Juan Francisco Martín Seco
El hasta ahora llamado Pacto por la competitividad acaba de ser rebautizado como Pacto por el Euro, pero el contenido es el mismo. No pretende hacer más productivas las economías, sino tan sólo más competitivas. La competitividad no es como la productividad; es un concepto relativo. Se refiere siempre a otro. Competir es cosa al menos de dos. Todos los países pueden hacerse al mismo tiempo más productivos (producir más cosas con idénticos medios, u obtener lo mismo con menores recursos), pero todos no pueden hacerse a la vez más competitivos. Un país gana competitividad a condición de que otros la pierdan. La competitividad no tiende a hacer más grande el pastel, tan sólo a quitarle un trozo al vecino. De ahí la enorme contradicción de Merkel. La estrategia de imponer a los países miembros su política antisocial –salarios más reducidos, menores pensiones, peores servicios públicos, etc.– difícilmente tendrá otro efecto desde el punto de vista del conjunto de la Eurozona que redistribuir la renta en contra de los trabajadores y a favor del capital. No hará a las economías más competitivas. Primero porque no hay garantía de que los menores costes se trasladen a los precios y, en todo caso, porque si todos los países aplican la misma política los efectos se anularán.
En el G-20 se llegó a la conclusión, con la aquiescencia de Alemania, de que las devaluaciones competitivas no son el mecanismo adecuado para adquirir una mayor cuota de mercado. Únicamente se conseguiría crear el caos en los mercados de cambio y generar un clima de inestabilidad monetaria: todos los estados se lanzarían a una carrera sin fin para depreciar sus respectivas monedas. Pero entonces, ¿por qué no se aplica el mismo criterio cuando se trata de reducir salarios, de regular el mercado laboral o de bajar los impuestos y las cotizaciones sociales? También en estas materias los otros gobiernos actuarán con similares medidas y al final todo quedará igual, ya que la competitividad es un juego de suma cero. Bueno, todo no, los trabajadores vivirán infinitamente peor y se habrán destruido muchos elementos de ese Estado del bienestar que con tanto esfuerzo se había ido tejiendo a lo largo de los años.
Juan Francisco Martín Seco es economista
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