À procura de textos e pretextos, e dos seus contextos.

21/03/2011

Lisboa 1755 – Fukushima 2011

Àngel Ferrero

David Casassas hace comenzar su libro sobre Adam Smith con una cita de la History of England de David Hume. «Mientras la guerra [con los holandeses] proseguía sin éxitos decisivos para ninguna de las partes», escribe Hume, «en Londres tuvo lugar una calamidad que dejó a la gente enormemente consternada. Un fuego que se había desatado en el establecimiento de un panadero, cerca del puente, se extendió en todas direcciones con tanta rapidez, que todos los esfuerzos para extinguirlo resultaron infructuosos, hasta el punto que dejó a una parte considerable de la ciudad reducida a cenizas. Los habitantes, incapaces de hallar un poco de alivio, quedaron reducidos a la categoría de meros espectadores de su propia ruina; y las llamas, que inesperadamente los rodearon, fueron persiguiéndoles de calle en calle. […] Las causas de esta calamidad eran evidentes: la estrechez de las calles de Londres, las casas construidas totalmente de madera, la estación seca y un violento viento del este que se levantó.» En las páginas siguientes, David Casassas describe el impacto cognitivo que tuvo este suceso, incluso cien años después, en los intelectuales británicos y señaladamente en Adam Smith, para quien, comparando el fuego con la libertad como "algo natural", tenía «sentido cuestionar cualquier iniciativa […] para controlar la libertad "natural", en este caso, de los banqueros […] Pero Smith se apresura a señalar, acto seguido, que, si está concentrada en pocas manos de un modo inapropiado, esa "libertad natural" puede poner en peligro a "la sociedad entera". Luego, es preciso intervenir para que no se den esas inapropiadas concentraciones de la "libertad natural".» [1] Las profundas consecuencias que tuvo en el pensamiento europeo del siglo XVIII el Great Fire of London de 1666 sólo fueron superadas por el terremoto de Lisboa de 1755. Este seísmo, seguido de incendios y un tsunami, causó la práctica destrucción de la capital lusa y un número de víctimas todavía hoy desconocido, pero que, según coinciden las estimaciones históricas más fiables, superó los 10.000 muertos. La magnitud de este desastre y las descripciones de las terribles imágenes posteriores al terremoto se propagaron rápidamente por toda Europa, lo que, unido a la bancarrota de las ambiciones coloniales de Portugal, espoleó el pensamiento ilustrado, especialmente sus críticas a la teodicea leibniziana y la monarquía absoluta.

Efectivamente, de te fabula narratur. Hasta el The Economist se ve obligado a reconocer que «algunos desastres cambian la historia: el tsunami de Japón podría ser uno de esos desastres.» [2] Cómo influirá la catástrofe nuclear de Fukushima, más allá de las reacciones gubernamentales y ciudadanas que ya están teniendo lugar, es algo que los años por venir habrán de mostrar. Casi como una confirmación de la máxima mülleriana de que el tiempo histórico en ocasiones se acelera por encima de nuestra comprensión, Fukushima ha venido a ser el remate de una rápida sucesión de noticias ante las cuales uno no puede sino experimentar un sentimiento de desazón y fin de siècle: desde la destrucción de empleo y desmantelamiento de los últimos restos del Estado social a la crisis alimentaria, las revoluciones en el mundo árabe y la guerra civil Libia. (Otras noticias, como la crisis política en Costa de Marfil que amenaza con convertirse en una guerra civil han quedado, una vez más, fuera del foco periodístico.) Por lo pronto, huelga decirlo, la cuestión ecológica será insoslayable. En la última semana hemos visto desfilar por los medios de comunicación a los doctores Pangloss de lo nuclear –flanqueados por los inevitables todódologos– loando las supuestas bondades de una energía que es, nos aseguran una y otra vez, limpia, barata y segura. Pero por eficaces que pretendan sus autores estos y otros sofismas, difícilmente convencerán a la opinión pública internacional porque, como ha escrito Rafael Poch, absolutamente todo «lo que se pudo decir en su día sobre Chernobyl, los defectos de diseño de aquella central, la lamentable irresponsabilidad laboral que imperaba en la URSS […] han quedado en entredicho. El motivo del actual accidente ha sido un gran terremoto, pero los terremotos son habituales en Japón, que es, con gran diferencia, el país mejor preparado del mundo, el que más sabe de terremotos y el mejor organizado contra ellos.» [3] Por lo demás, todo esfuerzo parece destinado al fracaso ante el mero recuerdo, no digamos ya la imagen constante, de las máscaras antigás, los trajes de polipropileno y los contadores Geiger, por no hablar de las secuelas en la salud de las miles de personas afectadas por el accidente nuclear de Chernobyl.El debate no se limitará a la energía nuclear sino que, como recuerda Bernhard Potter en un reciente editorial para el tageszeitung, las características de su radiación –invisible e inodora, de efectos a medio y largo plazo– nos alerta también de la existencia de otras amenazas potenciales con las que convivimos diariamente, como los transgénicos o algunos conservantes químicos. [4] Pero eso no es todo. Según informó el pasado jueves la cadena de televisión japonesa NHK, al terremoto, el tsunami y la catástrofe nuclear –además de las malas temperaturas, que dificultan el rescate– puede añadirse todavía un brote de H5N1 (comúnmente conocida como gripe aviaria) que, de extenderse, multiplicaría los estragos de la devastación. [5] Como ha señalado en varias ocasiones Mike Davis, este virus se propaga velozmente gracias a las condiciones de hacinamiento de los animales en las granjas de la industria agropecuaria, producto de su afán por obtener mayores beneficios. [6] La demografía tokiota (13 millones de habitantes, 35 millones en el área metropolitana), que haría virtualmente imposible la evacuación de toda la población en caso de producirse una fusión del núcleo o una fuga radiactiva masiva, obliga a replantearse un modelo urbano basado en el crecimiento desproporcionado de las ciudades y a estudiar seriamente a partir de qué momento concentraciones de población tan elevadas dejan de ser una ventaja a todos los niveles.

La escasez de información tanto de TEPCO (la empresa energética responsable de la central nuclear de Fukushima) como del gobierno, y las notables diferencias entre la información proporcionada por este último y por los gobiernos occidentales (sobre todo los de los Estados Unidos y Francia), que recuerda en parte lo sucedido en Chernobyl, confirma el que, según todo apunta ya, será uno de los caballos de batalla de este siglo: la transparencia informativa. Sin necesidad de ir más lejos, Wikileaks, la organización que ha dado el pistoletazo de salida de esta lucha y a la vez demostrado la escasa autonomía de los medios de comunicación en lo que a periodismo de investigación se refiere, ha revelado recientemente que la falta de transparencia de la compañía japonesa dista de ser una novedad: en el 2007 se produjo ya una fuga tras un terremoto, pero TEPCO, que vertió cientos de litros de agua contaminada al mar, minimizó los daños. [7] Mientras algunas autoridades del gobierno japonés llaman a la calma, otras reconocen estar desbordadas por los acontecimientos. Peor todavía: el mismo día en que el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) comunicaba que la «situación en Fukushima Daichii sigue siendo muy seria pero no ha empeorado», Akio Komiri, el director de TEPCO, abandonaba la rueda de prensa entre lágrimas, tras reconocer que la radiación liberada es suficiente como para matar a las personas más afectadas y que, si no consigue devolverse la refrigeración a la planta, no quedará más remedio que enterrar la central nuclear en un sarcófago de cemento, como ocurrió en Chernobyl. [8] Unas horas después, cuando la alerta había subido ya al nivel 5, el jefe del gabinete de gobierno de Japón, Yukio Edano, confirmaba que se habían hallado altos niveles de radiación en la leche y los productos agrícolas producidos en la región, y, según France Press, también restos de yodo radioactivo en el agua del grifo de Tokio. [9] La escasez de información –quizá buscada para no alarmar a la población, pero que puede acabar generando el efecto opuesto por la desconfianza y la aparición de rumores– sigue siendo estas últimas horas la pauta.

En último lugar, esta crisis nuclear, cuyo desenlace aún está por verse, también nos ha enseñado una o dos cosas de los capitalistas. Según el ex director del Spetsatom (el organismo soviético para combatir los accidentes nucleares) y antiguo asesor de la Asociación Internacional de la Energía Atómica (AIEA) Yuri Andreyev –autor de una paráfrasis einsteniana que viene que ni pintiparada: "a diferencia del petróleo y el gas, la estupidez humana es inagotable"– los japoneses se prestaron «a ceder en seguridad a cambio de consideraciones egoístas. […] La localización de las centrales de Japón, junto al mar es la más barata. Los generadores de emergencia no los enterraron y, claro, se inundaron en seguida.... Detrás de todo esto hay corrupción. No tengo pruebas, pero no tardarán mucho en aparecer. ¿Cómo puede diseñarse una central nuclear en una zona de alto riesgo sísmico, al lado del Océano, con los generadores de emergencia en superficie?. Llegó la ola y todo quedó fuera de servicio. No es un error, es un delito.» [10] No puede causar más que repugnancia ver cómo los inversores huyeron despavoridos de Japón, obligando al país a cerrar sus parqués para evitar mayores pérdidas, mientras el barril de Brent bajaba 3'53 dólares (un descenso del 3'1%) debido al declive de la demanda que se espera durante las próximas semanas por parte del país asiático. El pasado miércoles un economista de la Standard Chartered citado en el Guardian calculaba fríamente los beneficios a largo plazo y declaraba que el plan de reconstrucción supondrá un estímulo para la economía mundial: «creo que la economía de Japón "rebotará". […] Como la guerra de Corea, el terremoto puede transformar la economía con un enorme estímulo keynesiano.» [11] Con ello el capitalismo hace bueno el apócrifo de Stalin: la muerte de una persona es una tragedia, la muerte de miles de personas, una estadística.

NOTAS:  [1] El incendio tuvo lugar cerca de un año y medio después de lucha contra una grave epidemia de peste bubónica que se cobró más de 70.000 víctimas (la población de Londres era de unos 450.000 habitantes). David Casassas, La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith (Barcelona, Montesinos, 2010), p. 63 y ss. [2] "Japan's hydra-headed disaster: the fallout", The Economist, 17 de marzo de 2011. [3] Rafael Poch, "La onda de Fukushima alcanza de pleno a Alemania", La Vanguardia, 13 de marzo de 2011. [4] Bernhard Potter, "Kein Grund zur Beruhigung", tageszeitung, 16 de marzo de 2011, p. 1. [5] "Más de 5.600 muertos y 9.500 desaparecidos por el terremoto en Japón", El País, 17 de marzo de 2011. [6] Mike Davis, "La gripe porcina y el monstruoso poder de la gran industria pecuaria", Sin Permiso, 28 de abril de 2009. Mike Davis. Traducción de Marta Domènech y María Julia Bertomeu: "¿Se nos ha acabado el tiempo? La pandemia de la gripe aviar asiática llama a la puerta", Sin Permiso, 19 de agosto de 2005. Traducción de Jordi Mundó. [7] "Las lecciones atómicas que Japón no aprendió", El País, 16 de marzo de 2011. [8] "Nuclear plant chief weeps as Japanese finally admit that radiation leak is serious enough to kill people", Daily Mail, 18 de marzo de 2011. [9] "Hallan altos niveles de radiactividad en alimentos cerca de Fukushima", Público, 19 de marzo de 2011. [10] "En la industria nuclear no hay organismos independientes", entrevista de Rafael Poch, La Vanguardia, 17 de marzo de 2011; "IAEA urges Japan to give more information on nuclear crisis", The Guardian, 18 de marzo de 2011. [11] "Stocks tumble and manufacturers fear global shortage of car parts", The Guardian, 16 de marzo de 2011, p. 7.

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4019

Sem comentários:

Related Posts with Thumbnails