Elmar Altvater
Portugal es la próxima víctima de los mercados financieros, y debe acogerse a un rescate. Otros seguirán el mismo camino, mientras no se rompa el círculo vicioso de la especulación.
Si el mecanismo de mercado actúa, según dijo el historiador Karl Polany en 1944, “como un árbitro exclusivo del destino de los hombres y de su medio ambiente natural, no conducirá más que a la destrucción de la sociedad.” Y ello porque los mercados de trabajo, lo mismo que los inmobiliarios y los financieros, funcionarán como “molinos diabólicos”. [1] Cierto, puede que muchos portugueses suspiren, aliviados, después de que el gobierno provisional de Sócrates se haya resuelto a recurrir al rescate de la Unión Europea. Después de islandeses, griegos e irlandeses, once millones de portugueses serán los próximos en entrar en el despiadado molino de los mercados financieros para ser triturados. El vecino español podría seguir a Portugal pronto. Las agencias de calificación se preocupan por el posible contagio.
Su altamente lucrativo modelo social es tal que así: primero se difunde el rumor de que un país como Portugal no puede hacer frente a su deuda. Luego se degrada su credibilidad financiera a través de las agencias de calificación. Los costes para colocar los empréstitos estatales se disparan. Lo que para el Estado son gastos, en las cajas registradoras de los prestamistas son todo beneficios, también las pólizas de seguros contra el riesgo de suspensión de créditos. Los especuladores pueden especular con la bancarrota del Estado a cuenta de ellas. Es lo que hicieron en otoño con Grecia y Portugal, y cosecharon grandes beneficios. Y siempre encontrarán un nueva víctima mientras las agencias de calificación sigan actuando en la arena.
Profecía autocumplida
La cooperación entre agencias de calificación y bancos se carga a las cuentas públicas. Los ciudadanos lo sienten de inmediato en sus propias carnes, porque todo el gasto público que no esté dedicado a cubrir la deuda se recorta. Las agencias de calificación pueden así decidir sobre el nivel de deuda e, indirectamente, sobre el gasto social y en infraestructuras, esto es, sobre los bienes públicos. Secuestran el derecho más importante de todo parlamento democráticamente elegido: el poder de decidir sus inversiones. En Portugal se ha denegado al Parlamento este derecho y el primer ministro Sócrates ha tenido que dimitir. Un suceso muy bien acogido por las agencias de calificación, que han valorado aún más negativamente la solvencia financiera del país. La probabilidad de una quiebra estatal ahora es, de hecho, mayor, y funciona a todas luces como una profecía autocumplida.
Incluso Portugal, como ahora ha sucedido, ha pedido recursos del fondo de salvamento. Es entonces cuando están dispuestos el resto países europeos a cumplir sus obligaciones financieras con Portugal. La especulación es hasta este momento, pues, no sólo provechosa en grado sumo, sino que en última instancia demuestra no tener prácticamente riesgos.
Los actores de los mercados financieros no pueden más que partirse de risa ante la consigna “no pagaremos por vuestra crisis”: son los ganadores en la redistribución à la “catch-as-catch-can” (toma todo lo que puedas). Para ello, las agencias de calificación contribuyen preocupando con su golpe a la solvencia portuguesa. También el Banco Central Europeo tiene su parte de responsabilidad, porque el 7 de abril elevó la prime rate 25 puntos base y con ello generó esperanzas de que los intereses europeos reflotasen de nuevo.
Aun cuando se expriman indefinidamente los miles de millones en manos de los propietarios de los bonos del gobierno portugués y se entre en “riesgo” de bancarrota, también crece como dijo Hölderlin, “lo rescatable” (das Rettende): Portugal pide unos 80 mil millones de euros en medios financieros del fondo de salvación (EFSF). Se les garantizará, pero no sin condiciones draconianas. El “paquete de reformas” está vinculado a la UE y, por presión alemana, al Fondo Monetario Internacional. Contiene regalos envenenados, como un gasto público menguado, un mercado de trabajo “reformado”, privatizaciones y el rescate de los bancos.
El círculo vicioso de la deuda pública
¿Pueden seguir permitiéndolo las sociedades de Grecia, Irlanda, Portugal y otras? ¿Cuánto nos cuesta tener una autonomía democrática? ¿Es aceptable que la estabilidad de la casa común europea haya de sacrificarse en aras a la estabilización de los mercados financieros? ¿A quien sorprende ya el desinterés hacia el proyecto político de integración europea, e incluso la hostilidad hacia una Europa unida? ¿No debería el modelo social de las agencias de calificación y de rescate ser modificado radicalmente? En Islandia los ciudadanos han decidido por una gran mayoría y en referendo que no quieren cargar con las pérdidas generadas por los inversores privados de Inglaterra y Holanda en su especulación y que deben participar en la superación de la crisis renunciando a la deuda y no cargando a las generaciones venideras las pérdidas especulativas producto de la bonanza financiera de las décadas anteriores.
El rescate no rescata de la quiebra financiera, sino que sirve para “deshacerse de lastres” como el llamado control de la insolvencia en Grecia y lo que en tiempos bíblicos se celebraba regularmente como “jubileo”. Tampoco hablamos hoy de otra cosa. Sólo un procedimiento justo y transparente para declarar la bancarrota es apropiado para encontrar una salida al círculo vicioso de deuda estatal, especulación, calificación y rescate.
NOTA T.: [1] Un proverbio alemán reza que “Los molinos de Dios obran lentamente” (Gottes Mühlen mahlen langsam). Los molinos del diablo, por lo tanto, actúan a la inversa.
Elmar Altvater, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es catedrático emérito de la Freie Universiät de Berlín.
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