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09/03/2011

Espionaje británico en Libia debilita la posición de la Alianza Transatlántica en el mundo árabe

Juan Francisco Coloane

El aterrizaje en la noche del domingo 6 en las cercanías de Benghazi, al noreste de Libia, de un helicóptero transportando un contingente militar y personal de inteligencia británico expone con crudeza la intervención extranjera en los enfrentamientos armados entre grupos rebeldes y el gobierno libio.

En un viejo resabio de de exhibir poderío colonial, la operación de espionaje debilita la posición de la Alianza Transatlántica en el mundo árabe para futuras negociaciones e intervenciones. A la luz pública, los propios rebeldes o el gobierno interino formado en Benghazi aparecen como violando principios básicos de territorialidad.

Es así que el grupo mixto de espías, militares y negociadores fue detenido por los propios rebeldes y devuelto a las autoridades británicas, y al mismo tiempo le reclaman al gobierno británico de que la operación no correspondía porque desvirtuaba la independencia de su lucha contra Gaddafi.

La mayor parte de los negociadores, periodistas o simples ciudadanos que llegan a Benghazi lo hacen vía Egipto, ¿Por qué este equipo de fuerzas especiales británicas no usó la misma ruta? Si la fragata británica HMS Cumberland está anclada frente al puerto de Benghazi, ¿Por qué se debió usar el helicóptero para hacer aterrizar a un grupo que finalmente no era de negociadores, sino de militares y agentes del M16, el servicio secreto británico?

Este escenario de enfrentamientos armados en Libia parece más real que los movimientos libertarios negociados y mediatizados de Túnez, Egipto y Yemen, por nombrar a los más prominentes. El Ministro de Asuntos Exteriores británico William Hague afirmó en el parlamento que se trataba de una “misión diplomática” para negociar con el Consejo Nacional Interino formado en Beghazi, la segunda ciudad de Libia donde predominan fuerzas rebeldes y se ha establecido un gobierno alternativo. En la misma sesión anunció que misiones similares se repetirían en el futuro.

Si la operación británica en Benghazi fue un “error deliberado” o pactado con los rebeldes para enviar una señal de apoyo a los rebeldes, o efectivamente se trató de una falla mayor, está por verse. Lo que sí está claro es el exceso de ímpetu por parte de la alianza transatlántica para acabar con la resistencia del Coronel Gaddafi y sus partidarios.

Al Jazeera informaba ayer por la noche que la resistencia del gobierno había asestado golpes duros a los rebeldes en Bin Jawad, Tobruk, Ras Lanuf y Misurata, mientras Naciones Unidas nombraba al ex ministro de relaciones exteriores de Jordania Abdul Ilah Khatib como enviado especial para asuntos humanitarios y establecer una negociación directa con el gobierno de Gaddafi. Se calcula que cerca de 250.000 personas han abandonado Libia y que la crisis puede afectar a medio millón.

Esta operación encubierta británica en Libia también permite ensanchar la visión de que los movimientos contra los actuales regímenes autoritarios en los países árabes no son necesariamente y puramente producto del hastío de la población hacia sus gobiernos, sino que también forman parte del antiguo juego estratégico de control de la zona y cuentan con el apoyo institucional directo de la Alianza Transatlántica. Omitir este hecho es un atentado al análisis serio y lo que es peor, al sentido de la libertad de expresión.

Al puntualizar esta intervención británica en los asuntos de Libia no se trata de apoyar un determinado gobierno. Se trata de exigir que las cartas por la supremacía se abran en forma más abierta y directa. Esta debería ser una obligación precisamente para aquellas naciones occidentales que aún teniendo todo el espacio de poder a su disposición desde hace 20 años después del colapso soviético, han desperdiciado la oportunidad de liderar la formación de un orden internacional más justo y equilibrado.

Lo de Libia, expresado en la forma brutal de la lucha armada, o lo de los otros países árabes en vías de desestabilización que se expresa de otra forma no es un problema de la cultura árabe o la religión islámica como se divulga profusamente. No es que estas naciones al provenir de culturas nómades hayan quedado en el atraso tecnológico, según el convencionalismo filosófico occidental. En estas mismas huestes hay resistencia a pensar que es un problema de la incapacidad del capitalismo global y los centros que lo lideran, de construir con estas naciones a la par, el nuevo orden global. En el tráfico se han generado demasiados prejuicios y demasiada desconfianza, bajo un ambiente donde los principios de la supremacía siguen vigentes.
 
http://www.argenpress.info/2011/03/espionaje-britanico-en-libia-debilita.html

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