumbado el gobierno anterior y plasmar en un programa político de gobierno las reivindicaciones populares. Grosso modo éste sería el modelo boliviano que encumbró al gobierno al MAS de Evo Morales.
En Islandia, la renuncia de la coalición gobernante dio paso a un nuevo gobierno de coalición entre socialdemócratas y el Partido de la Izquierda-Verde ( escisión de los socialdemócratas) hasta las elecciones del 15 de abril. En Letonia, el Presidente encargó formar nuevo gobierno al candidato del partido de derechas Tiempo Nuevo, en vista de que sería el que cuenta con más posibilidades de obtener el apoyo del parlamento. De momento la crisis social y política ha quedado cortocircuitada en ambos países.
A corto plazo, y salvo otro tipo de sorpresas, en los países centrales el único test político previsible es el resultado que obtendrá el Nuevo Partido Anticapitalista francés en las elecciones europeas del próximo mes de junio, se verá entonces si será capaz de encauzar políticamente las movilizaciones francesas y dar lugar a un nuevo fenómeno político en Europa, sacando del marasmo actual a la izquierda europea que, en países como España o Italia se encuentra en una situación de mínimos históricos.
Un análisis diferente es el referido al impacto de la crisis en la única región donde los movimientos populares alcanzaron el gobierno hace unos años, especialmente en el caso de Venezuela y Bolivia. Sometidos a un acoso permanente en el interior y el exterior han ido derrotando todas los intentos legales y extralegales, pacíficos y violentos de desalojarlos del poder. En los últimos meses Bolivia derrotó un intento insurreccional de los sectores reaccionarios internos y después venció en el referéndum constitucional, eso sí, al precio de hacer importantes concesiones. Venezuela, por su parte alcanzó una victoria matizada en las elecciones regionales y locales y mucho más clara en el referéndum constitucional que abre la posibilidad a la reelección de Chávez.
El interrogante en estos casos sobre el efecto de la crisis se refiere al impacto de la caída del precio de los productos energéticos. Los altos precios alcanzados por éstos hasta el verano pasado había permitido, sobretodo a Venezuela, mantener todo un programa de mejora de las condiciones de vida de las clases populares sin cambiar el modelo socioeconómico capitalista. Muchos analistas piensan que los nuevos retos obligarán a una definición más clara sobre el modelo a seguir.
En definitiva, la crisis se va profundizando con un traslado rápido de las consecuencias más negativas a los sectores populares, especialmente por la rápida destrucción de empleo y la extensión de las capas empobrecidas, a la vez que el sistema es capaz de ir neutralizando las movilizaciones que han ido surgiendo a falta de un cauce organizativo que transforme el malestar y las protestas en posiciones de fuerza de los trabajadores y sectores populares golpeados por la crisis.
[1] El Informador, 7 de marzo de 2009
[2] Público, 7 de marzo de 2009
[3] Emir Sader, Balance del FSM y de otro mundo es posible, Rebelión 08-02-2009
Rebelion - 13.03.09
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