Michael Hudson
El grueso de la prensa ha descrito las manifestaciones y las huelgas obreras europeas del miércoles del pasado 29 de septiembre en términos de una acción común y corriente, con trabajadores del transporte provocando la irritación de los pasajeros con interrupciones y ralentización de servicios, así como con muchedumbres prendiendo fuegos a modo de desahogo. Pero la cosa es mucho más profunda que una mera reacción al desempleo y la recesión económica. Pues lo que anda en juego son propuestas para alterar drásticamente las leyes y la estructura de funcionamiento de la sociedad europea para la próxima generación. Si triunfan los fuerzas hostiles al mundo del trabajo, quebrarán el espinazo de Europa, destruirán el mercado interno y convertirán al continente en un remanso de agua embalsada. Así de graves son las consecuencias del golpe de Estado financiero. Y mucho más grave serán, y a no tardar. Como ha dejado dicho John Monks, el jefe de la Confederación Sindical Europea: “Esto es sólo el comienzo de la lucha, no su final”. - Huelgas contra un golpe de Estado financiero en trance de obligar a Europa a cometer suicidio económico, demográfico y fiscal
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