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31/01/2009

Los ensayos de la polémica - Más de la mitad de la investigación de los laboratorios farmaceúticos se realiza fuera de EEUU y Europa

AINHOA IRIBERRI - Madrid - 30/01/2009

Detrás de un medicamento hay una media de 10 años de investigación clínica. Primero se realiza en animales, y luego en seres humanos; cada molécula curativa debe superar los rigurosos obstáculos de la investigación clínica.

Puesto que la mayoría de los laboratorios farmacéuticos se localiza en los países ricos, parecería lógico pensar que también ellos acogen los procesos previos a la autorización del medicamento. Sin embargo, en las dos últimas décadas se ha observado una progresiva tendencia a realizar los ensayos clínicos con seres humanos en países en vías de desarrollo. Los principales fabricantes de medicamentos prueban fuera de Europa y EEUU alrededor de la mitad de sus candidatos a medicamentos.

En realidad es una tendencia global ya que, en otros sectores, la descentralización para ahorrar costes es común. Pero ¿qué pasaría si, en el caso de la industria del medicamento, esta tendencia no sólo se debiera a los menores costes sino a una relajación de los exigentes requisitos que se requieren antes de poner un medicamento en el mercado?

En 2001, la novela de John Le Carré El jardinero fiel planteó a millones de lectores de todo el mundo lo que hasta entonces sólo era una preocupación para algunos médicos, investigadores y ONG. La novela narraba cómo una compañía farmacéutica probaba en Kenia un medicamento con terribles efectos secundarios, con la complicidad de las autoridades locales.

Es precisamente Le Carré el encargado de prologar el último libro que trata este polémico asunto, Cazadores de Cuerpos (451 Editores). La novela, escrita por la periodista estadounidense Sonia Shah, no pretende hacer un análisis imparcial y se posiciona claramente en contra de la tendencia de los laboratorios a dirigir sus ensayos en países pobres. “Es una tendencia que pide a gritos ser analizada públicamente, ya que las consecuencias van mucho más allá de los destinos de los pacientes”, escribe Shah.

Relajación de la ética

En los países desarrollados, la participación de voluntarios en ensayos clínicos no suele esconder un interés económico. En Europa, la remuneración es muy limitada y la mayoría de los participantes se reclutan en facultades de Medicina y centros sanitarios. Se presupone que, en cierto modo, el que se ofrece para probar un medicamento quiere contribuir al avance de la ciencia.

Pero, tal y como señala la autora del libro, esas razones raramente motivan a los habitantes de los países más pobres que, carentes de la atención sanitaria más básica, acuden al hospital para, a cambio de experimentar con nuevas medicinas, asegurarse una atención de la que carecerían de otro modo. Según la Declaración de Helsinki, un documento de la Asociación Médica Mundial que regula la realización de ensayos clínicos, a cualquier sujeto experimental se le debe garantizar la mejor atención médica disponible. En un país desarrollado, es muy fácil controlar que esto suceda así (se encargan los comités de ética de investigación clínica, que supervisan cada uno de los experimentos) pero, en los países donde la atención sanitaria es deficitaria y los gobiernos no se caracterizan por su transparencia, es inevitable que surjan las dudas.

Pero si hay una razón que explique el interés de los laboratorios por investigar fuera de los países ricos es la facilidad para encontrar participantes. La bonanza de la industria farmacéutica depende de dos factores: la rentabilidad de los fármacos que tiene en el mercado y la aprobación de nuevos medicamentos.

Puesto que la patente (el tiempo que un laboratorio puede explotar un fármaco sin que se saquen al mercado versiones genéricas del mismo) se otorga por 20 años desde que empieza el desarrollo del mismo, cuanto antes se consiga comercializarlo más años de beneficios tendrá el laboratorio.

Pero para lanzar un medicamento es imprescindible completar una serie de ensayos clínicos en distintas fases. La Fase I, en la que se demuestra la seguridad, requiere de pocos voluntarios sanos. Normalmente, no hay problemas para encontrarlos en los países ricos. La Fase II, donde se estudia la dosis y la eficacia, se hace también con pocos pacientes. La Fase III, sin embargo, requiere de miles de voluntarios y los enfermos de los países ricos no son proclives a participar y mucho menos con la celeridad que desearían los laboratorios patrocinadores. Según un estudio del Tufts Center for the Study of Drug Development de EEUU, menos del 5% de los enfermos de cáncer se presenta voluntario para un ensayo clínico.

Frente a las críticas que recoge la autora del libro, los laboratorios y las agencias reguladoras se defienden. Las leyes universales que regulan estos ensayos son claras: todo experimento debe contar con la autorización de un comité independiente de ética. Es cierto que estos pueden ser locales y se puede cuestionar su independencia pero no es el único trámite que habrán de pasar los ensayos. Las agencias reguladoras tienen también requisitos éticos y las revistas que publican los resultados de los trabajos exigen que se cumplan las máximas condiciones de seguridad.

Frente a las dos posiciones enfrentadas, Shah concluye su libro con una propuesta: “Una revisión sistemática y un debate público sólido, independiente y abierto acerca de adónde nos ha conducido la investigación médica actuando así y dónde queremos que nos lleve, un debate para todos nosotros”.

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