Pocas personas encarnaron mejor en el siglo XX esta combinación de ideología y tecnocracia que un ciudadano norteamericano que acaba de morir: Robert McNamara. El conflicto de Vietnam se encuentra a tal punto asociado a su nombre que llegó a ser conocido como la “guerra de McNamara”. Fue él quien convenció a un Presidente profundamente inseguro en asuntos internacionales, como lo era Lyndon Johnson, acerca de la factibilidad de ganar esa guerra, para luego convencerlo de nuevo con respecto a la inevitabilidad de su escalada. Fue él, quien como Secretario de Defensa, la libró con cabal intensidad y sentido de propósito.
En su caso, la sujeción a la ideología venía dada por la adscripción incondicional y acrítica a la llamada “teoría del dominó”. Es decir, aquella noción que prevaleció en Estados Unidos durante buena parte de la Guerra Fría, según la cual la caída de un país del “mundo libre” bajo la esfera comunista arrastraría consigo al resto de “la hilera del domino”. La absolutización de esta premisa llevaba a la convicción de que había que asumir cualquier costo y aceptar cualquier reto, como bien lo señaló Kennedy en su histórico discurso inaugural, antes de dejar que alguna pequeña pieza de esa hilera cayera en manos enemigas. La condición tecnocrática de McNamara venía dada, por su parte, por la creencia de que a través de la acumulación y el análisis frío de cifras y datos puntuales podía enfrentarse y superarse cualquier reto. La combinación de lo uno y lo otro conducía a un mundo de certidumbres en el que lo macro y lo micro parecían encajar a la perfección. En medio de este proceso de retroalimentación de convicciones sólo quedaba afuera un pequeño detalle: la especificidad política, histórica y cultural de ese particular rincón del mundo con el que se lidiaba.
El obituario de McNamara realizado por Leslie Gelb, Presidente Emeritus del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, en la edición de la revista Time de fecha 20 de julio, constituye una pieza documental de la mayor importancia. Según este dilecto discípulo y subordinado de McNamara en tiempos de Vietnam: “El constituía la más lograda expresión del gerente, un hombre que podía utilizar los datos, los números y el análisis de éstos, para resolver cualquier problema, incluso para llevar adelante guerras en lugares de los que nunca había oído hablar… McNamara no conocía nada sobre Vietnam. Como tampoco lo hacíamos ninguno del resto de nosotros, sus colaboradores. Sin embargo, no se suponía que los estadounidenses tuviéramos que conocer acerca de la cultura o de la historia de ningún país. Lo único que necesitábamos era aplicar nuestra superioridad militar y nuestros recursos de la manera adecuada. Para ganar la guerra bastaba con obtener los datos correctos, analizar debidamente la información y aplicar las soluciones adecuadas…Mientras Estados Unidos sangraba y sus ciudades ardían, nunca me resultó claro que tanto conectaba McNamara esta realidad con la propia guerra de Vietnam”.
Este no tener que “conocer acerca de la cultura o la historia de un país”, que caracterizó a McNamara y a su equipo, fue también la marca distintiva de la era neoliberal y de sus principales instituciones. A una ideología totalizadora con respecto al funcionamiento de las leyes económicas, se les vinieron a unir números y datos desprovistos de sustancia política o de sustrato cultural. Y así como la guerra de Vietnam produjo un millón de combatientes y cuatro millones de civiles muertos, el recetario neoliberal dejó tras de sí una gigantesca crisis económica global, amén de inmensos y bien diseminados problemas políticos y sociales. ¿Que decir, por su parte, de la invasión a Irak, en donde a la ideología “democratizadora” de Bush y de los neoconservadores se le unió la prepotencia tecnocrática de Rumsfeld?
Nada más peligroso que la mezcla ideología-tecnocracia. Nada como ella para hacer que desaparezca el sentido de la perspectiva y el contacto con la realidad.
Sem comentários:
Enviar um comentário