À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

18/02/2010

"Universidad, dominación imperialista y pensamiento crítico"

Atilio A. Boron

A continuación doy a conocer la desgrabación de una conferencia que dictara en el marco del

Xº Congreso Iberoamericano de Extensión Universitaria

(organizado por el Departamento de Extensión de la Universidad de la República entre el 5 y el 9 de Octubre en Montevideo, República Oriental del Uruguay)

Como podrán apreciar, el texto conserva su carácter de presentación oral, pero le he agregado de unas muy pocas notas al pie de página a efectos de ofrecer la evidencia que, en algunos casos, requería mi argumentación.


Muchas gracias, la verdad fue muy reconfortante escucharlo a Alfredo Falero como siempre, y un poco me cambió el libreto de lo que iba a decir. Por eso, lo mejor será que aportemos una reflexión más espontánea provocada por sus interesantes argumentaciones. Además, algunas de las cosas que pensaba decir han sido recogidas en un librito publicado hace muy poco tiempo y tal vez sea mejor avanzar en algunas otras consideraciones.[1]

Creo que hay un gran interrogante, que es el siguiente: ¿podremos desde la Universidad colaborar en la elaboración y difusión del pensamiento crítico? Ante eso yo diría, como una primera afirmación, que soy un poco más pesimista que Alfredo si bien me parece que es importante recordar lo que ha dicho y es que la Universidad puede todavía. Mi pesimismo sería un matiz que me llevaría a decir tal vez más que ”puede”, que quizás, se pueda, pero hay que dar una pelea muy pero muy dura para que tal cosa sea posible. ¿Y por qué?

Porque la Universidad ha sido objeto preferente de colonización imperialista. Este es el punto fundamental, para llamar las cosas por su nombre. Esa colonización no es algo nuevo: es la expresión de un proyecto de reafirmación del imperialismo norteamericano que arranca desde fines de la Segunda Guerra Mundial y que ha dado lugar a un vasto programa de becas para estudiantes del Tercer Mundo cuyo objetivo fundamental fue, y aún es, “reformatearles” la cabeza para que una vez que terminen sus estudios en los Estados Unidos regresen a sus países de origen y pongan en marcha políticas congruentes con los intereses imperiales. Y les cabe el mérito a los estrategas del imperio norteamericano de haber sido aquellos que vieron con mucha claridad algo que a nosotros en la izquierda nos costó mucho tiempo aprender: la centralidad de eso que Fidel llama “la batalla de ideas”, algo de lo cual ellos se dieron cuenta muy tempranamente. Decimos Segunda Guerra Mundial porque es en ese momento cuando se produce el relevo hegemónico desde un centro en decadencia, el Reino Unido, hacia el nuevo centro imperial, Estados Unidos. Al trasladarse el centro de gravedad del sistema imperialista hacia Estados Unidos sus capas dirigentes advirtieron muy precozmente que su proyecto de dominación no podía reposar tan sólo sobre bases políticas o militares o económicas; que sería necesario avanzar profundamente en la colonización intelectual, cultural e ideológica de los países del Tercer Mundo y fundamentalmente de los grupos sociales que aportarían las futuras elites dirigentes: los universitarios.

Se trató, por lo tanto, de una política muy claramente pensada y diseñada con ese objetivo. El banco de prueba en América Latina de ese proyecto fue un convenio que se firmó inicialmente entre la Escuela de Economía de la Universidad Católica de Chile y la Universidad de Chicago, a comienzos de los años 1950s. Gracias al mismo en los años siguientes la Universidad de Chicago estuvo reclutando cerca de un centenar de jóvenes estudiantes de economía de Chile, que tiempo después regresarían como miembros de una especie de secta esotérica, porque eso era lo que era el monetarismo de Milton Friedman en los años sesenta. En esos años el friedmanismo no era tomado en serio, no solamente en América Latina sino inclusive mismo en los EEUU, en donde el monetarismo era considerado como un extravagante simplismo. [2] Sin embargo, esos grupos irrumpirían violentamente en la escena de la economía chilena con el golpe militar de 1973, aportando los cuadros tecnocráticos que instauraría el régimen pinochetista, todos formados en EEUU con un lenguaje común, con una ideología común, con supuestos compartidos, que le dieron coherencia a la política económica que se aplicó en aquellos años y cuyos grandes lineamientos, lamentablemente, permanecen intocados hasta el día de hoy.

Como vemos, el proyecto de colonización universitaria tuvo como objetivo fundamental controlar la formación impartida en las universidades, y empezando por la economía. Indudablemente en ese diagnóstico se sabía que sociólogos, historiadores y los filósofos somos comparativamente inofensivos al lado de los economistas, y que difícilmente nos convoquen alguna vez a dirigir alguna oficina de planificación o un programa de desarrollo sino que a quienes van a llamar son los economistas. Nosotros somos, en cierto sentido, una tropa poco confiable en la gestión cotidiana del imperio por comparación a los economistas. Y si ustedes miran lo que pasó en América Latina en los últimos años verán como comienzan a aparecer economistas como presidentes, cosa que antes era un privilegio reservado a los militares, o a los abogados: Miguel De la Madrid, Carlos Salinas De Gortari y Ernesto Zedillo en México; Ricardo Lagos en Chile; Fernando Henrique Cardoso economista y sociólogo en Brasil, los casos más conocidos. Además de todo esto, vemos el relevante papel que adquirieron los ministros de Economía o los ministros de Hacienda y, por extensión, los presidentes de los bancos centrales en los países de América Latina en los últimos 25 años, cosa que antes no tenían. En el pasado, los cargos importantes en la estructura gubernamental eran los del ministro del interior y el de relaciones exteriores mientras que el de economía era una especie de contador que estaba ahí para hacer las cuentas, tener los balances más o menos en orden, pero nunca aparecía como la cara de un proyecto político como comienza a ser el caso a partir de la década de los 90’. En el caso argentino esta tendencia se asocia con las figuras de José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, los verdaderos arquitectos de la refundación reaccionaria del capitalismo argentino y cuyas vigas maestras perduran hasta el día de hoy. En otros países es preciso recordar los nombres de Alejandro Foxley (Chile), Danilo Astori (Uruguay) y Antonio Palocci (Brasil) como expresiones de esta nueva gravitación de los economistas.

Esta directa articulación de la ciencia económica con el poder gubernamental explica las razones por las que la colonización ideológica, teórica y metodológica en las escuelas de economía es muchísimo más intensa que en otras disciplinas. A los administradores imperiales no les quita el sueño si en filosofía política alguien enseña el liberalismo, el comunitarismo o el marxismo; eso es un tema que a ellos poco les importa. Pero en la economía todos, absolutamente todos, tienen que estar alineados con la economía neoclásica, con el neoliberalismo, con el consenso de Washington; ahí no hay disenso posible. Por eso, la colonización de las universidades es un tema realmente central, y explica porqué estas no son demasiado generosas u hospitalarias con quienes tienen una vocación por expresar un pensamiento contestatario, radical, crítico de esta sociedad.

Yo quiero decirles que para mi es un gran placer compartir esta mañana con ustedes y que realmente felicito a los organizadores de este evento de la Red Extensa y a la Universidad de la República por tener esta actitud de apertura y por fomentar el desarrollo del pensamiento crítico, algo harto infrecuente en las universidades de todo el mundo. Porque como muy bien lo han demostrado Pablo González Casanova y Boaventura de Sousa Santos, las universidades se cuentan entre las estructuras más conservadoras y más refractarias al cambio, del mundo; algunos hablan incluso de que la estructura básica de la Universidad, se remonta al Siglo Xlll europeo.[3] Esto lo dice Alex Callinicos en un texto reciente (al cual voy a volver porque me parece que realiza aportes bien interesantes) cuando subraya que dicha estructura ha persistido hasta el día de hoy.. [4]Se trata, en suma, de una configuración que es bastante reacia a los cambios y que por eso mismo no hace mucho lugar a eventos de este tipo, no solamente en América Latina sino en Europa.

Decíamos que la universidad ha sido profundamente colonizada; `por eso quienes tenemos por distintas razones la vocación de pensar en contra de la corriente somos una minoría muy marcada. No podemos equivocarnos en eso, alentando visiones optimistas. Y si bien estamos dando batalla lo hacemos en condiciones muy difíciles. ¿Por qué somos una minoría? La respuesta no radica en la insuficiencia de nuestras teorías sino el contexto histórico concreto de la producción y diseminación del conocimiento al cual correctamente aludía Alfredo. Lo que define a ese marco es el hecho de que vivimos en una época marcada por el reflujo de las luchas populares y los grandes movimientos de masas. Esta es la época donde se impone el neoliberalismo a escala mundial, la época donde se produce la implosión de la Unión Soviética, la desaparición del campo socialista, la reconversión o reorientación de los modelos económico-políticos en países como China y Vietman, es decir, en un contexto donde el pensamiento crítico ha sido arrinconado porque la práctica emancipadora y socialista ha sufrido una importante, si bien no definitiva, derrota.. Recordar que hasta se llegó a hablar de la muerte del socialismo, para ni hablar de la muerte del marxismo que ha sido declarado ya muerto varias veces con anterioridad y pese a lo cual su espectro sigue atormentando el sueño de los burgueses.

Ese es el contexto histórico-cultural en el cual opera la universidad. Claro que en América Latina, como una luminosa excepción, todavía tenemos ese gran faro que es la Revolución Cubana, y alentadores procesos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador que abren enormes esperanzas: Pero en África, en Asia o en Europa no tenemos movimientos de este tipo que permitan estimular una reflexión crítica como sí tenemos en América Latina. Este rasgo ha sido señalado por numerosos observadores de fuera de la región, entre ellos tal vez el más eminente historiador británico, Perry Anderson, que en más de una oportunidad planteó que si alguna perspectiva de desarrollo de pensamiento crítico había en el mundo esta debíamos buscarla en América Latina, la, región que está a la vanguardia de las luchas y la resistencia a la globalización neoliberal. En el caso europeo el pensamiento crítico agoniza sin pena ni gloria y en África y Asia no hay condiciones mínimas para el florecimiento de un pensamiento contestatario.

O sea que aquí estamos en una situación bastante excepcional, pero que se da en el marco de un retroceso a nivel mundial de las ideas progresistas que hacen que inclusive un señor como el que ustedes van a tener el enorme privilegio de escuchar en un rato más, Noam Chomsky, sea una figura más conocida fuera de Estados Unidos que dentro de ese país, según su propia opinión. No digo esto por mi cuenta sino que fue él mismo quien me lo ha dicho ya que mantengo una excelente relación con él desde hace muchos años. Por eso es que inclusive en su universidad, el MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) su labor estuvo permanentemente sellada dentro del departamento de lingüística siendo como es, uno de los mayores expertos mundiales sobre el tema de la política exterior de los Estados Unidos. Pese a eso jamás un departamento de ciencia política lo invitó a pronunciar una conferencia sobre la política exterior norteamericana.

Lo ocurrido con Noam Chomsky no es casual, dado que también en ese país las universidades han estado sometidas a ataques de ese tipo por mucho tiempo, y por eso es que el pensamiento crítico tiene grandes dificultades para sobrevivir en ese medio. Pero no sólo se trata del reflujo ideológico acentuado desde el auge neoconservador de los años ochentas y la implosión de la URSS a comienzos de los noventas. Este retroceso se combina, además, con el crónico desfinanciamiento de las universidades públicas en América Latina, si bien esta situación reconoce distintos matices nacionales que impide generalizar más allá de cierto punto. Lo que sí es cierto, empero, es que las restricciones financieras operaron como el gran caballo de Troya a partir del cual se diversificaron y acentuaron los controles ideológicos sobre la vida universitaria, so pretexto de procesos de evaluación, introducción de criterios de calidad académica o racionalización administrativa.

Porque, ¿quiénes son los que nos evalúan? Bueno, los que nos evalúan son aquellos que han diseñado, o mejor dicho que imitaron, un modelo tecnocrático y conservador de evaluación de las universidades que se impuso en Estados Unidos y a partir de allí en Europa y que se introdujo en nuestro países a través de las políticas de préstamos del Banco Mundial. Podríamos preguntarnos: ¿por qué el Banco Mundial? Y la respuesta es clara: porque hoy el BM desempeña en materia de educación el papel que la Asamblea General de las Naciones Unidas le había otorgado a la UNESCO desde el momento de su creación hace más de 50 años atrás. Pero eso se acabó, y cuando hoy se busca asesoría para decidir qué es lo hay que hacer en educación ya los gobiernos no se dirigen a la UNESCO , que está ahí casi como un museo, sino que escuchan lo que dice el Banco Mundial. ¿Por qué prefieren el BM a la UNESCO? Primero, porque patrocinó en el pasado políticas que respondían a las necesidades de los países del Tercer Mundo: temas tales como la diversidad cultural y lingüística, el respeto a las tradiciones de las diferentes etnias, la oposición a los avances imperialistas del inglés como única lengua universal y, sobre todo, su apoyo al proyecto de creación de un nuevo orden informativo internacional, lo que motivó que poco después el gobierno de Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido se retiraran de la UNESCO precipitando una gravísima crisis financiera de la institución. [5] Porque los nuestros son países endeudados, y por lo tanto, los acreedores, mediante sus “perros guardianes” (BM, FMI, BID, etcétera) fijan las prioridades y las orientaciones generales de las políticas que deben implementar los gobiernos deudores. Tercero, porque son países dependientes, por su estructura económica, por su comercio exterior, por sus inversiones, etcétera, lo que los somete a los grandes centros de poder económico en la estructura imperialista mundial. Cuarto, porque sus clases dominantes y elites dirigentes son dependientes culturalmente y mentalmente, lo que las lleva a aceptar el modelo americano como si fuera el paradigma de la buena vida, dejando de lado toda otra clase de consideraciones; si es estadounidense es bueno, si es norteamericano es bueno. Entonces por esa vía, el patrón de funcionamiento y de evaluación de las universidades norteamericanas entra en América Latina bajo los inocentes ropajes del control de la calidad y la productividad de los profesores. Y aquí cito una frasecita muy linda del ya mencionado artículo de Callinicos donde dice que “Los movimientos estudiantiles de los años 60 querían transformar la universidad y en ese proceso liberarse del capitalismo. Hoy en día, el gobierno y las empresas quieren transformar la universidad para subordinarla sistemáticamente al capitalismo.”[6] Esto es una reflexión que él hace a propósito de las universidades inglesas, pero que es pertinente para nosotros en América Latina. Es decir, hoy las universidades están concebidas por los distintos gobiernos de nuestra región (salvo las pocas excepciones ya mencionadas) como engranajes de una maquinaria pensada para producir los técnicos que necesita el funcionamiento del capitalismo dependiente latinoamericano. Por lo tanto difícilmente vayan a encontrar, en cualquier escuela de economía, un curso de teoría económica marxista porque tal cosa es considerada una reliquia inservible, un esoterismo disfuncional para el saber tecnocrático o, en el mejor de los casos, una injustificable distracción.. Lo que se enseña son los instrumentos y las teorías que maneja la tecnocracia neoliberal en todo el mundo y nada más.

Para colmo de males la subordinación viene impuesta, además, con una excusa muy seductora, porque se dice: lo que tenemos que asegurar es que los graduados de la universidad puedan encontrar un trabajo. No tiene sentido formar un intelectual o un profesional en disciplinas poco prácticas que luego deba deambular en busca de un trabajo que inevitablemente le resultará insatisfactorio y mal pago. Por lo tanto, si el mercado demanda personas con capacidades tecnocráticas de gestión, de administración eso es lo que la universidad debe ofrecer. Y vamos a evaluar los rendimientos de los profesores, de los académicos en función de aquellas demandas, olvidándonos de aquella vibrante consigna de los sesentas que decía que la universidad era el espejo crítico de la sociedad. Para aquilatar los alcances de la crisis del financiamiento universitario basta con decir que en nuestra región se invierten alrededor de 650 dólares por estudiante universitario, en contraposición a una cifra casi cuatro veces mayor en los países asiáticos mientras que en Estados Unidos y Canadá la inversión anual es de alrededor de 9,500 dólares, o sea, 14 veces mayor que en América Latina. En el África sub-Sahariana la inversión no llega a U$S 500 por año por estudiante universitario.

De lo anterior se desprende que la asfixia financiera de las universidades en el Tercer Mundo y en América Latina hace que, en primer lugar, se procure mejorar los sueldos de los académicos a partir de programas de incentivos por productividad. Pero, ¿cómo se mide la productividad? Tomemos un ejemplo: el libro de Alfredo Falero, “La batalla por la subjetividad. Las luchas sociales y construcción de derecho en Uruguay”, publicado en Uruguay tendría para los evaluadores, en una escala de 1 a 10, 2 o 3 puntos, lo mismo que el mío publicado en la Argentina o el de cualquier otro colega que haga lo propio en Brasil, México y los demás países. Si Alfredo en cambio hace una síntesis de este texto de 266 páginas, y publica un breve artículo de 10 páginas en algún Journal especializado de Estados Unidos eso le daría una puntuación de 9 o 10. ¿Por qué? Porque se inventó una parafernalia de medidas, tan complicadas como artificiosas, para garantizar el juicio de los pares sobre la producción en cuestión y para medir el “impacto” de una obra científica, verificando cuantas veces el trabajo es citado, aunque sea para decirle a uno que es un inútil, no importa, si lo citaron está bien, y por lo tanto eso, según este criterio seudo sociológico de medición del impacto significa que es un texto muy importante.[7] Como los Journals norteamericanos tienen una mayor circulación en la disciplina se supone que la sola publicación en uno de ellos es prueba de su impacto en el mundillo académico. En cambio, un libro publicado en Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, no cuenta, además porque sus contenidos expresan las contribuciones de académicos supuestamente de menor predicamento que sus colegas del Norte y, para colmo, se transmiten en lenguas consideradas inferiores o ineptas para circular internacionalmente. Ese es el criterio, que ha sido admitido además de una manera absolutamente acrítica. Ahora, ¿por qué se lo admite de esa manera? Porque en un contexto de gran escasez de recursos y salarios insuficientes muchos académicos no tienen más remedio que aceptar esas reglas.

En relación al juicio de los pares, el famoso “peer review”, Callinicos se congratula de que Einstein no hubiera estado enseñando en ninguna universidad en 1905, porque en ese caso seguramente, los juicios de sus pares sobre sus trabajos habrían considerado su teoría como un soberano disparate y jamás hubiese sido publicada: “¿que es esto de que el tiempo y el espacio son entidades relativas?” Callinicos dice con un tono sarcástico, menos mal que Einstein trabajaba en la Oficina de Patentes de Ginebra, en Suiza, y entonces no debía lidiar con una estructura universitaria que lo condenaba a “pensar bien” y pudo publicar su artículo que revolucionó para siempre nuestra concepción de la física, del tiempo y del espacio. Y lo mismo uno podría decir, Darwin por ejemplo -que nunca enseñó en una universidad del muy culto, liberal y tolerante Reino Unido- era mala palabra. Imagínense, ¡decir en la Inglaterra Victoriana que descendemos de chimpancés! ¡Esto es un ultraje a nuestra dignidad como personas humanas! Nosotros nos reímos pero, en cerca de una veintena de estados de la unión americana, está prohibido enseñar la teoría de la evolución, porque como dijo el brillante científico George W. Bush Jr, “lo de Darwin no es una teoría sino una hipótesis aún pendiente de confirmación”. Pero este disparate representa muy bien a la América profunda muy reaccionaria, de un cristianismo primitivo donde se dice no, esas ideas no son correctas, el hombre ha sido creado por Dios tal y como lo dice la Biblia y por lo tanto, Darwin es un sacrílego aberrante. Ni que hablar de Freud, a quien lo hubieran considerado un maniático sexual por esa perversa idea de la sexualidad infantil, la libido, el super-yo, el yo, tampoco enseñó en ninguna universidad. Por supuesto, Marx tampoco lo hizo y como él tantos otros.

Pero si eso ocurría antes, en la actualidad la universidad ha reforzado muy fuertemente esa tendencia hacia la uniformidad y el conformismo, lo que hace que la reafirmación del pensamiento crítico sea una tarea sumamente difícil. Coincido plenamente con quienes dicen que la universidad es un espacio que no debemos abandonar, donde tenemos que dar la batalla; pero hay que reconocer que se trata de un espacio que está sumamente acotado, encerrado tras los muros de una falsa “autonomía” que se ha venido convirtiendo en un pretexto para ahuyentar cualquier influencia indeseable proveniente de extramuros. Creo que la manera de romper con ese aislamiento es abriendo amplios canales de comunicación y de vinculación con la sociedad, con las fuerzas y movimientos sociales. Yo personalmente creo que, salvo algunas notables excepciones, el debate teórico o metodológico que se realiza intramuros adolece de un estéril academicismo, como lo demuestran hasta el cansancio las ciencias sociales. El debate sólo puede enriquecerse en la medida en que abrimos las ventanas y penetren las demandas, las protestas, los reclamos de los sujetos sociales en su pugna por cambiar un mundo cada vez más injusto y violento.

Pero esta apertura no está bien vista porque en general todavía persiste de manera muy fuerte en las universidades latinoamericanas una tradición “weberiana” que predica la necesidad de practicar una ciencia neutra, libre de valores. Y muchos de nosotros no somos ni queremos ser neutros, no nos conmueve la realidad social. Recordamos muy bien las sabias palabras que el Dante inscribiera en la entrada del Séptimo Círculo del Infierno: "este lugar, el más horrendo y ardiente del infierno, está reservado para aquellos que en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad." El hecho de que esta noche como producto de la globalización neoliberal haya 100 mil personas que morirán a causa de enfermedades prevenibles o del hambre es un asunto que no perturba la inmutabilidad de los seguidores de las tesis metodológicas de Weber –si bien no de su práctica política, insanablemente reñida con aquellas- y tal actitud goza del apoyo del academicismo predominante porque su imperturbabilidad ante la tragedia revelaría que los universitarios son gentes rigurosas y serias.

Creo que tal actitud es un signo de barbarie, una muestra del salvajismo que caracteriza a todo pensamiento que pretende hacer que el conocimiento de lo social se desentienda por completo de las tragedias de nuestra época y del holocausto social y ecológico que está desencadenando el capitalismo contemporáneo. En la medida en que las ciencias sociales van asumiendo esta perspectiva -que es la dominante en los países del Norte y que domina sin contrapeso en el mundo universitario estadounidense o europeo- se comprenden las razones de la grave crisis que están sufriendo aquellas disciplinas.

Para ir cerrando: en América Latina tenemos una gran tradición, que tenemos que recuperar, revisar y actualizar. No se trata de una excursión al museo de ideas sino de recuperar un pensamiento social extremadamente importante. América Latina produjo a lo largo del siglo veinte, sobre todo en la década de los 50’ y 60’, grandes innovaciones en todos los sistemas de pensamiento: en la teoría económica con el “desarrollismo” y la revisión que Raúl Prebisch y sus discípulos hicieron de las enseñanzas de John Maynard Keynes. Pero tenemos también el valioso legado de la teoría de la dependencia y, en otros terrenos, de la teología de la liberación, un pensamiento importantísimo, no solo en el campo teológico, sino también en filosófico y en las humanidades. América Latina hizo también grandes contribuciones en el campo de la educación: allí sobresale la extraordinaria obra de Paulo Freire que revolucionó las concepciones pedagógicas dominantes desde hacía siglos, y que está en la base de las exitosas campañas de erradicación del analfabetismo primero en Cuba, después en Venezuela y más tarde en Bolivia. Lo mismo puede decirse en relación a la nueva visión de la ecología y la geografía que aporta Milton Santos, el gran geógrafo social brasileño. O sea, contamos con un reservorio extraordinario de ideas, y tenemos mismo en el siglo veinte la presencia de gente como José Carlos Mariátegui, un pensador formidable, muy poco conocido y que no se lo estudia prácticamente en ningún curso que yo conozca de sociología o pensamiento político. ¿Porque? porque tuvo la doble desgracia de nacer en América Latina y escribir en español. Si hubiera nacido en Francia, Estados Unidos o Inglaterra, sus célebres Siete Ensayos serían texto obligatorio en el estudio de la historia de las ideas del siglo veinte. Pero nació en América Latina, nació en Perú, escribió en español, tenía ideas que iban a contracorriente de las consideradas aceptables y entonces no se lo estudia. América Latina no tiene sólo a ellos: Simón Bolívar aparte de ser un genio militar y un gran estadista fue un pensador de una profundidad extraordinaria; pero nació entre nosotros y escribió en español. Lo mismo podemos decir del maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, o de Francisco Bilbao, el chileno, otro notable pensador de mediados del siglo diecinueve; o de la gigantesca figura de José Martí. Ya en la segunda mitad del pasado siglo, la obra y las reflexiones filosóficas y sociológicas de gente como Fidel y el Che, deberían ser fuente permanente de reflexión y de estudio para los latinoamericanos. El discurso de Fidel en el juicio del Moncada es un análisis sociológico extraordinario de lo que era un país caribeño a mediados del siglo pasado, un análisis de la estructura de clases, su composición, un discurso exento totalmente de retórica que produce un análisis luminoso de lo que era la sociedad cubana en ese momento, pero, ¿quién estudia a Fidel? ¿En qué departamento de sociología se ha tomado alguien la molestia de decir vamos a organizar un curso, sobre el legado, la línea de pensamiento y acción que va desde Martí hasta Fidel pasando por Mariátegui y el Che? Y podríamos pasar por varios otros pensadores en otros países: Aníbal Ponce por ejemplo en Argentina, un pensador muy importante, y así muchos más, en Brasil y en México. No lo hay, porque además quien haga eso simplemente va a ser mal evaluado por los colegas porque estos son textos que no se adaptan a lo que son las reglas del juego, no son autores “respetables”. Hablando de Chomsky, yo les decía recién que sus teorías y análisis no se enseñan en ningún departamento de ciencias políticas de Estados Unidos porque es considerado un pensador que no tiene nada que aportar para el estudio “científico” de la realidad política de ese país. Para el pensamiento oficial todos aquellos que piensan críticamente son figuras extravagantes, excéntricas, que quieren llamar la atención con sus desplantes, que tienen un problema con la autoridad y que por eso quieren que de alguna manera se centre la mirada en ellos.

Este es un poco el argumento normal que se plantea en Estados Unidos. En realidad es un veto ideológico, no se los quiere escuchar porque dicen cosas que son a la vez verdaderas y preocupantes. Cuando una vez le preguntaron a Chomsky cuál es la misión del filósofo dijo: “muy simple, decir la verdad y denunciar las mentiras, esa es la misión del filósofo, el resto son juegos de palabras que no me interesan, un filósofo debe decir la verdad y denunciar las mentiras”. [8] Y lo mismo debe hacer un científico social; por eso el pensamiento crítico es tan peligroso, porque en sociedades como ésta, en donde el orden social se mantiene de manera cada vez más precaria, crecientemente apelando a las mentiras (y si ellas no dan resultado a la represión) el pensamiento crítico se convierte en un objeto molesto, irritante que hay que aplastarlo de cualquier manera, evitar que se instale fuertemente en la universidad y que haya cátedras en donde pueda ser difundido, estudiado, no para tenerlo como un catecismo que hay que repetir, sino como fuente de inspiración. Y me pregunto: ¿qué nos inspira más a nosotros hoy? Yo respondo, como filósofo político que pretendo ser, ¿nos inspira más la lectura de John Stuart Mill, de la última parte del siglo diecinueve en Inglaterra, o la del Socialismo y el Hombre en Cuba, escrito por el Che Guevara a comienzos de los sesentas? Para mí no hay ninguna duda de que este último texto es muchísimo más fecundo en términos de generación de grandes preguntas (no digo de tener allí todas las respuestas pero sí serios interrogantes) que las que aporta un gran autor de pensamiento liberal como Mill. Sin embargo, vuelvo a preguntar ¿en qué cátedra de filosofía política, de teoría política hoy, tenemos la posibilidad de encontrar un examen de toda esa tradición filosófica, política socialista, que encuentra en el Che Guevara algunas de sus expresiones más luminosas?

No hay, punto. Si los investigadores jóvenes quieren sobrevivir en el complicado escenario de la universidad tienen que aceptar las reglas del juego que impone la jerarquía universitaria. No nos olvidemos que la universidad es una estructura sumamente jerárquica, aún pese a los avances de la reforma universitaria, o el cogobierno. Y además porque hay dos tendencias muy fuertes que han aparecido en los últimos 10 o 15 años en la estructura de las universidades y que afectan a las posibilidades de desarrollar el pensamiento crítico: una, la precarización laboral, o sea, cada vez más un número creciente de personas está en la universidad en una situación de incertidumbre laboral que desalienta la adhesión a planteos teóricos considerados inapropiados por las autoridades; y, dos, algo que también señala Callinicos: la pauperización de los universitarios. Este autor hace un análisis muy interesante -válido para Inglaterra pero que en general puede extenderse a otros países del mundo desarrollado y creo que también a nosotros- donde va comparando como evolucionaron a lo largo del tiempo los salarios de los docentes universitarios con los del resto de las profesiones liberales. Y si antes estos más o menos se correspondían con aquéllos, en este momento lo que nota para el caso inglés es que ha habido un desfasaje muy marcado entre las remuneraciones de ambas categorías profesionales, por supuesto que en desmedro de los universitarios. Con lo cual tenemos personas que están en una situación de vulnerabilidad económica y de precariedad laboral, sometidos a la estructura rígida de controles que viene de la mano del Estado a través de los comités de evaluación y las promociones y los incentivos, y encima con un clima ideológico adverso.

Por eso deberemos librar una batalla muy dura, y por eso el hecho de sobrevivir aunque sea para poder tener espacios para discutir disfrutar de iniciativas como esta de la Red Extensa, y producir una articulación fuerte con los movimientos sociales. Este es un dato muy alentador y es lo que nos fortalece el entusiasmo para seguir avanzando, en la convicción de que ese pensamiento crítico sólo podrá ser fecundado a partir de su vinculación con lo que hay fuera de la universidad. Si creemos que el pensamiento crítico va a florecer dentro de las aulas universitarias, cerrándonos al mundo exterior, estamos profundamente equivocados. La única manera en que ese pensamiento crítico va a poder desarrollarse es a partir de aquella vinculación con movimientos sociales, Permítanme cerrar esta presentación contándoles lo que me dijo un colega africano, también preocupado por las vicisitudes del pensamiento crítico en aquel continente. Ante el relato de nuestros problemas él me dijo textualmente lo siguiente: “bueno pero ustedes en América Latina tienen movimientos sociales, tienen sujetos sociales que actúan y protestan; nosotros, en cambio, en África afuera de la universidad no hay nadie. Peor aún, me encuentro con una población abatida, desmoralizada, desorganizada, viviendo al borde de la más absoluta miseria y que no reúne las condiciones más elementales requeridas para armar una pequeña organización. En cambio ustedes al salir de la universidad se encuentran con una plétora de sujetos, fuerzas populares, movimientos sociales, con las cuales dialogar y, de ese modo se enriquecen recíprocamente. Aprovechen esa oportunidad.”

Mi amigo africano tiene razón. Aprovechemos esta oportunidad y sigamos adelante sin desmayo en esta empresa de recuperar y revitalizar el pensamiento crítico.

Muchas gracias.



[1] Cf. Consolidando la explotación. La academia y el Banco Mundial contra el pensamiento crítico (Córdoba: Editorial Espartaco, 2008)

[2] Un lúcido y vibrante racconto de esta historia lo efectúa André Gunder Frank en su “Carta abierta sobre Chile a Arnold Harberger y Milton Friedman”. Esta carta la envió Frank al cumplirse el primer año del gobierno de Pinochet a sus ex-profesores de la Universidad de Chicago, devenidos en activos colaboradores del régimen militar. Ver http://www.purochile.rrojasdatabank.info/genocidio2.pdf

[3] Cf. Pablo González Casanova La universidad necesaria en el siglo XXI (México: Ediciones ERA, 2001) y Boaventura de Sousa Santos, La universidad en el siglo XXI. Para una reforma democrática y emancipadora de la universidad (Buenos Aires, Miño y Dávila Editores: 2005)

[4] Cf. su “Las universidades en un mundo neoliberal”, en Rebelión, http://www.rebelion.org/docs/91678.pdf

[5] Cf. Fernando Reyes Matta, “Búsqueda de una comunicación democrática. Nuevo orden informativo, 1973-1983”, en Nueva Sociedad (Caracas) Nº.71, Marzo- Abril de 1984, pp. 62-68, y Luis Ramiro Beltrán, “El nuevo orden internacional de la información. El sueño en la nevera”,en Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación (Quito), Nº 70, Junio 2000.

[6] Callinicos, op. Cit., p. 7

[7] Entre los más importantes dispositivos para medir el “impacto” se encuentran Science Citation Index (SCI), el Social Sciences Citation Index (SSCI) el Arts and Humanities Citation Index (AHCI), el Google Académico y el Scopus.

[8] Sobre el papel de la mentira en la dinámica cotidiana del ejercicio del poder en Estados Unidos, ver Sheldon Wolin, Democracia S. A. (Buenos Aires: Katz, 2009), pp. 363-371.


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