Vicenç Navarro
El objetivo más importante del gobierno español, y del mayor partido de la oposición, parece ser la reducción del déficit del Estado. Tal objetivo es, hoy, compartido por la gran mayoría de países de la Unión Europea (UE). Se asume que la bajada del déficit es el paso más importante para iniciar la recuperación económica, pues se supone que tal bajada del déficit recuperará la confianza de los mercados y de los inversores, un tanto apagada o diluida en estos momentos. Con el fin de alcanzar tal objetivo, se están desarrollando unas políticas de austeridad de gasto público que están dañando el bienestar de la población, y muy en especial de las clases populares.
Esta tesis –de que hay que bajar los déficit públicos- para alcanzar la recuperación económica es, sin embargo, profundamente errónea. Es más, el sacrificio que están imponiendo es contraproducente para la recuperación económica, además de ser perjudicial para la calidad de vida de la población. El profesor de economía, James K. Galbraith, explica en un artículo reciente en la revista The American Prospect por qué esta tesis está equivocada. En primer lugar, la mayor causa del déficit público no ha sido el incremento del gasto, sino la reducción de los ingresos del Estado, consecuencia, en parte, del descenso de la actividad económica, y también de la reducción de los impuestos, que la mayoría de países de la OCDE (incluyendo España) han ido realizando durante estos años. En realidad, el 50% de la reducción de los ingresos fue consecuencia de la crisis, y el otro 40% se debió a la reducción de impuestos. Sólo un 10% se debe a gastos especiales dedicados a estimular la economía. La evidencia, pues, es abrumadora, mostrando que el argumento neoliberal que sostiene que el déficit del Estado es consecuencia de un excesivo gasto es erróneo y claramente ideológico, sin ninguna base científica.
La segunda observación del Profesor Galbraith es que las predicciones de la reducción de los déficits son tan poco creíbles como las predicciones del colapso de la Seguridad Social. El número de supuestos que deben hacerse para que éstos alcancen estas estimaciones a largo plazo son tantas y tan valorativas, que las cifras que se dan deben tomarse con gran escepticismo.
La tercera observación es que el mayor problema que existe en cualquier país no es el déficit público, sino el desempleo. En realidad el segundo contribuye al primero, y no al revés. El elevado desempleo contribuye a aumentar el déficit, pues el estado deja de ingresar los fondos de la población que estaría empleada si dejara de estar desempleada. De ahí que sin reducir el desempleo no se podrá resolver el déficit. En consecuencia, la recuperación económica pasa por crear empleo, incluso a costa de que aumentase el gasto público para estimular el crecimiento de empleo.
Una cuarta observación que se deriva del texto y de otros trabajos de James K. Galbraith es que la mejor manera de reducir el déficit público es estimulando la economía, mediante toda una batería de intervenciones, de las cuales, la creación de empleo, incluso de empleo público, es esencial. Reducir el déficit reduciendo el gasto público, es profundamente erróneo.
La quinta observación que hace Galbraith es que un país con un Banco Central que actúe como Banco Central (que no es el caso en la UE con el Banco Central Europeo, que no es un Banco Central, sino un lobby para la Banca, y muy en especial, para la banca alemana), el gobierno siempre puede crear recursos. Siempre y cuando el Banco Central tenga imprentas para imprimir moneda, éste puede tener el dinero que desee. El peligro que puede crearse en caso de aumentarse la liquidez es la inflación (hoy el problema, sin embargo, es el inverso, la deflación) y la devaluación de la moneda, lo cual, señala Galbraith, no iría mal ni al dólar ni al euro (en caso de que el Banco Central Europeo actuara como Banco Central, ayudando a los Estados de la Eurozona).
Una sexta observación que podría haber añadido, es que un Estado que se precie de ser justo puede siempre generar recursos incrementando la progresividad fiscal que ha ido deteriorándose durante el largo periodo neoliberal. Como señala John S. Irons en otro interesante artículo, “Economic Recovery and Fiscal Balance”, es bochornoso que Warren Buffet y Bill Gates tengan, en la práctica, la misma tasa de gravación fiscal que sus secretarias. Lo mismo podría decirse de Emilio Botín, el banquero más rico de la UE.
La séptima observación que Galbraith hace es que una intervención pública de gran calado para estimular la economía no es el abaratamiento de los salarios (ni tampoco facilitar a los empresarios el despido de sus trabajadores), sino garantizar el crédito, incluso a base de crear entidades públicas de crédito (tal como ha propuesto Joseph Stiglitz). Galbraith propone la creación de una entidad pública como el Reconstruction Finance Corporation, creada por el Presidente Roosevelt durante el New Deal, que garantizó el acceso al crédito.
Una octava observación, continuación de la anterior, es la reforma del sistema financiero que, además de establecer una opción pública que competiría con la banca privada, ésta estaría más regulada, prohibiendo las actividades e instrumentos especulativos que nos llevaron al desastre. Tendría que ser un objetivo de los estados gravar las actividades fácilmente predecibles como especulativas y disminuir las rentas del capital financiero, que son a todas luces excesivas, y que se han disparado a costa de las rentas del trabajo y del capital productivo.
Lo que propone Galbraith lo han propuesto también muchos otros economistas tanto en EEUU (Joseph Stiglitz es uno de ellos) como en España, aunque en este último caso, tales voces continúan marginadas o silenciadas en los mayores medios de información. Y ahí está el problema. En estos momentos de grave crisis, el debate político es entre el gobierno, que está reduciendo el déficit a base de recortar el gasto público, y la oposición (PP y CiU), que quieren recortarlo todavía más. Mientras el debate se centre en quién recorta más, la economía irá de mal en peor.
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