Los manuales de muchos celulares, computadoras y videojuegos deberían añadir: “Este aparato contribuyó a la muerte de cinco millones de seres humanos en la República Democrática del Congo”
A los efectos legales, incluso de la Organización de las Naciones Unidas, desde el 2003 en la República Democrática del Congo (RDC) no hay guerra. El enfrentamiento armado que más muertes ha provocado después de la Segunda Guerra Mundial se refleja en los medios de comunicación como un tema distante y poco atractivo, aun cuando en esta nación cada dos días ocurre un genocidio semejante al del 11 de septiembre en Estados Unidos sin que casi nadie lo sepa.
Cada 24 horas el ginecólogo congolés Denis Mukwege atiende a alrededor de 10 mujeres violadas. Muchas de las pacientes, algunas de ellas niñas de solo tres años de edad, llegan a su consulta con las entrañas destruidas por las bayonetas o las estacas. En la RDC, el terrorismo sexual es también un arma de guerra.
En el 2004, más de 100 civiles morían diariamente en ese país por causa de enfrentamientos militares, enfermedades prevenibles o curables, y sobre todo por la escasez de alimentos. Las cifras no han disminuido.
Según datos de la ONU, casi un millón de personas abandonaron sus hogares en los dos últimos años. Los que todavía permanecen en ellos se han quedado en varias ocasiones sin pertenencias, incluso sin casa, como resultado de los constantes saqueos de cualquier bando militar.
La Guerra Mundial Africana
Así se le conoce también a la Segunda Guerra del Congo, no solo porque en ella participaron nueve países del continente, sino también porque en los enfrentamientos han muerto alrededor de 4 millones de personas, casi el 90% de ellas por hambre y enfermedades curables. Según la versión oficial, comenzó en 1998 y terminó en el 2003. Pero todavía hoy la RDC no respira la paz, y sus ciudadanos sufren los abusos de militares extranjeros desde mucho antes de su inicio oficial.
Algunas potencias del primer mundo costean las incursiones de Uganda y Ruanda, a partir de enmascaradas “contribuciones al desarrollo”. A esta última nación la agencia de ayuda británica DFID le prometió en el 2000 un préstamo de 95 millones de dólares. Pero ¿qué necesidad tiene de ayuda el gobierno ruandés si en el 2001 invirtió 60 millones en operaciones militares contra el Congo?
Sucede que en la RDC existe el 80% del coltán del planeta, un escaso recurso que algunos consideran el mineral del siglo XXI, y una pieza clave en la fabricación de casi todos los dispositivos electrónicos modernos; no obstante, los congoleses apenas han podido explotarlo en beneficio propio. Su vecina Ruanda ha tenido mejor suerte; apenas cuenta con yacimientos de este material, pero le reportan cada mes 20 millones de dólares. ¿Cómo es posible?
Algunas organizaciones internacionales, entre ellas la ONU, han acusado a 34 empresas transnacionales por comprarle a esta nación el coltán que extrae ilegalmente del Congo; entre ellas IBM, Nokia, Intel y Motorola. Sin embargo, ni las máximasautoridades de sus países de origen han tomado medidas, ni los grandes medios de comunicación han divulgado la noticia.
No en balde, el ex presidente norteamericano George H. Bush (padre) es uno de los principales accionistas de la American Mineral Fields, involucrada en el asunto. Sam Bodman, secretario de Energía durante la gubernatura de Bush hijo, lideró a su vez Cabot Corp, otra de las compañías desenmascaradas por la ONU después de una investigación de tres años. Y Nicole Seligman, la actual vicepresidenta ejecutiva de Sony, fue en su tiempo consejera legal de Bill Clinton. Era de esperar entonces que en Estados Unidos, el Departamento de Estado se negara a investigar la relación que existe entre sus compañías y la guerra en el Congo.
Para naciones como Alemania, Francia y Bélgica también resulta demasiado peligroso comprometer sus industrias electrónicas. Podrían ganarse otra catástrofe como la de Sony, que tuvo que aplazar la segunda versión de Play Station porque en Brasil, Australia y Tailandia —sus principales exportadores— comenzó a escasear el coltán. Incluso la Misión de las Naciones Unidas en la RDC, creada para establecer la paz, ha dejado desde su llegada al Congo una estela de descontentos. No han sido pocas las
manifestaciones civiles que piden su retirada. Algunos afirman que los cascos azules se han sumado al tráfico, otros aseguran que apoyan a las tropas enemigas.
Sobre su existencia pesa una pregunta tan rotunda como cualquier evidencia: ¿Cómo es que sus casi 20 mil efectivos apertrechados con armas modernas no han logrado neutralizar el conflicto entre una guerrilla fabricada y las fuerzas del gobierno? Tal parece que para estos soldados de paz la recompensa en papel verde importa más que la misión encomendada por la ONU.
Por las fronteras de la RDC se escapan seis millones de dólares en coltán cada día. No obstante, las potencias que terminan enriqueciéndose con esta sangría no les hacen préstamos para que pague a sus soldados y compre municiones. ¿Cómo hacerlo, si esta guerra es la pieza clave de su negocio?
En cambio, Ruanda y Uganda aparecen en todas las revistas importantes (que se reducen a las del primer mundo con propietarios millonarios) como los ejemplos de desarrollo en África. Los países primermundistas y sus organismos como el Banco Mundial y el FMI hasta les han cancelado parte de la deuda externa. Además, el presidente ruandés Paul Kagame, quien recibió entrenamiento militar en Estados Unidos, es considerado un estadista modélico.
En verdad, Kagame ha logrado, con una astucia modélica, exportar el coltán congolés como si fuera de Ruanda, aunque las ventas sumen ya el doble de las reservas de sus yacimientos; y cuando la astucia no le alcanza, sus compradores le prestan un poco y declaran que sus adquisiciones provienen de Brasil o Tailandia.
Los billetes piadosos
A pesar de las amenazas occidentales, el gobierno de la RDC apostó por acuerdos con la República Popular China, y ganó. Las multinacionales europeas y norteamer icanas le pagan entre el 5 y el 12% del valor de las riquezas que extraen en su territorio. En realidad, pagan solo algunas, porque otras las toman clandestinamente debido al escaso control de las autoridades.Mientras, Beijing les ofrece el 30%, además de la construcción de hospitales, puertos, carreteras... China ha invertido 6 mil millones de dólares en el Congo, cuando toda la comunidad internacional en conjunto solo llega a 900 millones. En este scenario, los intereses de las grandes potencias se vieron afectados y decidieron transformar sus estrategias en el Congo.
En pocos meses, Ruanda le retiró su apoyo al líder de la oposición militar de la RDC, Lauren Nkunda, sobre quien pesa desde el 2005 una orden de búsqueda y captura. Como no hacía desde 1998, se alió al gobierno congolés y en una operación conjuntalograron detenerlo, aunque todavía permanece en Cisenyi (Ruanda) sin fecha de extradición.
Pero en un acto de mimetismo político, para que el negocio siga en las mismas manos, el Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo, que operaba bajo la dirección de Nkunda, se convirtió en un partido político oficial, y algunos de sus miembros se alistaron en el ejército nacional.
De todas formas, como la mano de hierro lleva ahora guantes de seda, los nuevos amigos planearon una visita de cortesía. El Presidente francés pasó en marzo por el Congo y dijo que esta nación debía repartir sus riquezas con los vecinos, a la vez que sugería que los minerales de Kivu “deben ser explotados conjuntamente por el Congo y Ruanda”.
Hillary Clinton no quiso quedarse atrás y en su gira africana aconsejó: “La comunidad internacional tiene que evitar que la riqueza mineral del Congo acabe en las manos de quienes alimentan la violencia”. Seguro que fue un momento de amnesia histórica.
El millón de niños huérfanos en la RDC, las mujeres violadas, los hambrientos, ninguno de ellos la escuchó. Pero deben estar esperando lo mismo. “Si el Congo se quedara de una vez sin recursos...”, deben pensar. Pero eso no va a suceder en largo tiempo. Han tenido la desgracia de nacer en una de las regiones más ricas en recursos naturales del mundo.
http://www.trabajadores.cu/materiales_especiales/columnistas/justo-planas-cabreja/la-guerra-invisible
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