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20/12/2010

Dos sindicatos estadounidenses cambian la marcha

David Macaray

Los observadores del mundo laboral están ya al corriente de los detalles del acuerdo comercial pendiente entre los Estados Unidos y Corea del Sur, y del escarnio y ridículo de que son objeto el (UAW), United Auto Workers, [sindicato automovilístico] y el UFCW, United Food and Commercial Workers, [sindicato del sector comercial y de la alimentación], por romper con la tradición y aceptar el tratado.
La IAM, International Association of Machinists, [asociación internacional de maquinistas] y CWA, Communications Workers of America, [trabajadores del sector de las comunicaciones de América] ya han presentado el acuerdo como un paso atrás para el trabajador estadounidense, y se espera que la AFL-CIO emita una denuncia formal el jueves.
Hay que reconocer que la aprobación de la UAW fue un poco alarmante. Es cierto que durante los últimos 20 años –incluso antes de la aprobación de la NAFTA en 1993– el trabajo organizado se ha opuesto vehementemente a lo que eufemísticamente se llama "libre comercio". Pero mientras que esta oposición ha sido descrita, de forma poco halagadora, por los medios de comunicación como egoísta o corta de vista, fue el trabajo organizado quien se dio cuenta inmediatamente de lo que realmente eran estos acuerdos fraudulentos.
Para empezar, el libre comercio no es libre. A pesar de que la palabra "libre" tiene alegres connotaciones de una empresa sin trabas ni restricciones, estos tratados –cruel e irónicamente– son todo lo contrario.  Están elaborados de forma rígida, fuertemente regulados y cuidadosamente controlados por sus gobiernos signatarios y, lo que es más importante, por las corporaciones que representan.
En segundo lugar, el libre comercio no es un comercio justo. Quienes se aprovechan de estos acuerdos son los gobiernos que los aprobaron, las corporaciones que los negociaron y los bancos de Wall Street que los financiaron, no los trabajadores que produjeron los bienes. No hay más que fijarse en las batallas laborales actuales en lugares como Bangladesh, Colombia, Guatemala, Honduras y la India, para darse cuenta de que estos acuerdos están creando víctimas, no "socios".
Entonces ¿por qué el UAW consintió el acuerdo de Corea? Para responder a esta pregunta hay que identificar cuáles eran sus opciones. Está claro que disponía solo de dos:
1) El UAW podía hacer lo que él y cualquier otro gran sindicato industrial ha venido haciendo desde que el NAFTA se convirtió en ley. Podían continuar gastando millones de dólares haciendo lobby contra el "libre comercio", dar dinero a los políticos simpatizantes, deplorar públicamente estos tratados, movilizar a grupos progresistas para que se unan a sus propuestas, organizar mítines, asistir a convenciones, apoyar boicots, pedir a los sindicalistas que escriban a sus diputados, etc.
Por desgracia, estas tácticas no han sido efectivas. Trazar una línea en la arena y rechazar cruzarla no impidió el NAFTA ni el CAFTA, Central America Free Trade Agreement, (Acuerdo de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos), no consiguió la sanidad universal, no consiguió el EFCA, Employee Free Choice Act, (Ley de libre elección del empleado), no consiguió hacer ilegales los reemplazos de huelguistas, no consiguió eliminar la exención Fed-Ex. Y con lo  decepcionantes que  han sido los Demócratas, el enemigo confeso de las organizaciones de trabajadores que es el Partido Republicano, acaba de ganar 63 escaños en el Congreso. Decididamente, hacerse el tipo duro no ha funcionado.
2) En lugar de esto el UAW podía intentar que el acuerdo fuera el mejor posible. En vez de darse cabezazos contra la pared, esperando inútilmente que el Congreso –y la Casa Blanca- haga lo que claramente no tiene ganas de hacer, el sindicato podía presionar para conseguir cláusulas específicas en el acuerdo cuyo resultado serían el aumento de la venta de coches estadounidenses en Corea y, en consecuencia, más empleos para los trabajadores norteamericanos.
Es lo que hace este acuerdo. Sus cláusulas establecen que el arancel de un 2,5% sobre los coches coreanos y el de un 25% sobre los todoterrenos permanezcan durante seis años más. Sin el acuerdo, estos aranceles hubieran expirado este año. Por otra parte, Corea reducirá el arancel sobre los coches norteamericanos de un 8% a un 4% y permitirá la entrada en Corea de 75.000 coches estadounidenses por año, incluso si no cumplen las estrictas medidas de seguridad coreanas (equivalentes a obstáculos proteccionistas).
Concedamos un poco de crédito a los sindicatos. Nadie conoce mejor lo que favorecerá al UAW que el propio UAW. Nadie tiene que dar lecciones a este sindicato sobre las implicaciones de la globalización o de las nuevas tecnologías o de una fuerza laboral de edad avanzada o de los costes crecientes de la sanidad. El presidente del UAW se ha convertido en un experto en estos temas.
Si bien queda claro el porque de la aceptación del UAW ¿por qué lo aceptó el UCFW? Substituyamos "carne procesada" por "automóviles" y tenemos la respuesta. Este acuerdo abre de forma significativa las puertas del mercado alimenticio coreano al eliminar el prohibitivo arancel del 40% sobre la carne norteamericana. Los economistas han estimado que ello podía tener como efecto la creación de 20.000 puestos de trabajo adicionales en el sector cárnico.
A pesar de que el acuerdo todavía debe ser ratificado tanto por el Congreso como por el Senado, así como por la Asamblea Nacional de Corea del Sur, los campesinos y los sindicatos coreanos han protestado públicamente, temiendo que el pacto los deje en desventaja.
Si el debate girara solamente en torno a la ideología, ciertamente el UAW merecería ser criticado por ceder. Pero no se trata de teoría sino de supervivencia económica. Por lo que, a pesar de los cien años de amor de Estados Unidos por el automóvil y, a pesar de la autenticidad histórica del UAW y su innegable influencia sobre prácticamente todos los sindicatos que lo han seguido, nadie ha resultado más mal parado que el propio UAW.
No solamente están  estrujados por las exportaciones japonesas, coreanas y alemanas (todas ellas incentivadas por sus gobiernos) sino que también son atacados por América del Sur, que tienta a estos constructores extranjeros con ofertas de fuerza de trabajo no sindicalizada, exenciones fiscales y escasa regulación medioambiental. En el último recuento de Dixie había más de 40 fábricas de piezas sueltas y de montaje.
Pero no son solamente los constructores de automóviles extranjeros y América del Sur quienes hacen sangre, sino que los medios de comunicación de EEUU también se han metido con ellos. En vez de fijarse en las asombrosas concesiones ya hechas por el UAW en materia de salarios y beneficios (la paga inicial es actualmente de 14 $/hora, o sea, alrededor de 28.000$ al año), los medios informativos continúan presentando al sindicato como hinchado y obsoleto. Lo hacen porque el trabajo organizado es un objetivo fácil y porque no han tenido el valor de perseguir a la Norteamérica corporativa.
Aunque parezca increíble, el UAW tiene actualmente alrededor de 390.000 miembros. Lo que significa, retrotrayéndonos a su época gloriosa de principios de los 70, que ha perdido más de un millón de miembros. No se trata solamente de un millón de hombres y mujeres que han perdido su trabajo, sino también de un millón de nóminas de clase media que han dejado de contribuir a la economía.
Por lo tanto, puede que haya quien encuentre justificado llamar al UAW una "banda de cerdos egoístas" (como ha hecho uno de sus críticos) por tratar de retener a sus miembros, pero a menos que pueda ofrecerse una alternativa razonable, nadie le va a tomar en serio…. menos que nadie los trabajadores.

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3790

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