Loïc Wacquant - Revista Herramienta N° 48
Para mí es un honor el hecho de que especialistas en arquitectura me hayan tenido en cuenta y se hayan ocupado de mi obra, y un placer el haber sido invitado a dar esta conferencia 1Es más, es un placer doble pues he crecido en una tradición intelectual europea con un nivel disciplinario muy bajo, de modo que no me considero tanto un sociólogo como un científico social común que resulta estar empleado en un departamento de sociología. Y considero un componente esencial de mi deber en mi ocupación el encarar temas a través de los límites disciplinarios, así como a través de la división entre las ocupaciones profesionales y las académicas. Más aún, el tema de la seclusión urbana se presta muy bien a este tipo de intercambios, de los que pueden beneficiarse los investigadores y los practicantes.
Me propongo estimularlos intelectualmente merodeando por un tema al que he dedicado más de una década de trabajo, o sea, el cambio de las formas de la marginalidad urbana en las sociedades avanzadas: lo que llamo la polarización urbana desde abajo. Lo haré recurriendo a dos de mis libros recientes. El primero, Los condenados de la ciudad2 disecciona el cambio del gueto negro americano luego de los disturbios de los años sesenta y lo compara con la decadencia de la periferia de las ciudades europeas occidentales para desentrañar la dinámica y la experiencia de la relegación en la sociedad avanzada. El segundo libro, Castigar a los pobres: el gobierno neoliberal de la inseguridad social3 rastrea la política punitiva, vinculando el “workfare” [medidas designadas para forzar el encasillamiento de los receptores de ayuda pública en la desregulada economía de servicios. NdT] restrictivo con el creciente “prisonfare” [la política de enviar a los desempleados, a los empleados marginales y a los pequeños criminales a la cárcel. NdT], desplegada por el estado para imponer el trabajo precario y reprimir los desórdenes generados por la brusca implosión del gueto negro en los EE. UU. y la descomposición gradual de los municipios obreros en Europa, sustituidos por un nuevo régimen de pobreza urbana, al que llamo la “marginalidad avanzada”. Estos dos libros están íntimamente relacionados4, en primer lugar, cronológica y temáticamente (pues forman parte de una secuela) y en segundo lugar, conceptualmente: ambos demuestran el confinamiento o contención espacial como una técnica para controlar las categorías y territorios problemáticos, que es el tema de mi conferencia. Lo enfocaré esbozando primeramente un marco rudimentario para analizar el uso del espacio como un medio para el encierro social y el control en la ciudad. Luego aplicaré este esquema para presentar un análisis resumido de las distintas trayectorias del gueto negro norteamericano y el distrito urbano de la clase obrera europea en la era post-fordista, ancladas por los tres conceptos espacialmente conjugados de “gueto”, “hipergueto”, y “antigueto”.
Principios básicos de la seclusion socio-espacial
Para relacionarnos con la práctica y las preocupaciones de la arquitectura, primero esbozaré una suerte de narración analítica, una historia de dimensiones y mecanismos que nos ayudarán a comprender las variables formas de la desigualdad y la marginalidad urbana a comienzos del presente siglo, y lo que implican para el entorno urbanístico, y de esta manera indirectamente para vuestras actividades y reflexiones profesionales. El enigma teórico más profundo que anima al análisis empírico de las manifestaciones concretas de marginalidad presentadas en Los condenados de la ciudad y en Castigar a los pobres, es el despliegue del espacio como un producto y un medio del poder. En este sentido, el gueto, el hipergueto, y el antigueto, así como la prisión, son sólo cuatro entre muchas configuraciones de un proceso genérico que podemos llamar seclusión socioespacial. Explicaré este concepto abstracto y luego la guetización y sus formas pertinentes en la estructura analítica sobre la que se apoya.
La seclusión socioespacial es el proceso por el que se acorralan, se cercan y se aíslan determinadas categorías y actividades sociales en un cuadrante reservado y restringido de espacio físico y social. El verbo “secluir”, originado en 1451, proviene del latín secludere, que significa cerrar, aislar, confinar.5 La seclusión socioespacial puede afectar a poblaciones (por ejemplo, burgueses, inmigrantes, sectas religiosas), instituciones (como las instalaciones médicas, country clubs, sex shops), y actividades (escolares, narcotráfico, o la incineración de residuos), y puede especificarse de acuerdo a los escenarios: la seclusión socioespacial rural sucede en el campo mientras que la seclusión socioespacial urbana opera en la ciudad y sus alrededores -un ambiente que no caracterizaría tanto por su “tamaño, densidad, y heterogeneidad”, al estilo de la escuela clásica de Chicago junto a Louis Wirth, sino por la acumulación espacial e intensa de distintas formas de capital (económica, cultural, social, y simbólica), propiciadas por una maquinaria administrativa, siguiendo los esquemas de Pierre Bourdieu6 y Max Weber.
En cada uno de estos escenarios, podemos distribuir formas de seclusión socioespacial a lo largo de dos dimensiones básicas. La primera dimensión es el nivel en la jerarquía social, ya sea que esta jerarquía esté basada en la clase (la capacidad de mercado), etnicidad (el honor), o la jerarquización del prestigio de los lugares –generalmente estas están estrechamente correlacionadas, de modo que el razonamiento no cambia en lo fundamental. Podemos tratar esta jerarquía como una secuencia continua, o para decirlo más claramente, dividirla en la seclusión por arriba y la seclusión por abajo de la sociedad. La segunda dimensión es si la seclusión es electiva, resultante de una opción y un deseo de participar o de limitar la presencia y peregrinaciones de uno a una zona particular, o impuesta, producida por compulsión, como cuando las personas son obligadas por fuerzas exteriores a sujetarse a sus actividades, restringir sus movimientos, o limitar su residencia a una ubicación dada. En el primer caso la seclusión socioespacial es orientada y consolidada por la afinidad desde adentro, y en el segundo por la hostilidad desde afuera.
Podríamos entonces distribuir las formas típicas ideales del aislamiento socio-espacial en el espacio bidimensional definido por dos ejes imaginarios: el electivo versus al impuesto, uno arriba y el otro abajo. Del lado de la opción y alto en el espacio social y físico, hallaríamos a esas personas que optan por el aislamiento y buscan privacidad, que desean estar entre sus semejantes o evitar poblaciones degradadas y actividades indeseables. Esta auto-seclusión en la cumbre, alimentada por una orientación grupal interna está representada por enclaves de elite o distritos tradicionales de clases altas en la ciudad (como los que fueron erigidos y defendidos ferozmente por la alta burguesía parisién, descritos por Pinçon y Pinçon-Charlot) y en una forma hiperbólica por los “barrios cerrados” que se han expandido en lo alto de la jerarquía social y espacial durante las dos últimas décadas (donde al aislamiento deliberado se lo concreta con límites físicos, vallas con verjas y guardias para vigilancia y protección) para ofrecer un paraíso social homogéneo, seguro contra el delito, y con las comodidades para sus miembros en una comunidad y lugar privilegiados.7 De este modo, arriba se hallarían las actividades nobles ejercidas por personas poderosas, dotadas del capital material y simbólico para excluir a otros y para auto-secluirse, mientras que abajo se hallarían, apiñadas, las actividades innobles, y las poblaciones impuras, privadas del capital económico y cultural, los desposeídos y los miserables.
Las dos principales formas étnico-raciales desplegadas para efectivizar la seclusión socioespacial en la base de la jerarquía urbana son el gueto y la agrupación étnica, que no deben ser confundidos pues están situados en los dos extremos de la secuencia continua de restricción/elección y tienen funciones opuestas. En su estudio del “Temor al Contacto” en la Venecia del siglo XVI que nos retrotrae hacia la invención del primer gueto en la historia, Richard Sennett 8 acuña una hermosa expresión que logra su propósito. Al gueto lo llama un condón urbano, pues su creación permitió la penetración de los judíos en la ciudad cristiana (se los necesitaba para proveer una gama de servicios financieros, comerciales y culturales cruciales para la prosperidad de la corte), aunque aislándolos para restringir el contacto íntimo con ellos (se creía que el cuerpo judío era corrupto y corruptor, un agente transmisor de enfermedades y sacrilegios). El gueto emergió como el mecanismo socioespacial que permitía la explotación económica y el aislamiento de esta categoría marginada: los judíos se desplegaban por la ciudad para llevar a cabo sus deberes económicos esenciales durante el día, pero al caer la noche volvían para encerrarse tras las puertas de su barrio reservado so pena de ser severamente castigados. Cuando circulaban fuera de las paredes de su gueto, se les exigía vestir una prenda especial (como un sombrero amarillo o un gorro puntiagudo) de modo que los cristianos pudieran identificarlos y evitarlos. El mismo mecanismo espacial fue reinventado y desarrollado cuatro siglos más tarde en el nordeste y el oeste medio de los Estados Unidos cuando los negros del sur emigraron a las ciudades industriales que crecían y necesitaban su trabajo pero no deseaban que se mezclaran con los residentes blancos, para que no diera lugar a la “igualdad social” entre las llamadas razas y el aborrecimiento al “mestizaje”. En este caso, el color de la piel anunciaba que era miembro de una categoría étnico-racial inferior para ser evitado. 9El barrio de Bronzeville en Chicago, claramente limitado, servía de fuente de trabajo y a la vez, de contenedor profiláctico de cuerpos contaminantes.
Durante los años de la entreguerra, la escuela de Chicago, que inició el estudio sociológico de la ciudad en los Estados Unidos, cometió el cardinal error de englobar a los agrupamientos institucionales formados por las recientes olas de inmigrantes irlandeses, italianos, polacos y alemanes, bajo un concepto mal definido de “gueto”, incluyendo a los barrios judíos y el “Cinturón Negro” de la ciudad. Esto es lo que he llamado el error de Wirth, refiriéndome a Louis Wirth, uno de los fundadores de la ecología urbana, por dos razones. Primero, como el mismo Wirth demuestra involuntariamente en su obra clásica The Ghetto, nunca existió un gueto judío en los Estados Unidos, que no fuera como un “estado espiritual”, o sea, un “sentimiento nuestro” y una orientación cultural subjetivos, lo que es muy diferente a un artilugio socioespacial concreto. Y en segundo lugar, y más crucial, en contraste con el “Cinturón Negro”, el enclave íntegramente negro en el que todos los afroamericanos, independientemente de su clase social, estaban obligados a residir mediante una combinación de persuasión legal, intimidación en las calles y violencia colectiva, estas agrupaciones étnicas blancas estaban mezclados en su composición, móviles en su localización y sólo contenían una minoría de sus respectivas poblaciones de inmigrantes, que residían allí principalmente debido a las limitaciones de clase y a la atracción cultural.
Si lo viéramos en términos arquitectónicos, la agrupación étnica (blanca) puede ser representada por un puente, mientras que el gueto (negro) podría ser representado por un muro. Uno es un mecanismo de seclusión flexible y temporal dentro de un perímetro poroso que funciona como una cámara de aclimatación y un apeadero hacia la asimilación cultural y la integración socioespacial en el ámbito social más amplio. El otro es un medio de seclusión inflexible y permanente dentro de un bolsón impermeable que sirve para aislar y diferenciar a la población que alberga a perpetuidad (o sea, hasta que se destruye). En resumen, la agrupación étnica y el gueto tienen estructuras divergentes y funciones opuestas; en consecuencia es un error sociológico fundamental amalgamarlos. Este es un error que siguen cometiendo habitualmente los cientistas sociales. Ojeemos, por ejemplo, la descripción histórica de la “Nueva York étnica” luego de la Segunda Guerra Mundial, de Joshua Zeitz. Un error relacionado es el que sustituyendo al encierro étnico-racial por la pérdida de ingresos, asimila el gueto a “un vecindario con una alta concentración de pobres, independientemente de su composición étnica” (pág. 3). Por esta distorsionada definición, que se popularizó en la investigación políticamente tendenciosa sobre la pobreza urbana en los Estados Unidos en los años noventa, los distritos rurales pobres y las reservas aborígenes americanas serían gigantescos guetos, como podrían serlo los barrios más pobres de una ciudad íntegramente blanca; pero entonces, el gietto novo veneciano y el barrio de Bronzeville en Chicago en su apogeo histórico, ¡no eran guetos! Esto basta para mostrar la incoherencia e incongruencia de esta tramposa definición.
Para mejor comprender la diferencia entre el gueto y la agrupación étnica, sería útil trazar al pie de un diagrama de formas de seclusión socioespacial una tercera institución de confinamiento forzado: la cárcel. La cárcel utiliza la restricción física de los muros y el poder de los guardianes para segregar a los convictos, que son una categoría desacreditada a quienes se amputan sus derechos y contactos con los del exterior, como sanción por haber violado las pautas de conducta sociales. Es una especie de gueto judicial en el que los reclusos desarrollan una sociedad y cultura paralelas propias en respuesta al aislamiento forzado y las privaciones que esto implica. 10A la inversa, podemos concebir al gueto como una cárcel étnico-racial que confina a una población miserable en un perímetro especial en el que está limitada a desarrollar su esfera vital separada, como reacción al confinamiento espacial y el destierro social. Cuando comprendemos la afinidad entre el gueto y la cárcel, entendemos porqué el colapso del primero luego de los disturbios de los años sesenta condujo al crecimiento de la última como un sucedáneo para acorralar a una población a la que se consideraba despreciable, miserable, y peligrosa.11
El gueto, por definición, es un organismo urbano que surge en el contexto de un área densamente poblada que necesita ávidamente el valor económico proporcionado por la categoría estigmatizada; si no, esta última sería simplemente excluida o expulsada, como periódicamente lo fueron los judíos antes del surgimiento de los principados urbanos, y los estadounidenses negros antes de la irrupción del fordismo. Si esta conferencia fuera parte de una serie, en lugar de ser una sola, dedicaría un par de sesiones para desarrollar las formas de seclusión socioespacial en el ambiente rural, porque hay mucho que aprender también de esa comparación. En el campo, el factor principal que diferencia las modalidades de encierro espacial es si la población subordinada debe trasladarse para suministrar trabajo, o ser eliminada para liberar la tierra que ocupa. En los casos donde el grupo dominante no desea, o no puede, extraer trabajo de los subalternos, pero busca apropiarse de su territorio, como en los intrusiones coloniales con el fin de crear un asentamiento, a menudo vemos surgir de una reservación, o sea, un tramo de tierra, generalmente localizada en un área remota y económicamente improductiva, gobernada mediante leyes especiales y reglas de costumbres, diseñadas para reagrupar e inmovilizar a esa población. Esta es la historia de los norteamericanos nativos en este país: por una variedad de razones demográficas, culturales y políticas, no eran una oferta de trabajo adecuada pero ocupaban una tierra preciosa que era indispensable para el proyecto colonial de expansión agraria. En consecuencia, se ejerció la seclusión socioespacial para trasladarlos a áreas restringidas y neutralizar las amenazas que representaban.12 Hay una variedad de constelaciones intermedias que surgen para asegurar la fuerza de trabajo de poblaciones subordinadas, aunque impidiéndolas de entrar en la ciudad, porque la urbanización total elevaría el costo de su reproducción y también generaría presiones hacia la mezcla (lo que a su vez, socavaría la pureza y la jerarquía étnico-racial). En tales escenarios, se tiene un campo, de los que hay dos tipos principales: el campo de trabajo para trabajadores inmigrantes (así como también delincuentes convictos y prisioneros políticos) y el campamento de refugiados para personas políticamente desplazadas. 13
En una palabra, deberíamos reunir las distintas formas de seclusión socioespacial dentro de una sola estructura analítica y teorizarlas juntas, en lugar de tratarlas por separado, como si pertenecieran a diferentes dominios (estudios rurales, sociología urbana, criminología, y la antropología de la clase y la etnicidad) y obedecieran a diferentes lógicas. Se pierde mucho con la división convencional en compartimientos de la investigación sobre las formas en que despliega el espacio para definir y confinar categorías y actividades. El sociólogo urbano normal no presta atención a las comunidades del campo de donde provienen los inmigrantes a la ciudad y pierde las ventajas que podría ganar investigando procesos socioespaciales similares de concentración, separación, y asignación que operan en diferentes ámbitos.
En forma similar, los que estudian los barrios de clases altas y comunidades cerradas olvidan a los guetos y las cárceles; interpretan la formación de enclaves de los privilegiados como un proceso en sí mismo, desconectado de la suerte de las categorías de los desposeídos y despreciados, atrapados al pie del espacio social y físico, cuando en realidad están directamente relacionados (la caída del gueto negro, y el incontrolado temor racial que desató, es una causa indirecta del surgimiento de la comunidad cerrada).14 Los profesionales que investigan la migración se centran en las agrupaciones étnicas –en los Estados Unidos, eso significa que estudian a las corrientes inmigratorias europeas, latinoamericanas, y asiáticas- y dejan a los historiadores de la urbanización afroamericana el estudio del gueto (hay notables excepciones, como el estudio de las trayectorias comparadas de negros, italianos y polacos en Pittsburgh, durante la primera mitad del siglo por Bodnar et al, pero estas excepciones son muy esporádicas). Finalmente, los criminólogos y penalistas que investigan la encarcelación nunca relacionan la variables estructuras y roles de la cárcel con las formas exteriores del contención espacial forzada infligida a la principal población dependiente de las instituciones carcelarias, mientras que los cientistas sociales que estudian el gueto negro no estudian a la cárcel, aun cuando la desintegración del primero es una de las causas más importantes de la rápida expansión de la última, pues se combinaron con una triple relación de sustitución funcional, continuidad estructural, y sincretismo cultural. 15
La categoría de aislamiento socio-espacial puede servir no sólo para comparar y contrastar las experiencias espaciales de diferentes poblaciones en diferentes niveles en la estructura social, sino también para trazar un mapa de cómo la misma población puede ser acorralada por una combinación de aparatos espaciales a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en ese mapa se podría incluir a Sudáfrica y relacionar la gama de formas socioespaciales abarcadas para consolidar la dominación racial y la explotación de clase a lo largo de la vida de la República Sudafricana. En un extremo del espectro, se hallaría la institucionalización de las reservas heredadas de la era colonial bajo el régimen de la “segregación” (1910-1948) y luego los Bantustanes, las repúblicas negras títeres inventada por los gobernantes blancos en 1958 para “externalizar” la ciudadanía de los negros. Cerca del centro de ese espectro, se localizaría los recintos mineros, una variante del campamento de trabajo que sirvió para reclutar y fijar al trabajo inmigrante rotativo para beneficio de las industrias extractivas durante y después del “auge del mineral”. Juntos, la reserva y el campamento minero, supuestamente detendrían la urbanización, pero fracasaron, de modo que los negros se instalaron en masas en las ciudades, donde fueron entonces relegados a los “townships” (áreas reservadas para la población negra, la versión sudafricana del gueto), en los que gradualmente fueron acumulando los recursos para cuestionar y eventualmente derribar el dominio blanco. Mientras tanto, en la cima de la estructura económica, racial y urbana, los enclaves fortificados de la elite y las diversas comunidades cerradas de las clases altas prosperaron, que eran exclusivamente blancas bajo el apartheid, antes de volverse parcialmente negras luego de 1994.16
Sudáfrica es un terreno particularmente rico para abordar las cuestiones de seclusión socioespacial porque es una sociedad que ha impulsado la espacialización de la dominación hasta el extremo. En particular durante la era del apartheid, el estado creó una enorme maquinaria burocrática y un intrincado paquete de leyes diseñadas para hacer cumplir una estrecha correspondencia entre el espacio simbólico (la rígida división de la sociedad en una escala de categorías étnico-raciales oficiales mutuamente excluyentes), el espacio social (la asignación de recursos eficientes para estas categorías), y el espacio físico (la distribución autoritaria de poblaciones en las ciudades y en las áreas rurales).
En ese aspecto, es lo opuesto de Brasil, donde la división étnico-racial y su proyección en el espacio tienen contornos difusos. Esto indica la necesidad de estudios comparativos que investiguen qué combinaciones de formas de seclusión socioespacial se desarrollan en qué clases de sociedad y por qué.
Estructura, funciones y destino del gueto norteamericano
Consideremos ahora el gueto como una modalidad de seclusión socioespacial y el destino del gueto negro norteamericano luego del reflujo del movimiento de derechos civiles como un enigma histórico. Para crear un gueto se necesita reunir cuatro elementos estructurales. El primero es el estigma: un gueto surge en el curso del trato con una población que está manchada, o sea, mancillada y que mancilla a los ojos de la categoría dominante, de modo que debe restringirse, si no prohibirse, el contacto íntimo con ella. Para los judíos en los guetos de la Europa renacentista, el estigma era étnico-religioso, relacionado con la generalizada creencia cristiana de que los judíos eran responsables de la muerte de Cristo, portadores de enfermedades contagiosas, y agentes de transmisión de inmoralidad y herejía. Para los afroamericanos en las metrópolis industriales durante la era fordista entre 1910 y 1970, era la mancha asociada con la esclavitud, elaborada por creencias cotidianas, religiosas y seudocientíficas sobre la presunta inferioridad y hasta la bestialidad de los negros. El segundo elemento básico del gueto es la restricción: hemos visto que las poblaciones pueden concentrarse espacialmente no sólo como resultado de una imposición exterior sino también por la afinidad, mediante una auto-seclusión elegida basada en la clase, la cultura, o el estilo de vida. No debemos confundir estas dos situaciones. Repitamos, en la Norteamérica de principios del siglo XX, las llamadas etnias blancas se congregaban libremente y temporalmente en agrupamientos étnicos mezclados (la “pequeña Italia”, la “pequeña Irlanda”, el “barrio alemán”, etc.), nacidos de una combinación de experiencias inmigrantes, posición de clase, y simpatía cultural; pero jamás fueron uniformemente obligados a residir en un territorio fijado y reservado donde sólo vivían los miembros de la misma etnia, como sí lo fueron los afroamericanos urbanos luego de la década de 1910.17
El tercer constituyente del gueto, precisamente, es la asignación espacial: un gueto surge cuando un pueblo estigmatizado pasa a residir en un área rodeada a la que se lo asigna por la fuerza y que a su vez se asigna él mismo, de modo que se tiene una implicancia en un doble sentido de categoría y territorio que lleva a la homogeneidad y exclusividad étnicas. Esto nos lleva al cuarto y final ingrediente que constituye el gueto, a saber, el paralelismo institucional. Como a la población impura se la presiona para residir exclusivamente en su distrito asignado, del cual no puede escapar, desarrolla una red de instituciones que duplican y sustituyen las instituciones de la sociedad más amplia, de la cual es rechazada. De este modo los judíos en la Italia de la modernidad temprana, siendo obligados a vivir en un barrio reservado judío (hasta entonces, en su mayoría habían elegido residir por separado) elaboraron un denso surtido de organizaciones culturales, económicas y de beneficencia, así como forjaron una identidad común anulando sus diferencias de nacionalidad, geografía y lenguaje heredadas. En efecto, el gueto es un sólido escudo socioespacial, un paragolpes protector que crea un diferente Lebenswelt, dentro del cual el subordinado puede respirar fuera del contacto directo con el dominante. De este modo, desde el punto de vista de los judíos en la ciudad europea de la modernidad temprana, y desde el punto de vista de los afroamericanos en las metrópolis fordistas, el ser guetizados les daba una esfera propia separada y protegida por ellos mismos que minimizaba la interacción y la fricción cara a cara con el dominante, y les permitía acumular capital económico, desarrollar diferentes especies de capital cultural, y lograr el capital social necesario para organizarse y eventualmente desafiar el estigma que portaban y la seclusión que sufrían. La fuerza del gueto como un andamio de cohesión social y mecanismo de producción cultural le permite a sus residentes invertir la valencia del capital simbólico negativo fijado a ellos colectivamente (como se manifestó cuando irrumpió la consigna “lo negro es hermoso”, durante la ola de disturbios de los años sesenta) y eventualmente atacar al mismo artilugio socioespacial que los determina y confina.
En el libro Las dos caras del gueto 18(al que quienes dominan el alemán, de ustedes, puede leer bajo el nombre más evocativo Das Janusgesich des Ghettos), sostengo que los guetos se los ha percibido a través de un estrecho prisma moral resumido por la ecuación falsamente evidente: Yo estudio la dominación racial = yo estoy contra el racismo = los objetos que estudio son malos. Como una modalidad de dominación racial, los guetos ofenden nuestras sensibilidades morales en la medida en que violan los sacrosantos principios de la igualdad individual y la dignidad para todos. Como resultado, son descritos en consecuencia como constelaciones infames con una carga negativa que uno quiere condenar, impedir que surjan, o tratar de socavar. Pero el generoso sentimiento moral que alimenta esta indignación es un serio obstáculo para el análisis sociológico. (Esta es una aplicación particular del principio general del pensamiento social científico que le gustaba repetir y enfatizar a mi mentor y amigo Pierre Bourdieu: “con los buenos sentimientos se hace una mala sociología”.)
El enfoque acusatorio comúnmente adoptado por los analistas sociales les ha impedido reconocer que un gueto es un mecanismo de dos caras: es al mismo tiempo e inseparablemente un instrumento de subordinación y un conducto para protección, unificación, y cohesión. Debemos estar atentos ante los beneficios ocultos y contra-intuitivos de la guetización, que ofrece a una categoría etno-racial subordinada un vehículo para la auto-organización y movilización, y de allí permitirles fortalecer su “poder desde abajo”. Es por esto que los guetos son formaciones estructuralmente inestables que tienen una limitada vida útil (fuera de las formaciones sociales basadas en la propiedad): siembran y cultivan las semillas de su propia destrucción al fortalecer a los límites etno-raciales manifiestos subordinados y notables que pueden ser atacados; mientras que otras configuraciones de dominación etno-racial, como la discriminación difusa y la segregación dispersa como la que experimentan los inmigrantes postcoloniales en Europa Occidental o los brasileños de piel oscura, por ejemplo, hacen más difícil para una población miserable y desposeída poder agruparse y cuestionar a su marginalización.
¿Qué le sucedió al gueto negro norteamericano luego de los levantamientos de la década de 1960? Si se comprende que un gueto no es solamente un lugar segregado, un barrio de viviendas derruidas y ruina social, un vecindario “malo” que contiene todo tipo de patologías sociales, entre ellas el vicio y la violencia (en lo que se puede convertir luego de su destrucción); si se entiende que es un mecanismo socioespacial peculiar dirigido a llevar a cabo la explotación económica y el ostracismo social, entonces se puede estudiar las causas de la brutal implosión de los “Bronzevilles” de Norteamérica, posterior al apogeo del movimiento de los derechos civiles. El gueto se partió en pedazos y se desmoronó, por así decir, bajo la presión de tres fuerzas convergentes. La primera es económica: es el cambio desde una economía industrial fordista, anclada por la producción fabril localizada dentro de la ciudad y que necesitaba una gran cantidad de trabajo no calificado, a una economía descentralizada basada en los servicios en la que la automatización, la relocalización global, y una renovada inmigración de clases bajas hizo innecesarios a los trabajadores urbanos negros. El segundo factor es demográfico y político: es lo que llamo la gran emigración blanca. Los historiadores han escrito excelentes libros sobre la gran emigración negra desde el Sur hacia las ciudades del Norte entre las dos guerras mundiales, 19 pero todavía estamos esperando una descripción detallada del masivo éxodo blanco hacia los suburbios, como reacción a la entrada de los negros y su impacto que repercutió en la sociedad, la cultura y la política norteamericanas.20
Durante los años sesenta y los setenta, los blancos huyeron por millones para recrear en los suburbios la distancia social y espacial con los negros del Sur que entraban en masa en la metrópolis. Esta transferencia masiva de poblaciones cambió el centro de gravedad electoral del país, de las ciudades centrales a los suburbios, reduciendo en consecuencia el impulso político de una población interna de las ciudades ya marginadas en la esfera económica. También causó la crisis fiscal de las ciudades de la década de 1970 que fue usada por las elites políticas como pretexto para achicar los programas para los pobres y reorientar la política urbana hacia la provisión de servicios corporativos y otros servicios para la clase media. La tercera fuerza que despedazó al gueto es la movilización negra exitosa contra el dominio blanco, en la forma del movimiento por los derechos civiles y su desprendimiento radical, el Movimiento del Poder Negro, que pasó a cuestionar frontalmente la seclusión socioespacial y la disparidad económica en las metrópolis.
Estos tres factores convergieron para causar la implosión del gueto, lo que dio lugar a una constelación dual, compuesta por el hipergueto y los vecindarios satélites de la clase media negra. La fuga masiva de blancos a los suburbios crearon las vacantes que permitieron a la clase media afroamericana emigrar y crecer en distritos segregados adyacentes al gueto histórico, separados de los blancos y de las clases negras bajas atrapadas en el Bronzeville, que se iba hundiendo. De este modo, la década de 1970 inició un doble proceso de diferenciación social y separación espacial de la población negra, de modo que continuó la seclusión socioespacial de los afroamericanos en la ciudad, pero mediante un mecanismo bifurcado que articulaba dos contenedores urbanos diferentes: el hipergueto para los sectores precarios de la clase obrera, y los vecindarios segregados físicamente y separados socialmente del hipergueto, para las clases media y alta.
Hay tres características que distinguen al hipergueto fin de siécle del gueto comunal que había surgido en la década de 1910, floreció hacia 1950 y se hundió a fines de la década de 1960. La primera, es que el hipergueto carece de una función económica, por cuanto la fuerza de trabajo que contiene ha pasado a ser excedente. La segunda, la superfluidad económica ha llevado a la des-diferenciación social y la evaporación de la burguesía negra, de modo que el hipergueto está doblemente segregado por raza y por clase. La tercera característica, es que ha sido despojado del paquete de instituciones crecidas en su propio medio que solían amortiguar contra la dominación y constituían la estructura de la vida cotidiana. Las instituciones comunales del Bronzeville histórico han sido reemplazadas por las burocracias estatales de control social: la política de solidaridad social se convirtió en una política de crear trabajos para la comunidad o cursos de formación de carácter obligatorio para poder cobrar un subsidio al desempleo, las escuelas públicas se han degradado al rango de instituciones de custodia, y la policía agresiva, los tribunales punitivos, y un sistema carcelario y sus prolongaciones, como los supervisores de regímenes de libertad bajo palabra. En resumen, el hipergueto es un mecanismo socioespacial adaptado para la exclusión abierta, que escinde a la comunidad negra a lo largo de líneas de clase y no ofrece ninguna de las protecciones colectivas y beneficios colaterales de la guetización.
La seclusión europea: del municipio obrero al antigueto
Crucemos ahora el Atlántico y estudiemos la trayectoria de la periferia en decadencia de la ciudad europea occidental luego de mediados de los años setenta. Para comenzar, estos territorios obreros han sido descritos –y denigrados- comúnmente como “guetos de inmigrantes” en los medios de comunicación masiva y en los debates políticos, cuando en realidad son áreas mezcladas, tanto en lo que se refiere a la ocupación como a la etnicidad.21.Aparte de unas pocas excepciones locales, las banlieues de las clases bajas en Francia contienen poblaciones que son mayoritariamente francesas y mezcladas con residentes provenientes de una docena a cinco docenas de nacionalidades. Históricamente, su anclaje ha sido el empleo fabril y se han caracterizado por una íntima integración del mundo del trabajo asalariado, los servicios municipales, y los vecindarios de obreros manuales y de vida en familia. Pero esta estrecha vinculación entre el taller, el municipio y la comunidad se fue deshaciendo bajo la presión de la desindustrialización y la desocupación masiva, la universalización de la enseñanza como una forma de acceder a posiciones sociales más valoradas, y los cambios en la política estatal.
Me concentraré en la política estatal con respecto a las viviendas para trabajadores de bajos ingresos, pues esta es una cuestión interesante para los arquitectos y planificadores urbanos. Dicho esquemáticamente, durante las tres últimas décadas, los gobiernos de Europa Occidental han pasado de financiar la construcción de viviendas sociales destinadas a la clase obrera a otorgar subsidios para hogares individuales para ayudarlos a ingresar en el mercado de la casa individual. Esto ha permitido a familias de clase media inferior a abandonar las grandes urbanizaciones del sector público y emigrar a casas individuales en terrenos privados. Esta política de favorecer a los hogares con cierta seguridad material ha dejado atrás en los proyectos a las familias de la clase obrera, justamente cuando éstas estaban siendo socavadas por un dramático crecimiento del desempleo y la implacable proliferación de los empleos precarios. El resultado ha sido el deterioro físico, la pauperización económica, y la denigración pública de la periferia urbana, ahora universalmente considerada como lugar de infiernos urbanos en los que pueden vivir únicamente los desechos de la sociedad.
Surge entonces esta pregunta: estos territorios obreros empobrecidos y estigmatizados, ¿están evolucionando de modo que se transformarán en guetos o en algo similar? Habiendo elaborado una caracterización analítica rigurosa de lo que es un gueto, también podemos responder rigurosamente. Si no hubiéramos especificado conceptualmente qué queremos decir con ese término, la pregunta no habría tenido sentido o sería irresoluble. En relación a esto, si nos aferramos a la incipiente noción popular actual en la vida cotidiana, a los medios, y gran parte de los investigadores, la confusa y constantemente variable percepción común del gueto como únicamente un “vecindario malo”, o un distrito segregado, pobre, violento o decrépito al que preferiríamos no entrar ni vivir en él, entonces en casi todos lados podríamos hallar guetos. ¡Y tales guetos desaparecen tan rápido como aparecen, dependiendo de un conjunto de factores coyunturales, como las tendencias del delito y la tasa de desempleo! Pero entonces, bajo cualquiera de estas definiciones, los dos casos canónicos del gueto, los giettos de Venecia, Florencia o Roma en el siglo XVI, y los Bronzevilles que florecieron en Chicago, Detroit, o Nueva York a mediados del siglo XX, ¡no eran guetos! ¿La periferia obrera de las ciudades europeas occidentales va en dirección al gueto? Mi respuesta a esta pregunta es firme e inequívocamente negativa. Para los detalles empíricos, os remito a Los condenados de la ciudad . Aquí sólo quiero destacar cuatro tendencias que muestran que los menospreciados distritos de las metrópolis europeas han ido en la dirección opuesta, de modo que podemos decir que se están transformando en “antiguetos”, si queremos mantener esa terminología, que para mí no es útil ni apropiada.
La primera tendencia, es que la guetización significa que los miembros de una determinada categoría están obligados a vivir en un espacio separado y reservado para ellos, lo que se traduce mecánicamente en una creciente homogeneidad étnica. Pero los distritos indigentes del cinturón rojo parisiense y las banlieues de Francia se han vuelto menos homogéneos en este aspecto durante las últimas dos décadas. Cuando llevé a cabo un trabajo de campo en la ciudad de La Courneuve en 1991, no lejos del Aeropuerto Charles de Gaulle, la población que residía en su denigrado proyecto habitacional de Les Quatre Mille provenía de veintiséis nacionalidades; cuando volví a esa cité para discutir mi libro con activistas locales en 2006, hallé que dicha urbanización ahora aloja unas sesenta y dos nacionalidades.
Un segundo indicador de la guetización es una creciente densidad organizacional: una categoría estigmatizada asignada a un enclave reservado lo llenará con instituciones propias, como se registró en el crecimiento y la creciente diferenciación de organizaciones formales e informales. Pero en los territorios obreros a lo largo de Europa Occidental, desde la región central de Inglaterra al Ruhr alemán y a los quartieri degradati de las ciudades del norte de Italia, se ha visto justamente lo opuesto: la decadencia y muerte de las organizaciones locales, en particular las que auxiliaban a la clase obrera industrial en las esferas del trabajo y del vecindario. Frecuentemente las asociaciones actuales en estos distritos son ramas directas o indirectas del estado, es decir, burocracias públicas y agencias de la comunidad que dependen del presupuesto estatal.
En tercer lugar, antes señalé que el gueto es un mecanismo de fusión cultural que alienta el surgimiento de un idioma compartido de identificación y de reclamos que abarca los distintos componentes de la población estigmatizada. De este modo, la guetización erosionó la distinción entre askenazis y sefaradíes en el caso de los judíos, y en forma similar fusionó las diferencias entre negros y mulatos que habían aspirado a ser reconocidos como una categoría separada hasta la década de 1920 en el caso de los afroamericanos. Nuevamente, los decadentes territorios obreros de Europa Occidental divergen de este esquema en su lamentable fracaso en secretar una identidad unificada para sus residentes. Desde hace treinta años, los políticos y periodistas han anunciado que “el gueto” ha llegado a Francia y denunciaron, en términos terribles, la presunta “americanización” de la ciudad, pero en realidad los residentes de las banlieues siguen estando profundamente divididos por líneas trazadas por la clase, nacionalidad, etnicidad (dentro de la nacionalidad), edad, y generación. Para ilustrar con un caso: en La Courneuve, hace tres décadas a los inquilinos se les concedió gratuitamente un lote de la ciudad para construir una mezquita. Pero los distintos sectores de la población que practican la fe musulmana –marroquíes, argelinos, tunecinos, turcos, pequeños grupos de chinos, y una creciente cantidad de inmigrantes de África oriental- no han podido arribar a un acuerdo mínimo para concretar el proyecto porque cada uno desea controlar su lugar de adoración por separado. Los temores de que el Islam podría proporcional una cosmovisión común y un idioma capaz de unificar a los inmigrantes poscoloniales en las banlieues francesas, las “urbanizaciones hundidas” británicas, el problemquartier alemán, etc., han resultado no tener sustento. La única marca simbólica que comparten los residentes de las banlieues francesas es el estigma de residir en un barrio indigente.
Una cuarta característica del gueto es que sus fronteras son infranqueables, pues su objetivo es confinar a todos los miembros de la categoría elegida, independientemente de su ingreso y posición social. Los guetos judíos de la Europa prerrevolucionaria, como los de Frankfurt y Praga, reunían a los judíos ricos y pobres; el Bronzeville de Chicago encerraba dentro de su perímetro a todas las clases negras, desde los miserables hasta los ricos, desde los delincuentes hasta los decentes, aún cuando estos iban desplazando hacia tramos separados dentro del cinturón negro. No es así en la periferia urbana europea, donde las familias de los inmigrantes poscoloniales que ascienden en la estructura de clase -mediante el sistema escolar, pequeño empresariado, empleo asalariado (a menudo en el sector público), o uniones matrimoniales- inmediatamente se mudan de los vecindarios pobres. Y, como sucede con los latinos y los denominados europeos étnicos en los Estados Unidos, la movilidad social ascendente conduce a una dispersión espacial e integración social. En 1991, observé que los argelinos solían dominar el norte de Les Quatre Mille, el terreno de la urbanización de La Courneuve; veinte años más tarde, casi habían desaparecido de ese proyecto (para ser reemplazado por familias del este africano y de origen asiático). Ellos y sus hijos han emigrado a proyectos similares en el cinturón rojo de Paris o han ascendido en la estructura social y se han esparcido a través del espacio urbano, mezclándose con las familias francesas “blancas” de similar nivel de clase. Hay una considerable pequeña burguesía y burguesía de origen norafricana en Francia –a veces llamada beurgeoisie- pero en ningún lado existen distritos que se puedan identificar como pertenecientes a la clase media beur.22
En resumen, los municipios en decadencia de las clases bajas de las metrópolis europeas se están volviendo étnicamente más heterogéneos y organizacionalmente menos densos; sus fronteras son porosas y no han podido forjar una identidad cultural compartida. En los cuatro aspectos, están obedeciendo a una dinámica socioespacial exactamente opuesta a la que produce un gueto. Por eso los llamo “antiguetos”, como una provocación dirigida a los defensores de las tesis de moda de la “americanización” de la ciudad europea. Al examinarlo cuidadosamente, el lenguaje de la guetización resulta ser fundamentalmente inadecuado para describir la seclusión urbana en Europa Occidental a los albores del siglo XXI.
Conclusión
Permítanme ahora, para concluir, llegar al elemento final en la ecuación de la seclusión urbana. Para comprender la lógica de la relegación en las metrópolis norteamericanas y europeas, debemos especificar los criterios por los cuales se separan ciertas poblaciones y se las arroja a lo más bajo del sistema estratificado de lugares que componen la ciudad. En los Estados Unidos, la relegación al gueto está determinada por la etnicidad –o sea, por esa variante peculiar de etnicidad negada comúnmente llamada “raza”- luego modulada por la clase (con la emergencia del dúo formado por el hipergueto y su satélite segregado de la clase media), y diferencialmente intensificada por el estado mediante sus políticas económicas, de bienestar, educación, vivienda y salud, todas las cuales funcionan para profundizar las disparidades urbanas y consolidar la pobreza. Podemos resumir esta dinámica con la fórmula algebraica: (E>C) x S que se lee como: “el aislamiento socio-espacial está determinada por una combinación por la que la etnicidad supera a la clase y es amplificada por el estado.” Por el contrario, en Europa Occidental, la clase precede a la etnicidad al determinar la relegación, y el estado amortigua fuertemente y mitiga parcialmente la marginalización, mediante la combinación de una protección social universalista e intervenciones dirigidas a controlar el traspaso urbano, dándonos la fórmula algebraica (C>E)÷S.
Esto aclara las primeras palabras en el título de mi conferencia: “El diseño de la seclusión urbana en el siglo XXI”. A ambos lados del Atlántico, resulta que el gran diseñador de la marginalidad urbana, por comisión u omisión, es el estado. El estado es el agente que plantea los parámetros de acuerdo a los cuales se efectúa la distribución de personas, recursos, y actividades. Mediante sus diversos programas, desde el planeamiento urbano, la regulación económica, la política fiscal, y la inversión infraestructural hasta la provisión diferenciada espacialmente de bienes y servicios públicos medulares como la vivienda, la educación, la salud, el bienestar, y la policía, el estado determina la amplitud de la distancia entre la cumbre y la base del orden urbano; los vehículos, caminos, y la facilidad con que se puede cruzar esa distancia; y qué formas de seclusión socioespacial echan raíces y crecen (si las categorías desfavorecidas y denigradas son cercadas en un gueto, en un agrupamiento étnico, o en un tugurio: las dimensiones del sistema carcelario; el grado de encierro y aislamiento de los barrios de las clases altas, etc.). Mediante su estructura y su política, sus acciones e inacciones programadas, el Leviatán determina el alcance, la difusión, e intensidad de la marginalidad en la ciudad. Esto significa que, en la medida en que colaboran en dar forma al paisaje urbanístico, los planificadores urbanos y los arquitectos participan en la producción del espacio de la relegación socioespacial. Y se implicarán aún más en el diseño de la seclusión urbana a medida que las sociedades avanzadas se apoyen en forma creciente en las “soluciones” espaciales para los contagiosos problemas sociales en las metrópolis dualizadoras. 23
Enviado por el autor especialmente para Herramienta.
Traducción Francisco P. Sobrino.
1 Versión revisada y resumida de la sexta conferencia de Roth-Symonds y el discurso principal en el Simposio sobre analfabetismo espacial, dirigida a la Yale School of Architecture el 27 de marzo de 2009.
2 Wacquant, Loïc. 2008. Urban Outcasts: A Comparative Sociology of Advanced Marginality. Cambridge, UK: Polity Press. Los Condenados de la ciudad. Gueto, periferias, Estado. Buenos Aires, Mexico, Madrid: Siglo 21, 2007,
3 Wacquant, Loïc. 2009a. Punishing the Poor: The Neoliberal Government of Social Insecurity. Durham and London: Duke University Press. Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social, Barcelona-Mexico-Santiago-Buenos Aires, Gedisa, 2010,
4 Para una discusión del contexto y los objetivos teóricos de estos dos libros, ver la recapitulación de sus vinculaciones analíticas en Wacquant, Loïc. 2009b. “The Body, the Ghetto and the Penal State.” Qualitative Sociology 32, no. 1 (March): 101-129. “El cuerpo, el gueto y el Estado penal,” Apuntes de investigacíon (Buenos Aires), 16, Fall 2009, pp. 99-132
5 The Oxford English Dictionary (segunda edición, 1989) atribuye seis significados al verbo “to seclude”; los primeros dos cumplen bien con mi propósito: “cerrar aparte, encerrar o confinar para prevenir el acceso o la influencia desde el exterior. También, encerrar o confinar (una cosa material) en un lugar separado”; “en un sentido más amplio: eliminar o guardar de la vista pública; retirar las oportunidades de relacionamiento social.” El alcance semántico del término se amplía hasta incluir destierro y expulsión. En el inglés medieval, “to seclude” también significaba prohibir la entrada, excluir de un privilegio o dignidad.
6 Bourdieu, Pierre. 1986. “The Forms of Capital.” Pp. 241-258 in J.G. Richarson (ed.), Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education. New York: Greenwood Press.
7 Allan H. Spear, Black Chicago: The Making of a Negro Ghetto, 1890-1920 (Chicago: University of Chicago Press, 1968); Gilbert Osofsky, Harlem: The Making of a Ghetto – negro New York, 1890-1930, 2nd. Ed. (New York: Harper and Row, 1971); Kimberley L. Phillips, Alabama North: African-American Migrants,
8 Sennett, Richard. 1994. Flesh and Stone: The Body and the City in Western Civilization. New York: W.W. Norton.
9 Community, and Working-Class Activism in Cleveland, 1915-1945 (Urbana: University of Illinois Press, 1999
10 La analogía llega al nivel de una homología cuando se recuerda que la cárcel fue inventada a fines del siglo XVI, no como un mecanismo para combatir el crimen sino como una herramienta para reprimir la marginalidad e inculcar la ética del trabajo a los “indómitos mendigos” que amenazaban el orden público y las relaciones laborales en la emergente ciudad capitalista. Ver Pieter Spierenburg, The Prison Experience: Disciplinary Institutions and their Inmates in Early Modern Europe (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 1991).
11 Wacquant, Loïc. 2001. “Deadly Symbiosis: When Ghetto and Prison Meet and Mesh.” Punishment & Society 3, no. 1 (Winter): 95-133. “El color de la justicia. Cuando gueto y cárcel se asemejan y se ensamblan,” in Loïc Wacquant (ed.), Repensar los Estados Unidos. Para una sociologia del hiperpoder, Barcelona, EdiciónAnthropos, 2005, pp. 144-177.
12 Stephen Cornell, The Return of the Native: American Indian Political Resurgence (Oxford: Oxford University Press, 1988). Este también es el caso de los nativos kanak en Nueva Caledonia, una colonia insular francesa en el Pacífico meridional, donde llevé a cabo mis primeras investigaciones sociológicas en los años ochenta, que es la única en el antiguo imperio francés en que desarrolló un sistema legal dual y apropiadamente materializado por reservas que existen hasta hoy. Ver Claude Liauzu, ed., Dictionnaire de lacolonisation francaise (Paris: Larousse, 2007).
13 Sobre este aspecto, hay mucho que aprender de las sugestivas investigaciones del antropólogo Michel Agier, quien ha observado la dinámica de la marginalización estudiando a “los indeseables” de la ciudad en situaciones que varían desde los distritos de clase inferior en decadencia, a los guetos y a los campamentos de refugiados globales y personas desplazadas en tres continentes. Ver Michel Agier, La’Invention de la ville: Banlieues, townships, invasions et favelas (Paris: Archives Contemporaines, 1999); Abier, Gérer, Les indésirables:Des camps de réfugiés au gouvernment humanitaire (Paris: Flammarion, 2008).
14 Además, la mayoría de los estudios de comunidades cerradas han sido llevados a cabo por planificadores urbanos y antropólogos, dos disciplinas cuyas proclividades metodológicas los llevan a aislar sus objetos de las macroestructuras del poder.
15 Wacquant, “Deadly Symbiosis”. idem 11
16 Martín J. Murray, Taming the disorderly City: The Spatial Landscape of Johannesburg After Apartheid (Ithaca: Cornell University press, 208); A. J. Christopher, The atlas of Changing South Africa (New York: Routledge, 2001).
17 Thomas Lee Philpott, The Slum and the Ghetto: Inmigrants, Blacks, and Reformers in Chicago, 1880-1930 (New York: Oxford University Press, 1978). Stanley Lieberson, A Piece of the Pie: Blacks and White Inmigrants Since 1880 (Berkeley: University of California Press, 1980).
18 Wacquant, Loïc. 2006. Las dos caras de un gueto. Ensayos sobre marginalizacion y penalizacion. Buenos Aires, Mexico, Madrid: Siglo Veintiuno Editores, 2009,
19 Ver, por ejemplo, Joe William Trotter, Jr., ed., The Great Migration in Historical Perspective: New Dimensions of Race, Class, and Gender (Bloomington: Indiana University Press, 1991); Alferdteen Harrison, ed. , Black Exodus: The Great Migration from the American South (Indianola, MI: University press of Mississippi, 1992); James N. Gregory, The Southern Diaspora: How the Great Migrations of Black and White Southerners Transformed America (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2007
20 Constituyentes claves de la política conservadora durante los años setenta en los suburbios y en las ciudades, como la rebelión contra los impuestos, la ofensiva privatizadora de los servicios públicos, y la demanda de cupos escolares, fueron moldeados en el crisol de la “fuga blanca” como un poderoso movimiento socioespacial, intentado para contrarrestar y aún revertir las conquistas del movimiento de los derechos civiles. Ver Kevin M. Kruse, White Flight: Atlanta and the Making of Modern Conservatism (Princeton: Princeton University Press, 2007).
21 Véase Jean-Marc Stébé, La Crise des banlieues: Sociologie des quartiers sensibles, 3ra. Ed. (Paris: Presses Universitaires de France, 2007) para Francia, y Sako Musterd, Alan Murie, y Christian Kesteloot, compiladores, Neighbourhoods of Poverty: Urban Social Exclusion and Integration in Comparison (London: Palgrave Macmillan, 2006), para un panorama europeo.
22 Catherine Wihtol de Wenden y Rémy Leveau, La Beurgeoisie (Paris: CNRS EDITIONS, 2007). Derivado de la inversión árabe en el lenguaje callejero, el término beur a menudo se usa en la vida cotidiana y en el debate público para designar a los franceses de origen magrebí (aunque muchos de ellos lo hallan ofensivo y lo rechazan).
23 Para una ilustración estimulante, leer la descripción de Fairbanks de los funcionamientos de la economía informal de las casas de recuperación de adictos y alcohólicos en el área céntrica y degradada de Filadelfia como un “nuevo modo de contención que ubican y mezclan a los desfavorecidos en las áreas de pobreza espacialmente concentrada” en la era neoliberal del post-estado benefactor. Robert P. Fairbanks, How It Works: Recovering Citizens in Post-Welfare Philadelphia (Chicago: University of Chicago Press, 2009), 268.
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