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07/03/2011

París: el silencio de los intelectuales

Thomas Wieder

Obnubilados por el islamismo, incapaces de pensar una democracia árabe, o simplemente ignorantes, los intelectuales se muestran discretos respecto a las actuales revueltas. Aplaudir, desde luego. Alegrarse, evidentemente. Pero evitar entusiasmarse. Y sobre todo, ser prudentes. Frente a la contestación que ruge en el mundo árabe-musulmán, los intelectuales franceses parecen debatirse entre estos dos mandatos contradictorios. Tan dispuestos habitualmente a enardecerse cuando un pueblo se levanta contra la tiranía, hete aquí que se muestran asombrosamente discretos. "Este silencio ensordecedor no es habitual”, reconoce el sociólogo Rémy Rieffel, autor de un estudio consagrado a los Intellectuels sous la Ve République (Hachette, 1995). Dicho esto, se explica por el hecho de que muchos de nuestros intelectuales se sienten incómodos".
 
Incomodidad, pues. Esto es lo que habría vuelto a nuestros sabios tan poco elocuentes. Para el filósofo Régis Debray, la explicación salta a la vista: "¿Qué va a esperar usted de gente que pasa sus vacaciones en su riad [1] de Marrakech o en palacios de Túnez o Egipto?" A este argumento, el perdonavidas de Pouvoir intellectuel en France (Ramsay, 1979) añade un segundo: "Están paralizados por el pavor que le tienen al islamismo y no saben qué pensar de movimientos populares que, tarde o temprano, corren el riesgo de volverse contra Israel".
 
A menudo en desacuerdo con Régis Debray, sobre todo respecto a la cuestión israelí-palestina, Alain Finkielkraut coincide en este punto. "Digo “admiración", pero digo también "vigilancia", pues lo que hoy sabemos es ante todo que no se sabe qué sesgo va a tomar". El filósofo se cuida, sin embargo, de distinguir entre el caso tunecino y el egipcio: "En Túnez, viendo el papel de las mujeres y la moderación de los manifestantes, todo hace pensar que es un verdadero movimiento democrático el que ha echado a Ben Alí del poder. En Egipto es más complicado: cuando se ven los ataques de los que son víctimas los coptos, cuando se sabe que el país vive desde hace años en un estado de recalentamiento antiisraelí y antisemita, cuando se leen lemas del tipo "Mubarak sionista", y cuando se sabe que Irán se alegra de lo que pasa, no digo que lo peor sea seguro sino solo que hay cómo para estar inquietos, y que hace falta evitar todo juicio definitivo".
 
Desterrar los "lemas simples" es también lo que predica Bernard-Henri Lévy. Pero para el filósofo, (miembro del consejo de vigilancia de Le Monde), este indispensable examen de la complejidad de la situación" no debería ser un freno para el compromiso, al contrario. "Tenemos dos deberes", explica el director de la revista La Règle du jeu. "El primero consiste en ayudar a los demócratas a llegar hasta el final de su apuesta política, y esto alentándoles a adoptar algunos compromisos claros: por la libertad de expresión, por ejemplo; por el respeto al pluralismo; y asimismo, pues también eso es democracia, por el respeto del tratado de paz egipcio-israelí de 1979. El segundo es desear la extensión de los movimientos democráticos al conjunto del mundo musulmán".  
 
Una legítima "timidez" vinculada, tal como lo resume el historiador Jean Lacouture, a una forma de "incertidumbre en cuanto al giro que van a tomar los acontecimiento" y al "miedo a ver triunfar a los integristas": esto por lo que respecta a la explicación positiva, la que honra por lo menos, adornándolos con la virtud de la prudencia, a los intelectuales de hoy. Pero merecen apuntarse otras explicaciones, menos halagadoras.
 
Unas remiten a la "obcecación" de la que algunos se han hecho culpables frente a los regímenes hoy abucheados. Es la tesis de Olivier Mongin. "Repitiendo "más vale Ben Ali que Bin Laden", y "mejor Mubarak que los Hermanos Musulmanes", muchos se han enzarzado en una contradicción: los mismos que defendían los derechos del hombre en la Europa del Este apoyaban a los dictadores del mundo árabe con el pretexto de que eran bastiones contra el islamismo. Para los intelectuales toda la dificultad reside en concebir la inscripción de valores democráticos en culturas políticas diferenciadas", explica el director de la revista Esprit.
 
En el fondo de este moralismo de geometría variable, Daniel Lindenberg identifica lo que no duda en calificar de "prejuicio racista". Autor de un ensayo consagrado a la deriva "neoconservadora" de una parte de la inteligentsia (Le Rappel à l’ordre, Seuil, 2002), este especialista de historia de las ideas no se anda por las ramas: "Hace falta decir, ay, lo que es: muchos intelectuales piensan en su fuero interno que los pueblos árabes son retrasados congénitos para los que no sirve más que la política del palo". 
 
Heredado del periodo colonial, este prejuicio se vio reforzado tras el 11 de septiembre "Muchos luchan por salir de la secuencia abierta en 2001 y marcada por el credo neoconservador que considera al Islam abono del terrorismo", explica Daniel Lindenberg. “Obsesionados por el miedo a la sharia, les ha pillado desprevenidos, como si no estuvieran equipados con el programa que les permitiera comprender que lo que pasa, sobre todo en Túnez, es sencillamente una "primavera de los pueblos"”. 
 
Este estado de "confusión mental" lo percibe igualmente André Glucksmann. Para el filósofo, la sorpresa "que experimentan, como él, muchos intelectuales no se refiere sólo al hecho de que "todas las revoluciones, por naturaleza, pillan a la gente desprevenida". Descansa, de un modo más fundamental, en la "la idea de que ese soplo de libertad parecía imposible en lo que se ha dado en llamar "el mundo árabe"”.
 
Para André Glucksmann, no obstante, los acontecimientos actuales deben sobre todo llevarnos a "desembarazarnos a definitivamente de dos grandes teorías en boga con posterioridad a la caída del muro de Berlin”. La primera, el llamado "fin de la historia", teorizada en 1989 por el politólogo norteamericano Francis Fukuyama, pretende que "la modernización económica produce democratización". La segunda, el denominado "choque de civilizaciones", defendida en 1996 por el politólogo norteamericano Samuel Huntington, tiende a hacer del mundo islámico un bloque monolítico hostil por naturaleza a los valores occidentales. "Lo que pasa hoy en Egipto recuerda, por un lado, que un régimen que se desarrolla económicamente no se democratiza necesariamente y, por otro, que los árabes no están condenados por nacimiento o cultura al despotismo", explica André Glucksmann.
 
¿Intelectuales prisioneros de esquemas de pensamiento que los hacen poco aptos para pensar la novedad? Para Henry Laurens, titular de la cátedra de Historia Contemporánea del mundo árabe en el Collège de France, el problema es de hecho anterior a la caída del muro de Berlín. “Si los intelectuales mediáticos no tienen gran cosa que decir, es porque la mayor parte de ellos continúa razonando con categorías propias de la Guerra Fría. Analizan el totalitarismo islamista como analizaban el totalitarismo soviético".
 
Subrayando que “muchos, como Raymond Aron, han sabido pensar la democracia liberal, pero han sido incapaces de pensar el Tercer Mundo”, el historiador advierte sin embargo que la "discreción de los intelectuales llamados generalistas" no debe hacer olvidar el "reforzamiento de los expertos", también conocidos como investigadores especializados. "El mundo árabe" explica, "es un sector bien encuadrado por la investigación francesa. Pero es verdad que los especialistas "académicos", siendo como son ultracompetentes en su terreno, se muestran reticentes a tomar posición sobre áreas geográficas que no conocen al dedillo. Se trata de gente que se expresa de forma generalmente matizada y que es, por tanto, menos audible que los "grandes" intelectuales, prestos a lanzar ucases a cada momento". Una forma de decir que son también las mutaciones mismas de la escena intelectual, y no solamente su loable circunspección o sus culpables anteojeras ligadas a la apuesta del momento, las que incitan a los maîtres à penser a mostrarse tan discretos.
 
NOTA T.:  [1] Un riad es una casa o palacio tradicional de varios pisos con un patio en su interior, situada en la medina. En ciudades como Marrakech, muchos de ellos han sido rehabilitados y reacondicionados como restaurantes, hoteles o lujosas viviendas particulares, frecuentemente por europeos.  

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