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25/08/2010

Australia: Empate electoral y desencanto popular

Robert Austin

Por primera vez en 80 años una elección nacional en Australia ha producido un empate entre las dos instituciones partidarias dominantes. Después de distribuir las segundas preferencias registradas en las urnas el 21 de agosto, y a base del 75% del voto nacional ya convalidado por la Comisión Electoral Australiana, el gobernante Partido Laborista (PL) ha obtenido 5.066.023 votos (50,66%) y la coalición del Partido Liberal y Partido Nacional (PLN) 4.933.600 (49,34%). La prensa hegemónica se ha dedicado a especular sobre la formación de un gobierno a base de la preferencia de tres representantes “independientes”, todos de derecha y ex miembros del PLN. Logrando el PLN formar un gobierno, sería la primera vez en 70 años que un gobierno cayera tras sólo un término de gobernar. Pero la fanfarria mediática esconde un gran desencanto popular con el sistema electoral formal y su punto de referencia implícita: el capitalismo neoliberal.

Este desencanto se expresa en cuatro formas. Primero, hay una creciente abstención electoral: 814.521 de los 14.088.260 electores registrados, equivalente a un 5,8%, simplemente no votan. Segundo está el fenómeno de los votos nulos o informales (5,63%), siendo el más alto desde la elección de 1987. Tercero, casi la quinta parte de la población electora no se ha registrado (3.154.141 de 17.242.401, o 18,29%). Expresado de otra manera, casi un tercio de la población (29,72%) no participa, y no está representada en la “democracia representativa”. Se asemeja a la situación emergente en Europa y los EE.UU., además del circo impuesto por las derechas en México y Chile, entre otros. Además, un sector impresionante de los votantes —si bien difícil de contar— vota para evitar una multa, sin tomar en serio el acto de llenar un papel cada 3 ó 4 años supuestamente para contribuir al destino del país. “Da igual que da lo mismo”.

La cuarta expresión del desencanto con el sistema de dominación bipartidista es la creciente votación para los partidos progresistas y de izquierda, sumándose ahora en un 13,05%. El Partido de Los Verdes (PV), el principal partido de ese agrupación, ha desarrollado un amplio horizonte socialdemócrata que proyecta políticas inclinadas a mejorar la distribución del PIB, proteger al medio ambiente, e incluso o democratizar o abolir al Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio. Sin embargo, no gozan de un análisis del capitalismo tardío como eje central para entender los temas que identifican como fundamentales para la humanidad, aunque la mayoría son temas que también se sitúan en el seno de las discusiones y el quehacer socialistas. Incluso en la práctica sus candidatos apoyan con casi igual frecuencia a la derecha y a la izquierda. Peor aún es su reputación de maniobras antiobreras en los sindicatos. Dicha historia predispone al PV a negociar con la derecha con fines de lograr poder parlamentario, sin referencia a las consecuencias ni para las obreras y obreros, ni para las civilizaciones autóctonas, ni la construcción de alternativas populares.

La Izquierda está compuesta por distintos partidos cuya presencia se ha visto incrementada en las elecciones nacionales. La Alianza Socialista ha ganado la mayor parte de los votos para partidos de abierta constitución socialista, seguida por la Liga Comunista, el Partido Comunista, el Partido de Igualdad Socialista y el Partido Revolucionario Socialista. Otros partidos de Izquierda como el Partido de Libertad Socialista, el Partido Comunista Marxista-Leninista y Libertad Trabajadora no participan en las elecciones nacionales, por distintos motivos. Históricamente la Izquierda en Australia se ha distinguido por una tendencia al divisionismo y enfoques limitados por los choques entre interpretaciones marxistas-leninistas, trotskistas y reformistas, siendo bien popular el camino de posiciones “ultra” hacia las reformistas, al decir de Gramsci.

Sin embargo, si sumamos la votación del PV e izquierda con la no-participación (la llamada práctica de “votar con los pies”), se puede deducir que un sorprendente 42,77% de la población en edad electoral ni apoya a la farsa electoral capitalista ni se siente representada por ella. Ese hecho, permanentemente suprimido por las corporaciones mediáticas, revela con elocuente claridad el gran potencial que queda por despertarse en la conformación de un verdadero movimiento socialista.

Golpe blanco del sector minero

Lenin, en una pieza escrita en 1915, denunció al PL como un partido capitalista camuflado de socialista. Demoraría unos 15 años más para que se eliminara el objetivo socialista de su constitución, y para los años 1950 se operaba abiertamente como partido capitalista reformista. Incluso su último suspiro de socialismo, el intento de nacionalizar los bancos y el sistema de salud, produjo un ataque derechista mediático y económico feroz, la división del PL en dos partidos, y su exilio electoral desde 1948 hasta 1972. El famoso gobierno PL reformista de Whitlam sufrió una intervención de la CIA y la ultraderecha en noviembre de 1975, siendo derrocado en un golpe blanco y no constitucional. El PL gozó del poder de nuevo desde 1983 hasta 1996, ahora imponiendo la agenda global del neoliberalismo, retomado con entusiasmo por los “nacidos para gobernar” del PLN desde esa fecha hasta su derrota electoral de 2007.

Reelegido a gobernar bajo el liderazgo del cristiano-liberal Kevin Rudd, el PL tomó el camino continuista a base de disciplina autoritaria y derrota de derechos de la fuerza obrera, preferencia presupuestaria para la educación privada, contracción del sistema de salud pública y expansión del sector privado, intensificación de “La Intervención” (léase desposesión económica y política) en contra de los pueblos originarios del Territorio Norteño, y el flagrante abandono de su plataforma central de salvar al medio ambiente y tomar medidas decisivas para contrarrestar el declive climático.

Sin embargo en dos áreas el gobierno PL inició reformas populistas pero fundamentales. Primero, por subir el déficit fiscal, evitó generar el masivo desempleo y la recesión económica que caracterizan al resto de los países capitalistas de Occidente (los de la OECD). Por seguro los programas involucrados en el paquete de “medidas de rescate” fueron mal pensados e incluso fatal en el caso del programa de aislamiento residencial de entretechos (murieron 4 obreros por falta de medidas de protección). Segundo, introdujo un impuesto sobre la renta expropiada y normalmente exportada en la minera, de hasta 40% sobre las utilidades que excedieran un 7% del capital invertido. Según el eminente economista chileno Manuel Riesco, algo “que se considera una rentabilidad normal para cualquier inversión” (email, 27.6.10). Cuando el gobierno PL introdujo un impuesto idéntico en los 80 para la renta en la extracción de gas natural, la coyuntura política aseguró su implementación. Pero esta vez los magnates y corporaciones multinacionales se opusieron fervorosamente. A pesar de contribuir sólo un 10% de PIB, su integración con los medios de comunicación masiva y una campaña fanática por el PLN sembraron pánico en el gobierno. Había pronunciado “el lobby más poderoso del país” ( Financial Times , 24.6.10).

Dedicado a mantener su poder a toda costa, el PL cambió líder de repente, instalando por primera vez en la historia a una mujer como Primera Ministra, y llamó al país a elección casi de inmediato. (Riesco ha comparado erróneamente la derrota del primer ministro Rudd con la derrota de Allende). Así se enfrentaron dos fracciones del capital en el juego electoral: una dominada por la minera transnacional, la otra por la industria tradicional, y ambas por las grandes corporaciones financieras y mediáticas. Obedientemente el PL tragó su medicina, moviéndose tanto a la derecha durante la campaña que para el día de la elección sus políticas no se podrían distinguir de las de su supuesto adversario, el PLN. Al final, dos caras de la misma moneda.

Terminado su proyecto de debilitar el impuesto en las corporaciones mineras, la prensa capitalista se dedicó a trivializar y ensuciar la campaña electoral. Cuando no se burlaba de los partidos de Izquierda —en general haciéndolos invisibles— se enfocó en el ropero de la primera ministra Julia Gillard, su disposición de atea, sus novios durante los últimos 30 años y sus costumbres alimentarias. Incluso la prensa reaccionaria Murdoch le acusó de “no ser mujer verdadera”, por no haber tenido ni criado ni cuidado a hijos, y por no haber tenido ni esposo ni socio (una mentira, en todo caso). La misma prensa jamás ha sometido a ningún candidato masculino al mismo proceso de análisis e interrogación sobre la vida privada o las preferencias religiosas. De nuevo la prensa se posiciona entre la sociedad civil y los temas de mayor trascendencia.

¿A qué aspiramos?

Queda al desnudo la fantasía de un sistema capaz de satisfacer las necesidades de la población. El gran desafío para la Izquierda es transformar ese cinismo y derrotismo en una fuerza positiva popular en pos de sustituir la formación social capitalista con un sistema de socialismo contemporáneo. Es hora de pensar de modo distinto creando, en el sentido que conceptuó Gramsci, un nuevo lenguaje para conceptualizar y facilitar una nueva sociedad, sin el peso de las herramientas manufacturadas por los intelectuales orgánicos del capitalismo para subordinar a la sociedad civil.

Mientras tanto, es imprescindible estimular la participación popular y rescatar las “almas perdidas” en el pesimismo. Una lista preliminar programática debería incluir la restauración de los fondos públicos para el presupuesto total de la educación pública y la anulación de fondos públicos para el sistema privado; revocación de “La Intervención” racista en el Territorio Norteño y justicia para los pueblos originarios; terminación de la inversión pública en el sistema privado de salud; la modernización del transporte público y el cese de la inversión pública en carreteras en nombre de las corporaciones globales petroleras; salvación del medio ambiente; justicia para los niños y mujeres víctimas de la violencia sexual; remplazo del “nido de parásitos” compuesto por las dos cámaras del parlamento burgués por una asamblea popular; justicia salarial y obrera; la reapertura del asilo político; y una renuncia a las guerras imperialistas.

Hay que rescatar también nuestra historia orgullosa de internacionalismo. En términos relativos Australia contribuyó el contingente más grande a la legendaria Brigada Internacional en España durante su Guerra Civil (1936-1938); perdió 40.000 soldados en la Gran Guerra Antifascista (1939-1945), así bautizada por la Izquierda; y tiene una trayectoria impresionante de solidaridad con los pueblos de Cuba, Vietnam, Chile, Argentina, Centro América, Venezuela, Sud África y Zimbabue, entre otros.

Para las fuerzas progresistas y de Izquierda ésta es una encrucijada histórica. La disciplina manifestada por el Partido Socialista Unido de Venezuela ha elucidado el camino para unir fuerzas y evitar las divisiones que con tanta efectividad siembran la derecha y sus aliados internos (aunque accidentales). El agotamiento del modelo neoliberal queda de relieve a toda vista, abriendo nuevo terreno para los movimientos sociales. Venezuela sigue como un faro de la alternativa necesaria para el mundo: la democracia participativa, antítesis de la fraudulenta democracia representativa tan amada por los patrones del capital. No hay recetarios; se enfrenta a un proceso de larga y complicada reconstrucción. Durante tres décadas, un largo “por ahora”, hemos perdido la batalla: “falta conocer el resultado de la guerra”.

El Dr. Robert Austin es catedrático, Escuela de Estudios Históricos, Universidad de Melbourne: ver http://www.history.unimelb.edu.au/staff/austin.html

Fuentes estadísticas:

http://www.abs.gov.au/websitedbs/D3310114.nsf/home/home?opendocument

http://www.abs.gov.au/Ausstats/abs@.nsf/mf/3201.0

http://vtr.aec.gov.au/

http://www.aec.gov.au/Elections/Australian_Electoral_History/Voter_Turnout.htm

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=111830

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