La crisis en Grecia pega en la antes amplia y próspera clase media; numerosos vecindarios son afectados, surgen zonas fantasmas y miles de giergos pasan, de la noche a la mañana, a la categoría de los sin techo, a los que la crisis del capitalismo ha expulsado a la calle, a la desesperanza, mientras los gobiernos europeos prefieren salvar sus bancos.Surysur-DPA-La Jornada
En una polvorienta calle de una antigua zona de fábricas, en el centro de Atenas, convertida en años recientes en un barrio de moda para la clase media, Lambros señala avergonzado el viejo coche que llama su hogar desde hace varios meses.
Lambros, quien no quiere ver publicado su nombre completo, creía que lo peor le había ocurrido ya con la muerte de su esposa por cáncer. Pero después llegó la crisis económica y el diseñador de interiores perdió en 2010 su trabajo con el desplome del sector de la construcción.
Luego tuvo que dejar su departamento, porque no lo podía pagar, y se vio orillado a deambular un tiempo por las calles antes de encontrar espacio en un refugio para los sin techo, en la capital griega.
“Es difícil imaginarse que tuve alguna vez una vida completamente diferente a ésta”, dice el griego de 55 años. “Un día tuve trabajo, podía pagar mi alquiler, y al día siguiente me vi viviendo en mi coche.” Su historia es similar a la de un creciente número de los sin techo en toda Grecia.
El aumento del desempleo por la recesión de los pasados tres años y la presión de las reformas fiscales para el rescate griego causan estragos en la vida de muchos, especialmente entre la antes amplia y próspera clase media.
Numerosos vecindarios parecen hoy pueblos fantasmas. Uno de cada cuatro negocios ha quebrado y es usual ver jubilados sin recursos recoger restos en los mercados callejeros donde se vende fruta y verdura. Familias enteras hurgan también en los cubos de basura por las noches.
El problema de la vivienda no es nuevo. Incluso 20 años atrás, cuando Grecia vivía una época de relativa prosperidad, era habitual ver gente sin techo en las principales ciudades y puertos. Pero el número no sólo se ha disparado hoy, sino que el perfil de esta población ha cambiado sustancialmente.
Mientras el problema de la vivienda afectaba antes a personas de estratos bajos, a menudo con problemas de alcohol y drogas, hoy los sin techo provienenfrecuentamente de la clase media y la población más joven.
Representantes de Klimaka, organización no gubernamental que ofrece apoyo a este sector, dicen que el número de desamparados ha crecido 25 por ciento en Grecia en los dos años anteriores, cifra impactante en un país de marcada tradición familiar.
Anta Alamanou, coordinador del programa de Klimaka, cuenta que cada semana unas 200 personas llegan al lugar para ducharse y recibir comida, primeros auxilios y ropa limpia. En un comedor cercano, aproximadamente 300 personas hacen también fila cada día para recibir un plato de comida caliente. Cuando abrió, hace una década, recibía unos 75 visitantes diarios.
“El número de gente sin hogar ha crecido debido a la crisis económica del año pasado, pero su perfil también ha cambiado. Son gente que llevaba una vida normal pero, debido a la crisis que ha golpeado a todos los profesionales, se halla ahora en esa situación”, explica Alamanou.
Con una tasa de desempleo de casi 17 por ciento, los nuevos sin techo vienen de todos los segmentos sociales, por ejemplo los que trabajan en ocupaciones estacionales vinculadas al turismo.
“Son usualmente hombres de mediana edad en edad productiva, o también los que están por jubilarse a los 60 o 70 años”, detalla Alamanou.
Personas en apuros solían recibir apoyo de sus familias, pero la situación económica se ha vuelto tan dura que padres, hijos, hermanos o primos tienen cada vez más dificultades para acoger a sus parientes desempleados. Y en comparación con otros países europeos, Grecia no tiene refugios para personas sin techo con apoyo del Estado, ni una política oficial para ayudar a la reinserción social de los desamparados.
Los efectos de la crisis se ven hoy sobre todo en la calle.
Leónidas, de poco más de 50 años, se vio hace dos años en la calle, sin dinero, familia ni un techo para ampararse tras perder su trabajo de pintor. Durmió un tiempo sobre cartones en callejones con otros sin techo y comía en comedores, antes de encontrar lugar en un refugio.
“Todo político en este país se ha preocupado sólo de llenar sus bolsillos”, dice. Y “dejan solos a los desemparados que viven ahora en las calles, como yo”, agrega.
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