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19/07/2009

James Petras

La situación del sector energético en América Latina está determinada por correlaciones tanto internas como externas de fuerzas políticas, el nivel de organización de clase y poder dentro de las clases trabajadoras y dominantes, la situación de la economía mundial y la fuerza y debilidad del imperialismo estadounidense. La “situación del sector energético” hace referencia a diversas variantes en términos de propiedad, volumen económico y distribución de las ganancias dentro de la estructura clasista.

Correlación de fuerzas internas y externas

La correlación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores en el sector energético en América Latina varía ampliamente: en Venezuela el Gobierno de Chávez, con el apoyo del sindicato de los trabajadores del petróleo, ha incrementado la propiedad pública y ha distribuido las ganancias del petróleo entre las clases populares mediante subsidios alimenticios, sanidad para todos y programas públicos de educación. En el otro extremo se encuentra Colombia en la que, bajo el Gobierno de Uribe, las compañías privadas extranjeras de petróleo están aumentando su control, los beneficios son repatriados a los países imperialistas o sacados del país por la élite doméstica y las ganancias del gobierno subvencionan a la oligarquía, y a escuadrones de la muerte apoyados por el gobierno y al ejército para asesinar y amenazar a líderes sindicales y sociales.

Entre estos dos polos de la izquierda nacionalista y la derecha neofascista existen otras cuantas variantes: socialdemócrata, social liberal y neoliberal.

Bolivia y Ecuador, con Evo Morales y Rafael Correa, representan el enfoque social democrático. Proponen “sociedades” entre el “Estado” y compañías capitalistas extranjeras de petróleo, que compartan los beneficios de la explotación de crudo. Las compañías extranjeras controlan todavía la mayor parte, si no todo, del refinamiento y del comercio y el gobierno social democrático tiene todavía que establecer sus propios “sistemas de marketing”.

Las políticas “social liberales” las encontramos en Brasil y Argentina donde las compañías petrolíferas mayores son del Estado sólo nominalmente pues son comercializadas en los mercados de bolsa en Latinoamérica y Wall Street. Las ganancias del Estado son distribuidas en una proporción desigual: la mayor parte usada para subvencionar el sector agro mineral y la parte menor para financiar programas sociales- incluidos programas básicos contra la pobreza.

Las políticas neoliberales las encontramos en México y Perú donde compañías petrolíferas anteriormente pertenecientes al Estado se han transferido a compañías extranjeras de petróleo y energía. En México, sólo la militancia del Sindicato Mexicano de Electricistas ha impedido que el Gobierno privatizara esta industria estratégica. Bajo los regímenes neoliberales las ganancias energéticas y del petróleo se han distribuido casi exclusivamente entre las clases dominantes extranjeras y locales y sólo han quedado unas pocas migajas para los trabajadores, los campesinos y las comunidades indígenas en la forma de programas de “pobreza de subsistencia”. Los regímenes neoliberales desinvierten y desvalijan las empresas públicas, disminuyendo su cuota de producción y dejándolas con deudas, tecnología obsoleta y una capacidad en declive para satisfacer obligaciones de ultramar.

El Impacto del boom económico y la recesión global (2003-2009)

La actuación y propiedad del sector energético se ven influenciados por la lucha de clases interna, la situación de la economía mundial y la ascensión y caída del imperialismo estadounidense. La crisis del neoliberalismo y las revueltas populares entre 1999 y 2005 cerraron la primera fase de privatización a gran escala en muchos países de Latinoamérica. El derribo de los gobiernos de De la Rua en Argentina, Sánchez de Losado en Bolivia y Noboa y Gutiérrez en Ecuador, la derrota de los golpistas en Venezuela (abril 2002) y el encierro de los jefes (la huelga del petróleo) (diciembre 2002-febrero 2003) llevó a los movimientos radicales de masas a establecer una nueva agenda: la renacionalización del sector energético, del petróleo, del sector eléctrico, de la minería y de otros sectores estratégicos.

Sin embargo las revueltas populares no llevaron, con la excepción de Venezuela, a gobiernos de trabajadores y campesinos. En su lugar, alianzas de centro izquierda de orientación de clase media con las clases populares llevaron a algunas reformas parciales. En Bolivia Evo Morales aumentó el rol del Estado en su sociedad con 42 compañías de gas y petróleo de propiedad extrajera. Kirchner montó una compañía estatal pero se negó a renacionalizar Repsol YPF en Argentina. En Ecuador Correa incrementó los impuestos a las compañías petrolíferas pero las compañías multinacionales extranjeras todavía producen el 57% del petróleo. En Brasil Lula rechazó renacionalizar las empresas privatizadas- y la mayoría de las participaciones de Petrobras siguen en las manos de los inversores privados.

La mayor lucha contra la explotación de las compañías mineras y de energía en Perú, Colombia, Ecuador y Chile la llevaron a cabo los movimientos indígenas, en algunos casos apoyados por trabajadores del petróleo y organizaciones de campesinos. La razón está clara: las compañías energéticas no estaban simplemente explotando a la mano de obra, estaban destruyendo sus economías y condiciones de vida mediante la contaminación masiva del medio ambiente y el embargo de sus tradiciones.

En Brasil la promoción a gran escala y a largo plazo de inmensas plantaciones multinacionales de azúcar y refinerías que producen etanol desplazó a miles de pequeños granjeros y comunidades indígenas e intensificó la explotación de los trabajadores del campo. El movimiento de los trabajadores rurales sin tierra (MST) y otros movimientos sociales del campo, aliados con Lula, se enfrascaron en luchas defensivas. Sin embargo, sin aliados urbanos, no pudieron con la combinación Lula-agro mercado.

Trabajadores urbanos y sindicatos

La principal fuerza motriz de las revueltas populares contra el neoliberalismo varía según los países y el momento.

En Ecuador los trabajadores del petróleo, la minería y las fábricas se unieron a los movimientos masivos de campesinos para deponer a Noboa al comienzo de la década. En Argentina los parados y la clase media lideraron la lucha en el derrocamiento de De la Rua. En Venezuela los trabajadores del petróleo se dividieron entre una minoría que apoyaba el encierro de los jefes y una mayoría que tomó el control y operó los pozos en apoyo del Presidente Chávez. Sin embargo, a lo largo de la década, los trabajadores del sector energético se han organizado y militado en defensa de su sector económico, oponiéndose a la privatización y protegiendo sus estándares de vida mediante lucha de masas. Pero su presencia en las revueltas populares ha sido escasa. En muchos de los casos los líderes de los sindicatos de la energía han apoyado a los regímenes de centro izquierda para asegurarse concesiones salariales y trabajo seguro. En el mejor de los casos estos sindicatos se han unido en manifestaciones de solidaridad con la lucha masiva de los campesinos, indígenas y parados.

Paradójicamente la fuerte y militante organización de los sindicatos de la energía ha llevado a ganancias económicas y reformas del sector, que han llevado a su vez a la creación de islas altamente segregadas de afluencia entre una masa de pobres rurales y urbanos. La pasada década ha sido testigo del declive de los trabajadores de la energía como vanguardia de las revueltas populares: otras clases han ocupado su lugar. Esto ha dado lugar a un peligro de carácter estratégico porque, en el transcurso de privatizaciones a gran escala del sector de la energía, los trabajadores fracasarán en asegurarse el apoyo del resto de la clase trabajadora y los campesinos.

Mientras que la explotación del petróleo en el Amazonas crea “trabajos para trabajadores del petróleo”, destruye la forma de vida de las comunidades indígenas y da comienzo a un conflicto entre compañías petrolíferas y sus trabajadores contra la masa de artesanos, pequeños granjeros y comunidades indígenas dependientes de la ganadería, la pesca y la artesanía, próximas a las operaciones mineras y de petróleo.

La recesión mundial y el sector energético

La crisis mundial no se puede resolver solamente con huelgas y protestas. Incluso la renacionalización no puede, por sí misma, crear las bases para una recuperación nacional. La única alternativa que enfrentan los trabajadores del sector energético es una “revolución cultural y política” interna en la que se replanteen su estrategia básica y vayan más allá de las luchas sectoriales.

La actual recesión profunda y prolongada sólo puede ser afrontada a nivel político nacional mediante un giro hacia la formación de una alianza política amplia y de masas con las clases populares, con una estrategia para ganar poder estatal. A las puertas del colapso del capitalismo, la lucha sindical ya no es efectiva. Los sindicatos sólo pueden tener éxito dando un giro decisivo hacia los movimientos anticapitalistas- un giro hacia una aceptación explícita del socialismo.

Hoy día, la totalidad de la clase capitalista se ha apoderado del control del Estado, especialmente de la Hacienda estatal, para financiar su supervivencia y recuperación a expensas de los trabajadores, los campesinos, los indígenas y los pobres urbanos. Según la crisis se hace más profunda, la rebelión de la masa rural y urbana romperá de nuevo los lazos de la burguesía hegemónica. Se elevará la pregunta: ¿serán los trabajadores de la energía parte de una solución socialista o serán parte del problema capitalista? ¿Volverán a ser los trabajadores de la energía parte de la vanguardia o seguirán siendo parte de la retaguardia? Lo que está absolutamente claro es que los trabajadores de la energía ocupan una posición estratégica en el sistema capitalista mundial- sin petróleo nada se mueve, sin electricidad los banqueros no pueden contar sus beneficios y los inversores no pueden leer sus pagos de dividendos.

El sistema capitalista nunca ha demostrado en su totalidad hoy día, en la vida real, que es un sistema fallido- ni produciendo bienes y servicios ni proveyendo crédito y financiación ni dando trabajo.

La famosa frase de Kart Marx me viene a la mente: “Un fantasma está acechando a la clase capitalista: el advenimiento de la revolución socialista”.

Rebelion - 19.07.09

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