Equipo de Economía Política del Centro de Estudios para el Cambio Social
La inflación resurgió como problema a partir de la salida de la convertibilidad. En los últimos años su efecto ha sido lisa y llanamente devaluar fuertemente los salarios de las trabajadoras y trabajadores. La política económica ha enfrentado el problema pero no sus fundamentos dando – por lo tanto – pobres resultados. La presente nota buscará, en una primera entrega, plantear una explicación de las causas de la inflación. Luego, en la segunda parte se realizará un análisis de las políticas gubernamentales ejecutadas en torno a la problemática, junto con una serie de propuestas de acción alternativas a las vigentes.
La salida de la convertibilidad trajo de vuelta un viejo conocido del pueblo trabajador: la inflación. Desde 2002 y hasta 2009 el aumento acumulado del conjunto de los precios de los bienes y servicios de consumo aumentó un 139,6%. Durante el primer gobierno kirchnerista (2003-2007) la inflación fue – en promedio – del 8,1% anual; durante el 2do gobierno (2008-2009) fue de 7,5% anual. Estos fueron los aumentos que reconoció el INDEC, organismo oficial que tiene, entre otras tareas, medir la evolución de la inflación. Sabido es – claro está – que desde su intervención en 2007, las estimaciones del INDEC han sido fuertemente cuestionadas; se estima que la inflación real durante estos últimos 3 años ha sido – al menos – 40,9% más alta de lo que indican las estadísticas. En los últimos meses la inflación ha vuelto a retomar un lugar en la agenda de la mano de una aceleración en el aumento en los precios de ciertos productos básicos: alimentos y bebidas (en particular, la carne) y alquileres, entre otros. Con aumentos superiores al 40% en algunos productos durante los primeros meses de 2010, de sostenerse la tendencia, la inflación promedio estaría superando el 30% anual.
¿Qué es lo que impulsa la “inflación del modelo”?
Para entender el proceso actual no puede dejarse de lado el impacto que ha tenido la devaluación del peso en enero de 2002. El impacto del cambio en el precio del dólar fue muy significativo, en particular en los precios del conjunto de productos que compiten con importaciones (o son importados) y – fundamentalmente – aquellos productos que se exportan. Es decir, la devaluación permitió a las empresas productoras de alimentos, combustibles y productos de la industria manufacturera, aumentar sus precios. El resultado neto de ese proceso fue – luego de los primeros 12 meses - un aumento en el dólar de 248,1%, un salto en los precios de los alimentos de 57,9%, una caída en el poder de compra de los salarios de 23,7% (para el conjunto de los/as trabajadores/as) y un aumento del 122% en la participación de las ganancias empresariales respecto al ingreso total.
Frente al crecimiento de la inflación a partir de 2002, los/as trabajadores/as lograron – a través de su lucha y organización - en una primera etapa recuperar parcialmente las pérdidas salariales. En efecto, entre 2002 y 2006 los salarios de los/as trabajadores/as aumentaron 88,6% en términos nominales y en promedio. Esto significó un incremento de 17% en términos reales. Si bien este aumento sólo les permitió recuperar algo de lo perdido desde la devaluación, las subas salariales aparecieron como el chivo expiatorio siendo acusados/as los/as trabajadores/as de ser los causantes de la inflación y exigiéndoseles – con más fuerza a partir de 2006 – “moderación”.
Este argumento (que los salarios causan la inflación) desconoce algunos elementos importantes para señalar. La devaluación pulverizó el costo laboral y redujo el peso de los salarios en la estructura de costos de las empresas. En 2002 el costo laboral cayó 18%. Junto con el aumento significativo del resto de los costos, los precios y las ganancias, los salarios pasaron a representar sólo el 8,6% del valor bruto de producción (VBP) en las grandes empresas, como promedio del período 2002-2007. En esas condiciones, un aumento de 25% en los salarios nominales sólo aumenta 2,5% los costos totales; si las ganancias empresariales y el resto de los costos no varían, ese aumento en “costos salariales” podría traducirse en un aumento en los precios de la misma proporción. Entre 2002-2007, los costos laborales aumentaron sólo 1,7% en relación al VBP.
Claro está, esto implica algo obvio pero usualmente dejado de lado: son las empresas – y no los/as trabajadores/as – quienes fijan los precios. En particular, son las grandes empresas productoras las “formadoras de precios”. Esto no quiere decir que esos grandes capitales pueden decidir unilateralmente los precios pero sí que ellas deciden a que precios venderán sus productos. Ellas pueden hacer esto porque poseen un poder significativo en sus respectivas ramas de producción.
El poder de estas empresas para fijar sus precios y – en el camino – sostener sus mega-ganancias, se ha incrementado en las últimas décadas. Esto se debe a la creciente concentración, centralización e internacionalización (extranjerización) del gran capital local. En 2007, el 20% de las empresas más grandes se apropian de más del 75% de las ganancias de la cúpula capitalista (500 empresas de mayores ventas) y más del 80% eran empresas extranjeras.
Este proceso les ha permitido incrementar fuertemente la rentabilidad estructural: en los noventa (1995-1998) tenían una tasa de ganancia del 13,2%, mientras que en la etapa actual (2002-2007) la tasa de ganancia es en promedio 19%. Ese poder les ha permitido a los grandes capitales mantener firme su rentabilidad desde 2002 y una masa de ganancias siempre creciente hasta 2007 (y seguramente en los últimos dos años). Esto sólo significa una cosa: la inflación es causada por la presión de los grandes sectores del capital para sostener sus niveles de rentabilidad.
http://www.prensadefrente.org/pdfb2/index.php/a/2010/04/01/p5549
À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.
04/04/2010
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