Juan Diego García
La actual revolución liberal-conservadora que a su modo y manera asumen como ideario prácticamente todas las burguesías del mundo continúa su avance triunfal en el propósito de resucitar las líneas básicas del capitalismo clásico.
Facilitada por los avances de la Revolución Tecnológica y por los profundos desajustes que se han producido en la izquierda como fruto de la represión salvaje en la periferia del sistema (el llamado Tercer Mundo) y de la crisis en el movimiento obrero de inspiración marxista en Europa luego del derrumbe del campo socialista, la burguesía no ve la necesidad imperiosa de introducir cambios en su estrategia neoliberal (que es mucho más que un modelo económico) profundizando en el desmantelamiento del Estado del Bienestar en Europa, reduciendo a casi nada el gasto social en los Estados Unidos y llevando a límites extremos su ofensiva en Asia, África y Latinoamérica. En armonía con este renacer violento del liberalismo clásico del laissez faire, del libre comercio y la libertad plena del capital, vuelven a manifestarse con toda su crudeza las contradicciones entre las potencias por el control de mercados y fuentes de materias primas y las aventuras coloniales correspondientes.
Al capitalismo actual no parece preocupar que los conflictos bélicos (por ahora en la periferia) lleven al enfrentamientos directo entre las potencias y que la táctica de desplazar las guerras a los países pobres tenga necesariamente sus límites. De hecho, a pesar del vínculo estrecho entre las grandes economías es evidente que ya se han formado dos grandes bloques antagónicos, con Occidente de una parte (por ahora bajo la hegemonía relativa de Washington) y de otra, China, Rusia y en cierta medida las otras “economías emergentes”, sin excluir de esta bando al Japón que a pesar de sus relaciones con Occidente se mueve cada vez más en la órbita china. Una nueva versión de la “guerra fría”, otra forma del enfrentamiento Oriente-Occidente.
Alentados por la temporal debilidad política y organizativa de las clases laboriosas los gobiernos de la Unión Europea “americanizan” el Viejo Continente a pasos acelerados, enfrentando una oposición popular que si bien es cada vez más amplia y fuerte aún no encuentra formas de lucha adecuadas a los retos del momento y se mueve con cierta perplejidad entre la exigencia mayoritaria de “recuperar la democracia” (secuestrada por “los mercados”) reformando el capitalismo y las demandas aún minoritarias pero crecientes que exigen no solo desmantelar el modelo neoliberal sino al mismo sistema, entendido como el origen real de todos los problemas. En el mundo rico se desgasta la legitimidad de la democracia representativa y el sistema económico solo presagia un horizonte plagados de incertidumbres. Además, el modelo del gran consumo es claramente insostenible desde todo punto de vista, tal como vienen denunciando desde hace décadas científicos y activistas. Así, ni la sociedad ni la naturaleza compatibilizan ya con un orden que fue revolucionario en su día pero que hoy aparece como el mayor obstáculo para el bienestar colectivo.
La respuesta ciudadana ha sido más clara en Latinoamérica precisamente porque aquí se aplicó primero y sin miramiento alguno la estrategia neoliberal. Primero a través de las dictaduras civiles y militares que casi eliminaron partidos, sindicatos y organizaciones populares dejando entonces el campo libre a los profetas del nuevo liberalismo; luego – a pesar de las victorias populares-, el modelo se mantiene en las actuales democracias recortadas y raquíticas tan típicas de este continente. La lucha social consigue sin embargo introducir correcciones importantes y allí en donde prevalecen las iniciativas reformistas más decididas se alientan dinámicas sociales y políticas de corte nacionalista y popular. Pero la clase dominante criolla y sus aliados extranjeros conservan lo esencial del poder económico, monopolizan los medios de comunicación, cuentan con el apoyo de las iglesias (casi todas muy conservadoras) y mantienen intactos sus vínculos tradicionales con los cuarteles. Y, si todo falla, queda como última medida la “guerra humanitarias” para “recomponer el orden”.
La ofensiva neoliberal también es muy amplia en Asia, destacándose los casos de China e India (casi la tercera parte de la población mundial), escenario actual de luchas obreras muy enconadas y violentos levantamientos campesinos contra las duras condiciones de explotación a las que se ve sometida la población trabajadora. Allí se cumple casi plenamente el sueño neoliberal de retornar al capitalismo del siglo XIX, al modelo liberal clásico. Sobra subrayar la importancia que para la humanidad tiene el desenlace de los conflictos en aquel continente. Allí, donde la estrategia neoliberal parece haber alcanzado su mayor éxito podría tener igualmente su mayor derrota a nivel planetario.
No es menor la resistencia en otros países del área, destacándose la revuelta del mundo islámico, sin duda el campo de batalla más sangriento en la actualidad, la forma más cruel de la renovada dominación mundial del capitalismo. Las políticas neoliberales tienen mucho que ver con el deterioro de las viejas estructuras de dominación y con el enfático rechazo a lo que tantos allí consideran una nueva cruzada del Occidente cristiano. De hecho, el anhelo de mayor democracia política y económica no pasa necesariamente por adoptar los modelos de occidente y es altamente significativo su énfasis nacionalista en defensa de lo propio (incluyendo sus recursos naturales). No por azar Occidente tiene allí su campo de batalla más enconado, como también la comprobación de sus debilidades estratégicas, sumido en unas guerras sin perspectiva de triunfo que solo benefician al complejo militar-industrial mientras agudizan los factores de la crisis estructural del sistema.
La actitud de la burguesía mundial desechando cualquier reforma, empeñándose entonces en promover a fondo la guerra social en las sociedades desarrolladas y la nueva cruzada colonial en la periferia, no presagia precisamente tiempos de paz ni el triunfo seguro del capitalismo. Desde esta perspectiva, no sería la primera vez que caminos nuevos se iniciaran “rompiendo la cadena por su eslabón más débil”, es decir, las áreas menos desarrolladas del sistema capitalista. La debilidad relativa del movimiento global de oposición no es necesariamente una cuestión inmutable. La suya es una crisis de crecimiento y su empuje puede convertirse en insuperable si se alcanzan formas de organización y programas de lucha que aglutinen suficientes fuerzas sociales para colapsar el sistema. No solo en Europa sino particularmente en los países pobres las acciones coordinadas y los procesos de integración regional permiten márgenes de acción considerables frente al poder del capitalismo mundial. La multipolaridad actual crea una situación muy ventajosa a la hora de hacer frente a imposiciones imperialistas. Para las naciones atrasadas ya no existe la alternativa del campo socialista pero sí contradicciones entre las potencias que facilitan salidas razonables a quienes emprendan un camino propio.
Y si no cambia sustancialmente el curso de las guerras en el mundo musulman, nada indica que el brazo armado de Occidente -la OTAN- esté en condiciones de garantizar victoria alguna. Puede, eso si, destruir literalmente un país pero no consigue ocuparlo. Sus tropas terminan ahogadas en medio de la resistencia popular y las grandes ganancias que esas aventuras bélicas reportan a unos pocos se convierten en pesada losa para su economía y en fuente de grandes contradicciones con su propia población.
Por otra parte, ante el creciente descontento y la radicalización de la protesta social en las metrópolis ¿Se atreverá Occidente a desmantelar también -además del Estado del Bienestar- todo el entramado de derechos civiles del que goza hoy la ciudadanía?, ¿Se habrá llegado al punto de saturación a partir del cual las protestas y el descontento social resultan toxinas que el sistema ya no puede asimilar?.
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