À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

14/06/2009

La periodista colombiana Myriam Bautista entrevistó a Antoni Domènech para el diario bogotano El Tiempo.

Un grupo de intelectuales creó una revista digital y en papel, con un consejo editorial conformado por líderes de la izquierda de los años setenta de tres continentes.

La imagen podría ser de un cuento de Julio Cortázar: un grupo de hombres y mujeres de dos generaciones, con mucho en común, pero tal vez lo más importante, derrotados políticamente, se reúnen para crear una revista, con tres núcleos de redacción en Barcelona, Buenos Aires y México, y patas en distintas ciudades, tantas como amigos de viejas luchas, desperdigados por el mundo.

Estas personas, casi todas académicas, llevaron a sus discípulos, quienes los convencieron de que la revista en papel, con tiraje de cuatro mil números, tan voluminosa como un libro, era importante, pero mucho más lo era construir su sitio en Internet para llegar de inmediato a un público más amplio. Hubo consenso. Viejos, más jóvenes y jóvenes, sin cobrar un solo peso, pusieron manos a la obra. Han pasado tres años y Sin Permiso es ya una referencia de obligatoria lectura, cada ocho días, para 21 mil personas de los cinco continentes, suscritas gratuitamente a su edición electrónica, en la que se publican 15 artículos. Cada día acceden a su página unos 25 mil lectores. Colombia ocupa la novena posición en entradas.

María Julia Bertomeu y Carlos Abel Suárez, desde Buenos Aires, Adolfo Gilly, desde México y Daniel Raventós, desde Barcelona, son algunos de los miembros del Consejo Editorial. En la redacción, entre muchos, se destaca la colaboración de la histórica y mítica militante del Partido Comunista italiano Rossana Rossanda, ex directora del diario Il Manifesto y una de las mujeres que hicieron parte de la resistencia partisana en la II Guerra Mundial. Rossanda, desde Milán, a sus 85 años y recién casada, escribe permanentemente sobre la actualidad de su país y del mundo.

El editor general, Antoni Domènech, desde muy joven militó en la resistencia clandestina antifranquista desde las filas del Partido Comunista, estudió filosofía y derecho en la Universidad de Barcelona. Desde 1994, es catedrático de Filosofía en la Facultad de Ciencias Económicas de esa universidad.

Domènech estuvo en Bogotá, como expositor principal en un seminario sobre el filósofo político norteamericano John Rawls y para presentar la revista, en el claustro de San Agustín, a conocedores y profanos que no le perdieron palabra a su sesuda y emotiva exposición.

La presentación de Sin Permiso, en donde se sustenta su nombre, termina con una cita de Marx. ¿Por qué la eligió?

Porque en esa cita se declara que, en todas las épocas, quien no tiene medios propios de vida, tiene que pedir permiso a otros para vivir, y por eso no es libre. Libertad es no tener que pedir permiso a otro para sobrevivir: es una vieja idea que viene del mediterráneo antiguo, de los atenienses. Es muy notable que en la Crítica del Programa de Gotha, de donde está tomada la cita, Marx se sirviera explícitamente de esa vieja idea para ilustrar lo que eran la democracia revolucionaria (la I República francesa de 1793) y el socialismo industrial modernos: programas políticos de universalización de la libertad republicana. Que nadie tenga necesidad de tener que pedir permiso a otro para sobrevivir, que nadie sea esclavo de otro (de Aristóteles tomó Marx la idea de que el trabajo asalariado era "esclavitud a tiempo parcial"), esa es la idea. Y convertir esa cita de Marx en el título de la revista entraña aún otra cosa: equivale a una declaración de principios radicalmente laicos: nosotros no somos marxistas sectarios, religiosos. Sectario es quien cree en un mito fundador, según el cual el origen de su tradición moral o política empieza de cero, sin antecedentes, como novedad absolutamente radical. Así son todas las religiones, sin excepción. Pero la democracia republicana y el socialismo modernos se ubican en una larga tradición milenaria de lucha por la libertad republicana y por su universalización, una tradición, o un conjunto de tradiciones de combate político que hincan sus más viejas raíces conocidas en las luchas populares de las viejas sociedades agrarias del mediterráneo antiguo, y acaso, más profundamente aún, en un anhelo humano universalmente reconocible.

Sin Permiso no recibe avisos publicitarios, ni recibe subvenciones. ¿Cómo funciona?

En eso estamos, voluntariamente, en la tradición publicística del movimiento obrero internacional: antes de la II Guerra Mundial, ningún periódico socialista (en el amplio sentido del término, que abarca desde el laborismo británico y las socialdemocracias continentales europeas hasta el anarcosindicalismo, pasando por los distintos comunismos) admitía publicidad comercial, ni recibía subvenciones, públicas o privadas. Hacer buena propaganda política, fundada en análisis intelectualmente honrados de lo que hay y encaminada a persuadir de un cambio radical con buenos argumentos pública y racionalmente debatibles, es incompatible con depender de publicidad mercenaria –"mercenario" tiene la misma raíz etimológica que "mercado" y "meretriz"—; es incompatible con tener que pedir permiso a empresas privadas o a gobiernos para existir. Sin Permiso se hace gratis et amore, con la disciplina y con la generosidad de los viejos combatientes socialistas: de nuestros mayores anarcosindicalistas aprendimos que la disciplina sin generosidad es una ilusión farisaica; y de nuestros mayores marxistas, que la generosidad sin disciplina es una ilusión filistea.

Además de autores socialistas, ¿qué otros autores se publican en Sin Permiso?

Publicamos a veces a liberales de izquierda inteligentes. Los premios Nóbel Krugman y Stiglitz, por ejemplo. Los enfants terribles del establishment son interesantes, también porque conocen por dentro las entrañas del sistema. Michael Hudson, por ejemplo, al que traducimos y publicamos siempre con gusto por la soberbia calidad analítica de sus escritos, y que es algo más que un liberal de izquierda (un republicano casi socialista), estuvo 30 años trabajando en Wall Street, antes de romper con el sistema.

En el acto de presentación de Sin Permiso ayer se dijo que en la revista vienen publicándose desde al menos 2006 artículos premonitorios de la actual crisis económica y financiera mundial. ¿Cómo fue?

Es verdad. Y ahí hay que decir que los economistas que anticiparon la que se nos venía encima no fueron académicos del establishment, ni siquiera liberales de izquierda críticos con el sistema (como los mencionados Krugman y Stiglitz), sino gentes que, o habían roto radicalmente con él en los 90 –como el también mencionado Michael Hudson— o economistas de formación marxista analíticamente sólida, como mi amigo berlinés Michael Krätke (miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso), actualmente en la Universidad de Lancaster en el Reino Unido, y que además de ser uno de los editores de la nueva edición crítica internacional de las obras completas de Marx y Engels, es un reconocido especialista en mercados financieros. O el historiador de la Universidad de California-Los Ángeles Robert Brenner, también miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. También hemos publicado piezas analíticamente interesantes, y premonitorias, del economista socialista filipino Walden Bello, un "premio Nobel alternativo".

¿Cómo ven en Sin Permiso la situación actual?

El momento actual es muy grave y complicado. Los tres componentes de la llamada "globalización" puesta por obra desde mediados de los 70 (primero, remundialización del capitalismo; segundo, neoliberalismo entendido como saqueo privatizador del patrimonio público, incluido el patrimonio natural; y tercero, financiarización de la economía) han fracasado, revelándose como ilusorias todas las apariencias de prosperidad grotescamente celebradas en las últimas décadas por los intelectuales y los periodistas del sistema. Pero a eso hay que sumar, al menos, la crisis energética –el agotamiento de los combustibles fósiles que han estado en la base de la economía mundial en las últimas centurias—, así como la crisis ecológica dimanante de la destrucción de vínculos ecosistémicos globales, cuya manifestación más visible es el catastrófico cambio climático en marcha. Las tres crisis –económica, energética, ecológica— estaban ya en el horizonte en los años 70: esta Guerra de los Treinta Años en que triunfaron las fuerzas de la reacción, del oscurantismo y de la irresponsabilidad sobre las fuerzas democráticas y populares a escala planetaria, ha significado también perder 30 años en la resolución de problemas gravísimos y urgentes que estaban claramente planteados ya en los 70. Y lo que tenemos ahora son, por un lado, fuerzas muy menguadas, las de la izquierda, que sufrió una derrota espantosa luego del 68, y, por el otro, unas elites que, puestas ante la evidencia del fracaso clamoroso de todas sus políticas en las tres últimas décadas, están como desnortadas, desconcertadas ante la magnitud de unos problemas que, víctimas de sus propias mentiras e ideologemas, ni siquiera parecen capaces de comprender, y no digamos de enfrentar.

Cuéntenos de su último libro

Es un investigación académica –tardé 10 años en completar la investigación que me permitió escribirlo— sobre El eclipse de la fraternidad. De los tres valores emblemáticos de la democracia republicana moderna –libertad, igualdad, fraternidad--, el de la fraternidad no sólo resulta hoy el más enigmático, sino que es el menos estudiado. Lo que me propuse fue estudiar su significado, como metáfora y como programa político, para el ala plebeya de la Revolución francesa, así como su problemático legado para el socialismo industrial obrero de los siglos XIX y XX. De aquí el subtítulo: "Una revisión republicana de la tradición socialista", que, como observó en su día uno de los críticos más inteligentes de mi obra, también habría podido ser al revés. "Una revisión socialista de la tradición republicana".
Sin Permiso - 14.06.09

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