Vicenç Navarro
Tengo que empezar este artículo diciendo que no soy creyente. No estoy entre los que –según la Iglesia católica– están bendecidos por el don de la fe. Pero soy un estudioso del papel que la Iglesia católica ha tenido en la historia de España. Y del análisis histórico y político de tal Iglesia puede deducirse fácilmente que una cosa es el cuerpo doctrinal derivado de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y otra muy distinta la Iglesia católica (o, al menos, la jerarquía eclesiástica que la ha dirigido y continúa dirigiéndola). Esta última es una institución que en España ha sido parte durante muchos años de las estructuras de poder, habiéndose convertido durante la dictadura en una institución clave en la reproducción de unas relaciones de explotación que permitían el enriquecimiento de grupos sociales minoritarios a costa del mundo trabajador. La evidencia científica e histórica que apoya esta afirmación es enorme.
Esta postura de complicidad con los poderes establecidos estaba y continúa estando en clara contradicción con las enseñanzas de su fundador, Jesús de Nazaret, el cual había subrayado en repetidas ocasiones que “uno no podía servir a Dios y a los ricos a la vez” (Mateo, 6,24 16:13), “el amor y apego a la riqueza es la raíz de todos los males” (Timoteo, 6.10), o “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de un alfiler que un rico entre en el reino de Dios” (Mateo, 19.24). El director de temas políticos de la revista británica New Statesman, Mehdi Hasan, acaba de publicar un artículo –“What would Jesus do?”
(13-12-10)– en el que se analiza el mensaje político que Jesús promulgó a través de sus enseñanzas. De este análisis podría concluirse que, como ha subrayado Hugo Chávez, el actual presidente de Venezuela (bestia negra de la Iglesia católica), “Jesús ha sido el mayor socialista en la historia de la humanidad”. Puede que exista una cierta hipérbole en esta declaración de Hugo Chávez al poner a Jesús de Nazaret como el mejor entre los mejores socialistas. Pero, por las enseñanzas de tal figura histórica, parecería razonable colocarlo claramente en la tradición socialista. Después de todo, Jesús de Nazaret condenó a los banqueros, a las estructuras del poder económico y a las iglesias de su tiempo, definiendo a estas últimas como hipócritas, adjetivo que parecería el adecuado y merecido ahora para la Iglesia católica española, que siempre ha apoyado sistemáticamente a las estructuras del poder económico y financiero existentes en España.
Tal como afirma Mehdi Hasan, de la lectura sistemática de las enseñanzas de Jesús de Nazaret debe concluirse que el fundador de la Iglesia católica se identificó con los oprimidos y los explotados de la sociedad en la que vivía. La lectura de sus enseñanzas permite alcanzar la conclusión de que Jesús de Nazaret tenía bastante buena idea de cómo funcionaba el orden y desorden social de su tiempo, y que sus simpatías estaban claramente en el lado de los grupos explotados y oprimidos, considerando que la riqueza de las clases dominantes estaba basada en tal explotación. De ahí que concluyera que sería imposible que los ricos fueran al cielo.
Existe, pues, una clara contradicción entre las enseñanzas de Jesús de Nazaret y el comportamiento de la Iglesia católica en España, cuyas prácticas son claramente opuestas a sus enseñanzas. El golpe militar de 1936 (que la Iglesia católica apoyó) liderado por el general Franco era la defensa de los intereses económicos y financieros de los grupos más privilegiados de la sociedad española, intereses que quedaban afectados por las reformas altamente populares llevadas a cabo por los gobiernos democráticamente elegidos durante la República. Entre estos grupos privilegiados estaba la propia Iglesia católica, que era una de las mayores propietarias de tierra, y por lo tanto, afectadas por la reforma agraria propuesta por la República. La Iglesia tenía también en los años treinta, 12.000 fincas rústicas y 8.000 edificios urbanos. La Iglesia era también la institución que ejercía un monopolio en la enseñanza, también afectado por las reformas educativas del Gobierno democráticamente establecido que favoreció el establecimiento de la escuela pública, medida también altamente popular.
De ahí que la Iglesia se convirtiera en el mayor portavoz de la resistencia a tales medidas, alentando públicamente al ejército a que se sublevara en contra del Gobierno democrático. Y cuando el golpe militar ocurrió, la Iglesia lo definió inmediatamente como una Cruzada, una cruzada que paradójicamente tenía en su vanguardia a tropas musulmanas, que eran las que la lideraban. No era de extrañar, por lo tanto, que cuando tuvo lugar el golpe militar sectores de las clases populares atacaran a las iglesias y al clero. Los excesos que ocurrieron en estos ataques (que deben criticarse) no debieran obstaculizar el entender (aunque no justificar) la enorme hostilidad existente hacia la Iglesia por parte de las clases populares que, traicionando el mensaje de su fundador, se había aliado con las fuerzas más explotadoras y oprimentes existentes en España, alianza que continuó durante la dictadura. Durante aquel odiado régimen, la Iglesia (con contadísimas excepciones) formó parte de él.
Esta institución fue, pues, una fuerza beligerante en aquel conflicto, y es de una enorme falsedad presentar a la Iglesia como “víctima”, como hizo recientemente Benedicto XVI. En realidad, su rol fue predominantemente victimizador. En muchas partes de España era la Iglesia la que confeccionaba la lista de los que la Falange o el ejército fusilaban, que eran, por cierto, los que defendían a un Gobierno democráticamente elegido. Y la enorme arrogancia que la caracteriza explica que no haya pedido ni siquiera perdón por su comportamiento a las víctimas, que pertenecían en su mayoría a las clases populares de las distintas regiones y naciones de España.
Esta postura de complicidad con los poderes establecidos estaba y continúa estando en clara contradicción con las enseñanzas de su fundador, Jesús de Nazaret, el cual había subrayado en repetidas ocasiones que “uno no podía servir a Dios y a los ricos a la vez” (Mateo, 6,24 16:13), “el amor y apego a la riqueza es la raíz de todos los males” (Timoteo, 6.10), o “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de un alfiler que un rico entre en el reino de Dios” (Mateo, 19.24). El director de temas políticos de la revista británica New Statesman, Mehdi Hasan, acaba de publicar un artículo –“What would Jesus do?”
(13-12-10)– en el que se analiza el mensaje político que Jesús promulgó a través de sus enseñanzas. De este análisis podría concluirse que, como ha subrayado Hugo Chávez, el actual presidente de Venezuela (bestia negra de la Iglesia católica), “Jesús ha sido el mayor socialista en la historia de la humanidad”. Puede que exista una cierta hipérbole en esta declaración de Hugo Chávez al poner a Jesús de Nazaret como el mejor entre los mejores socialistas. Pero, por las enseñanzas de tal figura histórica, parecería razonable colocarlo claramente en la tradición socialista. Después de todo, Jesús de Nazaret condenó a los banqueros, a las estructuras del poder económico y a las iglesias de su tiempo, definiendo a estas últimas como hipócritas, adjetivo que parecería el adecuado y merecido ahora para la Iglesia católica española, que siempre ha apoyado sistemáticamente a las estructuras del poder económico y financiero existentes en España.
Tal como afirma Mehdi Hasan, de la lectura sistemática de las enseñanzas de Jesús de Nazaret debe concluirse que el fundador de la Iglesia católica se identificó con los oprimidos y los explotados de la sociedad en la que vivía. La lectura de sus enseñanzas permite alcanzar la conclusión de que Jesús de Nazaret tenía bastante buena idea de cómo funcionaba el orden y desorden social de su tiempo, y que sus simpatías estaban claramente en el lado de los grupos explotados y oprimidos, considerando que la riqueza de las clases dominantes estaba basada en tal explotación. De ahí que concluyera que sería imposible que los ricos fueran al cielo.
Existe, pues, una clara contradicción entre las enseñanzas de Jesús de Nazaret y el comportamiento de la Iglesia católica en España, cuyas prácticas son claramente opuestas a sus enseñanzas. El golpe militar de 1936 (que la Iglesia católica apoyó) liderado por el general Franco era la defensa de los intereses económicos y financieros de los grupos más privilegiados de la sociedad española, intereses que quedaban afectados por las reformas altamente populares llevadas a cabo por los gobiernos democráticamente elegidos durante la República. Entre estos grupos privilegiados estaba la propia Iglesia católica, que era una de las mayores propietarias de tierra, y por lo tanto, afectadas por la reforma agraria propuesta por la República. La Iglesia tenía también en los años treinta, 12.000 fincas rústicas y 8.000 edificios urbanos. La Iglesia era también la institución que ejercía un monopolio en la enseñanza, también afectado por las reformas educativas del Gobierno democráticamente establecido que favoreció el establecimiento de la escuela pública, medida también altamente popular.
De ahí que la Iglesia se convirtiera en el mayor portavoz de la resistencia a tales medidas, alentando públicamente al ejército a que se sublevara en contra del Gobierno democrático. Y cuando el golpe militar ocurrió, la Iglesia lo definió inmediatamente como una Cruzada, una cruzada que paradójicamente tenía en su vanguardia a tropas musulmanas, que eran las que la lideraban. No era de extrañar, por lo tanto, que cuando tuvo lugar el golpe militar sectores de las clases populares atacaran a las iglesias y al clero. Los excesos que ocurrieron en estos ataques (que deben criticarse) no debieran obstaculizar el entender (aunque no justificar) la enorme hostilidad existente hacia la Iglesia por parte de las clases populares que, traicionando el mensaje de su fundador, se había aliado con las fuerzas más explotadoras y oprimentes existentes en España, alianza que continuó durante la dictadura. Durante aquel odiado régimen, la Iglesia (con contadísimas excepciones) formó parte de él.
Esta institución fue, pues, una fuerza beligerante en aquel conflicto, y es de una enorme falsedad presentar a la Iglesia como “víctima”, como hizo recientemente Benedicto XVI. En realidad, su rol fue predominantemente victimizador. En muchas partes de España era la Iglesia la que confeccionaba la lista de los que la Falange o el ejército fusilaban, que eran, por cierto, los que defendían a un Gobierno democráticamente elegido. Y la enorme arrogancia que la caracteriza explica que no haya pedido ni siquiera perdón por su comportamiento a las víctimas, que pertenecían en su mayoría a las clases populares de las distintas regiones y naciones de España.
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