Dean Baker
Guerras de divisas y elementales ecuaciones contables, o cuando la impudicia intelectual es el precio para ser admitido en los debates de política económica
Pocas áreas de la teoría económica son más soporíferas que la de las ecuaciones contables. Cosa harto desdichada, habida cuenta de que es prácticamente imposible llegar a una comprensión clara de la política económica sin un sólido conocimiento de esas ecuaciones.
Aparentemente, el grueso de quienes en Washington discuten de política económica sucumbió al sopor antes de lograr ese conocimiento. Resultado: varios debates indeciblemente necios.
El debate sobre el valor del dólar frente al yuan chino es el último episodio de necedad. La elite tribal washingtoniana se ha librado en los últimos meses a una guerra declarada contra el déficit público. Ha sido presa de tal frenesí, que nada se ha atravesado en su camino: ni la inquietud por el desempleo, ni la preocupación por el bienestar de nuestros mayores, ni siquiera la atención a cuestiones de lógica económica básica.
El problema lógico básico procede de una simple ecuación contable: los ahorros nacionales son iguales al excedente comercial medido en sentido amplio. Un país con un gran excedente comercial tendrá también un gran ahorro nacional. A la inversa, un país con un gran déficit comercial tendrá un ahorro nacional negativo. Esas relaciones son ecuaciones contables, y no hay posibilidad alguna de sortearlas.
Lo que nos lleva al siguiente problema: ¿de dónde vienen los déficits comerciales? Para un nivel dado de PIB, el determinante principal del déficit comercial es el valor del dólar en los mercados internacionales de divisas. Eso es elemental oferta y demanda. Si el dólar tiene un valor alto en relación con otras divisas, nuestras exportaciones resultarán más costosas para la gente que vive en Alemania, el Japón y la China.
Si un automóvil se vende en los EEUU por 20 mil dólares, el precio de ese mismo automóvil para las gentes que viven en otros países dependerá de la cantidad de moneda propia (euros, yenes, yuanes) que tengan que pagar por un dólar. Cuanto más alto esté el dólar en relación con esas divisas, tanto más caros resultarán los automóviles a los extranjeros. Y cuanto más caros resulten a los extranjeros, tantos menos automóviles fabricados en EEUU comprarán. Eso quiere decir que nuestras exportaciones caerán.
Lo mismo vale, a la inversa, para las importaciones. Si el dólar está alto y, por lo mismo, puede comprar montones de divisa extranjera, las importaciones resultarán baratas. Eso quiere decir que compraremos montones de productos importados.
Si tenemos baja exportación y alta importación, tendremos un gran déficit comercial: fin de la historia. Podemos entrenar a nuestros trabajadores para que sean más productivos, podemos urgir a nuestras empresas para que inviertan más y podemos empeñarnos en mejorar nuestras infraestructuras públicas, pero, siendo realistas, nada de eso puede llegar a anular los efectos de una moneda sobrevaluada entre un 20 y un 40 por ciento. Una moneda gravemente sobrevaluada prácticamente garantiza el déficit comercial.
Lo que nos devuelve al asunto del déficit presupuestario. Que los EEUU tengan un gran déficit comercial, quiere decir que el ahorro nacional neto es negativo. Es una cuestión de definiciones. Para que el ahorro nacional sea negativo, tiene que haber o bien un ahorro privado negativo, o bien un ahorro público negativo (es decir, déficit presupuestario).
En los años cumbre de la burbuja inmobiliaria el ahorro privado era radicalmente negativo. Eso ocurría porque la riqueza creada por la burbuja llevó a los propietarios de vivienda a gastar más que a ahorrar. Con el colapso de la burbuja inmobiliaria, la gente está ahorrando mucho más. Además, la inversión ha caído a causa del exceso de construcción, y eso significa que el ahorro del sector privado ya no es negativo.
Lo que nos deja con nuestro actual déficit presupuestario, enorme. El déficit presupuestario viene de que tenemos un gran déficit comercial, lo cual, a su vez, resulta de un dólar sobrevaluado. Y eso nos lleva a la conducta extrañamente paradójica de la elite que decide las políticas en Washington.
Muchos de los que manifiestan rutinariamente su horror por las dimensiones del déficit público se opusieron por activa o por pasiva a los esfuerzos del Congreso para que China elevara el valor de su moneda frente al dólar. Aunque es discutible que la ley aprobada por la Cámara sea la mejor vía para lograrlo, cualquiera que pretenda rebajar el déficit comercial está obligado a reconocer la necesidad de rebajar el valor del dólar. Y si lo que se pretende es reducir el déficit presupuestario, necesariamente hay que reducir el déficit comercial.
Lo que levanta la fundada sospecha de que a los halcones del déficit les importa realmente un higo el déficit, y de que lo que realmente les mueve es la voluntad de recortar la Seguridad Social, Medicare y otros programas públicos que benefician a la clase media asalariada y a las gentes con ingresos modestos. Claro que también es posible que los halcones del déficit anden simplemente confundidos en materia de política económica. Es difícil de decir. Lo cierto es que, en nuestros días, el precio para ser admitido en los debates políticos de Washington es o la ignorancia o la impudicia intelectual.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3631
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