Paul Krugman
Explotando la afinidad para combatir las protestas en Estados Unidos
Mientras miro cómo gira la política en torno al movimiento Ocupemos Wall Street, termino pensando en Bernie Madoff. Síganme la idea; incluso tal vez tenga sentido. El asunto Madoff, como sabrá, fue un caso clásico de “fraude de afinidad”. Madoff pudo ganarse la confianza de muchos judíos adinerados y de persuadirlos de que era de los suyos. Este fraude está detrás de muchas estafas financieras, y también políticas.
En este momento, la campaña contra Ocupemos Wall Street básicamente intenta lograr que la clase trabajadora estadounidense dé la espalda al movimiento, pese a que la mayoría de la gente apoya sus metas, intentando aparentar que los manifestantes no son como ellos, mientras que los plutócratas sí lo son. ¡Vamos! Esto ha funcionado muchas veces en la historia. Y puede operar en muchas direcciones: Ocupemos Wall Street debe rechazarse porque son hippies sucios; Elizabeth Warren, candidata a senadora por el estado de Massachusetts, no es como usted porque, Dios mío, es catedrática de Harvard.
Y ahora que lo pienso, la teoría generalizada del fraude de afinidad se extiende más allá de la política hasta cosas como el análisis financiero. Ocasionalmente me ha maravillado la persistente popularidad de los inflacionistas de Wall Street, quienes se han equivocado en todo. Sospecho que se debe en mucho a que los economistas que pronuncian advertencias calamitosas, respecto de los déficits y el aumento de la base monetaria se ven como el tipo de gente con los que les gustaría pasar el rato en un campo de golf, cosa que no sucede con los profesores barbados.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Dentro de ciertos límites, deberíamos intentar acallar la disonancia social innecesaria. Si va a tener una manifestación en nombre de la clase trabajadora estadounidense, olvídese de los círculos de tambores. Los guerreros clasistas de la derecha quieren convencer a la gente que realmente se trata de una guerra cultural, y usted no debe facilitar su trabajo. Pero hay límites. No, no voy a empezar a practicar golf.
Europa debería cuidarse de ciertos líderes
Alan Cowell escribió un artículo interesante publicado el 14 de noviembre en The New York Times, donde contrastó las actitudes públicas actuales hacia la austeridad con las actitudes hacia la austeridad que eran la norma en la Gran Bretaña de la Posguerra, hermosamente descriptas por el finado Tony Judt. Tal como lo señala Cowell, una diferencia importante es que, en ese entonces, el sacrificio era compartido: “Antes de morir de la enfermedad de Lou Gehring en 2010, el historiador Tony Judt recordó sus días de infancia justo después de la Segunda Guerra Mundial en una debilitada Gran Bretaña, que lentamente cedía su imperio y preeminencia. La ropa estuvo racionada hasta 1949, los muebles utilitarios sencillos y baratos hasta 1952, los alimentos hasta 1954”, escribió en sus memorias, concluyendo que la austeridad “en esa época era más que una condición económica, aspiraba a ética pública”.
Cowell continuó: “Al enfrentar su problema de deuda masiva... Europa parece haber perdido de vista el hecho de que ya lo ha vivido antes; que la generación del ‘baby-boom’ encontró sus raíces en la austeridad de la Posguerra; que, como lo sugirió Judt, la enorme riqueza de los últimos años difícilmente pudo haberse imaginado, mientras la gente se esforzaba por sacudirse el pesimismo de la Guerra”.
Pero, también, hay otras diferencias, discutiblemente incluso más cruciales. Primero, en la Gran Bretaña de la posguerra hubo racionamiento; el consumo material fue deprimido. Aunque había pleno empleo, según datos históricos británicos. Esto es enormemente importante. Toda la evidencia que he visto dice que el costo psicológico del desempleo es mucho mayor que la pérdida del ingreso (conozco gente que anda bien de dinero, pero que está profundamente deprimida porque no puede encontrar trabajo). Por eso, es tan tonto decir, como algunos, que las cosas no están tan mal en Estados Unidos en este momento, porque el consumo per cápita sigue siendo alto bajo estándares históricos.
En segundo lugar, la austeridad de la posguerra en Gran Bretaña fue motivada por límites obvios y reales de recursos. En particular, las divisas escaseaban. En un nivel básico, la gente sabía por qué se racionaban las cosas: Gran Bretaña había gastado fuertemente en la guerra, así que tenía que apretarse el cinturón para pagar su deuda.
Actualmente, en contraste, se está imponiendo la austeridad porque hombres de traje dicen que es necesaria para satisfacer a los dioses invisibles de los mercados financieros. Es comprensible que el público esté empezando a tener sus dudas, y no sólo porque esos dioses invisibles en cierta forma sólo exijan sacrificios de los trabajadores, nunca de los ricos. El hecho es que estos hombres de traje no tienen idea de lo que hacen, esto nos quedó claro a varios desde el principio, pero ahora se está haciendo de conocimiento general.
Entonces, si quiere contrastar el estoicismo del pueblo de la posguerra con la ira y confusión de los votantes actuales, no culpe al consumismo; culpe a nuestros líderes, quienes han impuesto un sufrimiento injusto y gratuito sobre su base electoral. Y ésta finalmente está empezando a comprenderlo.
Mientras miro cómo gira la política en torno al movimiento Ocupemos Wall Street, termino pensando en Bernie Madoff. Síganme la idea; incluso tal vez tenga sentido. El asunto Madoff, como sabrá, fue un caso clásico de “fraude de afinidad”. Madoff pudo ganarse la confianza de muchos judíos adinerados y de persuadirlos de que era de los suyos. Este fraude está detrás de muchas estafas financieras, y también políticas.
En este momento, la campaña contra Ocupemos Wall Street básicamente intenta lograr que la clase trabajadora estadounidense dé la espalda al movimiento, pese a que la mayoría de la gente apoya sus metas, intentando aparentar que los manifestantes no son como ellos, mientras que los plutócratas sí lo son. ¡Vamos! Esto ha funcionado muchas veces en la historia. Y puede operar en muchas direcciones: Ocupemos Wall Street debe rechazarse porque son hippies sucios; Elizabeth Warren, candidata a senadora por el estado de Massachusetts, no es como usted porque, Dios mío, es catedrática de Harvard.
Y ahora que lo pienso, la teoría generalizada del fraude de afinidad se extiende más allá de la política hasta cosas como el análisis financiero. Ocasionalmente me ha maravillado la persistente popularidad de los inflacionistas de Wall Street, quienes se han equivocado en todo. Sospecho que se debe en mucho a que los economistas que pronuncian advertencias calamitosas, respecto de los déficits y el aumento de la base monetaria se ven como el tipo de gente con los que les gustaría pasar el rato en un campo de golf, cosa que no sucede con los profesores barbados.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Dentro de ciertos límites, deberíamos intentar acallar la disonancia social innecesaria. Si va a tener una manifestación en nombre de la clase trabajadora estadounidense, olvídese de los círculos de tambores. Los guerreros clasistas de la derecha quieren convencer a la gente que realmente se trata de una guerra cultural, y usted no debe facilitar su trabajo. Pero hay límites. No, no voy a empezar a practicar golf.
Europa debería cuidarse de ciertos líderes
Alan Cowell escribió un artículo interesante publicado el 14 de noviembre en The New York Times, donde contrastó las actitudes públicas actuales hacia la austeridad con las actitudes hacia la austeridad que eran la norma en la Gran Bretaña de la Posguerra, hermosamente descriptas por el finado Tony Judt. Tal como lo señala Cowell, una diferencia importante es que, en ese entonces, el sacrificio era compartido: “Antes de morir de la enfermedad de Lou Gehring en 2010, el historiador Tony Judt recordó sus días de infancia justo después de la Segunda Guerra Mundial en una debilitada Gran Bretaña, que lentamente cedía su imperio y preeminencia. La ropa estuvo racionada hasta 1949, los muebles utilitarios sencillos y baratos hasta 1952, los alimentos hasta 1954”, escribió en sus memorias, concluyendo que la austeridad “en esa época era más que una condición económica, aspiraba a ética pública”.
Cowell continuó: “Al enfrentar su problema de deuda masiva... Europa parece haber perdido de vista el hecho de que ya lo ha vivido antes; que la generación del ‘baby-boom’ encontró sus raíces en la austeridad de la Posguerra; que, como lo sugirió Judt, la enorme riqueza de los últimos años difícilmente pudo haberse imaginado, mientras la gente se esforzaba por sacudirse el pesimismo de la Guerra”.
Pero, también, hay otras diferencias, discutiblemente incluso más cruciales. Primero, en la Gran Bretaña de la posguerra hubo racionamiento; el consumo material fue deprimido. Aunque había pleno empleo, según datos históricos británicos. Esto es enormemente importante. Toda la evidencia que he visto dice que el costo psicológico del desempleo es mucho mayor que la pérdida del ingreso (conozco gente que anda bien de dinero, pero que está profundamente deprimida porque no puede encontrar trabajo). Por eso, es tan tonto decir, como algunos, que las cosas no están tan mal en Estados Unidos en este momento, porque el consumo per cápita sigue siendo alto bajo estándares históricos.
En segundo lugar, la austeridad de la posguerra en Gran Bretaña fue motivada por límites obvios y reales de recursos. En particular, las divisas escaseaban. En un nivel básico, la gente sabía por qué se racionaban las cosas: Gran Bretaña había gastado fuertemente en la guerra, así que tenía que apretarse el cinturón para pagar su deuda.
Actualmente, en contraste, se está imponiendo la austeridad porque hombres de traje dicen que es necesaria para satisfacer a los dioses invisibles de los mercados financieros. Es comprensible que el público esté empezando a tener sus dudas, y no sólo porque esos dioses invisibles en cierta forma sólo exijan sacrificios de los trabajadores, nunca de los ricos. El hecho es que estos hombres de traje no tienen idea de lo que hacen, esto nos quedó claro a varios desde el principio, pero ahora se está haciendo de conocimiento general.
Entonces, si quiere contrastar el estoicismo del pueblo de la posguerra con la ira y confusión de los votantes actuales, no culpe al consumismo; culpe a nuestros líderes, quienes han impuesto un sufrimiento injusto y gratuito sobre su base electoral. Y ésta finalmente está empezando a comprenderlo.
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