Xavier Caño Tamayo
La crisis de la deuda en Europa y sus perpetradores (Comisión Europea, Merkel y Sarkozy, gobiernos, BCE, FMI y los “mercados”) hacen y deshacen sin tener jamás en cuenta las necesidades y derechos de la ciudadanía. No obstante, proclaman y celebran todas las constituciones vigentes nacionales, normativas y acuerdos internacionales. Una obviedad que hay que recordar.
En la infame realidad que perpetran los “mercados”, la Alemania que exige austeridad radical y recortes sociales (llamadas “reformas”) aumenta 4.000 millones de euros su déficit y su deuda pública ya es el 82% del PIB (más del 60% del Pacto de Estabilidad de la Unión Europea). En esa realidad nada virtual, Portugal hará un primer pago de 34.000 millones de euros por un préstamo de 78.000 millones, mientras la OCDE rebaja drásticamente las previsiones para 2012, asegurando, por ejemplo, que el PIB francés solo crecerá un 0,3% el año próximo (si crece) y aumentará el desempleo... ¡La relación de desastres es tan larga!
Pero la locura propuesta por los “mercados” y sus diligentes siervos (gobiernos y entidades internacionales financieras) es reducir aun más el gasto público, proponiendo, por ejemplo, sustituir uno de cada dos funcionarios que se jubilen y reducir la duración y frecuencia de las hospitalizaciones necesarias, por ejemplo. Ahorrar, no importa a qué precio.
Grecia, como Portugal, está cada vez peor, con una recesión por la feroz austeridad impuesta. Los especuladores atacan una y otra vez las deudas soberanas de España, Austria, Francia y lo que se tercie, las agencias de rating maniobran como trileros al servicio de los especuladores y en Europa ya hay 23 millones de desempleados y 80 millones de pobres. Y habrá más si no se impide.
¿Qué ocurrirá cuando se compruebe que tanta austeridad, tantos sacrificios, tanto dolor y sufrimiento no acaban con la crisis ni relanzan la actividad económica? De momento, Francia y Alemania negocian por su cuenta otro nuevo Pacto de Estabilidad que buscará el déficit cero para 2016. La nueva receta mágica ofrecerá ayuda permanente del Banco Central Europeo a los estados de la Unión a cambio del estricto control de los déficits nacionales así como aceptar la inexorable vigilancia de los presupuestos nacionales para que no se pasen ni un pelo en políticas sociales y de redistribución de la riqueza. El nuevo pacto ofrecerá a los estados cierta estabilidad e intereses bajos de sus deudas soberanas a cambio de apretar aún más las tuercas a los ciudadanos. Pues bien, frente a esa adoración del becerro de oro del control presupuestario del déficit y la austeridad fiscal a rajatabla, una legión de economistas que no están a sueldo de la banca, incluidos los premios Nobel de economía Stiglitz y Krugman, repiten una y otra vez que la austeridad es la mejor receta para generar más desempleo, impedir la actividad económica real y asegurar la recesión. Cuando lo que hay que hacer es estimular el crecimiento económico con dinero público, que vuelva a funcionar una banca pública, volver a sistemas de impuestos progresivos, prohibir los hedge funds (fondos de alto riesgo), poner coto a los desmanes de la especulación a corto plazo, implantar un impuesto disuasorio sobre las transacciones financieras y combatir ferozmente los paraísos fiscales que hacen posible la corrupción sistemática, el fraude fiscal y la evasión de capitales.
Lo demás es música celestial en el mejor de los casos. Porque la crisis de la deuda en Europa es un golpe de Estado del poder financiero. Y frente a ese golpe hay que actuar como ha hecho Ecuador, por ejemplo. Ecuador aprobará una ley que declarará fraudulentas las hipotecas adquiridas por ecuatorianos inmigrantes en España, pues consideran que esas deudas carecen de legalidad y se han logrado con engaño. Entienden los legisladores ecuatorianos que esas hipotecas fueron fraudulentas y violan el derecho humano a una vivienda digna.
Es solo una actuación, pero es el camino y hay mucho que hacer. Y para no errar, hay que actuar con el referente del respeto de los derechos humanos, de los legítimos intereses de la gran mayoría, no de la codicia suicida de los “mercados”. Y pasar de la protesta (que ha de continuar) a hacer política. En los parlamentos cuando se pueda, pero siempre en la vida y en las calles. Para empezar a frenar al poder financiero con propuestas concretas de salidas y soluciones. Y hacerlo retroceder.
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