Leyde E. Rodríguez Hernández
Definitivamente, el gobierno de los Estados Unidos no es un socio más en la agresión a Libia por un colectivo de países imperialistas. El Pentágono reconoció muy bien su función protagónica en la coordinación y liderazgo de una estrategia de guerra bautizada con el nombre de “Odisea del amanecer”.
Hasta aquí algunos botones de muestra de los resultados tangibles de un acuerdo militar entre dos potencias imperialistas miembros de la OTAN, que en su momento no fue debidamente denunciado por los actores políticos amantes de la paz.
La “Odisea del amanecer” es también la guerra iniciada por los bombardeos de los aviones franceses, al inicio del día 19 de marzo de 2011, bajo la operación “Harmattan”. Es el conflicto que necesitaba Nicolás Sarkozy, en un contexto electoral y de baja aceptación popular, y que ha logrado su materialización gracias a la luz verde de Barack Obama, los servicios distinguidos del filósofo -devenido diplomático- Bernardo-Henri Lévy, la activa gestión del canciller Alain Juppé, y al gobierno conservador inglés.
Esta nueva guerra imperialista en el siglo XXI estaba en preparación, al menos, desde la firma, el 2 de noviembre de 2010, de un tratado franco-británico de cooperación militar, que se perfiló en un ejercicio militar de gran amplitud organizado entre las dos potencias, del 15 al 25 de marzo de 2011, contra un supuesto país -“Southland”- con una población vapuleada por un “régimen dictatorial” al sur del Mediterráneo. El ejercicio militar, que abrió la vía para una fuerte cooperación castrense entre Francia y Gran Bretaña, estuvo codificado con el nombre “Southern Mistral”. Desde entonces, para atacar a Libia, sólo faltaba un pretexto de fuerza mayor con tintes de carácter humanitario que propiciara la creación de una coalición occidental, es decir, la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que arrastrara consigo a todas las potencias, las instituciones y gobiernos Árabes favorables al plan presentado por el bloque de países imperialistas.
Ahora la agresión contra Libia es un hecho consumado. Más de veinte blancos han sido golpeados por los barcos de guerra y submarinos de Estados Unidos y Gran Bretaña, que lanzaron, en apenas unas horas, una lluvia de más de 110 misiles de crucero Tomahawk, ocasionando terribles daños humanos y a la infraestructura Libia. Desde la morgue del hospital Jala de Bengasi llegaron algunas fotos de partidarios de Muammar Gadafi ya fallecidos, según la AP y el programa de la “guerra en vivo” transmitido por un canal de Justen TV en Internet. Algunos medios de la prensa europea y estadounidense aseveraron que probablemente los caídos son mercenarios, pero hay fotos de niños heridos y muertos a los que difícilmente se les podría llamar “partidarios de Gadafi”.
¿Cuál es el objetivo de la intervención, proteger a los civiles o retirar a Gadafi del poder?, le preguntó a Hillary Clinton, Secretaria de Estado de los Estados Unidos, una periodista en rueda de prensa. Clinton respondió con cinismo: “proteger a los civiles libios del ataque de su propio gobierno”, pero la realidad está diciendo otra cosa, por lo que queda al desnudo la inmoralidad e irresponsabilidad política de los Estados Unidos y sus aliados occidentales en esta guerra.
Cientos de civiles, de mujeres y niños, ancianos morirán bajo las “bombas de la libertad” y la “democracia” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), las mismas que caen cada día en Afganistán o Paquistán, para liberar a esos pueblos del terrorismo y de la opresión. Las mismas bombas que llevaron la libertad a Iraq al costo de unos cuantos cientos de miles de muertos. Pero ese chorro de sangre - verdadera barbarie- es justificado por occidente en su concepción de “daños colaterales” en beneficio de una supuesta libertad que, en realidad, no llega a los países del Sur, aunque se le sirva en bombas con el sello estadounidense, francés o británico.
George W. Bush y José María Aznar ya no gobiernan en sus respectivos países, pero la continuidad de sus políticas y el legado ideológico de las “guerras infinitas” sigue en pie, agitando los tambores de la guerra contra países ubicados en la periferia capitalista. La agresión a Libia evidencia que Barack Obama representa la vieja política conquistadora de los Estados Unidos. La política de “cambio de régimen”, entronizada por Bush, se mantiene incólume. El sutil “emperador” Barack Obama ha mostrado su estampilla guerrera a contrapelo de su condición de Premio Nobel de la Paz.
Las acciones de la política exterior del gobierno de Barack Obama persiguen mantener el actual sistema de poder mundial en su configuración unipolar, y sin ningún contrapeso de la Unión Europea, que sin consenso, también se convierte en un instrumento de los intereses geoeconómicos y militaristas de los Estados Unidos en el escenario mundial.
Con su aplastante poderío militar, los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña buscan intimidar la ola de sublevaciones progresistas en los países Árabes, la eliminación de gobiernos que no son de su agrado, independientemente de su orientación política, filosófica o religiosa, revertir las crecientes tendencias objetivas favorables a la multi y pluripolaridad mundial, y minimizar los nuevos roles internacionales que pudieran desempeñar naciones como Brasil, la India, Sudáfrica, Venezuela, Rusia, China e Irán en el sistema internacional actual.
Es por eso que la política de Obama es diametralmente contraria a los intereses de los países que aspiran a un mundo sin hegemonías imperialistas en el siglo XXI. En América Latina, los Estados Unidos recrudece las campañas mediáticas contra la Revolución cubana y las amenazas contra Venezuela, Bolivia, considerados por los estrategas de inteligencia de Washington como una amenaza contra los intereses estadounidenses en ese continente. De manera increíble, Cuba permanece en la lista de países terroristas de Washington, cuando desde ésta capital se han financiado y organizado cientos de acciones terroristas contra la mayor de las Antillas, que han sido ejecutadas por las organizaciones terroristas asentadas en Miami; pero los Estados Unidos siempre ha considerado a sus terroristas “combatientes por la libertad” en cualquier parte del mundo.
El Tío Sam también apoya a las fuerzas de derecha que se oponen a los proyectos de integración y a los gobiernos democráticos de la región. Se intenta neutralizar a Brasil y su política exterior independiente. Washington actúa con fuerza para limpiar la nefasta imagen de su intervencionismo militar en América Latina, y usa el carisma de Obama para presentar una "nueva política" hacia la región con discursos demagógicos en Brasil, Chile y El Salvador. Se pretende reciclar viejas “Alianzas para el Progreso”, al estilo de la época de Kennedy, para contener y obstaculizar la alborada de los países miembros de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), y de todos aquellos que ansían un futuro sin subordinación a la superpotencia estadounidense.
En términos teóricos, el discurso de Barack Obama manifiesta que las nuevas estrategias militares y de seguridad nacional de los Estados Unidos se orientan hacia la cooperación y el multilateralismo, pero en la práctica mantiene el objetivo de imponer sus intereses a través de un uso descarnado de la fuerza militar, como lo demuestran los bombardeos para una intervención y cambio de régimen en Libia; un país que es miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que posee las mayores reservas probadas en África: 44 000 millones de barriles de petróleo, y un poco más de 54 billones de pies cúbicos de gas natural, lo que constituye claramente la única motivación real para la intervención militar de las potencias imperialistas en el conflicto interno que sacude a Libia.
Lo más preocupante de todo esto es la pasividad de las sociedades de la llamada “Comunidad Internacional", de sus fuerzas progresistas y de izquierda, que no se han movilizado contra la guerra, y el sufrimiento y la masacre de otros pueblos a causa del militarismo imperialista. Las acciones guerreristas de Francia en Afganistán han costado la vida a 54 franceses y tiene un costo aproximado de 700 millones de euros anuales. Al mismo tiempo, los terroristas del ejército israelí pueden continuar matando palestinos en completa impunidad, pues saben que sus amigos de la "Comunidad Internacional" y la ONU no les molestarán. Si acaso una esporádica resolución en la ONU, que sabemos no será nunca respetada por Israel.
En este instante, percibo la irresponsabilidad política de la nueva guerra imperialista que se gestaba contra Libia, posiblemente desde el establecimiento de los acuerdos militares franco-británicos en noviembre de 2010, y la concretización de toda una estrategia de guerra tras las maniobras militares denominadas “Southern Mistral”.
Lamentablemente, al cierre de este artículo, la aviación francesa continuaba su brutal ofensiva aérea contra Libia, y las fuerzas británicas lanzaban unas 40 bombas contra un aeropuerto, que seguramente ninguno de estos dos países reconstruirán, pues según conocemos, la reducción de presupuestos y la crisis económica les impide invertir dinero en los servicios de salud, educación y seguridad social de sus pueblos. Mucho menos se comprometerán en la reconstrucción de obras sociales destruidas por sus propias bombas libertarias.
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