“A mí no me gusta que me digan; no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y además, a usted le prohíbo beber vino”
José María Aznar (ex-presidente del gobierno español), Valladolid (2007).
A lo largo de la historia, el concepto de “libertad” ha inspirado canciones y poemas, ha encendidos discursos y ha secuestrado las mentes de filósofos e intelectuales. Durante los últimos años, la libertad ha sido, también, esgrimida frecuentemente por los negacionistas del cambio climático para seguir con su absurda cantinela, negando a base de verborrea y talonario lo que los números y el trabajo de la comunidad científica internacional vienen demostrando cada vez con mayor contundencia. Vaclav Klaus, actual presidente de turno de la Unión Europea, afirma en su reciente planfleto negacionista (1) que no tenemos porqué preocuparnos por las generaciones futuras porque las “generaciones pasadas” no se preocuparon de nosotros. Dice también que “el ecologismo es el nuevo comunismo” y que las restricciones a la emisión de gases de efecto invernadero pueden suponen un peligro para nuestras libertades. En España, durante los años ochenta, era frecuente escuchar una frase sobre los hedonistas jóvenes de entonces que decía: “empiezan por el porro y terminan en la heroína”. Klaus opina algo similar de los ecologistas: “Empiezan por pedirnos que utilicemos menos el coche, pero acabarán construyendo un nuevo muro de Berlín”. Los negacionistas utilizan “la libertad” como arma arrojadiza, pero ¿de qué libertad estamos hablando?. Me he tomado la molestia de reflexionar sobre ello.
No soy licenciado en humanidades ni en ciencias políticas, así que mi opinión es tan sólo la de un ciudadano que lee y trata de informarse, y que no cobra (al estilo de muchos tertulianos radiofónicos) por decir lo que piensa. Parece ser que hay distintos tipos de libertad; “libertad política”, “intelectual”, “de expresión”, “religiosa”, “sexual”, “personal”... etc. No sólo eso, sino que dichas “libertades” pueden ser ejercidas por distintos tipos de personas o de colectivos sociales, y el ejercicio de unas puede limitar el de otras. Por ejemplo, puedo ejercer mi libertad de escupir a una persona con la que me cruzo por la calle, pero estaré restringiendo su libertad de caminar tranquilamente y sin sobresaltos. La función (por lo menos teórica) del estado, las leyes y de algunas de las organizaciones sociales que el ser humano ha parido a lo largo de la historia, ha sido la de garantizar el equilibro entre libertades fijando un número de normas, en aras del bien común. Fiedrich von Hayek, el padre filosófico de la derecha neoliberal actual, reconocía la existencia de otro tipo de libertad, la “libertad económica” que da a los ciudadanos el derecho a disponer de sus ingresos y propiedades privadas sin ningún tipo de interferencia ajena, y concebía que el papel del estado no era tanto garantizar “libertades” o conceder derechos, sino declarar lo que “no se puede hacer” (2). Esto es lo que se conoce como “derecho negativo” e implica que somos libres de hacer todo aquello que no se prohíba. Poco importa que tengamos o no la capacidad de hacerlo. Por ejemplo, si el estado no dice “no puedes comer”, eres libre de comer lo que te apetezca, el hecho de que tengas o no dinero para satisfacer ésa necesidad es lo de menos (3). Empezamos a llegar al quid de la cuestión. Los derechos no deben ser garantizados por nadie sino que estos son proporcionales a la capacidad que tengamos de ejercerlos. Y quien dice “capacidad” dice solvencia economica. La “libertad económica” es, así, la madre de todas las libertades, y la única que puede determinarlas. Los “derechos” no existen como tales, y el concepto de “sociedad” se debilita. Margaret Tatcher ya lo dijo en su día: “No existe eso que llamamos sociedad”... y no pudo ser más sincera. Si la sociedad no existe, los problemas sociales tampoco. Por eso los “liberales” (económicos) critican que el estado restrinja el comer hamburguesas de medio kilo para evitar el aumento de casos de colesterol, o que haya límites de velocidad, o que se obligue a las empresas a limitar sus emisiones de CO2 en aras del “bien común”... todo lo que pueda poner trabas a la libertad económica es sospechoso, y todo lo que haga prevalecer otras libertades o “derechos” (el derecho a estar sanos, a tener educación, a disfrutar de un medio ambiente saludable) por encima de esta es, para esta gente, directamente inadmisible.
Libertad... económica. Es decir, libertad para enriquecerse sin ningún tipo de restricción, sin ningún tipo de responsabilidad con nada ni con nadie. Esta es la libertad a la que se refieren los “liberales” (4). Nunca lo especifican porque les conviene que creamos que su concepto de “la libertad” es mucho más amplio (como la conciben la mayoría de los ciudadanos), pero saben perfectamente a que se refieren. La libertad “liberal” es en realidad una apología del egoísmo y de la explotación de los débiles por los fuertes. Y los débiles son, sencillamente, quienes tienen una capacidad más limitada de hacer valer su libertad; países empobrecidos, ciudadanos con menos recursos económicos, inmigrantes, mujeres o, ya entrando en lo nuestro, “generaciones futuras”.
Estas ideas se van claramente reflejadas en los textos de una autora muy desconocida en los países de habla hispana, pero bastante publicitada en los EEUU, desde la era Reagan (5); Ayn Rand. Si Hayek mantiene un cierto barniz academicista, Ayn Rand es un monstruo y va a saco. Leerla constituye un ejercicio bastante desagradable, pero también muy ilustrativo acerca de lo que, en realidad, hay detrás del “liberalismo económico”. Esta (llamémosla así) “filósofa” ya fallecida, concibe el “yo” como centro de todas las cosas. La forma en que pensamos, sentimos, y en general, todos los procesos físicos y psíquicos del individuo son sólo de él mismo y no se puede hablar, por tanto, de sentimientos, derechos o valores colectivos. Y si el “yo” es el único universo posible, ¿porqué preocuparse por los demás?. En uno de sus libros más conocidos, Ayn Rand recomienda lisa y llanamente “no ayudar”; El egoísmo y la avaricia son virtudes, el altruismo, un vicio caduco (6).
Según esta línea de pensamiento, problemas como las desigualdades sociales o la degradación ambiental no constituyen un problema, sino tan sólo el resultado de un orden lógico de cosas. Si nuestra libertad es proporcional a la capacidad que tenemos para ejercerla y si los “derechos” así, en “positivo”, no existen, entonces puede incluso que tengamos que tengamos que plantear conceptos como la solidaridad al revés; son los débiles quienes deben ser solidarios con los fuertes y garantizarles los recursos para que estos puedan seguir ejerciendo su “libertad” (económica). En España, durante los años en los cuales se intentó ponerse en marcha el fracasado “Plan Hidrológico Nacional” escuchamos un discurso muy en esta línea; los habitantes de las zonas rurales y empobrecidas del interior de la península debían ser “solidarios” con el empresariado agro-exportador y turístico del sureste y la franja levantina garantizándoles los recursos hídricos necesarios para que estos pudieran seguir generando beneficios. El argumento de Vaclav Klaus respecto a las generaciones futuras es similar; Los ciudadanos del 2050 (hoy inexistentes, o aún niños y niñas) deben ser solidarios con nosotros para que podamos mantener un nivel de consumo energético tan alto como podamos, y queramos.
En esto del cambio climático, y en tantas otras cosas, los liberales-negacionistas son como los jóvenes del botellón, que como decía mi abuelo, “confunden la libertad con el libertinaje”, ocurre, sin embargo, que mientras los primeros tan sólo provocan un problema menor de suciedad y ruidos, los segundos están jugándonos la peor de las pesadillas. Ya es hora de pedirles que se quiten la careta y restregarles su discurso por la cara.
Referencias:
(1) Klaus, V. 2008. Planeta azul, no verde. Gota a gota, Madrid.
(2) von Hayek, F. 1944 (Ed. 2002). Camino de servidumbre. Alianza, Madrid
(3) George, S. 2007. El pensamiento secuestrado; cómo la derecha laica y la religiosa se han apoderado de Estados Unidos. Icaria-Antrazyt, Barcelona.
(4) Girauta, J.C. 2006. La eclosión liberal. Martínez Roca. Barcelona.
(5) Walker, J. 1999. The Ayn Rand cult. Open Court, Chicago.
(6) Rand, A. 1964 (Ed. 2001). The virtue of selfishness. Signet books, New York.
Rebelion - 31.07.09
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