“Mis dos temores son la distorsión y la inexactitud, o mejor dicho, el tipo de inexactitud producido por una generalización demasiado dogmática y por una concentración demasiado positivista.”
Edward Said
Días atrás el profesor Daniel Vidart llamó a repensar los sucesos del 31 de mayo en que el ejército de Israel abordó a la “Flotilla de la libertad” en aguas internacionales, dejando como saldo 9 muertos y decenas de heridos, con la finalidad de mantener el bloqueo sobre la Franja de Gaza y evitar la llegada de ayuda humanitaria a la población que allí vive.
La comunidad internacional condenó casi unánimemente este hecho, a pesar de la tibieza de las declaraciones que no responsabilizan al Estado de Israel de las acciones de su ejército. Más allá de los sucesos puntuales, es necesario ver lo que esta sucediendo en un contexto más amplio. Tal vez en eso resida la “molestia” a la que refiere Vidart en el título de su artículo, en la posibilidad de deconstrucción de los discursos hegemónicos.
La Operación Plomo, en diciembre de 2008, cuando murieron cientos de civiles palestinos, no contó con la misma celeridad en la respuesta internacional, ni con el mismo consenso en su rechazo. Valdría la pena preguntarse ¿por qué? ¿Es que realmente la comunidad internacional consideró esta operación como una respuesta apropiada a las “provocaciones” de Hamas, o tal vez resulta más fácil identificarse con los activistas internacionales transportando medicina, peluches y sillas de ruedas, que con la población hacinada en la franja de Gaza?
Este debiera ser el “molestar” de la antropología: reflexionar críticamente sobre el proceso de construcción de discursos y la forma en que funcionan para legitimar subyugación económica y política de algunos pueblos sobre otros y la violación de derechos humanos perpetrada por ejércitos armados con tecnología de punta a poblaciones de civiles armados con pañuelos y piedras. Realidades que son la vida cotidiana del millón y medio de habitantes de Gaza y los otros tantos palestinos víctimas del acoso militar del Estado de Israel.
Si la propuesta es analizar de forma rigurosa lo sucedido y los procesos históricos, políticos y económicos en torno a la ocupación del territorio palestino y la creación del estado de Israel, es necesario hacerlo a la luz de las herramientas analíticas contemporáneas de la antropología. Uno de los caminos sería dilucidar cuáles son las fuentes que Vidart usa en su alegato al hundimiento de la flotilla de la libertad. Son por demás intrigantes los datos manejados sobre expectativa y calidad de vida en la franja de Gaza. La rigurosidad en el manejo de los datos no es pura meticulosidad: es una forma de ejercitar el pensamiento y brindar oportunidad a todos de hacerlo por sus propios medios. Pero aún sí esta información fuera correcta, las donaciones no necesariamente implican relaciones desinteresadas, sino que establecen intercambios desiguales que refuerzan procesos y situaciones de dominación.
También debemos problematizar la construcción histórica del lugar del antropólogo. Es verdad que la antropología nació como “solapada espía colonialista”, como una forma de conocer para dominar. Lo que no parece tan cierto es que hoy “estemos en otra cosa y militemos en otros menesteres”. La historia de la antropología está lejos de ser una línea evolutiva entre sus orígenes colonialistas y un presente de refinamiento y objetividad. No “nos proclamamos libres de etnocentrismos” sino que ejercemos una vigilancia epistemológica que nos permite explicitar nuestros valores y colocarlos en perspectiva para comprender procesos sociales. No juzgamos a priori, pero eso no nos impide tomar postura frente a hechos que atentan contra nuestros valores. Y cuando hablamos de dignidad o de derechos humanos, no hay nada que pueda ser colocado en el terreno de la neutralidad.
Otro problema es la forma en que Vidart aborda a los “pueblos” o “culturas” asimilándolos con las posiciones de gobiernos o Estados y unificándolos en una temporalidad lineal y ahistórica. Resulta anacrónico asociar el fundamentalismo a “los musulmanes”, los activistas por los derechos humanos como “antijudíos” ¿Podemos utilizar el mismo criterio para decir que los alemanes son nazis, los católicos “quemabrujas” y los uruguayos mediocres? Las culturas no son entidades homogéneas e inamovibles. Utilizar el concepto de cultura de esta forma para analizar el conflicto entre Israel y Palestina, nos conduce a una visión esencialista apartada del contexto político, económico e histórico.
No se trata de un “choque de civilizaciones”, se trata de un proceso en el que se vinculan dos pueblos, portadores de historias, religiones, costumbres y lenguas diferentes, “conviviendo” – si es admisible la ironía – en un mismo territorio. “Convivencia” en la cual, uno de esos pueblos mantiene el control del territorio, el armamento, los recursos naturales, de bienes de consumo (hasta los más esenciales como medicinas, alimentos y agua) el tránsito de personas y fundamentalmente de la legitimidad a nivel internacional para imponer su propia balanza para definir lo justo y lo injusto, lo que esta dentro y fuera de la dignidad humana y los derechos en un conflicto absolutamente desigual.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=110489
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