John Pilger
Las escuchas ilegales a famosos hechas por el News of the World están siendo consideradas como el Watergate de Rupert Murdoch. ¿Pero es ese el delito por el que Murdoch debería ser conocido? En su tierra natal, Australia, Murdoch controla el 70% de la prensa de la capital. Australia es la primera murdocracia del mundo, en donde el poder es la calumnia a través de los medios de comunicación.
La campaña más larga e insidiosa de Murdoch ha sido contra los aborígenes, los cuales fueron expoliados con la llegada de los ingleses a finales del siglo XVIII y a quienes nunca se les ha permitido recuperarse. "La caza del Nigger" continuó hasta los años sesenta y aún más. Los robos de niños aborígenes promovidas desde la administración, justificadas a través de las teorías racistas del movimiento de la eugenesia, llevaron a la que se conoce como la Generación Robada que en 1997 fue calificada como genocidio. Hoy en día los australianos autóctonos tienen la menor esperanza de vida de los noventa pueblos indígenas del mundo. Australia tiene una tasa de encarcelamiento de aborígenes cinco veces mayor que la de Suráfrica durante los años del apartheid. En el estado de Australia Occidental, la cifra llega a ocho veces la tasa del apartheid.
El poder político en Australia básicamente se centra en el control de la tierra rica en recursos. La mayor parte del uranio, mineral de hierro, oro, petróleo y gas natural se encuentra en Australia Occidental y el Territorio del Norte, en tierra aborigen. De hecho, el "progreso" aborigen está definido fundamentalmente por la industria minera y sus guardianes políticos, tanto de gobiernos laboristas como de coalición (conservadores). Su voz estridente y fiel es la de la prensa de Murdoch. La excepción fue el gobierno reformista laborista de Gough Whitlam que en la década de 1970 creó una comisión real que dejó claro que la justicia social para los primeros habitantes de Australia sólo se lograría con derechos universales sobre la tierra y cediendo una cuota de la riqueza nacional con dignidad. En 1975, Whitlam fue despedido por el gobernador general en un "golpe constitucional". La prensa de Murdoch se había vuelto contra Whitlam con tal veneno que los periodistas rebeldes en The Australian quemaron sus periódicos en la calle.
En 1984, el Partido Laborista se "comprometió solemnemente" a terminar el trabajo empezado por Whitlam y legislar los derechos aborígenes sobre la tierra. La idea recibió la oposición del entonces primer ministro laborista, Bob Hawke, un amiguete de Rupert Murdoch. Hawke culpó al público de ser "poco compasivo"; pero un informe secreto para el partido de 64 páginas reveló que la mayoría de los australianos estaban a favor de los derechos sobre la tierra. Esta información fue filtrada a The Australian, cuya portada declaraba: "Poco apoyo a los derechos aborígenes sobre la tierra", lo contrario de la verdad, alimentando así un ambiente de desconfianza, "reacción" y rechazo de los derechos que habrían diferenciado Australia de Sudáfrica. En 1988, un editorial en el periódico londinense de Murdoch, The Sun, describía "los abos" como "traicioneros y bárbaros". El Consejo de Prensa del Reino Unido lo condenó como "inaceptablemente racista".
The Australian publica largos artículos que presentan a la población aborigen, no sin compasión, como víctimas eternas, pero víctimas de ellos mismos, "una cultura enteramente suicida", o como primitivos que requieren de una dirección firme: la visión eugenista. Promueven a los "líderes" aborígenes que, culpando a su propio pueblo de su pobreza, cuentan a la élite blanca lo que quiere oír. El escritor Michael Brull parodiaba que "Oh, hombre blanco, sálvanos por favor. Sácanos nuestros derechos porque somos tan subdesarrollados".
Ésta es también la visión del gobierno. Luchando contra la visión llamada del "brazalete negro en el brazo" del pasado australiano, el gobierno conservador de John Howard aceptaba y promovía las visiones del pasado blanco supremacista: que no hubo ningún genocidio, ninguna generación robada, ningún racismo; de hecho, los blancos son las víctimas del "racismo liberal". Una pandilla de periodistas de extrema derecha, académicos de segunda línea y parásitos en general se convirtieron en los antípodas del equivalente a la negación del holocausto de David Irving. Su base de apoyo ha sido la prensa de Murdoch.
Andrew Bolt, un columnista del Melbourne Herald-Sun de Murdoch, es actualmente el defensor en un caso de vilipendio racista interpuesto por nueve aborígenes de renombre, incluyendo a Larissa Behrendt, profesora de derecho y estudios indígenas en Sydney. Behrendt fue abiertamente opositora de la "intervención de emergencia" de Howard en 2007 en el Territorio del Norte, la cual se ha visto reforzada por el gobierno laborista de Julia Gillard. El argumento para "intervenir" era que el abuso de menores entre los aborígenes estaba en "cifras inimaginables". Esto fue un engaño. Entre 7.433 niños aborígenes examinados por médicos, fueron identificados cuatro posibles casos, aproximadamente la tasa de abusos a menores de Australia. Lo que encubría esta acción era un intento a la vieja usanza colonial de arrebatar la tierra rica en minerales del Territorio del Norte, donde los derechos de los aborígenes sobre la tierra fueron garantizados en 1976.
La prensa de Murdoch ha sido la más sensacionalista y ruidosa en la promoción de la "intervención", que un ponente especial de Naciones Unidas condenó por su naturaleza de discriminación racial. Una vez más, los políticos australianos están desposeyendo a los habitantes autóctonos, pidiendo el arrendamiento de la tierra en compensación por los derechos sanitarios y educativos que los blancos dan por sentados y su transporte hacia "centros económicamente viables" donde serán efectivamente retenidos, una forma de apartheid.
La indignación y la desesperación de buena parte de la población aborigen no son escuchadas. Por usar su voz institucional y desenmascarar a los partidarios oscuros del gobierno, Larissa Behrendt ha sido sometida a una perversa campaña de desprestigio en la prensa de Murdoch, incluyendo la acusación de que no es "realmente" aborigen. Usando el lenguaje de su alma gemela, el London Sun, The Australian ridiculiza el "debate abstracto" sobre "derechos sobre la tierra, disculpas, acuerdos" como un "parloteo moralizador expandiéndose como un virus". El objetivo es silenciar aquellos que se atreven a denunciar el oscuro secreto de Australia.
La campaña más larga e insidiosa de Murdoch ha sido contra los aborígenes, los cuales fueron expoliados con la llegada de los ingleses a finales del siglo XVIII y a quienes nunca se les ha permitido recuperarse. "La caza del Nigger" continuó hasta los años sesenta y aún más. Los robos de niños aborígenes promovidas desde la administración, justificadas a través de las teorías racistas del movimiento de la eugenesia, llevaron a la que se conoce como la Generación Robada que en 1997 fue calificada como genocidio. Hoy en día los australianos autóctonos tienen la menor esperanza de vida de los noventa pueblos indígenas del mundo. Australia tiene una tasa de encarcelamiento de aborígenes cinco veces mayor que la de Suráfrica durante los años del apartheid. En el estado de Australia Occidental, la cifra llega a ocho veces la tasa del apartheid.
El poder político en Australia básicamente se centra en el control de la tierra rica en recursos. La mayor parte del uranio, mineral de hierro, oro, petróleo y gas natural se encuentra en Australia Occidental y el Territorio del Norte, en tierra aborigen. De hecho, el "progreso" aborigen está definido fundamentalmente por la industria minera y sus guardianes políticos, tanto de gobiernos laboristas como de coalición (conservadores). Su voz estridente y fiel es la de la prensa de Murdoch. La excepción fue el gobierno reformista laborista de Gough Whitlam que en la década de 1970 creó una comisión real que dejó claro que la justicia social para los primeros habitantes de Australia sólo se lograría con derechos universales sobre la tierra y cediendo una cuota de la riqueza nacional con dignidad. En 1975, Whitlam fue despedido por el gobernador general en un "golpe constitucional". La prensa de Murdoch se había vuelto contra Whitlam con tal veneno que los periodistas rebeldes en The Australian quemaron sus periódicos en la calle.
En 1984, el Partido Laborista se "comprometió solemnemente" a terminar el trabajo empezado por Whitlam y legislar los derechos aborígenes sobre la tierra. La idea recibió la oposición del entonces primer ministro laborista, Bob Hawke, un amiguete de Rupert Murdoch. Hawke culpó al público de ser "poco compasivo"; pero un informe secreto para el partido de 64 páginas reveló que la mayoría de los australianos estaban a favor de los derechos sobre la tierra. Esta información fue filtrada a The Australian, cuya portada declaraba: "Poco apoyo a los derechos aborígenes sobre la tierra", lo contrario de la verdad, alimentando así un ambiente de desconfianza, "reacción" y rechazo de los derechos que habrían diferenciado Australia de Sudáfrica. En 1988, un editorial en el periódico londinense de Murdoch, The Sun, describía "los abos" como "traicioneros y bárbaros". El Consejo de Prensa del Reino Unido lo condenó como "inaceptablemente racista".
The Australian publica largos artículos que presentan a la población aborigen, no sin compasión, como víctimas eternas, pero víctimas de ellos mismos, "una cultura enteramente suicida", o como primitivos que requieren de una dirección firme: la visión eugenista. Promueven a los "líderes" aborígenes que, culpando a su propio pueblo de su pobreza, cuentan a la élite blanca lo que quiere oír. El escritor Michael Brull parodiaba que "Oh, hombre blanco, sálvanos por favor. Sácanos nuestros derechos porque somos tan subdesarrollados".
Ésta es también la visión del gobierno. Luchando contra la visión llamada del "brazalete negro en el brazo" del pasado australiano, el gobierno conservador de John Howard aceptaba y promovía las visiones del pasado blanco supremacista: que no hubo ningún genocidio, ninguna generación robada, ningún racismo; de hecho, los blancos son las víctimas del "racismo liberal". Una pandilla de periodistas de extrema derecha, académicos de segunda línea y parásitos en general se convirtieron en los antípodas del equivalente a la negación del holocausto de David Irving. Su base de apoyo ha sido la prensa de Murdoch.
Andrew Bolt, un columnista del Melbourne Herald-Sun de Murdoch, es actualmente el defensor en un caso de vilipendio racista interpuesto por nueve aborígenes de renombre, incluyendo a Larissa Behrendt, profesora de derecho y estudios indígenas en Sydney. Behrendt fue abiertamente opositora de la "intervención de emergencia" de Howard en 2007 en el Territorio del Norte, la cual se ha visto reforzada por el gobierno laborista de Julia Gillard. El argumento para "intervenir" era que el abuso de menores entre los aborígenes estaba en "cifras inimaginables". Esto fue un engaño. Entre 7.433 niños aborígenes examinados por médicos, fueron identificados cuatro posibles casos, aproximadamente la tasa de abusos a menores de Australia. Lo que encubría esta acción era un intento a la vieja usanza colonial de arrebatar la tierra rica en minerales del Territorio del Norte, donde los derechos de los aborígenes sobre la tierra fueron garantizados en 1976.
La prensa de Murdoch ha sido la más sensacionalista y ruidosa en la promoción de la "intervención", que un ponente especial de Naciones Unidas condenó por su naturaleza de discriminación racial. Una vez más, los políticos australianos están desposeyendo a los habitantes autóctonos, pidiendo el arrendamiento de la tierra en compensación por los derechos sanitarios y educativos que los blancos dan por sentados y su transporte hacia "centros económicamente viables" donde serán efectivamente retenidos, una forma de apartheid.
La indignación y la desesperación de buena parte de la población aborigen no son escuchadas. Por usar su voz institucional y desenmascarar a los partidarios oscuros del gobierno, Larissa Behrendt ha sido sometida a una perversa campaña de desprestigio en la prensa de Murdoch, incluyendo la acusación de que no es "realmente" aborigen. Usando el lenguaje de su alma gemela, el London Sun, The Australian ridiculiza el "debate abstracto" sobre "derechos sobre la tierra, disculpas, acuerdos" como un "parloteo moralizador expandiéndose como un virus". El objetivo es silenciar aquellos que se atreven a denunciar el oscuro secreto de Australia.
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