À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

23/06/2010

Discursos bilderbergienses (o bilderberguianos)

Jorge Felipe García

[En las siguientes líneas reproducimos un fragmento del discurso de bienvenida a la reunión de Sitges del Club Bilderberg, que corrió a cargo del experto en vivisecciones y reformas estructurales en el este europeo, el polaco Tadeusz Kikirikowski. El texto produjo una encendida polémica filológica entre los especialistas acerca de la superior corrección de la expresión ‘bilderbergiense’ sobre la de ‘bilderberguiano’, o viceversa. Nos limitamos a reproducirlo, sin ulteriores comentarios de este cariz.]
Queridos amigos, amigas, hermanos todos en el lucro, internacionalistas de la codicia, gusanos afectuosamente prendidos a la máquina: la última frontera sigue siendo el cuerpo y el alma del trabajador: allí aún quedan muchos indios por matar.
En el Times del tres de septiembre de 1873, ayer, como quien dice, el amigo Stapleton advertía: “Si China se convirtiera en un gran país industrial, no veo cómo la población obrera de Europa podría hacer frente a ese desafío sin descender al nivel de sus competidores”. Hoy, gracias a la concurrencia del mercado mundial, gracias a la globalización, nuestro objetivo ya no son los salarios continentales, sino los salarios chinos. [1] Qué poético, circular, es todo…
[…]
Es muy duro, se nos hace realmente penoso, exigir profundos sacrificios; pero se lleva mucho mejor cuando éstos se padecen en un cuerpo ajeno. Manos a la obra, pues. Desde los más sólidos cimientos de nuestra civilización –el egoísmo y la codicia – renovamos nuestro compromiso, perseverante, esforzado y ambicioso, por la destrucción metódica de los seres humanos y la naturaleza. “¡Más madera! Es la guerra.” La guerra por la desorganización científica del trabajo. No hemos dicho aún suficientemente la oportunidad que significa la crisis, la ocasión, el kairós de la intensificación de la explotación.
¿El método? El de siempre, el de “ensayo y terror”. El miedo es el mejor medio para que crezca el beneficio. El estado del bienestar no es una red para acróbatas fallidos: es una tela de araña demasiado frágil. ¿Miedo, dije? El miedo no es suficiente, mejor el terror, mejor el pánico. Llega el hombre del “sacco”… La última frontera es su alma. El miedo cerrará sus puertas y ventanas. Hay que hacer girar con más fuerza aún los engranajes de la rueda hasta que aúllen de dolor y corran a inmolarse a una divinidad infinitamente más estúpida y más sedienta de sacrificios que cualesquiera divinidades anteriores. Hay que ponerlos de rodillas hasta que digan “basta”. Protestarán, lloriquearán, y moverán los bracitos como muñecos, marionetas rotas, guiñoles ciegos. Habrá que recordarles aquella genial humorada: “los sufrimientos siempre son transitorios: una vez muertos ya no los advertiréis”.
Los países cuya población es incapaz de autoprogramarse en función de los desafíos del entorno, de reciclarse en pos de los retos de la globalización, tendrán que ser competitivos por los salarios. “¿Qué hacer con la población no utilizable?”, os preguntáis. Nada, dejar que se pudra; sobra, sencillamente. Sobra, no entra en nuestros planes. Su sola presencia, la terquedad con la que perseveran en la podredumbre, su estupidez bovina y sus lastres culturales son un obstáculo (un leve obstáculo, a decir verdad), una fricción para el mecanismo. Es una cosa demasiado densa. El ideal es el nómada, el fantasma. Hasta lo líquido es demasiado sólido, mejor lo etéreo; lo sólido, lo pesado… el mínimo imprescindible y a la sombra de nuestra mirada, por favor. Sencillamente es repugnante. Les vamos a enseñar, queridos hermanos, en qué perversa forma se cumple la utopía del fin del trabajo.
[…]
Ningún pastor, un solo rebaño; pero una misma dirección: orgullosos y supremacistas, frente alta, barriga escondida, fatuos, pletóricos y henchidos de superioridad moral… ¡Adelante! ¡Ni un paso atrás! Paso firme hacia el abismo... ¿Quién manda? Nadie. ¿Quién es el responsable de tanta ruina? Nadie. Como Ulises, también nosotros somos fecundos en ardides: nadie nos dice lo que tenemos que hacer, todos hacemos lo mismo. ¿No es ésta una maravillosa prueba de la armonía preestablecida del capitalismo? ¡Gobiernos del mundo, rendíos! “¡Sit!, ¡sit!” Y se sientan en las solemnes, históricas, flácidas y exánimes reuniones internacionales. “¡Up! ¡Sit down!”, y se sientan, dóciles y perrunos, meneando agradecidos sus colitas, a beber en los abrevaderos de nuestros dogmas.
Termino.
Bienvenidos, bienvenidas, al siglo XIX.
Entre el socialismo y la catástrofe, elegiremos la catástrofe.


[1] La cita a la que hacemos referencia y nos da pie a escribir estas líneas, es la cita núm. 37 del capítulo XXII, Conversión de la plusvalía en capital, en la edición del Fondo de Cultura Económica, de 1999 (p. 506); completa dice así: “Nota a la tercera edición. Hoy, gracias a la concurrencia del mercado mundial, que se ha impuesto de entonces acá {desde 1770}, hemos avanzado un buen trecho en esta vía {de igualación a la baja del valor de la fuerza de trabajo}. “Si China –declara el parlamentario Stapleton a sus electores–, si China se convierte en un gran país industrial, no creo que la población obrera de Europa pueda competir con él sin descender al nivel de vida de sus competidores.” (Times, 3 de sept. de 1873.) Como se ve, el ideal acariciado actualmente por el capitalista inglés ya no son los salarios continentales, sino los salarios chinos. [En la edición francesa (París, 1873), esta nota fue incluida en el texto, y en este lugar, a continuación de la última frase, encontramos intercalada la siguiente observación: “ideal a que el desarrollo de la producción capitalista ha conducido al mundo entero. Hoy, ya no se trata simplemente de lograr que los salarios ingleses desciendan hasta el nivel de la Europa continental, sino de hacer que, en un futuro más o menos cercano, el nivel europeo de los salarios baje hasta el de China”.] (Ed.)
Los añadidos entre los símbolos {} no pertenecen al original.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108383

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