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16/04/2010

Perspectivas finlandesas sobre un fenómeno nuevo y controvertido: Mendicidad en el Estado de Bienestar

Tuure Pitkänen

En la primavera de 2007 iba paseando por mi ciudad natal, en el sur de Finlandia, cuando vi a un hombre arrodillado en la acera, con un pequeño cucurucho de papel delante. Tenía rasgos más oscuros que la mayoría de la gente y sus ropas estaban desgastadas. Con la cabeza encorvada, juntaba las manos, como si se hubiera quedado congelado en medio de una oración. Lo primero que pensé fue que estaba presenciando una performance o algún tipo de experimento social revolucionario. Pero el hombre formaba parte de un grupo de personas que había venido en busca de ingresos aunque, sin embargo, no estaban buscando empleo. Eran mendigos gitanos del Este de Europa, principalmente de Rumanía y Bulgaria.

Ilustración: María José Comendeiro Después de que las estructuras comunistas en el antiguo bloque del Este se desmoronaran, la población gitana tuvo que enfrentarse a duras privaciones. Estos países habían implementado políticas de pleno empleo y habían restado importancia a las diferencias étnicas para enfatizar la solidaridad nacional. A pesar del bajo nivel educativo o incluso del analfabetismo, muchos gitanos habían tenido empleo, especialmente en la industria pesada. En la difícil transición de estos países hacia la economía de mercado, las tensiones étnicas emergieron y muchas personas culparon a la población gitana de los males económicos nacionales. Las percepciones racistas que habían existido durante siglos se manifestaron, en algunos casos, de forma violenta. Enfrentados a la pobreza crónica y a perspectivas funestas, muchos gitanos abandonaron sus hogares y solicitaron asilo en Finlandia. Estas peticiones fueron rechazadas pero algunos volvieron dos años más tarde, esta vez como ciudadanos y ciudadanas de la Unión Europea.

Los primeros mendigos que se vieron en Finlandia generaron un enorme interés mediático. ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? Rumanía y Bulgaria habían ingresado recientemente en la UE, así que tenían derecho a viajar libremente a Finlandia y a quedarse allí. Inicialmente, algunos consiguieron ganar una cantidad decente de dinero. Muchos finlandeses sintieron lástima por esta gente andrajosa de todas las edades, pero pronto algunos empezaron a ser menos generosos. Hubo autoridades municipales que especularon abiertamente sobre la posibilidad de que la mendicidad estuviera dirigida por algún tipo de sindicato del crimen organizado y desde la administración se solicitó que los finlandeses no dieran dinero a los mendigos y que, en su lugar, donaran dinero a ONGs en sus países de origen. Cuando los modestos ingresos que obtenían en la calle se agotaron, empezaron a ponderar sus alternativas: algunos se convirtieron en músicos callejeros (tuvieran o no las habilidades para ello); otros estaban dispuestos a marcharse, pero no tenían dinero. Hoy puede verse en las ciudades del sur de Finlandia todavía a esos mendigos encorvados en las esquinas de las calles, algunas veces soportando nevadas y temperaturas de veinte grados bajo cero.

El fenómeno de la mendicidad generó un gran interés porque la población finlandesa no había visto nada parecido en sus vecindarios. Se originaron prolongadas discusiones públicas sobre “qué hacer con ellos”. Analicé una parte de estos debates en mi tesis del Máster en Sociología. Más específicamente, me interesé por las discusiones on-line relacionadas con artículos aparecidos en el principal periódico de Finlandia, el Helsingin Sa nomat. [1] Quería ver cómo la gente yuxtaponía el concepto de Estado de Bienestar a la realidad de gente claramente necesitada pero sin intención de trabajar. Los mendigos generaron puntos de vista muy interesantes en relación con viejas discusiones sociopolíticas, pues en Finlandia existe un debate intermitente y periódico sobre qué efectos provoca un Estado de Bienestar generoso sobre la motivación y los incentivos para trabajar. A la discusión se añade una dimensión adicional: estos mendigos son extranjeros.

La fase preparatoria del modelo finlandés (más exactamente, nórdico) de Estado de Bienestar se completó poco después del fin de la II Guerra Mundial. Los servicios sociales que proporciona son considerados universales, lo que significa que todo el mundo tiene derecho a la asistencia, al menos a nivel básico. Este sistema es, esencialmente, un seguro social que todas las personas están obligadas a financiar si tienen un empleo y su base es la constatación de que todo individuo está en peligro de perder su trabajo o de caer enfermo. Por consiguiente, este esquema proporciona una “red de seguridad” que permite escapar rápidamente de circunstancias personales difíciles. Dado que el sistema es extensivo y está financiado con dinero público, los países nórdicos, como es sabido, imponen impuestos elevados a la ciudadanía.

Temores y narcisismo

En los centenares de comentarios a los artículos analizados, la impresión general sobre los mendigos era bastante negativa. Mucha gente expresó cierta amargura hacia los políticos que habían apoyado activamente la entrada de Finlandia en la UE, pues sentían que había abierto las compuertas a individuos no deseados. Había llamamientos a extraditar inmediatamente a estas personas y a cerrar las fronteras (ilegal e imposible). Los comentarios que intentaban disuadir a la gente de dar dinero a los mendigos, porque “si ganan algo invitarán a sus amigos mendigos”, revelan cierto narcisismo finlandés: da por supuesto que alguien de Europa del Este abandonaría inmediatamente su país para ir a Finlandia si tuviera tan sólo una mínima posibilidad de obtener una pequeña cantidad de dinero.

Ilustración: Manuel Ponce Muchos sugirieron incluso castigar a las personas que sentían simpatía por los mendigos. En enero de 2008, la Federación de Jóvenes y Estudiantes Verdes [2] publicó un comunicado que recogía que los mendigos deberían tener derecho a trabajar, a educación y a seguridad social. De estos tres elementos, el último fue el que generó las discusiones más acaloradas en la web del periódico. Los extranjeros (a excepción de los refugiados) no tienen derecho a seguridad social inmediatamente después de su llegada a Finlandia, sino que deben vivir y trabajar en el país durante un periodo determinado.

El punto de vista que recogían muchos comentarios eran que la Federación no era quién para decir que “el dinero de los demás, ganado con esfuerzo” debería usarse para beneficiar “a esos extranjeros”. Varios comentarios sugerían que las personas que defendieran esas ideas deberían pagar impuestos de forma separada. Se les acusó de haber perdido el sentido de la realidad: “Estos verdes se creen que el dinero viene de la máquina de hacer billetes y la electricidad de la toma de corriente”. Uno de los artículos que más discusión generó hacía referencia también a otro grupo de jóvenes, el de los okupas, que daba alojamiento a mendigos. Había personas que los acusaban de ayudar a los gitanos únicamente por la “moda de lo extranjero”: “Así pues, ¿los sin techo finlandeses no son lo bastante buenos para vosotros?”.

Vale la pena señalar que, hasta el momento, los mendigos gitanos han evitado contactar con los servicios sociales finlandeses en busca de asistencia. Existen al menos dos razones para esto: por un lado, alguien que llega de un país de la UE puede vivir libremente en cualquier otro país de la Unión, pero puede ser expulsado si se considera que se está aprovechando del sistema; y, por otro, probablemente estas personas tengan malas experiencias respecto al trato con el funcionariado de sus países de origen.

Los comentarios expresaban mucha preocupación respecto a la capacidad del Estado de Bienestar de gestionar cargas adicionales. Muchos de los comentaristas estaban convencidos de que el sistema se colapsaría bajo el peso de las personas gitanas si se les diera a todas asistencia pública. Esto resulta bastante exagerado a la luz de, al menos, dos elementos: en primer lugar, el número de mendigos en Finlandia era, y sigue siendo, prácticamente insignificante (probablemente unos pocos centenares en un país de cinco millones de personas) y, además, los comentarios son de fecha anterior a la reciente crisis financiera.

Debate abierto

Si bien los debates on-line estaban todos directamente relacionados con artículos sobre estas personas, los comentarios giraban más bien alrededor de conceptos más generales: derechos, justicia y seguridad social. Algunos participantes tenían puntos de vista bastante duros acerca de los derechos de los demás a realizar afirmaciones de naturaleza política. A quienes estaban a favor de ayudar a los gitanos se les calificaba a menudo de “parados degenerados sin idea de lo que significa ganarse la vida y pagar impuestos”. Además, en el mismo contexto, se decía a menudo que quienes no pagan impuestos no tienen derecho a opinar sobre cómo gastar el dinero público. Esto conduce a una paradoja muy interesante: los individuos ricos que pagan impuestos elevados se consideran portadores de las opiniones más legítimas sobre política social, pero son precisamente los que tienen menos experiencia en lo relativo a cualquier forma de seguridad social. Una persona desempleada no se consideraba apta para proponer extender los pagos del sistema de protección social a los mendigos, aunque podría pensarse que, para asegurar sus propios ingresos, estaría interesada por encima de todo en mantener a los mendigos fuera del alcance de las coberturas sociales.

Basándonos en los comentarios que se realizaron en esta época, parece evidente que existe una jerarquía en la percepción de los derechos en el seno del Estado del Bienestar finlandés. En el nivel más alto están las personas con los ingresos más elevados y menos necesidad de asistencia. Debajo se encuentran la ciudadanía finlandesa desempleada. Los y las inmigrantes en paro van a continuación (personas consideradas como menos merecedoras de bienestar, pero que mantienen cierta “legitimidad” porque están buscando empleo de forma activa). En el fondo del montón están los gitanos recién llegados, los “pobres no meritorios”. Una persona sugirió un método interesante para permitir a los mendigos convertirse de algún modo en miembros “aceptables” de la sociedad: gravar los ingresos provenientes de la mendicidad del mismo modo que el resto de ingresos.

Se dieron muchos debates que hacían referencia directa a la posición de unas personas y otras en la jerarquía social. Un ejemplo prototípico: una persona, “A”, sugiere que los mendigos sí tienen derecho al acceso a la seguridad social, debido a razones humanitarias. “B” responde diciendo que “A” probablemente está viviendo a costa del sistema, porque de otro modo no defendería algo tan estúpido. “A” contraataca diciendo que trabaja duramente, que nunca ha estado sin empleo y que sabe exactamente de lo que está hablando.

Las opiniones vertidas en las discusiones reflejan un punto de vista sobre la seguridad social que podría ser descrito, en última instancia, como bastante conservador. Mi limitada investigación puso de manifiesto que una seguridad social realmente universal probablemente no esté universalmente aceptada como norma. Dentro del alcance de las discusiones estudiadas, también parece claro que el sistema de seguridad social no es considerado realmente como postnacional. Si no eres finlandés, te toca ir al final de la cola.

Notas

[1] Apesar de la popularidad del periódico, no se puede sostener con rigurosidad que quienes participan en los debates on-line reflejen al conjunto de la población del país. Pero mi intención no es hacer generalizaciones, sino analizar las opiniones en tanto que formas diferentes de dar sentido a una nueva situación social.

[2] (N. del T.) La Federación de Jóvenes y Estudiantes Verdes pertenece a la Liga Verde de Finlandia (Vihreä liito), el primer partido verde europeo que formó parte de un gobierno estatal. Más información: www.vino.fi

http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1851

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