Autosatisfacción de todas las partes. Grecia no va a la bancarrota, la eurozona se mantiene a salvo, el euro se sostiene vigoroso frente al dólar y otras monedas mundiales.
La liquidación total de los empréstitos públicos griegos, que iba a toda marcha, parece haberse detenido, por lo pronto. Los europaíses han prometido a los griegos hasta 30 mil millones de euros, en caso de extrema necesidad. Se harían efectivos en el momento en que los griegos no consiguieran colocar sus títulos públicos en condiciones soportables. La suma se corresponde casi exactamente con el monto de lo que Grecia necesita de aquí a fin de año para refinanciar sus deudas.
Lo que no deja de jugar su papel en el hecho de que los griegos hayan reaccionado masivamente defendiéndose de la amenazante liquidación total: perdida la confianza en sus propios bancos, ya han retirado de sus cuentas diez mil millones de euros. Los poderosos del FMI deberían estar satisfechos. Puesto que en los últimos tiempos los créditos por ellos ofrecidos carecían ya de demanda, el Fondo dispone de unas buenas reservas rayanas en los 340 mil millones de euros: 15 o 20 mil millones para Grecia son el chocolate del loro. Y gracias a Angela Merkel, el FMI ha vuelto a poner pie en Europa. Que los alemanes pueden estar aquí con un máximo de 8,5 mil millones de euros –lo que corresponde a su participación en el BCE—, es cosa de todo punto normal. A los populistas vergonzantes de este país se les ha pasado por alto que es Merkel quien lo ha impuesto, no del todo, pero sí en buena parte. Pues Atenas tendrá que pagar un buen 5% de intereses por la ayuda solidaria de sus socios europeos. El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, en un arrebato de claridad, ha abogado por este servicio de la deuda, en tanto que Alemania y Holanda querían unas tasas de interés de al menos un 6,5% para Grecia, mientras los franceses defendían unos intereses de, a lo sumo, un 4,4%.
La política dobla la cerviz
Los griegos han logrado un respiro; no más. Todavía hay que pasar la prueba de los mercados. Si no, saltarán a la yugular de la población griega los comisarios del ahorro de la eurozona y del FMI. La lección más amarga de todo este asunto reza como sigue: los mercados, cuyos actores principales fueron precisamente salvados de la enorme crisis causada por ellos mismos, tienen de nuevo vara alta. Los mercados actúan, los especuladores y las agencias de calificación a ellos sometidas señalan la dirección; y los gobiernos saltan. Y no aisladamente y cada quién por propia cuenta, lo que acaso sería disculpable en el caso de los países más pequeños, sino de consuno y en concierto. Los gobiernos de la región económicamente más fuerte del mundo doblan la cerviz ante la especulación internacional. La prensa económica alemana repite con celo lo que sus analistas –los harto interesados gurús de los mercados financieros— pregonan. La clase política alemana se cuadra ante los caballeros de los mercados y es incapaz de salir del trilladísimo camino pavimentado con las eternas fórmulas de la austeridad y la disciplina.
No hay nada en la crisis financiera que se deje realmente al pendiente, pues los mercados ya tienen en el punto de mira a sus próximos candidatos. La eurozona se convertirá en coto de caza de los especuladores internacionales. Y no sólo la eurozona. Si los británicos no eligen a comienzos de mayo conforme a las preferencias de los mercados, comenzará de nuevo la danza con los empréstitos públicos británicos. Es verdad que tienen un plazo de vencimiento visiblemente mayor que el de los alemanes, pero se pueden ganar muchos miles de millones con los recargos por riesgos.
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