FRANCISCO CASTEJÓN, doctor en Física y miembro de Ecologistas en Acción
Reflexionamos sobre la probabilidad de los accidentes nucleares y la actitud del sector académico pronuclear que minimiza la gravedad.
- Ilustración: Luis Demano/Sinc
No es probable que se produzca un terremoto de nivel 9 en la escala de Richter, seguido de tsunami, pero ha ocurrido. No es probable que se den unas pruebas de seguridad en una nuclear unidas a los errores de un operador en una central sin contención primaria, pero todo esto ocurrió en Chernobil en 1986.
No es tampoco probable que se rompa el circuito secundario de una central nuclear y que el operador de la central decida introducir agua fría en el reactor, lo que generó una gran burbuja de hidrógeno radiactiva, pero terminó por pasar en Harrisburg en 1979. Lo mismo podría decirse de una larga serie de accidentes nucleares: la probabilidad de que se concatenen sucesos que saquen a la central de sus bases de diseño es baja, pero puede ocurrir y acaba por hacerlo. Éste es el problema de la energía nuclear. Se lucha por reducir la probabilidad de sucesos catastróficos, pero la realidad es tozuda y se encarga de poner sobre la mesa, mediante accidentes terribles, la peligrosidad de esta fuente de energía.
Algo que llamó la atención tras el accidente de Fukushima fue la actitud del sector académico español más pronuclear, que se empeñaba en negar la gravedad de la situación. Decían que el escape radiactivo había sido insignificante y que la situación estaba ya controlada.
Un experto, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, llegó a afirmar que las explosiones de hidrógeno eran esperadas y no causaron daños significativos. Y el colmo fue contemplar cómo la presidenta del Foro Nuclear afirmaba que los reactores habían soportado bien el terremoto y que los sucesos de Fukushima demostraban que esta energía es segura.
Tampoco la clase política española quedó bien parada, pues acordó suprimir el artículo de la Ley de Economía Sostenible que limitaba a 40 los años de vida de las centrales nucleares, abriendo así la puerta para que funcionasen hasta 60 años.
En estos momentos, aún no se ha controlado la situación en el reactor número 3 de la central de Fukushima Daiichi, cargado con uranio y también con plutonio, lo que aumenta su peligrosidad. Y la nube radiactiva ha alcanzado la ciudad de Tokio, poblada por más de 30 millones de personas, y a unos 250km de distancia de la central nuclear. En algunos puntos, los niveles de radiactividad alcanzan un factor 500 y en las proximidades de la central se ha llegado a 10.000 veces el nivel permitido.
Los expertos discuten si la radiactividad escapada es comparable a la de Chernobil. Hay cálculos que la cifran en un 10%, otros en un 50%. Incluso hay físicos que afirman que se ha escapado más radiactividad que en Chernobil. Pero los isótopos que se han fugado son sobre todo yodo y cesio, más ligeros y menos peligrosos que los residuos de alta actividad que se fugaron en la central ucraniana.
En la central nuclear de Fukushima- Daiichi, no uno, sino una concatenación de fallos generó el accidente. Hay que reflexionar sobre la temeridad de construir 54 reactores nucleares en un país con tanta actividad sísmica como Japón. Y preguntar por qué se colocan al nivel del mar (a pesar del fácil abastecimiento de agua, el riesgo de tsunamis que se producen después de un terremoto es muy alto en Japón).
El emplazamiento y el diseño de los reactores nucleares también son responsables del accidente de Fukushima
También hay que preguntarse por qué en las centrales nucleares se diseñan contenciones con un sistema de venteo que es incapaz de evitar las explosiones de hidrógeno que causan tantos daños a los reactores y a las piscinas de combustible gastado. Y por qué en Fukushima los sistemas de refrigeración y de alimentación de emergencia no estaban preparados para soportar la inundación.
Asimismo cabe preguntarse por qué se tarda más de 20 horas en tomar la decisión de enfriar los reactores con agua de mar, puesto que se sabía que ésta iba a dañar los reactores. Y por qué se tarda casi dos semanas en restablecer la alimentación eléctrica. Así que desde un punto de vista técnico, podemos afirmar que los responsables del accidente no sólo fueron el terremoto y el tsunami, sino también el emplazamiento y el diseño de los reactores nucleares.
La UE reacciona sugiriendo nuevas pruebas en las nucleares europeas para ver su estado. El Gobierno español ha anunciado que va a revisar la sismología de sus ocho centrales nucleares. Cabe objetar que estas pruebas deberían haberse realizado antes. Pero sobre todo cabe objetar que los terremotos no son el único riesgo de las centrales nucleares y que podemos encontrarnos ante un accidente severo inducido por simples equivocaciones humanas.
La lección fundamental que cabría obtener de Fukushima es que la industria nuclear no lo puede prever todo. Y que existen sucesos que, aunque poco probables, acaban por suceder, puesto que las centrales son inherentemente inseguras. Desde mi punto de vista, lo más sensato sería proceder a un cierre escalonado de centrales nucleares y sustituirlas por energías limpias sin riesgos, y por medidas de ahorro y eficiencia.
- http://www.diagonalperiodico.net/No-se-puede-prever todo.html
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