El Instituto Nacional de Estadística (INE) confirmó con fecha 30 de abril que la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2010 eleva en el Reino de España el número de personas oficialmente sin empleo a más de 4.600.000, es decir, que rebasa la simbólica tasa del 20%. Es importante insistir en que esta cifra de 4.600.000 personas es el número oficial. La definición que ofrece el INE es la que establece lo que es un desempleado y lo que no. Y la tendencia histórica ha sido siempre la de exigir cada vez más requisitos formales para considerar a una persona desempleada. Así, en el año 2002 el INE modificó de momento por última vez la serie de condiciones que había de cumplir una persona para ser considerada oficialmente desempleada. La modificación del definiens trajo consigo la alteración del definiendum, y la consiguiente desaparición estadística de unos cuantos centenares de miles de desempleados.
El incremento del desempleo ha sido espectacular desde el inicio de la crisis económica, doblando ahora la tasa del primer trimestre de hace dos años. El Gobierno español ha ido proponiendo y aplicando un gran número medidas desde que estalló la crisis con el pretendido objetivo de hacerle frente. Las últimas "26 medidas", aprobadas en el Consejo de Ministros de principios de abril, se dejan resumir así: favorecer la actividad empresarial con reformas administrativas, reorientar el sector inmobiliario, otorgar reducciones fiscales a las pequeñas y medianas empresas y ofrecer mayores facilidades de crédito oficial a las mismas. Estas medidas pretenden crear 350.000 puestos de trabajo. Eso quiere decir que, de tener pleno éxito, todavía dejarían sin tocar el 92% del volumen del actual desempleo. Los nuevos datos mencionados sobre desempleo fueron publicados poco después de tomadas esas medidas. La vicepresidenta económica del Gobierno español, Elena Salgado, ya anuncia, conocidos los nuevos datos, que el Presupuesto de 2011 tendrá que ser más restrictivo. Pero ahora, en plena "crisis griega" y con la posible extensión de ésta a otros Estados, entre ellos el Reino de España, amaga con la amenaza de una reforma del mercado laboral de muy preciso sentido: mayores facilidades para el despido y abaratamiento de la fuerza de trabajo. Standard & Poor's, la agencia de calificación que rebajó la semana pasada un escalón la calificación máxima de la deuda española, venía a decir lo mismo en su informe. Con palabras, aun si distintas, trilladas de puro habituales: "flexibilizar el mercado de trabajo".
El gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, lleva muchos meses insistiendo sin desmayo en la necesidad de esta reforma del mercado laboral. Hace pocos días, el 13 de abril, declaró: "El paro masivo es el mayor riesgo para la banca española". Díaz Ferrán, el presidente de la patronal española, y conocido por unos sonados fracasos empresariales que no parecen de momento poner en peligro su cargo, aprovecha cualquier micrófono puesto ante su boca para reivindicar insistentemente la "reforma". La solución a la crisis, para este empresario fracasado pero jefe de todos los empresarios del Reino, es, como declaró una vez más a finales de abril: "una reforma profunda, no pequeña, del mercado laboral". Nadie podrá dudar de las intenciones de unos y otros: son claras como el agua pura.
Estas mayores facilidades para el despido y para el abaratamiento de la fuerza de trabajo, de llevarse efectivamente a cabo, seguirían la tendencia de los últimos 30 años. Como algún dirigente sindical ha dicho con cierta sandunga: "Si fuera por reformas laborales, que hemos tenido medio centenar, nos saldría empleo por las orejas" (1). Las declaraciones y manifestaciones sindicales de este 1 de Mayo de 2010 se han hecho eco de esta nueva amenaza sobre las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora.
Es verdad: la reforma del mercado de trabajo por la que abogan la patronal española y el Gobernador del Banco de España, entre otros destacados representantes de unos intereses económicos bastante fácilmente adivinables, no llega a las cotas de radicalismo alcanzadas, y aun rebasadas, por otras propuestas que a lo largo de la historia han venido oyéndose como remedios milagreros contra índices superlativos de desempleo. Una de ellas fue defendida en los años 30 del siglo pasado por un reputado profesor de Harvard, y merece la pena detenerse un momento en ella por sus indiscutibles méritos de desfachatada sinceridad, rotundidad y originalidad.
Fue cuando se discutía en EEUU la conveniencia del subsidio de desempleo. En 1935, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, se implantó en aquel país. Como puede imaginarse, hubo grandes debates, antes y después de promulgada la ley, entre políticos, economistas, intelectuales, periodistas y población en general. Esos debates dieron de sí algunas declaraciones, de las que resulta harto instructivo sacar esta pequeñísima muestra:
· "La dominación definitiva del socialismo sobre la vida y la industria" (Asociación Nacional de Fabricantes).
· "Destruirá la iniciativa, desalentando el ahorro y ahogando la responsabilidad individual" (James L. Donnelly, de la Asociación de Fabricantes de Illinois).
· "En un momento u otro, traerá consigo, ineluctablemente, el final del capitalismo privado" (Charles Denby, Jr., de la Asociación Americana de Abogados) (2).
Mención especial merece uno de los más agresivos participantes en este debate y autor de la medida más rotunda, decidida y original jamás ideada contra el paro y la pobreza: Thomas Nixon Carver. En el haber de su brillante curriculum hay que contar, entre otras cosas, con su puesto de catedrático de política económica en la Universidad de Harvard entre 1902 y 1935, así como con su cargo —fue elegido para el mismo en 1916— de presidente de la acreditada American Economic Association (una veneranda institución que ha sido presidida a lo largo de su historia por economistas tan prestigiosos como Kenneth Arrow, Amartya Sen, Wassily Leontief, James Tobin o John Kenneth Galbraith, para limitarnos a unos cuantos). Thomas Nixon Carver vivió casi cien años (1865-1961) y formó parte del primer grupo de economistas que asesoró profesionalmente al Partido Republicano.
Pues bien; nuestro pimpante economista de Harvard defendió en numerosas ocasiones la siguiente propuesta para combatir el paro y la pobreza: la esterilización de los "palmariamente ineptos" (3). De esta forma, según el economista de Harvard, este grupo tan particular no se reproduciría ni, por tanto, perpetuaría su estirpe. ¿Y qué hay que entender por "palmariamente ineptos"? Thomas Nixon Carver se refería con esa locución a todos quienes no lograban alcanzar un ingreso anual de 1.800 dólares. En los años 30, ese criterio abarcaba aproximadamente al 50% de la población de los EEUU, es decir, a unos 60 millones de personas. Esterilizar a 60 millones de personas, no hay duda, proporcionaría mucho trabajo a las personas encargadas de poner frenéticamente por obra tamaña castratio plebis. Desde un punto de vista cuantitativo, se calla por sabido, la esterilización de la mitad de la población habría acabado con muchas cosas. Es cuestionable que disolviese el paro y la pobreza, pero no cabe la menor duda de que habría extirpado buena parte del acervo génico de los EEUU.
Thomas Nixon Carver era partidario del ideario legado principalmente por Herbert Spencer (no por Charles Darwin) que, mucho después de su muerte, en 1903, fue conocido por "darwinismo social". Ese ideario del sociólogo británico no debe ser confundido de ningún modo, como hace con demasiada frecuencia una izquierda académica muy apresurada, con la científicamente legítima introducción de problemas de la biología evolucionaria en las ciencias sociales y humanas (4), sino que fue uno de los tantos intentos que registra la historia del pensamiento conservador —acaso el más ambicioso y radical— de justificar las pretendidas virtudes socialmente benéficas de las grandes desigualdades económicas y de las penurias de los desposeídos. Los ricos, los opulentos, los bienhabientes, no debían albergar la menor mala conciencia por su existencia social materialmente privilegiada; era consecuencia de su propia excelencia natural. Cualquier intento de mitigar el sufrimiento de la población trabajadora tendría consecuencias nefastas para el conjunto de la sociedad. El darwinismo social, en sus múltiples variantes, se ha mostrado extremadamente eficaz, habida cuenta de su persistente y dilatada influencia. Buscar la forma de culpar de su situación a los desposeídos, a los propios pobres, a los parados, a los despedidos, a los estafados, a los oprimidos: en tan extraordinario ejercicio intelectual se entretienen, hoy como ayer, mentes romas y mentes brillantes, la soldadesca mercenaria y los oficiales de varia graduación del ejército de peritos en legitimación de lo existente compuesto de tertulianos, gacetilleros, editorialistas de medios respetables y menos respetables, profesorcillos de medio pelo, renegados infatuados de serlo, conversos que, transportados por los vientos del momento, ignoran serlo, conversos que, amigos de los caprichos de Eolo, fingen sólo ignorar serlo, engreídos literati que saben las cosas a medias, politicastros corruptos que se las saben todas y, faltaría más, olímpicos señores catedráticos de Harvard o de donde haga falta. Logra convencer, no, claro está, a la ignorante e incauta mayoría —tan dispuesta a creer siempre, contra Mefistófeles, que perseguir constantemente el mal nunca lleva al bien, y que el que está siempre empedrado de malas intenciones es precisamente el camino del infierno—, pero sí a amateurs y a profesionales de la "opinión publicada", que no pública, de la bondad social de la existencia de ricos muy ricos, y aun extremadamente ricos; de que la riqueza de éstos, cualquiera sea su origen —producción de bienes tangibles, especulación financiera, pelotazo inmobiliario— es fruto del mérito individual, o, cuando menos, de que la sociedad, "cualquier sociedad", los necesita para "crear riqueza" y para "progresar" y "modernizarse" y de que, por lo mismo, deben ser investidos de autoridad moral y aun política —Berlusconi, Piñera, Macri y tantos otros—: ésa es la tarea que a tantos ocupa. Y los desposeídos, la población trabajadora, no sólo a sufrir y a servir, sino a obedecer, que el patrón no sólo ha mandado más, sino que siempre ha sabido más también que el marinero. Es la versión occidental moderna del mito oriental antiguo de la metempsicosis, según el cual cada quién tenía en esta vida, según se había portado en las anteriores; si había nacido en la casta de los intocables, bien merecido se lo tenía por lo perpetrado en vidas pasadas. Tratar de mejorar la suerte de los desposeídos de ahora, como rebelarse contra el propio karma en la India bramánica, no podría sino empeorar las cosas y la suerte de todos, ¡también la de los ignorante e insensatos que se rebelan contra un destino irresistible!
Puestos en esa tesitura, entonces, el dato recientemente aportado por la FAO de que hay más de 1.000 millones de personas que pasan hambre actualmente en el mundo no debería inducir a tomar medidas correctoras. Lo cierto es que nadie podrá culpar a los muchos darwinistas sociales declarados o vergonzantes de toda laya que ha habido y sigue habiendo en este mundo de no haberse empeñado en persuadir a quien haya querido escucharles —o no haya tenido más remedio que hacerlo— de la validez de este ideologema anticorrector, hostil a toda reforma que no sea contrarreforma a favor de los archirricos. Thomas Nixon Carver se excedió en su celo pro domo divitis, y dijo cosas que muchos pensaban, aun resultándoles incómoda la expresión franca de las mismas. No fue el primero, ni será el último.
En honor a la verdad, ni el Gobernador del Banco de España, ni el empresarialmente atribulado presidente de los empresarios españoles –grotescamente mantenido en el cargo por nuestros intrépidos emprendedores, "creadores de riqueza"—, ni ninguno de esos escritorzuelos habituales de los medios de comunicación que suelen salir en refitolera justificación de las propuestas de los anteriores, se han acordado todavía de la vieja y radical propuesta de Thomas Nixon Carver. De eso no cabe duda, y es de justicia reconocérselo.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3293
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