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28/02/2011

La crisis equivocada y los mitos financieros

Dean Baker

La mayoría de los economistas y expertos financieros le darían al sistema bancario en España un buen puntaje. Está bien regulado y bien capitalizado y, en septiembre de 2008, cuando el mundo financiero se desmoronaba tras el colapso de Lehman Brothers, España resultó relativamente poco afectada. Sin embargo, hoy la tasa de desempleo en España es más de 20 por ciento.

Es evidente que no nos lo han dicho todo acerca de lo que hay detrás de la actual recesión económica mundial, además de la quiebra de Bear Stearns, Lehman y AIG. Sin embargo, la Comisión Investigadora de la Crisis Financiera (FCIC), creada por el Congreso para determinar las causas del colapso, no nos está contando la historia completa.

Los problemas con el informe del FCIC, publicado a finales de enero, se derivan de la propia creación de la Comisión: se centró en el tema equivocado. La FCIC investigó las inversiones de riesgo, la regulación laxa, el excesivo apalancamiento, y le restó importancia a lo más mundano, pero mucho más importante: el colapso de la burbuja inmobiliaria.

La FCIC fue creada para investigar un hecho colateral y no la verdadera historia. Dada la definición de su misión, la Comisión hizo un trabajo razonablemente bueno. Sin embargo, su informe de 662 páginas es una distracción de los verdaderos motivos por los que 25 millones de estadounidenses están desempleados, subempleados, o han dejado de buscar trabajo. La historia real no requiere 662 páginas, ya que fácilmente puede resumirse en unos pocos párrafos.

Sabíamos que la burbuja explotaría...

La historia de la crisis es la historia de una burbuja inmobiliaria de US$ 8 mil millones y su colapso. Esta burbuja estaba impulsando la economía en la última década de la misma manera que la burbuja bursátil impulsó la economía en los años 90. Así como el colapso de la burbuja bursátil llevó a una recesión en 2001, el colapso de la burbuja inmobiliaria llevó a una recesión en 2007. Ambos colapsos y las consecuencias económicas resultantes eran predecibles. También podrían haberse evitado fácilmente si los responsables de la política económica (por ejemplo, los presidentes del Banco Federal de Reserva, Alan Greenspan y Ben Bernanke) hubieran hecho su trabajo.

Los precios de las viviendas aumentaron dramáticamente a partir de mediados de los años 90, casi al mismo tiempo en que la burbuja bursátil comenzó a inflarse. En su pico, las viviendas en todo el país costaban más del 70 por ciento de lo que sugería la tendencia de precios a largo plazo. Este aumento de los precios condujo a la economía tanto directamente, al alimentar un auge de la construcción, como indirectamente, al estimular el consumo.

La construcción de viviendas representó el 4.3 por ciento del PIB a principios y mediados de los 90, llegando a más de 6 por ciento del PIB en 2005. Este auge de la construcción llevó a un enorme excedente de construcción con tasas de disponibilidad históricamente altas. Cuando estalló la burbuja, era inevitable que la construcción cayera a niveles muy por debajo de lo normal hasta que el exceso de vivienda pudiera ser absorbido por la economía. Esto significó una caída de cerca de US$ 600 mil millones en la demanda anual.

También hubo una burbuja en bienes raíces no residenciales que venía un poco atrasada, pero siguió el mismo predecible patrón que la burbuja residencial: un boom de la construcción que produjo un enorme excedente de capacidad y una caída en la construcción después de la quiebra. La construcción no residencial se ha reducido en más de un tercio como proporción del PIB desde su punto más alto, lo que representa una pérdida de otros US$ 100 mil millones de dólares en la demanda anual.

El colapso de la burbuja inmobiliaria también redujo el consumo a través de lo que se conoce como el "efecto riqueza inmobiliaria", que se estima entre cinco y siete centavos por dólar, lo que significa que los propietarios de viviendas en promedio, aumentan su consumo anual entre cinco y siete centavos por cada dólar adicional del valor de la vivienda de su propiedad. Esto significó que la riqueza de la burbuja inmobiliaria de US$ 8 mil millones de dólares impulsó un consumo anual adicional de entre US$ 400 y US$ 560 millones. Ahora que se perdió la mayor parte de la riqueza generada por la burbuja, también se perdió este consumo.

La reducción total de la demanda anual como resultado del colapso de las burbujas en el sector inmobiliario residencial y no residencial fue de cerca de US$ 1,2 mil millones de dólares, un 8 por ciento del PIB. No hay nada en la bolsa de trucos de los economistas que reemplace esta gran caída de la demanda. Esta es la razón por la que cualquiera que se haya percatado de la burbuja inmobiliaria debería haber reconocido que se cernía una catástrofe.

Y era difícil no ver venir la burbuja. Durante cien años, los precios de las viviendas en EE.UU. siguieron la tasa general de la inflación. Esta era una tendencia histórica, sobre todo en el mercado más grande del mundo. Los economistas saben que semejante desvío de una tendencia es el resultado de cambios fundamentales en el mercado.

Pero tales cambios nunca se dieron. No había nada en el lado de la demanda que explicara esa repentina alza de precios, ni siquiera el aumento de los ingresos durante la última parte de la década de 1990, pero esto no era nada diferente al crecimiento experimentado durante el boom de la post-guerra mundial, tres décadas durante las cuales no aumentaron los precios reales de la vivienda. Y, en todo caso, los ingresos dejaron de subir. La población creció durante este período, pero la tasa de formación de hogares era mucho más lenta que en los años 70 y 80, cuando los baby boomers empezaron a tener hijos y compraban su primera vivienda.

Si la demanda no estaba al alza, ¿tal vez había nuevas restricciones por el lado de la oferta? Improbable, dados los niveles casi sin precedentes de la construcción y el récord de las tasas de vacancias, que ya eran visibles en 2002.

Por último, el hecho de que no hubo un aumento notable en los alquileres durante este periodo muestra, de manera concluyente, que los precios de las viviendas no estaban siendo impulsados por los fundamentos elementales del mercado, ya que de existir estos factores, los alquileres también habrían acompañado el aumento. En resumen, no había excusa para que nadie en un puesto político de toma de decisiones no hubiera visto venir la burbuja inmobiliaria.

... y podríamos haber hecho algo al respecto

Había mucha gente y condiciones para frenar la burbuja. El primer y más simple curso de acción que el Banco de la Reserva Federal, el Tesoro y otros actores en el gobierno hubieran podido tomar habría sido alertar al mercado sobre la propia burbuja, simplemente documentando su existencia y detallando el daño que su colapso causaría a la economía y a los inversores individuales.

La segunda ruta que el Banco de la Reserva y otros reguladores podrían haber perseguido era acabar con el comportamiento ilícito de los malos prestamistas que alimentaron la burbuja. ¡Las descaradas prácticas descuidadas y fraudulentas que fueron la base de muchos préstamos eran un secreto a voces!

Sorprendentemente, Greenspan dio a estos chanchullos su sello de aprobación y elogió la inventiva de la industria financiera. Y, justo cuando el mercado estaba listo para volverse loco en el año 2004, la Comisión de Valores y Bolsas (SEC) intervino para aliviar las restricciones al apalancamiento de los bancos de inversión. Si la SEC hubiera tomado la dirección opuesta y endurecido las restricciones, el país se habría evitado una gran cantidad de dolor.

Por último, el Banco de la Reserva podría haber hecho estallar la burbuja en cualquier momento, simplemente aumentando las tasas de interés, dado que éstas son el enemigo de las burbujas en todas partes, y el Banco de la Reserva podría haber garantizado el efecto inmediato de aumentar las tasas vinculándolas a la burbuja. En este esquema el alza de la tarifa inicial pudo haber sido acompañada por un anuncio del Banco de la Reserva de que el alza de las tasas continuaría hasta que los precios de vivienda cayeran a sus niveles anteriores a la burbuja. Esto habría hecho reaccionar a los emisores de hipotecas y bancos de inversión, y a los tontos que compraban su basura.

Mitos financieros

Gran parte de esta historia está en el informe FCIC, pero sólo como telón de fondo. En el primer plano está el colapso de Lehman y AIG y el casi desplome del sistema financiero en el otoño de 2008. Las escenas de Bernanke y el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson, en que alertaban del fin del mundo si el Congreso no respondía de inmediato aprobando el Programa de Alivio para Activos en Problemas (TARP) ocupaban el centro del escenario.

Pero ese escenario de fin del mundo inventado por el equipo de Paulson-Bernanke fue una farsa diseñada para salvar a los bancos de Wall Street ya que, de haber ocurrido su escenario, el sistema financiero hubiera tenido que cerrar temporalmente –muy probablemente por unos pocos días– que habrían sido seguidos por un reinicio del sistema por el Banco de la Reserva, con una inundación de liquidez. Esto es más o menos lo que pasó en Islandia, donde el PIB está creciendo de nuevo a un ritmo saludable.

Para ser claros, una parada del sistema financiero sería un acontecimiento terrible, es mejor evitarla. Pero la idea de que esto habría llevado a una segunda Gran Depresión durante una década con dos dígitos de desempleo es una completa tontería. Sabemos cómo reactivar la economía.

La sugerencia de que la recesión se está prolongando a causa de la crisis financiera también es disparatada. Los consumidores pueden ser pesimistas sobre el estado de la economía, pero la razón por la que no está gastando es que han perdido miles de millones de dólares de la riqueza inmobiliaria. La tasa de ahorro sigue estando por debajo de un 6 por ciento. Esto es desde cerca de cero en el pico de la burbuja inmobiliaria, pero todavía está por debajo de su promedio de posguerra de cerca del 8 por ciento. En lugar de preguntar por qué los consumidores no están gastando, debemos preguntarnos por qué no están ahorrando más.

La supuesta necesidad de salvar al sistema financiero y la preocupación excesiva de la FCIC por su papel en nuestras actuales dificultades económicas dan crédito indebido a otro cuento muy lucrativo para los bancos, pero perjudicial para el resto de nosotros. Ante el hecho de que los bancos no están prestando mucho, algunas voces influyentes, como Bernanke y Gene Sperling, Director del Consejo Económico Nacional, han venido denunciando una supuesta "crisis del crédito". Pero las instituciones financieras no están tan limitadas como la gente piensa y las empresas más grandes están sumamente bien capitalizadas, pero no están prestando a las pequeñas empresas porque lo que parecía una buena apuesta durante los días de paro del 4,5 por ciento es mucho menos atractivo ahora, cuando el desempleo es dos veces mayor.

Las grandes empresas que dominan la economía están sentadas en miles de millones de dólares en efectivo y pueden pedir prestado tanto como les gusta directamente en los mercados de crédito a tasas de interés extraordinariamente bajas. Si realmente hubiera grandes oportunidades de inversión que las pequeñas empresas no pudieran aprovechar debido a su falta de acceso al crédito, sería de esperar para ver a los Wal-Mart y Starbucks del mundo aprovecharse de la temporal debilidad de sus competidores. Sin embargo, esto no está sucediendo, y por lo tanto, el acceso al crédito no es el problema.

La historia real es la falta de demanda señalada anteriormente. La solución es simple: el gobierno debe gastar mucho dinero. Simple, es decir, a excepción de los obstáculos políticos. Es por eso que el informe FCIC es una distracción, un elemento más que contribuye al mito de que el país está sufriendo, sobre todo, de una crisis financiera.

La obsesión nacional con las finanzas va más allá de los eventos específicos de la crisis. Los estadounidenses tienen esta noción equivocada de que un sector financiero gigante, y en gran medida desregulado, es bueno para nosotros, y nosotros también asumimos que el éxito de los bancos es el éxito de la nación. Es por eso que la industria rutinariamente amenaza con irse al extranjero en respuesta a una mayor regulación o mayores impuestos, y obtiene lo que quiere. Pero, aparte del hecho de que, en la mayoría de casos, esto no es más que un farol, ¿qué nos importa si los titanes de las finanzas hacen sus maletas y se marchan?

Los Estados Unidos han visto cómo su industria textil se fue al extranjero, junto con gran parte de su producción de acero, la fabricación de automóviles, e incluso la programación de software. ¿Por qué deberíamos estar más preocupados por comprar nuestros servicios financieros de un banco extranjero o compañía de seguros cuando acabamos de comprar ropa importada? Ciertamente no es la teoría económica la que dice que esto sería un problema.

Inclusive, el propio tratamiento de la bolsa de valores como una medida de los resultados de la economía y del bienestar es resultado de una peculiar obsesión de los estadounidenses con las finanzas. En principio, se supone que el mercado de valores que debe medir el valor de las ganancias futuras de las empresas y los beneficios futuros puede aumentar porque la gente está más optimista sobre el estado general de la economía. En este sentido, el aumento de precios de las acciones podría ser visto como positivo para todos, pero sólo si se asocia a una más amplia distribución de la torta.

Sin embargo, los inversores pueden esperar mayores beneficios simplemente porque se espera una redistribución de la renta de los salarios y de los impuestos de los contribuyentes a las ganancias corporativas. En este caso, no habría razón para que la gran mayoría de la gente, que es dueña de muy pocas o ninguna acción, celebre las subidas de los mercados de valores. Este tipo de crecimiento implica menor calidad de vida para ellos, pero más lujo para los banqueros.

Sorprendentemente, muchas personas que se consideran progresistas ahora ven el mercado de valores como una medida de la salud de la economía en lugar de una medida imperfecta de la riqueza de los ricos. Estas personas también están convencidas de que el mundo habría terminado si la cadena de quiebras bancarias de 2008 hubiera puesto de Wall Street fuera del negocio. Este descuido de pensamiento reduce radicalmente el margen de la política progresista.

El enfoque de la FCIC en la financiación contribuye a esta visión. Hay mucho material bueno e importante en el informe, claramente hay muchos banqueros ricos que deberían estar tras las rejas. La reputación de Greenspan y Bernanke también debe quedar permanentemente empañada debido a su total incompetencia en el manejo de la economía. Pero al final del día, la imagen que la FCIC presenta de la crisis económica y la economía en general es una imagen muy sesgada hacia el punto de vista centrado en las finanzas y que domina el debate político e impide avanzar en los intereses económicos que son importantes para la gran mayoría de hombres y mujeres trabajadores y desempleados.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123301

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