À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

26/12/2009

El imperio, más imperialista que nunca *

Atilio A. Boron

El objeto de esta breve nota es analizar la situación del imperialismo contemporáneo. Se trata de un fenómeno que tenemos que examinar y seguir muy de cerca, muy cuidadosamente, para contrarrestar los discursos confusionistas con los cuales se bombardea
permanentemente a nuestros pueblos para fomentar el conformismo y la resignación. Uno de esos discursos es el de la globalización, concebida como la interdependencia económica de todas las naciones, sin relaciones asimétricas entre ellas; otro argumento, igualmente pernicioso, se encuentra en las tesis de algunos autores como Michael Hardt y Antonio Negri que, a nuestro entender, pertenecían hace muchos años a la izquierda europea (sobre todo Negri) pero que luego fueron víctimas de una impresionante confusión teórica al punto tal que su libro, Imperio, llega a sostener como tesis central que la edad del imperialismo ha concluido: hay imperio, pero ya no hay más imperialismo.[1] Imperio sin imperialismo parece ser un inocente juego de palabras. Sin embargo es mucho más que eso porque el efecto político de ese argumento es la desmoralización, la desmovilización y el desarme ideológico de los pueblos ante una teorización que proyecta la imagen de un imperio convertido en una mera entelequia, en una vaporosa abstracción que, por eso mismo, aparece como inexpugnable e imbatible. El único camino que quedaría abierto ante la omnipotencia del imperio es el de la lúcida adaptación, con la esperanza de que las multitudes nómadas puedan encontrar en sus entresijos la falla geológica que, algún día, provoque el estallido del sistema.

Curiosamente estos autores salen con esta tesis en momentos en que el imperialismo está más vivo que nunca, y es más agresivo y violento que nunca. No por casualidad la publicación de su libro gozó de una extraordinaria repercusión en la prensa burguesa de todo el mundo. Y en cuanto a la renovada agresividad del imperio “realmente existente” sólo basta con detenerse un momento a pensar lo que significa la reactivación de la Cuarta Flota, las siete bases militares en Colombia, el desembozado apoyo al golpe militar en Honduras y su fraudulenta “legalización” a partir de la convalidación de las ilegítimas elecciones presidenciales del 29 de Noviembre, las amenazas de Hillary Clinton contra Venezuela y Bolivia por su acercamiento a Irán, amén de la carnicería practicada (ante el estruendoso silencio de Washington) por Israel en la franja de Gaza, el martirio interminable de Irak y la redoblada presencia militar norteamericana en Afganistán.

Cabría preguntarse por las razones que impulsan a muchos autores a olvidarse de la existencia del imperialismo. Sin ánimo de profundizar ahora en un tema harto complicado podría decirse que dicha actitud refleja la crisis ideológica en que se debate la izquierda. Una izquierda que, sobre todo en el Norte, ha claudicado y renunciado a la lucha por la construcción de una buena sociedad. Por supuesto, muchos también hicieron lo mismo en América Latina, pero la resonancia de los “conversos” y “renegados” del Norte es mucho mayor de la que disfrutan sus homólogos de esta parte del mundo. Hay gente que viene de un pasado de izquierda y que ahora dice que ya no hay más izquierda y derecha; según ellos ahora sólo habría “realistas” y
“dogmáticos.” Obviamente, para quienes sostienen tesis como éstas el imperialismo es un molesto recuerdo del pasado que en la actualidad carece por completo de importancia.

Sin embargo, no serán las confusiones teóricas o la imaginación discursiva las que acabarán con el imperialismo. Se trata de un rasgo esencial del -e inherente al- capitalismo contemporáneo y si algo ocurrió con la globalización neoliberal es que la presencia del imperialismo se tornó más opresiva y omnipresente que antes.
En los años noventas aquél había desaparecido de la escena, no sólo como teoría explicativa de la economía mundial sino también como componente del discurso político. El término simplemente había sido enviado al ostracismo por los académicos, los comunicadores sociales, los políticos y los gobernantes. Recién se comenzó a hablar nuevamente de imperialismo a comienzo del siglo actual, sobre todo luego de la fulgurante aparición del ya mencionado libro de Hardt y Negri.

La molesta y desagradable supervivencia del imperialismo, inmune a las modas intelectuales y linguísticas, hizo que en los ochentas y los noventas aquél se ocultara tras un nuevo nombre: “globalización.” Ahora bien: ¿qué es la globalización si no la fase superior del imperialismo? La globalización no es el fin del imperialismo sino un nuevo salto cualitativo del mismo, al cual nos referiremos a continuación. Representa un cambio del imperialismo clásico hacia otro de nuevo tipo, basado en las actuales condiciones bajo las cuales se desenvuelve el modo de producción capitalista. La palabra “imperialismo” había desaparecido, pero los hechos son porfiados y tenaces, y a la larga este vocablo renació desde sus cenizas. La razón es muy simple: casi todo el mundo está sometido a los rigores de una estructura imperialista, y los Estados Unidos desempeñan un papel esencial en el sostenimiento de esa estructura, sobre todo en América Latina. Nos guste o no nos guste, lo nombremos o no, el animal existe. Y por eso, como la cosa estaba y no se había ido la palabra no tuvo más remedio que reaparecer.


Uno podría decir: “bien, pero, ¿por qué desapareció?” Desapareció, primero, como producto de cambios muy importantes que tuvieron lugar en la escena internacional. Desapareció porque en los años ochentas y noventas el avance del neoliberalismo fue arrollador. Esto queda muy claro en 1989, cuando se derrumba el Muro de Berlín, y un par de años después desaparece la Unión Soviética. Es decir, lo que había sido el gran eje de confrontación económica, política, ideológica, militar, a lo largo de gran parte del siglo XX, se esfumó sin dejar rastros. A partir de ahí, se llegó a la conclusión de que una vez borrada del mapa la Unión Soviética, el imperialismo (que era, según la equivocada opinión de algunos autores, un fenómeno eminentemente militar) no tiene más razón de ser. Los hechos mostraron que sí tenía razón de ser, y que tal como correctamente lo había señalado V. I. Lenin
las raíces del fenómeno imperialista son económicas, aunque se manifiesten el terreno político, en el militar y también en el terreno de las ideas, donde el éxito de la prédica neoliberal promovida por el imperialismo y sus aliados ha sido extraordinario. Téngase presente, como una nota adicional, que en el plano de las ideas el papel de los medios de comunicación es esencial, y estos se encuentran concentrados en manos de los grandes monopolios en una proporción aún mayor que la que encontramos, por ejemplo, en la banca internacional.

Decíamos más arriba que una serie de cambios en el proceso de acumulación capitalista pusieron en cuestión algunos preceptos de la teorización clásica del imperialismo. En primer lugar, porque según aquéllas el imperialismo reflejaba la crisis de las economías metropolitanas, que por eso mismo debían salir agresivamente a buscar mercados externos. Pero el período posterior a la Segunda Guerra Mundial mostró una tremenda expansión imperialista en el contexto de un auge económico sin precedentes en la historia del modo de producción capitalista: el célebre “cuarto de siglo de oro” del período 1948-1973, todo lo cual sumía en la perplejidad a los adeptos a la teoría convencional.
Segundo, las teorías clásicas pronosticaban que como resultado de la competencia inter-burguesa las guerras entre las potencias capitalistas serían inevitables. Nada de eso volvió a ocurrir luego de 1945. Hubo guerras, por supuesto, pero estas han sido del capital contra los pueblos de la periferia del sistema. Tercero, las teorías clásicas decían que para la reproducción del imperialismo se requería la presencia de vastas regiones “agrarias”, o “pre-capitalistas”, que proporcionaban el espacio para la expansión económica que ya no se podía encontrar en las metrópolis. Fue Rosa Luxemburg quien insistió sobre este asunto. Sin embargo, una vez que esos espacios de la periferia fueron incorporado a las relaciones capitalistas el imperialismo siguió avanzando más allá de los límites impuestos por la geografía mediante la mercantilización de sectores de la vida económica y social antaño preservados al margen de la dinámica predatoria de los mercados, como los servicios públicos, las jubilaciones, la salud, la educación y otros por el estilo.

La respuesta de algunos autores ante los desafíos que planteaban estos cambios fue el abandono de la noción de imperialismo. De ahí el auge de las teorías de la globalización, de la teoría de la inter-dependencia y, posteriormente, del imperio, entendido como lo hacen Hardt y Negri como “un régimen de soberanía global.” Y en ese régimen, en el cual no hay centro ni periferia, no hay posibilidad alguna de relaciones imperialistas. El imperialismo fue, para estos autores, una expresión de la dominación nacional, pero ahora los estados-nación están en vías de desaparición. Su soberanía se ha desplazado hacia grandes organizaciones supra-nacionales, como el Banco Mundial; la OECD; el FMI, las grandes empresas transnacionales, etcétera. En su ofuscamiento Hardt y Negri no alcanzan a visualizar que todas estas supuestas organizaciones globales reflejan la asimetría “inter-nacional” de los mercados mundiales, en donde un puñado de naciones (bajo la supremacía de Estados Unidos) dominan aquellas organizaciones mientras que el resto está sometido a su abrumadora influencia. Tampoco ven que las así llamadas empresas transnacionales lo son sólo por el alcance de sus operaciones, pero que su base nacional existe en todos los casos y casi invariablemente se encuentra situada en los países desarrollados. En otras palabras, seguimos estando en un mundo de estados nacionales.

El imperio tiene un centro, irreemplazable, que es Estados Unidos. Sin su estratégico papel, el imperialismo se derrumbaría como un castillo de naipes. Hagamos un simple ejercicio mental y eliminemos a los Estados Unidos del tablero mundial: ¿de qué manera se sostiene una situación como la de Medio Oriente, o el predominio militar de Israel?, ¿quién garantiza, en última instancia, el sometimiento y la expropiación del pueblo palestino?, ¿quién es el gran promotor de todas las políticas neoliberales en el Tercer Mundo, a través de la diplomacia y del manejo sin contrapesos de instituciones como el FMI, el BM o la OMC? ¿Quién domina a su antojo el Consejo de Seguridad de la ONU, provocando la crisis de la organización? Sin el rol decisivo de Estados Unidos no hay respuesta posible. El mundo de hoy, el sistema imperialista signado por el predominio del gran capital financiero es impensable al margen de un estado-nación muy poderoso, que dispone de la mitad del gasto militar del planeta y que impone esas políticas a veces “por las buenas”, haciendo uso de su fabuloso arsenal mediático; pero, si por las buenas no convence, lo impone por la fuerza de las armas. Tanto el soft power como el hard power están en manos de los Estados Unidos. ¿Quién podría reemplazarlo: Alemania, Francia, Japón, China, Rusia?

Ahora bien, cabría preguntarse: ¿cómo es que las políticas del imperio se imponen en nuestros países, considerando que ya no existen las antiguas dictaduras de seguridad nacional y que aún la derecha se maneja dentro de los cauces institucionales, con presidentes propios en países como Colombia, México, Perú, Panamá y ahora Honduras?

La pregunta es muy pertinente, porque la operación del imperialismo pasa necesariamente por las estructuras nacionales de mediación. Nada más erróneo que suponer al imperialismo como un “factor externo”, que opera con independencia de las estructuras de poder de los países de la periferia. Lo que hay es una articulación entre las clases dominantes a nivel global, lo que hoy podríamos denominar como una “burguesía imperial” -es decir, una oligarquía financiera, petrolera e industrial que se articula y coordina trascendiendo las fronteras nacionales- que dicta sus condiciones a las clases dominantes locales en la periferia del sistema, socias menores de su festín, que viabilizan el accionar del imperialismo a cambio de obtener ventajas y provechos para sus negocios. Pero más allá de la coincidencia de intereses entre los capitalistas locales y la “burguesía imperial” lo decisivo es que los primeros controlan al estado y es a través de ese control que garantizan las condiciones políticas que posibilitan el funcionamiento de los mecanismos de exacción y saqueo que caracteriza al imperialismo. Entre otros, el más importante, es garantizar el eficaz funcionamiento de los aparatos legales y represivos del estado para con los primeros someter a la fuerza de trabajo a las condiciones que requiere la super-explotación capitalista (precarización laboral, extensión de la jornada de trabajo, abolición de derechos sindicales, etc.) y con los segundos reprimir a los descontentos y los revoltosos y de este modo sostener el “orden social”.

Como es evidente a partir de estos razonamientos, la realidad del imperialismo contemporáneo nada tiene que ver con la imagen divulgada por los teóricos de la globalización o la vaporosa concepción que del sistema imperialista desarrollan los autores de Imperio a lo largo de más de cuatrocientas páginas. El imperio tiene un centro, Estados Unidos, lugar donde se concentran los tres principales recursos de poder del mundo contemporáneo: Washington tiene las armas y el arsenal atómico más importante del planeta; New York el dinero; y Los Angeles las imágenes y toda la fenomenal galaxia audiovisual, y los tres se mueven de consuno, obedeciendo a las líneas estratégicas generales dispuestas por su estado mayor. ¿O es que Washington no está siempre, invariablemente, detrás del mundo de los negocios, respaldando a cualquier precio a “sus” empresas, en cuyos directorios se produce una permanente circulación entre los funcionarios gubernamentales que reemplazan a gerentes mientras que éstos pasan a ocupar un elevado puesto en el gobierno de turno? ¿O alguien puede creer que Hollywood produce sus películas, series de televisión y toda clase de productos audiovisuales ignorando (para ni hablar de contradiciendo) las prioridades nacionales dictadas por la Casa Blanca y el Congreso?

Quisiéramos concluir estas breves notas planteando unas pocas proposiciones que sintetizan nuestra visión del imperialismo a comienzos del siglo veintiuno:

a) Pese a todos los discursos que pretenden negar su existencia, el imperialismo continúa siendo la fase superior del capitalismo. Una fase que por su insaciable necesidad de acrecentar el pillaje y saqueo de las riquezas de todo el mundo adquiere rasgos cada vez más predatorios, agresivos y violentos, colocando objetivamente a la humanidad a la puertas de su propia destrucción como especie. Criminalización de la protesta social; militarización de las relaciones internacionales y del espacio exterior; guerras, extorsiones y sabotajes por doquier; intensificación de la depredación medio-ambiental y el sometimiento de pueblos enteros de la periferia y en la propia “periferia interior” de las metrópolis son datos que caracterizan tenebrosamente la fase actual del imperialismo.

b) Es posible por eso mismo afirmar que los cinco rasgos fundamentales identificados por Lenin en su clásico trabajo conservan su validez, si bien no necesariamente se manifiestan del mismo modo en que lo hacían un siglo atrás. Es decir: (a) la concentración de la producción y el capital, y los oligopolios que ellas precipitan, continuó a ritmo acelerado, llegando a escalas insospechadas para aquel autor; (b) perdura también la fusión del capital bancario con el industrial, generando un capital financiero cuyo volumen crece día a día hasta adquirir las proporciones descomunales que exhibe en nuestros días; (c) se confirma también el predominio de la exportación de capitales sobre la exportación de mercancías, siendo la circulación de capitales de un orden de magnitud incomparablemente mayor que el comercio de mercancías; (d) la puja por el reparto de los mercados a escala planetaria entre los grandes oligopolios, respaldados por sus estados, prosigue su devastadora marcha; (e) por último, continúa también el reparto territorial del mundo entre las grandes potencias. Estados Unidos quiso apoderarse de América Latina y el Caribe mediante el ALCA. Como su empeño no tuvo éxito ahora trata de hacerlo por la vía militar, apoyándose en las bases militares en territorio colombiano, la Cuarta Flota y la política guerrerista impulsada por la Administración Bush.

c) Al ser la fase superior del capitalismo las instituciones, reglas del juego e ideologías que el capitalismo global impuso en las últimas décadas permanecen en la escena y, lejos de desaparecer, acentúan su gravitación. El Banco Mundial, el FMI, la OMC, la OECD, el BID, la OEA, la OTAN y otras instituciones por el estilo siguen firmes en sus puestos, redefiniendo sus funciones y sus tácticas de intervención en la vida económica, social y política de los pueblos, pero siempre invariablemente al servicio del capital. Esto fue ratificado por el G-20 en su reunión de Londres, cuando le encargó, sobre todo al FMI, el papel de “guía” intelectual e ideológico para sacar al mundo de la profunda crisis en que se encuentra. El liberalismo global, en su versión actual “neoliberal” codificada en el Consenso de Washington sigue siendo la ideología del sistema. La “democracia liberal” y el “libre mercado” continúan siendo los fundamentos ideológicos últimos al actual orden mundial. Nada de esto ha cambiado.

d) Contrariamente a lo que ocurría en su fase clásica, el imperialismo actual es unipolar o unicéntrico. Europa es un socio menor del sistema imperialista, sin capacidad política, económica o militar para impedir siquiera los abusos y los atropellos que Estados Unidos hizo, y continúa haciendo, en su propio territorio. Basta recordar lo ocurrido en los Balcanes con la ex –Yugoslavia o la aberrante “independencia” de Kosovo días pasados para comprobar que Europa es apenas un nombre que designa a una zona geográfica de gran importancia económica pero sin unidad política alguna. Es más, las políticas del imperialismo han sido muy efectiva en acelerar el desmembramiento de Europa en más de medio centenar de “naciones” independientes y autónomas, la mayoría de ellas impotentes e insignificantes, y algunas de las cuales, como Polonia y República Checa, fueron convertidas en simples correas de transmisión de los intereses norteamericanos en la región. Y Japón, apretado entre Rusia y China, y amenazado económicamente por ambos y además por Corea del Sur y Taiwán, ha optado por refugiarse en el paraguas militar y político norteamericano y de ninguna manera puede cumplir el papel de un socio principal en el sistema imperialista. Las reciente reformas de diversos artículos de la constitución japonesa (en 2005) que prohibían las operaciones militares de sus fuerzas armadas fuera de su propio territorio, exigida por los Estados Unidos a cambio de su protección, demuestra fehacientemente los escasísimos márgenes de autonomía con que cuenta ese país dispuesto, aparentemente, a cumplir un papel bélico regional para mantener el “orden mundial” en el Sudeste asiático.

e) Tal como se señalaba más arriba, la concentración monopólica, uno de los rasgos centrales del imperialismo clásico, no sólo se ha mantenido sino que se ha profundizado en la fase actual. Según lo plantea Samir Amin, son cinco los monopolios (en verdad, oligopolios) que caracterizan al funcionamiento del capitalismo contemporáneo: el tecnológico; el control de los mercados financieros mundiales; el acceso oligopólico a los recursos naturales del planeta; el de los medios de comunicación y, por último, el de las armas de destrucción masiva. ¿Es concebible plantear el fin de las relaciones imperialistas ante la renovada vigencia y protagonismo de los oligopolios en estas cinco áreas estratégicas de la economía mundial?

f) En la etapa actual el eje fundamental del proceso de acumulación a escala mundial se encuentra en la financiarización de la economía. Por algo se trata del sector en donde la desregulación y la liberalización han avanzado con más fuerza y penetrado más profundamente en la economía mundial. La gran crisis que estallara en 2008 es el resultado directo de la escandalosa desregulación del sistema financiero, propuesto e impulsado sobre todo por los Estados Unidos. Hay que recordar también que en los capitalismos desarrollados el liberalismo financiero se combina con el proteccionismo y la estricta regulación de los demás mercados mediante subsidios, aranceles, trabas al comercio, políticas de promoción de diverso tipo y, por supuesto, un muy estricto control de la movilidad de la fuerza de trabajo mundial, para lo cual la supervivencia de los estados nacionales de la periferia es un elemento de decisiva importancia.

g) La financiarización acentúa los rasgos más predatorios del capitalismo, al imponer un “norma” de rentabilidad que obliga a todos los demás sectores a incurrir en la super-explotación de la fuerza de trabajo y los recursos naturales. Un solo dato basta para confirmarlo: en el sistema financiero internacional aproximadamente el 95 % de todas las operaciones se realizan en un plazo igual o inferior a siete días, en donde además hay posibilidades de obtener tasas de ganancia muy significativas en un muy corto plazo. Esto hace que los sectores no-financieros del capital tengan que extremar sus estrategias para succionar excedentes en la mayor cantidad y en el menor tiempo posibles para compensar lo que de otro modo podrían obtener en el sistema financiero. Este, por ser mucho más volátil, implica mayores riesgos, pero ejerce una influencia muy grande sobre las estrategias de inversión en todos los demás sectores de la economía.

h) La expansión del imperialismo se acrecienta día a día, con total independencia del ciclo económico. Lo hace por igual en épocas de expansión como en fases recesivas. La creciente mercantilización de los más diversos aspectos de la vida social le permite expandir su dominio de una manera impensada hasta hace pocas décadas atrás.

i) La supremacía militar de los Estados Unidos es incontestable pero no por ello deja de tener límites. Las experiencias recientes demuestran que puede arrasar países enteros, como lo ha hecho en Afganistán e Irak, pero no puede llegar a normalizar su funcionamiento para normalizar el saqueo de sus riquezas y garantizar la previsible succión de sus recursos. Ganar una guerra es algo más que destruir la base territorial del adversario. Significa recuperar ese territorio para provecho propio, cosa que no puede hacerse tan sólo con base en la superioridad aérea o misilística en el terreno militar. Noam Chomsky ha planteado que hasta ahora los Estados Unidos han demostrado una fenomenal incapacidad para eso, algo que, por ejemplo, un déspota infame como Hitler supo hacer en las condiciones mucho más complicadas de la Europa ocupada de comienzos de la década de los cuarentas. De ahí que la idea de un imperio invencible sea falsa en grado extremo: es cierto que puede arrasar con un territorio, pero no puede vencer militarmente sino hasta un cierto punto muy elemental. Fue derrotado en Vietnam, en Cuba (Playa Girón), y está siendo derrotado por las milicias de Afganistán e Irak. De todas maneras no se puede subestimar la importancia militar de los Estados Unidos: según el experto norteamericano Chalmers Johnson es el único país que mantiene casi ochocientas bases y/o misiones militares en unos 130 países del globo, un verdadero ejército imperial sin parangón en la historia y una amenaza sin precedentes a la paz y la seguridad mundiales.

j) En el terreno económico la situación del imperialismo es aún más complicada. No pudo imponer el Acuerdo Multilateral de Inversiones, lo que habría significado institucionalizar la dictadura del capital a escala mundial. En América Latina y el Caribe su proyecto insignia, el ALCA, fue derrotado bochornosamente en el 2005. Las rondas de la OMC van de fracaso en fracaso, y la aparición de China como un gran actor de la economía mundial, unida a los avances de la India, plantean serios desafíos a la permanencia del sistema imperialista tal cual lo conocemos. Los teóricos neoconservadores del “Nuevo Siglo Americano”, que soñaban para los Estados Unidos con una hegemonía mundial de largísimo plazo, manifiestan ya su desilusión ante lo que perciben como claros signos de una decadencia. Lo ocurrido con el dólar, cuya depreciación está llegando a niveles impensados hasta hace apenas pocos años, es apenas uno de los componentes de esa decadencia.

k) En el sistema político internacional el imperialismo se encuentra aún más debilitado. Sus gobiernos amigos están cada vez más desprestigiados, cuando no irreparablemente deslegitimados: caso de las dinastías teocrático-feudales del Golfo Pérsico, Uribe en Colombia, Calderón en México; o debe acudir a personajes como Berlusconi en Italia, García en Perú, Aznar en España, Musharraf y sus secuaces en Paquistán o Karzai en Afganistán para sostener sus “esferas de influencia.” El surgimiento de vigorosos movimientos de la alterglobalización, si bien todavía no articulados a escala mundial, es otro ejemplo de una oposición que cada vez toma más cuerpo y que erige nuevos límites a la dominación imperialista. Todo lo cual conduce hacia un espiral en donde el imperio acude cada vez más a la represión, que a su vez potencia la resistencia de los pueblos, lo que a su turno requiere incrementar la dosis represiva en una espiral que no tiene otro destino que el derrumbe final del sistema.

Terminamos esta nota reafirmando que el sostenimiento del gigantesco, planetario, “desorden mundial” que provoca el capitalismo en su actual fase imperialista exige la muerte prematura por enfermedades perfectamente curables y prevenibles, o simplemente a causa del hambre, de 100.000 personas por día, en su mayoría niños. Sostener este sistema, en donde unos pocos miles de multimillonarios disponen de un ingreso equivalente al del 50 % de la población mundial; en donde mientras la quinta parte de la población mundial derrocha energía de origen fósil y no renovable el 20 % restante prácticamente no tiene posibilidad alguna de consumir algún tipo de energía, y sobrevive al borde de la extinción; en donde los avances científicos y tecnológicos se concentran cada día más en un puñado de naciones; todo esta auténtica barbarie, con sus ganadores y perdedores claramente identificados, todo esto sólo es posible porque el imperialismo sigue teniendo su capacidad de aplastar a sus adversarios y co-optar, engañar, chantajear a los dóciles o acomodaticios. No se trata de un benévolo imperio virtual, como alucinan Hardt y Negri, sino de un sistema de una infinita crueldad en donde el sacrificio de miles de millones de personas se realiza, día a día, en la más absoluta impunidad y a plena conciencia de sus perpetradores.

* Texto a ser publicado en las próximas semanas por la Revista CEPA, de Bogotá, fundada por el eminente sociólogo colombiano, recientemente fallecido, Orlando Fals Borda.

[1] He demostrado lo absurdo y reaccionario de toda la argumentación de esos autores en mi Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri (Buenos Aires: CLACSO, 2002). Hay una edición cubana de Casa de las Américas. El libro de Hardt y Negri, Imperio, fue publicado, en su versión en lengua castellana por la editorial Paidós de Buenos Aires, en 2002. La versión original es del año 2000, y fue publicada por la Harvard University Press en los Estados Unidos.

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