El informe sobre la ocupación del viernes (2 de octubre) mostró que la mayoría del país sufre graves problemas económicos, incluso si la economía está ahora recuperándose. La tasa de paro aumentó al 9’8 por ciento, con la tasa de paro masculina alcanzando un nuevo máximo postdepresión. La economía perdió otros 260.000 empleos en septiembre y las cifras previas de empleo perdido en la recesión fueron revisadas al alza en más de 800.000. La semana laboral media continúa acortándose. Con el descenso del salario real, eso asegura que muchos trabajadores se llevarán a casa unas pagas aún más encogidas.
Para la gran mayoría de gente en el país que recibe del trabajo la mayor parte de sus ingresos, la economía es una catástrofe. Pero la economía no va mal para todos.
Como se nos recuerda constantemente, la crisis financiera está detrás de nosotros y los bancos están recuperándose. De hecho, están más que recuperándose. En muchos sentidos, están mejor que nunca. Los datos más recientes del Departamento de Comercio muestran que los beneficios de la industria financiera ahora representan más del 31’5 por ciento de todos los beneficios empresariales. Esto supone la mayor proporción que nunca se haya conseguido a lo largo de los años de la burbuja inmobiliaria.
Por supuesto que no es difícil hacer beneficios cuando se dispone de dinero prestado por la Reserva Federal casi sin interés y se presta después al Gobierno al 3’5 por ciento. Supongamos que el Estado de California tuviera el privilegio de disponer de 1 billón de dólares de la Reserva Federal casi sin interés y usara el dinero para comprar al Tesoro bonos al 3’5 por ciento de interés. Los 35 mil millones anuales de interés se encargarían de subsanar el enorme déficit presupuestario de California con mucha rapidez.
Pero, ¡eh!, California es un Estado grande. No un banco de Wall Street. El Congreso no va a tolerar un trato especial a los gobiernos estatales.
El equipo rescatabancos continúa vendiendo una historia en demasía engañosa, casi sin que nadie la ponga en duda. Nos dicen que no teníamos otra opción. Si no se hubiera dado a los bancos billones de dólares en su hora de necesidad desesperada, dicen, la situación hubiera sido incluso peor.
No hay duda de que un completo derrumbamiento del sistema financiero hubiera dificultado la recuperación. Sin embargo, dar billones a los bancos, sin condiciones, no era la única opción.
El pasado otoño tuvimos que hacer frente a una situación en la que casi todos los grandes bancos estaban cerca de la bancarrota: no podían pagar sus deudas sin la ayuda del Gobierno. En lugar de hacer préstamos por debajo de las condiciones del mercado con escasas si algunas condiciones, podríamos haber acordado préstamos condicionales de forma que los bancos cambiaran su modo de hacer negocios. Esto supondría la prohibición del negocio de los complejos instrumentos derivados, la limitación del apalancamiento y el recorte substancial de las retribuciones a los ejecutivos. (¿Qué tal unos 2 millones de dólares de máximo, que incluyera las bonificaciones, las opciones sobre acciones y todos los demás extras?).
Lo podríamos haber hecho así porque el Gobierno disponía de todas las cartas. Si no hubieran recibido dinero de nosotros los bancos estarían fuera de juego. Podríamos haberles dicho que corrieran desnudos por Wall Street, que se pasearan por encima de las brasas o que se pusieran estúpidos sombreros; la alternativa era cerrar sus bancos y buscar nuevos empleos.
En lugar de eso, les dimos el dinero sin condiciones. Ahora los bancos son más grandes y peores que nunca, y pagan grandes bonificaciones, igual que antes. Tal como están las cosas, serán aún una mayor sangría para la economía en los próximos años de lo que ya representaron en los años que condujeron al crash.
Y si alguien piensa que los bancos han aprendido alguna cosa acerca de las prácticas comerciales sanas, es que no ha prestado suficiente atención. Lo que los bancos han aprendido es que si un banco naufraga, e incidentalmente se lleva a la economía por delante, entonces debe enviar a sus lobistas al Congreso y a la Casa Blanca con las bolsas vacías y pedirles que las llenen con dinero. La lección es que lo harán.
Se puede confiar en los políticos y los medios de comunicación en el proceso para proteger a los bancos en sus horas bajas. Mientras que la pérdida por parte de decenas de millones de personas de sus empleos o de sus hogares es solamente un desafortunado aspecto de la moderna economía, el derrumbe de Citigroup, Goldman Sachs o el Banco de América es una tragedia que nuestras elites no pueden concebir.
Sin Permiso - 25.10.09
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