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06/05/2010

Los mercados contraatacan

Albert Recio

I

Aunque su rastro sólo se percibe en las pantallas del ordenador, las órdenes de compraventa que tienen lugar en los mercados financieros siempre las represento como el enjambre de naves espaciales que atacan un planeta en alguna película de ciencia ficción. Y sus efectos son a menudo tan devastadores como los de una presunta invasión extraterrestre (aunque, como ha recordado Stephen Hawking, para invasión demoledora la que protagonizaron los europeos en muchas partes del planeta a partir del s. XV). Ahora los mercados se han cebado en la deuda griega y posiblemente estén empezando a preparar nuevos ataques a los puntos flacos del área-euro. Es lo que siempre han hecho estas aves carroñeras, al menos en los últimos treinta años. Como ya han comentado muchos, no hay nada demasiado nuevo en lo que está ocurriendo en esta nueva crisis (para el que tenga memoria basta evocar la crisis de las monedas europeas de 1992-1993). Lo realmente inaudito no es que ocurran estos ataques sino que se tomen como un hecho natural, tan inevitable como la erupción de un volcán islandés o el movimiento de una placa tecnónica en Chile o en China.

La hegemonía del capitalismo financiero en la cultura económica es tal que ha conseguido naturalizar el papel de la especulación financiera. Hay en la teoría económica neoclásica un claro intento de configurar al mercado como una especie de marco natural de la vida humana. Pero la teórica convencional del mercado trata de compradores y vendedores que tratan de satisfacer sus necesidades mediante el intercambio mercantil. Se supone que los consumidores demandan productos en función de sus preferencias psicológicas de consumo y los productores adecúan sus decisiones de producción a estas demandas. Hay muchos supuestos irreales en el modelo convencional de mercado, se suelen pasar por alto cuestiones cruciales, pero al menos estos modelos tratan de explicar los comportamientos presentes en la vida normal de la gente y están basados en decisiones que, al menos en parte, obedecen a necesidades corrientes. Cosa bien distinta son los mercados financieros: En ellos no se van a satisfacer necesidades individuales a menos que la pulsión por el enriquecimiento y el dinero tengan que la consideración de comportamiento natural. El comportamiento de los inversores especulativos parece más próximo al de los ludópatas y a otro tipo de comportamientos patológicos (el mismo afán por acumular dinero tiene mucho de obsesión inmaterial o de busqueda del poder) que al comportamiento orientado a garantizar la buena vida. Para muchos pensadores sociales, economistas incluidos, no pueden tratarse igual los mercados de bienes y de productos, cada uno con sus características particulares, que los mercados financieros con sus lógicas específicas.

II

Siempre ha habido mercados financieros en las economías capitalistas. Y siempre han sido una fuente de desestabilización, como han subrayado todos los economistas que han tratado de desentrañar las características del capitalismo. Considerar que los mercados financieros son uno de los elementos que generan los pánicos y recesiones que periódicamente asolan a las economías capitalistas no supone negar la incidencia de otros factores ni negar que las crisis de los negocios son una característica estructural del capitalismo. Simplemente supone subrayar el papel que juega uno de sus elementos estructurantes: los mercados. De igual manera que hay bastante acuerdo en que una de las características de la fase neoliberal del capitalismo ha sido la financiarización: el crecimiento exponencial del capitalismo financiero en sus formas más especulativas.

El crecimiento de la financiarización es el resultado de un cúmulo de factores: algunos relacionados con los cambios en la estructura productiva y social; otros con el particular modo de regulación pública y su relación con el propio funcionamiento de los mercados financieros.

En la primera faceta están los enormes flujos financieros que ha generado la desigual suerte comercial que cada país ha experimentado en el proceso de globalización. Los países que sistemáticamente han generado un flujo neto de ingresos han acumulado enormes sumas de dinero que han alimentado los flujos financieros internacionales. Quizás los petrodólares a que dieron lugar las alzas de los precios petroleros en la década de 1970 constituyeron uno de los principales empujones a estos mercados, y ése es también el caso de los grandes exportadores del este de Asia, con China a la cabeza. Por otra parte, como ha subrayado el economista chileno Jose Gabriel Palma (en “The revenge of the market on the rentiers”: Cambridge Journal of Economics, julio 2009) la expansión de los mercados financieros es en gran parte un efecto del creciente aumento de las desigualdades generado por las políticas y prácticas neoliberales y la creciente concentración de riqueza en pocas manos.

La otra cara del asunto es la profunda transformación del propio sistema financiero realizada gracias a la sucesión de reformas institucionales que han posibilitado la creación de variados y numerosos medios de especulación financiera: mercados de derivados, empaquetamiento de créditos, apalancamiento generalizado, aseguramiento de inversiones especulativas... Gran parte de las operaciones especulativas se realizan a crédito, recurriendo a mecanismos que tienden a reducir el riesgo real de los especuladores y que, en todo caso, difícilmente pueden considerarse el tipo de riesgo patrimonial que siempre se ha utilizado como legitimación del beneficio capitalista. En paralelo a esta reforma de los mercados, de los productos financieros objeto de regulación, se produjo la reforma de las regulaciones que pesaban sobre las propias empresas financieras. Ello les permitió pasar de ser empresas especializadas en mercados particulares a empresas financieras generalistas con enorme capacidad de regulación de estos flujos financieros y también, como se ha puesto de manifiesto, de diluir o camuflar su propio riesgo transfiriéndolo a filiales opacas.

En suma, eso que se llama eufemísticamente “los mercados”, eso que impone a países desafortunados costosos planes de ajuste, no es más que el interés de una minoría parasitaria y la gestión que del mismo hace un reducido grupo de intermediarios internacionales con capacidad de dirigir los flujos financieros en la dirección más adecuada a sus intereses. El mismo que ha orquestado la ingeniería financiera que ha provocardo una de las más agudas crisis de los últimos años, costosísima para los presupuestos públicos.

III.

Sin duda hay otras muchas cuestiones en juego. Una es la de las agencias de evaluación, las mismas que fallaron estrepitosamente en la crisis asiática, que fueron incapaces de detectar el fiasco de los grandes bancos de inversión, y que en más de una ocasión han estado bajo la sospecha de connivencia con algunos grupos financieros. Son ellas las que ahora no dudan en poner en la picota la situación financiera de determinados países y animar a los mercados a que exijan políticas de ajuste estructural.

Otra es el papel jugado por los sistemas de seguridad social basados en fondos de pensiones que operan en los mercados financieros. Fondos que acaban también bajo la gestión de los grupos financieros (los verdaderos beneficiarios de las enormes comisiones que ganan con ello) que por tanto contribuyen a alimentar las burbujas especulativas.

Y otra es el posible juego de los capitales financieros estadounidenses en contra de los países de la zona euro. No por un prurito nacionalista, sino por una razón más prosaica: la consolidación del euro como moneda internacional podría poner en peligro los beneficios de regalía que tiene el sistema financiero estadounidense por el hecho de controlar la moneda base del sistema internacional. Pero para que este ataque sea posible no sólo es necesario que una o varias de las economías de la zona euro estén en problemas, sino también que el diseño institucional y la gestión política de la zona euro sea tan incompetente e insensata que impida tratar el problema por una vía diferente de la de la dependencia de los mercados financieros. Lo que hace años expresó mucha gente sobre el modelo de construcción europea, sobre la ilógica de construir un proceso de integración sobre la única base de un banco central dominado por un enfoque monetarista, se hace ahora evidente. No existe un sistema fiscal que ayude a salir del problema, ni tampoco una política financiera interna que aisle la presión de los mercados.

IV

Hay que desmontar la tiranía de los mercados. No podemos aceptar que el argumento de peso para justificar recortes sociales o laborales sea el de someterse a su disciplina. Si hay que hacer reformas hay que discutirlas y valorarlas por sus efectos reales, no porque lo decidan los especuladores. Aunque lo de “los mercados” suena a moderno, a análisis científico, mirado con lupa está más cerca de las exigencias y tributos que imponían los reyes y señores feudales cuando querían costear guerras u otros gastos improductivos. Porque someterse a “los mercados” (por supuesto financieros) es simplemente condicionar la organización social a la dictadura de una minoría de rentistas y financieros.

Y hay que empezar por romper los modelos de ajuste y los mecanismos de intervención de los mercados financieros introduciendo trabas a su funcionamiento y reduciendo su tamaño y su operativa. Joseph Stiglitz no se ha cansado de recordar que Thailandia es un ejemplo de país que al responder a la crisis de 1997 con restricciones a los movimientos de capitales especulativos alcanzó muchos mejores resultados que el resto de países de su entorno. Y si Tailandia lo hizo, más factible debería ser para potencias como la Unión Europea.

Hay múltiples propuestas de reformas estructurales de los mercados financieros. Pero, a corto plazo, lo que deben exigirse son respuestas de urgencia, no sólo de ayuda a países como Grecia, sino también de fijación de trabas a este bombardeo insistente con el que un grupo de ricos desalmados tratan de enriquecerse a costa de las condiciones de vida de millones de personas.

No nos digaís que nos sometamos a “los mercados”: reguladlos y limitad su mortífera actuación. (Lo que no quiere decir que cualquier política de despilfarro público sea aceptable ni que no exista necesidad de introducir profundas transformaciones en las economías reales, incluida una cierta austeridad por razones medioambientales). Nos atacan los marcianos y simplemente proponeís que nos sometamos. Ninguna izquierda que se precie, ningún movimiento sindical con futuro puede obviar el incluir en su programa de mínimos medidas de choque contra la especulación financiera, y en su proyecto reformista la necesidad de combatir el cáncer de la financiarización económica.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105360

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