Cristina Baccin
Con la ilusión de ser héroes o con la certeza de que pocos caminos conducen a vivir dignamente en la tierra que habitan desde pequeños, en modo creciente, jóvenes latinos están optando por enrolarse en el servicio militar de Estados Unidos.
Con más de 50 millones de personas, según el último Censo Nacional, los latinos constituyen la minoría más importante de Estados Unidos. En un país de más de 300 millones de personas, 1 de cada 6 se identifica étnicamente como latino o hispanic (término demográfico inventado por el gobierno estadounidense para identificar a quienes hablan español, nacidos o con familiares en Sudamérica o cuyo legado cultural proviene de los antiguos territorios mejicanos).
Este “país latino” no es sólo la minoría más importante del Estados Unidos sino también uno de los “países” de habla hispana más numerosos del mundo, con una identidad tan diversa como compleja. Sin embargo su representación numérica no es acompañada, aún, por su equivalente poder político, administrativo o financiero.
Su crecimiento como fuerza laboral y poblacional se va reflejando en su enrolamiento en las fuerzas armadas estadounidenses. Las razones de la incorporación de jóvenes latinos son diversas. Nacidos en el exterior o nacidos en el país, en familias cuyos padres son indocumentados, o en familias de antiguo legado cultural mejicano, la mayoría comparte una condición: son pobres.
Así, por razones de ciudadanía combinadas con la pobreza, el servicio militar voluntario se convierte para los jóvenes en un, aparente, camino corto hacia el logro de metas básicas: educación -particularmente universitaria-, la obtención de la ciudadanía, o quizás, un reconocimiento social largamente denegado.
Arturo Lemos, un veterano de la guerra de Irak, con sólo 23 años ya cuenta con 5 años de servicio militar en el cuerpo de Marines. Sus padres, mejicanos del estado de Chihuahua, no pudieron creer cuando su hijo, a la edad de 17 años, optó por este camino. “La primera reacción de mi madre fue darme una bofetada. Y fue casi como si, con mi decisión, la ofendiera en su orgullo de mejicana” (www.kunm.org, Raíces, 30/5/2011). Sin embargo, la otra opción que tenía Arturo para poder seguir la carrera en Biología que deseaba y acceder a la universidad, era hundirse a largo plazo -y con él, su familia- en un mar de deudas para poder pagar la matrícula de su educación (educación pública, pero a todos costos, lucrativa para el sistema).
Su decisión fue “bastante fácil”, dijo, “para llegar a ser alguien y un hombre exitoso” tenía que, simplemente, arriesgar su vida. Arriesgó, volvió vivo y estudió Biología asegurando que, después de tan impactante experiencia, ahora es un placer dedicar 10 horas por día para dar un examen. Pero no todos sobreviven como Arturo; el riesgo de muerte para los latinos es un 20% más alto que los no-latinos, probablemente debido al tipo de tareas encomendadas en los frentes (Washington Post, 26/8/2006).
Por otra parte, el reclutamiento voluntario al servicio militar se nutre de una de las mayores necesidades de la población latina: obtener un documento estadounidense para poder vivir legalmente en el país. En la actualidad, más de 39.000 soldados indocumentados están en frentes de guerra por Estados Unidos (Fuente: NBC Chicago, 30/5/2010). Obtener la propia ciudadanía y la de los familiares inmediatos, es uno de los anzuelos que el mismo Servicio de Migraciones del país ofrece (www.uscis.gov/military). Vivos o muertos, en el sueño de ser héroes, los jóvenes pueden beneficiar a su familia a través de dejarles la “herencia” de un documento estadounidense.
A los soldados que no son ciudadanos estadounidenses se les obliga a cumplir con todos los deberes pero, al mismo tiempo, se les deniegan derechos, tales como: el ascenso en la jerarquía interna hacia el rango de oficiales u obtener el reconocimiento de honor debido y los beneficios que les acompañen. Uno de los casos latinos más resonantes es el del Sargento Rafael Peralta, mejicano que obtuviera finalmente su ciudadanía durante la guerra de Irak. Muere en combate a los 25 años porque, voluntariamente, cubrió una granada con su cuerpo para salvar a sus compañeros de la explosión. De las siete nominaciones para Medalla de Honor elevadas a la Secretaría de Defensa, sólo la de Peralta fue denegada, a pesar del renombrado reconocimiento por sus pares y superiores inmediatos.
El mejicano-americano Rafael Peralta logró ser ciudadano, héroe de sus compañeros pero no sobrevivió para contarlo. Arturo Lemos no es más el adolescente de 17 años que se fue a la guerra, y sobrevivió al impacto. Ahora abre muy grandes sus ojos y reflexiona: “Vietnam o Irak siguen siendo guerras de hombres pobres”. Guerras que usan a los hombres pobres para alimentar con sus cuerpos y sus vidas, los negocios de los ricos más ricos y quebrantar más vidas y sociedades.
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