Una encuesta de la BBC, realizada con ocasión del vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, muestra que, también en los países industrializados, retrocede la aceptación del sistema económico dominante. El texto que sigue es parte de una de las intervenciones de Krätke en las Jornadas SinPermiso celebradas en Madrid el pasado fin de semana.
Nadie habla ya del “final de la historia”. Veinte años después del desplome del “socialismo realmente existente” y tras una serie de crisis financieras y cracs bursátiles, al capitalismo no le va nada bien. Subitánea e inopinadamente, muchos profesionales del oportunismo se declaran keynesianos de toda la vida y ponen por obra políticas clientelares. Ya sólo juran por el (neo)liberalismo pequeñas minorías bienhabientes que de la política esperan, sobre todo, esto: que se les envíe el cordial mensaje del “enriqueceos”.
La mayoría sospecha algo
Ello es que los fieles desertan del capitalismo. En el vigésimo aniversario de la caída del Muro, y a modo de contribución a la celebración de un capitalismo triunfante, la británica BBC ha publicado los resultados de una encuesta mundial que difícilmente pudieron animar la “Fiesta de la Libertad” berlinesa del 9 de noviembre.
Sólo una minoría –no más del 10% de la población— comparte aún la extraña fe del carbonero [juego de palabras con Köhler (“carbonero”), apellido del actual presidente de la República alemana y antiguo presidente del FMI; n.t.], según la cual la “economía de libre mercado” funciona a pedir de boca, y cualquier intento de regulación de ese milagrero sistema no hace sino estorbarlo. En cambio, casi una cuarta parte de la población mundial se muestra convencida de que el capitalismo es un sistema económico irreparable e irreformable, y de que lo deseable es una alternativa. Una ajustada mayoría –el 51% de los encuestados— es de la opinión de que la reproducción capitalista, aun seriamente tocada, puede llegar a reanimarse con reformas dentro del sistema y con una regulación más intensa.
Los críticos del capitalismo, en sus distintas variantes, constituyen, así pues, una mayoría del 74%. Hay que recordar que, en una encuesta análoga llevada a cabo en 2005 por el Instituto Globscan en 20 países, había todavía una mayoría del 63% que tenía al capitalismo por el mejor sistema posible.
Entre junio y septiembre de 2009, Globscan volvió a entrevistar por encargo de la BBC a unas 30.000 personas en 27 países, entre ellos 5 Estados de la Europa occidental y 4 de la Europa oriental, los EEUU y Japón, así como el grupo BRIC, en el que están Brasil, Rusia, India y China. Se incluía también a tres países africanos, dos asiáticos, así como Chile, México y dos naciones centroamericanas, además de Canadá, Australia, Pakistán y Turquía. Los más resueltos partidarios del capitalismo se hallan en los EEUU (25%) y en Pakistán (21%); los más hostiles, en Francia (43%), México (38%), Brasil (35%) y Ucrania (31%). Alemania constituye un caso particular: sólo el 8% de nuestros connacionales considera reemplazable el capitalismo; hasta en los EEUU hay más partidarios de un cambio de sistema. Con todo y con eso, tres de cada cuatro entrevistados alemanes piensa que el vigente régimen económico tiene serios fallos que deberían corregirse con reformas. En Francia, uno de cada dos encuestados es de esa opinión.
Tenemos, además, en Alemania un 16% de encuestados inamovibles en su opinión de que el capitalismo es imbatible, menos, ciertamente que en los EEUU, pero desde luego más que en la Gran Bretaña (13%) o en Francia (6%). Las cifras ofrecidas por Globscan permiten, sin embargo, inferir que casi nadie suelta lágrimas por la desaparición del socialismo realmente existente. La disolución de la Unión Soviética no se lamenta mayoritariamente en la mayoría de países. En las excepciones –Rusia, Ucrania e India—, grandes grupos de encuestados son de otra opinión. Las experiencias en carne propia de los modos de proceder del capitalismo en sus naciones podrían ser aquí decisivas.
En 17 de los 27 países encuestados por Globscann, la mayoría (un 56% en promedio) quiere que los gobiernos regulen más vigorosamente. En Brasil (87%), Francia (76%), España (73%), China (71%) y Rusia (68%), las intervenciones estatales en la vida económica encuentran el mayor aplauso. En Alemania el porcentaje de los partidarios de la intervención estatal ronda el 45%, pero una clara mayoría del 77% de los alemanes quiere que la riqueza se distribuya de manera más justa.
Lavado cotidiano de cerebros
En suma: regulación, sí; redistribución, sí; propiedad pública de los medios de producción, sí; pero con reservas. A escala mundial, el “sistema económico mixto” cuenta con más amigos que el capitalismo “puro”. Una mayoría sabe, o intuye, que el capitalismo sólo ha logrado sobrevivir hasta ahora porque nunca ha sido propiamente capitalismo.
Los resultados de una encuesta realizada simultáneamente por el Instituto Globscan sobre la política económica en la crisis (22 mil encuestados en 20 países) muestran asimismo claros perfiles. Una mayoría en 13 de los 20 Estados quiere un aumento significativo del gasto público, a fin de estimular la economía. El mayor porcentaje lo encontramos en China (94%); el menor, en los EEUU (pero llega al 50%) y, sorprendentemente, en Japón (con un 38%). En lo atinente a medidas concretas, las inversiones en energías renovables y en tecnologías verdes cuentan con un elevado consenso (72%). En conjunto, el 62% de los encuestados se muestra favorable al apoyo público a los sectores económicos en dificultades que amenazan su misma existencia, aunque la mayoría favorable a los rescates bancarios cae aquí hasta un modesto 51%. Una clara mayoría del 60% piensa que los beneficios y las pérdidas en la llama crisis financiera se han distribuido injustamente.
La múltiple crisis mundial, cuyas dimensiones no han comprendido hasta el día de hoy ni los gobernantes ni el grueso de los aparatos de los partidos en Alemania, es también una crisis de fe. Siempre fue el capitalismo una cultura y una religión de la vida cotidiana que se imponía oportunamente a sangre y fuego a los infieles mediante el lavado de cerebro cotidiano, sobre todo en el puesto de trabajo. El fanatismo de los conversos, los exmarxistas y excomunistas tan proteicamente representados en la intelectualidad alemana federal, se cuenta aquí entre lo peor con que uno pueda toparse. De todas maneras, las elites alemanas se alegrarán de que el abanico de los anticapitalistas siga siendo reducido y podrían seguir mirando displicentemente a los infieles y reluctantes franceses.
Sin Permiso - 13.12.09
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