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30/11/2009

Capitalismo en el país de las maravillas

John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York

En un ensayo reciente, “Economics Needs a Scientific Revolution” publicado en Nature, una de las principales revistas científicas, el físico Jean-Philippe Bouchaud, investigador para un banco de inversión, preguntó retóricamente “¿Cuál es el logro distintivo de la economía?” y respondió: “Sólo la recurrente incapacidad de predecir y advertir las crisis.” [1] Aunque su discusión se centra en la actual crisis financiera mundial, la observación se aplica igualmente bien a los enfoques económicos predominantes respecto del medio ambiente -según los cuales, por ejemplo, selvas antiguas son vistas como bienes no productivos a ser liquidados, y el aire limpio y el agua son bienes de lujo para que el adinerado compre indiscriminadamente.

El campo de la economía en los Estados Unidos ha sido dominado por pensadores que aceptan acríticamente el status quo del capitalismo y, por consiguiente, valoran al mundo natural sólo en términos de cuánto beneficio puede generar su explotación en el corto plazo. Como resultado, la incapacidad de economía establecida para hacer frente o percibir la crisis ecológica global es alarmante en su alcance y consecuencias.

Bouchaud observa con agudeza que “La supuesta omnisciencia y perfecta eficacia de un mercado libre como impulsor del funcionamiento económico, según se creía en 1950 y 1960, en retrospectiva se ve mas como propaganda anticomunista que como ciencia verosímil”. La ideología capitalista que subyace a lo económico en Estados Unidos, ha llevado a que la profesión se aleje de la realidad, volviéndose incapaz de entender muchas de las crisis que el mundo enfrenta. La obsesión de la corriente económica dominante con el crecimiento sin fin del PBI — una medida del “valor agregado”, no del bienestar humano o el bien intrínseco de ecosistemas y otras especies— y su incapacidad para reconocer el fundamental sustrato ecológico de la economía, ha provocado más que una mera incapacidad de percibir el deterioro del medioambiente global. De hecho, el problema es mucho más profundo. La economía ortodoxa, tal como el sistema capitalista al que sirve, lleva a un “Après moi le déluge!”[2], filosofía que es cualquier cosa menos una orientación sustentable. Como Naomi Klein ha dicho, hay algo perversamente “natural” en el capitalismo del desastre. [3]

Economistas en el País de las Maravillas


En los Estados Unidos el mejor ejemplo de la inherente incapacidad de la economía ortodoxa o neoclásica para tomar en cuenta los costos ecológicos y sociales fue tal vez el trabajo de Julian Simon. En artículos e intercambios en Science y Social Science Quarterly y en su libro The Ultimate Resourse publicado a comienzos de 1980, insistía en que no había problemas ambientales serios, que no había limitaciones ambientales a la economía o al crecimiento de la población, y que no habría falta de recursos a largo plazo. Por ejemplo, proclamaba que el Cobre podría hacerse a partir de otros metales y que sólo la masa del Universo y no la de la Tierra ponía un límite teórico a la cantidad de cobre que podría ser producido. Si el libre mercado no es encadenado –sostiene - aseguraría el progreso continuo hasta el futuro lejano. Estas y otras dudosas aseveraciones llevan al ecologista Paul Ehrlich a referirse a Simon como “un economista en el País de las Maravillas”.[4]

Los apologistas del capitalismo siguen residiendo en el País de las Maravillas, porque sólo en el País de las Maravillas los problemas ambientales no existen realmente o pueden ser solucionados por el capitalismo, el cual también puede mejorar la calidad de vida de las masas. Bjørn Lomborg, un cientísta político y estadístico danés (actualmente profesor adjunto en la Copenhagen Business School), tomó la antorcha de Simon, publicando sus disparos contra el ambientalismo, The Skeptical Environmentalist, en 2001. Lomborg argumenta, por ejemplo, que tratar de prevenir el cambio climático podría ser mas costoso y dañino que dejar que ocurra. El libro de Lomborg fue inmediatamente elogiado por los medios, a la búsqueda de una cruzada anti-ambientalista. Después de la publicación de The Skeptical Environmentalist, científicos ambientalistas documentaron innumerables errores (no todos involuntarios) en el razonamiento y las evidencias de Lomborg. Scientific American dedicó parte de su publicación a cuatro artículos de científicos de primera línea que criticaban duramente a Lomborg. Como resultado de sus serias falencias, el libro fue rechazado por la comunidad científica. Sin embargo, a despecho del firme rechazo a The Skeptical Environmentalist por parte de los investigadores dedicados a las ciencias naturales, todo esto sólo pareció aumentar la celebridad de Lomborg en el seno del corporativo sistema de medios audiovisuales. The Economist intentó promocionar el libro y sus conclusiones, proclamándolo como “uno de los libros más valiosos en la política pública” que disciparía la idea de “desastres ambientales amenazadores” y “la convicción de que el capitalismo es autodestructivo”.[5] La revista Time en 2004 designó a Lomborg como una de las 100 personas más influyentes en el mundo; en tanto que el diario británico Guardian lo etiquetó en 2008 como una de las “50 personas que podrían salvar al planeta.”

En 2003 Lomborg organizó lo que llamó el “Consenso de Copenhague” para hacer un ranking de los problemas más importantes del mundo. Esto se hizo mediante la redacción de una serie de informes sobre las diversas prioridades globales por un selecto grupo, en su mayoria reconocidos economistas, y el subsiguiente ordenamiento de estos problemas llevado a cabo por ocho “expertos” —todos economistas, dado que los economistas fueron declarados los únicos expertos en “priorización económica”, es decir, las decisiones referidas a dónde destinar los recursos de la sociedad. Los ocho economistas del Consenso de Copenhague, previsiblemente, ubicaron al cambio climático en o casi al final de la agenda mundial, respaldando la posición de Lomborg.[6]

El libro de Lomborg de 2007 Cool It: The Skeptical Environmentalist’s Guide to Global Warming fue un amplio ataque al Protocolo de Kyoto y todos los intentos de llevar a cabo reducciones substanciales en las emisiones de gas invernadero. Para Lomborg el punto esencial era que “todos los principales modelos económicos revisados acuerdan en justificar una pequeña reducción de las emisiones.” El confiaba particularmente en el trabajo del economista de Yale William Nordhaus, un prominente economista que opinó en la discusión del calentamiento global oponiéndose a cualquier reducción drástica de gases y argumentando, en cambio, a favor de un lento proceso de reducción de emisiones, sobre la base de que sería económicamente más justificable.[7]

Economistas vs. Científicos Naturales.


No hace falta decir que los economistas del establishment, casi por definición, tienden a ser ambientalistas escépticos. Pero tienen una gran influencia en la política climática como representantes del fin dominante de la sociedad capitalista, frente al cual los otros fines están subordinados. Otros científicos sociales coinciden con los economistas en aceptar la acumulación como el correcto objetivo de la sociedad o bien son en su gran mayoría excluidos del debate. En marcado contraste, los científicos naturales y físicos están cada vez más interesados en la degradación del medioambiente del planeta, pero tienen menos influencia directa en las respuestas de la política social.

Los economistas de la corriente dominante están entrenados para la promoción de las ganancias privadas como la gran “causa principal” de la sociedad, incluso a expensas de asuntos más importantes como el bienestar humano y el medioambiente. El mercado controla todo, incluso la naturaleza. Para Milton Friedman el medioambiente no era un problema dado que tenía una respuesta simple y clara. En sus palabras: “los valores ecológicos pueden encontrar su espacio natural en el mercado, como cualquier otra demanda de consumo”.[8]

Quienes se dedican a las ciencias naturales, a diferencia de los economistas, generalmente enraizan sus investigaciones en una concepción materialista de la naturaleza y están comprometidos con el estudio de algún determinado nivel del mundo natural, cuyas condiciones están mucho más dispuestos a tomar seriamente. Están, por ello mucho menos inclinados a subestimar los problemas ambientales.

El conflicto entre economistas y científicos naturales sobre calentamiento global surge como resultado de un artículo de Nordhaus que apareció en la revista Science, en 1993. Nordhaus estimó que la pérdida del producto bruto mundial en 2100 a causa de la continuidad del calentamiento global tendería a ser insignificante (alrededor del 1% del PBM en 2100). Su conclusión claramente chocaba con los resultados de las ciencias naturales ya que de mantenerse la tendencia, de acuerdo con los escenarios de la UN Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) podría llevar a un incremento de hasta el 5,8°C (10,4°F) en la temperatura global promedio, lo que para los científicos era nada menos que catastrófico para la civilización y la vida misma. Nordhaus concluía su artículo sosteniendo que intentar estabilizar las emisiones podría ser mas dañino que no hacer nada. Esto provocó muchas y duras respuestas de destacados científicos naturales (en cartas a Science), considerando que el análisis de Nordhaus era evidentemente absurdo.

Nordhaus luego defendió sus puntos de vista entrevistando a algunos economistas y científicos influyentes, preguntándoles sobre sus mejores cálculos aproximativos y publicando los resultados en American Scientist en 1994. Los economistas que eligió consultar coincidían con él en que el cambio climático tendría un efecto pequeño en la economía. Sin embargo, los científicos naturales consideraron que las consecuencias eran potencialmente catastróficas. Un físico respondió afirmando que, de mantenerse las tendencias presentes había un 10 % de probabilidades de destrucción total de la civilización –y visiones semejantes serían más comunes hoy. Nordhaus señaló que los que más sabían de economía eran optimistas. Stephen Schneider, un biólogo y científico climático de Stanford (y crítico de Lomborg y Nordhaus) le contestó que quienes más conocían sobre el medioambiente estaban preocupados. Como Schneider resumió el debate en 1997 en su Laboratory Earth:

los economistas mas convencionales (…) pensaban que este gigantesco cambio climático [un aumento en la temperatura global promedio de 6ºC] —equivalente a la escala de cambio de una era de hielo a una época interglaciar en unos cien años, en lugar de miles de años— tendría sólo un pequeño impacto en la economía mundial. En esencia consideran que el paradigma de que la sociedad es casi independiente de la naturaleza”.[9]

Los economistas ortodoxos, en verdad, usualmente calculan que los costos económicos del calentamiento global en 2100 van a ser sólo unos pocos puntos porcentuales y por lo tanto casi insignificantes, incluso a niveles de cambio climático que pondría en riesgo la mayoría de las especies “elevadas” en el planeta y la civilización humana misma, costando cientos de millones, si no billones, de vidas humanas.

El fracaso de los modelos económicos para dar cuenta de los costos humanos y ecológicos del cambio climático no debería sorprendernos. La economía burguesa tiene una cuidadosamente cultivada insensibilidad a la tragedia humana (para no hablar de la catástrofe natural) que se ha convertido casi en la definición de “la inhumanidad del hombre hacia el hombre”. Thomas Schelling, que recibiera el Nobel Memorial Prize in Economic Sciences del Banco de Suecia y fue uno de los ocho expertos de Lomborg en el Consenso de Copenhague, es conocido por argumentar que, como los efectos del cambio climático van a recaer desproporcionadamente en las naciones mas pobres del Sur, es discutible cuántos recursos deben asignar las naciones ricas del Norte a la mitigación de la tendencia climática. Schelling, en su evaluación en el Consenso de Copenhague, ubicó al cambio climático bien al final del ranking mundial de prioridades.[10] Aquí uno no puede dejar de recordar a los planificadores del Hudson Institute que cuando proponian la construcción de una inmensa represa en el Amazonas a comienzos de 1970 respondieron que en efecto “si la inundación ahoga [como un critico dijo en ese momento] algunas tribus que no fueron evacuadas porque se suponía que debían estar en un terreno mas alto, o se exterminan algunas especies de la selva, ¿a quién le importa?”.[11] De igual modo, el entonces Jefe de economistas del Banco Mundial, Lawrence Summers, y ahora el mas importante consejero económico de Obama, escribió un memo interno del Banco Mundial en el cual declara: “la lógica económica que está por detrás del verter una carga de desecho tóxico en el país con salarios mas bajos es impecable y es algo que debemos enfrentar”. Y lo justificó argumentando:

La medida de los costos de la contaminación que daña la salud depende de la pérdida de los ingresos ocasionados por el incremento de la morbilidad y mortalidad. Desde este punto de vista, una determinada cantidad de contaminación que afecta la salud debe hacerse en el país con los costos más bajos, que será el país con los menores salarios.[12]

Descontando el Futuro


Nordhaus —hoy clasificado como uno de los mas influyentes economistas de la corriente principal de calentamiento global, superando a figuras como Simon y Lomborg— ha propuesto, en su libro de 2008 A Question of Balance: Weighing the Options on Global Warming Policies, una estrategia de avance lento para combatir las emisiones de gas invernadero.[13] Nordhaus evidenció aquí que, a pesar de sus impresionantes títulos, cojea por la misma ideología que ha paralizado otros economistas de la corriente dominante. En esencia esto se deriva de la creencia en que el capitalismo ofrece la respuesta más eficiente a las cuestiones referidas al uso de recursos y, de hecho, una respuesta suficiente a los problemas del mundo.

A Question of Balance presenta un argumento económico bastante estándar sobre cómo enfrentarse al cambio climático global, aunque sea apoyado por el característico análisis de Nordhaus empleando sofisticadas técnicas de modelización. Reconoce que el cambio climático global es un problema real, y es generado por el hombre, y argumenta que es necesario alejarse lentamente de las fuentes de energía que emiten carbón. No obstante, las fallas centrales de su enfoque residen en que asigna valor al ambiente natural y al bienestar humano utilizando medidas económicas estándar que son fundamentalmente inadecuadas para semejante propósito, y no logra incorporar debidamente la posibilidad de que un colapso ecológico puede socavar completamente la economía y de hecho el mundo tal como lo conocemos. Estos fracasos, que son los de la corriente dominante de la economía, son muy evidentes en su enfoque del descuento para estimar cuánto esfuerzo debe dedicarse a reducir las emisiones de carbón. En líneas generales, Nordhaus propone que debemos invertir sólo una modesta cantidad de esfuerzo en reducir las emisiones de carbón en el corto plazo e incrementarlo lentamente en el tiempo, porque acuerda con una alta tasa de descuento.

El asunto del descuento debe parecer esotérico para la mayoría, pero no para los economistas, y merece cierta revisión. El descuento trata básicamente de cómo valoramos el futuro en relación al presente —como si tuviera algún sentido atribuir números a dichas valuaciones. La “tasa de descuento” puede ser pensada como operando en relación inversa al interés compuesto. En tanto “el interés compuesto mide cuánto valdrán las inversiones presentes en el futuro, la tasa de descuento mide cuánto valen los beneficios futuros hoy”.[14] La estimación de la tasa de descuento está basada en dos cuestiones morales. En primer lugar, está la cuestión de cuánto valoramos el bienestar de generaciones futuras en relación a las actuales (el tiempo de tasa de descuento). Como dice Nordhaus,

Una tasa de descuento cero significa que todas las generaciones en el futuro indefinido son tratadas como iguales; una tasa de descuento positiva significa que el bienestar de generaciones futuras es reducido o “descontado” en relación con generaciones más cercanas.

Una catástrofe que afecte a la humanidad dentro de 50 años, dada una tasa de descuento del 10 %, tendría un “valor presente” menor al 1 % de su costo futuro. En segundo lugar, está la cuestión de considerar cual será la riqueza de las generaciones futuras en comparación con las presentes y si es apropiado desplazar los costos del presente al futuro. Si suponemos una alta tasa de crecimiento económico en el futuro indefinido, nos inclinaremos a evitar invertir en la resolución de los problemas ahora, porque suponemos que las generaciones futuras van a ser más ricas que lo que somos hoy y eso les podría permitir abordar mejor estos problemas, aún si los problemas se tornaran sustancialmente peores.[15]

El problema de la tasa de descuento, como ha escrito el economista ambiental Frank Ackerman, es que:

es de hecho un elección; la tasa de descuento apropiada para decisiones de política económica que alcanzan a tantas generaciones no puede ser deducida de las decisiones del mercado privado hoy, o desde una teoría económica. Una tasa de descuento más baja otorga una importancia mayor a las vidas futuras y a las condiciones de vida. Para muchos, parece éticamente necesario tener una tasa de descuento cercana a cero, para respetar a nuestros descendientes y crear un futuro sustentable.[16] De hecho, la idea de sustentabilidad es la de mantener el medioambiente para futuras generaciones.

El teórico de crecimiento económico Roy Harrod sostuvo en 1940 que descontar el futuro basándose en una “pura preferencia temporal” (la preferencia miope del consumo hoy dejando de lado todas las otras consideraciones) era una “denominación cortés de la rapacidad”. Una tasa de descuento alta tiende a alentar los gastos en políticas/proyectos con beneficios a corto plazo y costos a largo plazo, en oposición a otros con un alto costo inicial y una rentabilidad a largo plazo. Con el se alientan los enfoques “esperar y ver” y “ir despacio” para impedir catástrofes como el cambio climático, en vez de estimular una fuerte acción preventiva.[17]

Nordhaus, como la mayoría de los economistas de la corriente dominante, con el apoyo a una alta tasa de descuento, otorga un valor bajo al bienestar de las futuras generaciones en relación a las presentes, y asume, a pesar de una considerable incertidumbre en este sentido, que las generaciones futuras van a ser mucho más ricas que las presentes. Esto lo lleva a argumentar en contra de las grandes inversiones inmediatas para reducir el cambio climático. Es partidario de poner un impuesto al carbón de $30 a $50 por tonelada y aumentarlo a aproximadamente a $85 dentro de medio siglo. Poner un impuesto al carbón a $30 la tonelada incrementaría el precio de la gasolina a sólo 7 centavos el galón, lo cual dará un sentido al bajo nivel de importancia que Nordhaus otorga a reducir el cambio climático así como también al futuro de la humanidad y el medioambiente. Nordhaus ha triplicado su estimación de la perdida económica de producción global debido al cambio climático en 2100, modificando la estimación previa del 1 % al 3 % en su último estudio.[18] Aún así, dichas pérdidas son consideradas insignificantes dada una alta tasa de descuento, en comparación a los costos que hubiera ocasionado cualquier intento de reducir drásticamente el cambio climático hoy, lo que lleva a que Nordhaus defienda una respuesta débil.

Nordhaus está particularmente interesado en contrarrestar los argumentos presentados en The Economics of Climate Change (comúnmente conocido como The Stern Review), el reporte escrito por Nicholas Stern (primer economista del Banco Mundial) para el gobierno británico, que defiende substanciales e inmediatas inversiones enfocados a la reducción de las emisiones de carbón. Stern, desviándose de las prácticas de los economistas más ortodoxos, utiliza una tasa de descuento baja, argumentando que es moralmente inexcusable otorgar un valor bajo al bienestar de generaciones futuras e imponer los costos de los problemas que generamos a nuestros descendientes. Nordhaus descuenta el futuro aproximadamente al 6 % anual; Stern al 1,4 %. Esto significa que para Stern tener un trillón de dólares dentro de un siglo vale $247 billones hoy, mientras que para Nordhaus solo vale $2.5 billones.[19] Debido a esto, Stern apoya la imposición de impuestos al carbón en más de $300 por tonelada y el incremento a casi $1.000 antes del fin de siglo.[20] Lomborg en el Wall Street Journal caracterizó el Stern Review como atemorizante y se refirió a el en Cool It! como un “informe radical,” comparándolo desfavorablemente con respecto al trabajo de Nordhaus.[21]

El economista ingenuo

Es importante advertir que la diferencia expuesta aquí entre Nordhaus y Stern es fundamentalmente moral, no técnica. Donde primordialmente difieren no es en las concepciones científicas sobre el cambio climático, sino en las valoraciones que asumen sobre lo correcto de transferir las cargas a generaciones futuras. Esto desnuda la ideología embebida en la economía neoclásica ortodoxa, un campo que regularmente se presenta a si mismo como usando métodos objetivos, hasta incluso naturalistas, para la modelización de la economía. Sin embargo, más allá de todas las ecuaciones y la jerga tecnológica, el paradigma económico dominante se construye sobre un sistema de valores que premia la acumulación del capital en el corto plazo, en tanto subvalúa todo lo demás en el presente y absolutamente a todo en el futuro.

Algunas anteojeras son comunes en distinto grado en Nordhaus y Stern. Nordhaus propone lo que llama un “sendero óptimo” en términos económicos, dirigido a desacelerar el crecimiento de emisiones de carbón. In su “climate policy ramp” la reducción de emisiones comenzaría lentamente al principio para acelerarse después, pero sin embargo, eventualmente llevaría (en el próximo siglo) a una concentración atmosférica de carbón cercana a 700 ppm. Esto implica la posibilidad de que la temperatura global promedio se incremente hasta 6ºC (10,8ºF) por encima de los niveles preindustriales — un nivel que Mark Lynas en su Six Degrees compara con el sexto circulo en el Infierno de Dante.[22]

De hecho, con un nivel de concentración de carbón mucho menor que este, 500 ppm (asociado con un calentamiento global del orden de 3,5ºC o 6,3ºF), los efectos sobre la diversidad biológica mundial y sobre los seres humanos sería desastrosa. “Una estimación conservadora del número de especies que serían exterminadas (o condenadas a la extinción)” con este nivel, de acuerdo a James Hansen, director de Goddard Institute for Space Studies de la NASA, “es un millón.” Además, el crecimiento del nivel del mar, el derretimiento de los glaciares y otros efectos podrían afectar drásticamente cientos de millones, probablemente billones, de personas. Hansen, el climatólogo mas famoso del mundo, sostiene que para evitar un cambio catastrófico, es necesario reducir el carbón de la atmósfera a un nivel del 350 ppm.[23]

Pero el Stern Review, a pesar de ser señalado como un informe “radical” y “atemorizante” por Lomborg, fija como objetivo un nivel de concentración de carbón atmosférico estabilizado en 480 ppm (550 ppm en equivalente de carbón), el cual —aunque no alcanza el pico de Nordhaus de 700 ppm (mas de 900 ppm equivalentes de carbón) — seguramente será desastroso, si se aceptan el análisis de Hansen y la mayoría de los principales climatólogos.[24] ¿Por qué un objetivo tan alto de carbón atmosférico? La respuesta esta dada explícitamente por Stern Review, argumentando que la experiencia pasada muestra que una reducción de apenas el 1 % anual de las emisiones de carbón en países industriales tendría un significativo efecto negativo en el crecimiento económico. O como el Stern Review dice, “es difícil asegurar la reducción de emisiones mas rápido que al 1% anual excepto en momentos de recesión”.[25] Es decir que el umbral de carbón atmosférico esta determinado no de acuerdo a lo que es necesario para la sustentabilidad del medioambiente global, proteger las especies, y asegurar la civilización humana, sino por lo requerido para mantener la vitalidad de la economía capitalista.

El punto de partida que llevó a la conclusión de Summers en el memo del Banco Mundial de 1992 es de hecho el mismo que orienta los análisis tanto de Nordhaus como de Stern. Esto es, la vida humana en efecto vale solo la contribución de cada persona a la economía medida en términos monetarios. Entonces, si el calentamiento global aumenta la mortalidad den Bangladesh, lo que probablemente ocurra, esto solamente será reflejado en los modelos económicos en la medida en que las muertes de los bengalíes dañe la economía. Dado que Bangladesh es muy pobre, los modelos económicos del tipo de Nordhaus y Stern no estimarían que valga la pena prevenir muertes allí, dado que tales pérdidas aparecerían minúsculas en las mediciones. Nordhaus, de acuerdo con su análisis, iría un paso más allá que Stern y atribuiría un valor aun menor a la vida de las personas si se pierde dentro de varias décadas. Esta ideología económica, por supuesto, se extiende mas allá de la vida humana, porque todos las millones de especies en la tierra están valuadas solo si contribuyen al PBM. Así, las cuestiones éticas relacionadas con el valor intrínseco de la vida humana y de la vida de otras criaturas son completamente invisibles en los modelos económicos estándar. La creciente mortalidad humana y la aceleración de la tasa de extinciones, para la mayoría de los economistas solo son un problema si amenazan la “cuestión decisiva”. Fuera de esto son invisibles: como lo es el mundo natural como un todo.

Desde cualquier perspectiva racional, es decir, que no sea dominada exclusivamente por el objetivo económico de la acumulación de capital, estas visiones parecerían ser enteramente irracionales, si no patológicas. Para resaltar este modo de pensar en el trabajo es necesario citar un pasaje de Lewis Carroll Through the Looking Glass:

“¡Las mas bellas están siempre mas adelante!” (Alicia) dijo al final, con un suspiro a la obstinación de las flores de crecer tan lejos, y con sonrojadas mejillas y los cabellos y las manos empapadas, se ubico en su lugar, y comenzó a arreglar su nuevo tesoro encontrado.

¿Qué le importaba entonces que las flores hubieran comenzado a desteñirse, y a perder toda su esencia y belleza, desde el primer momento que ella los recogió? Incluso su perfume, tu sabes, duran muy poco tiempo — y estos, siendo de sueño, se derretían como la nieve, mientras se amontonaban en sus pies—pero Alicia casi no lo notaba, habían tantas otras cosas curiosas sobre las que pensar. [26]

Una sociedad que valora por sobre todo la adquisición de valores agregados abstractos, y con esa perspectiva derrama desperdicios a la naturaleza, en una búsqueda sinfín de mayor acumulación, es en definitiva una sociedad irracional. ¿Qué hace que deje desperdicios a sus pies y gire en cualquier dirección en una búsqueda sin fín por mas? La economía de la corriente dominante, irónicamente, nunca ha sido una ciencia materialista. No hay una concepción materialista de la naturaleza en lo que Joseph Schumpeter llamó su “visión preanalítica”.[27] Existe una ignorancia casi completa de la física (constantemente contradice la segunda ley de la termodinámica) y de la degradación de la biosfera. Ve al mundo simplemente en términos de relaciones económicas en un “flujo circular” ampliado y sinfín.

La ceguera ecológica de la economía neoclásica, que excluye al planeta mismo de su visión, está bien ilustradas por un debate que se llevó a cabo en el seno del Banco Mundial, relatado por el economista ecológico Herman Daly. Según lo cuenta Daly, en 1992 (cuando Summers era el jefe de economistas del Banco Mundial y Daly trabajaba para el banco) el World Development Report anual estaba centrado en el tema Desarrollo y el Medioambiente.

Un borrador inicial contiene un diagrama titulado “La Relación entre la Economía y el Medioambiente.” Consiste de un cuadro llamado “economía,” con una flecha hacia adentro etiquetada como inputs y otra que flecha hacia fuera llamada outputs — nada más. Sugerí que la figura fallaba en mostrar el ambiente, y que hubiera estado bien incluir una caja más grande que contenga la descripta, para representar el medioambiente. De ese modo, la relación entre el medioambiente y la economía estaría más clara — específicamente, la economía es un subsistema del medioambiente, tanto como fuente de materias primas (inputs) y como “pileta” de residuos (outputs).

El siguiente borrador incluía el mismo diagrama y texto, pero con una caja sin etiqueta dibujada alrededor de la economía, como un portarretrato. Comenté que la caja más grande debía ser llamada “medioambiente” o sino era meramente decorativa, y que el texto debía explicar que la economía esta relacionada como un subsistema dentro de un ecosistema mayor y es dependiente tal como antes se dijo. El siguiente borrador omitía complétamente el diagrama.[28]

Por supuesto, no toda la economía es tan decididamente de otro mundo como la que acabamos de considerar. Nicholas Georgescu-Roegen, un economista crítico de la orientación anti-ecológica de la economía -y el fundador de la tradición heterodoxa conocida como economía ecológica, que construye dentro de su visión pre-analítica la noción de que la economía es de hecho materialmente limitada por la física y la ecología- explicó que el empuje continuo hacia el bienestar social y las ganancias económicas aumentaron las demandas ecológicas dirigidas a la naturaleza, expandiendo la escala de degradación ecológica. El destacó lo erróneo de la pretención de que la economía estuviese separada de la ecología. Otros, como Herman Daly y Paul Burkett en la tradición marxista, impulsaron esta noción de economía ecologista.[29] Sin embargo, estos economistas ecológicos fueron marginados, excluidos de las grandes decisiones políticas y de la influencia académica.

El monstruo del capital

Los economistas de la corriente dominante consideran que ellos son los que se ocupan de la ciencia del crecimiento económico. Sin embargo, el supuesto del crecimiento económico infinito, como si ese fuera el propósito de la sociedad y la via para satisfacer las necesidades humanas, resulta ser completamente naif. Como dice Daly, “una economía siempre en crecimiento es biofísicamente imposible.”[30] Que dicho supuesto es propio del País de las Maravillas resulta particularmente obvia desde que se comprende que en el basamento de la economía el medioambiente natural mismo está comprometido.

Marx no le quitó importancia a esta relación socio-económica. Puntualizó que los humanos son dependientes de la naturaleza, dado que ésta provee la energía y materiales que hacen la vida posible. En tanto el centro de los capitalistas está en el intercambio de valores y las ganancias de corto plazo, Marx explicó que la tierra es en definitiva la fuente de todas las riquezas materiales, y que necesitaba ser sostenida para “generaciones venideras”. La “conquista de la naturaleza” a través de la infinita carrera del capital que requiere la constante explotación de la naturaleza, alteró los ciclos y procesos naturales, socavando ecosistemas y causando grietas metabólicas. Engels advirtió que dichas acciones humanas dejaron una particular “estampa… sobre la tierra” y podían causar cambios imprevistos en las condiciones naturales que exigen la “venganza” de la naturaleza. [31] Hoy en día el dióxido de carbono está siendo añadido a la atmósfera a una velocidad acelerada, mucho más rápidamente de lo que los sistemas naturales pueden absorber. Entre el 2000 y 2006, de acuerdo con Josep G. Canadell y sus colegas en los artículos del Proceedings of the National Academy of Sciences, la tasa de crecimiento de las emisiones aumentaba mientras la economía global crecía y se volvía más intensiva en carbón, esto significa que las sociedades emitieron más carbón por unidad de actividad económica al principio del nuevo milenio de lo que lo hicieron en el pasado. Al mismo tiempo, la capacidad de los receptores naturales para absorber el dióxido de carbono ha decaído, dada la degradación ambiental como la deforestación. Esto contribuyó a una más dramática alza en la acumulación de carbón en la atmósfera de lo que fue anticipado.[32] El monstruo del capital sobreexplota tanto los recursos clave como los resumideros del medioambiente, socavando su capcidad para operar y proveer servicios naturales que mejoren la vida humana.

Hay muchas razones valederas para pensar que los patrones y procesos sostenidos durante el siglo pasado -por ejemplo, el crecimiento económico- no podría sostenerse durante la próxima centuria, un punto hacia el cual la actual crisis económica debería tal vez enfocar nuestra atención. La justificación del traslado de costos del presente al futuro, en base al supuesto de que las generaciones futuras serán más ricas que las presentes, es altamente dudosa. En lo referente a la economía tanto como a la ecología el futuro es altamente incierto, y las tendencias actuales claramente apuntan al desastre. Si el clima global cambia, para no mencionar otros muchos problemas ambientales interconectados que enfrentamos, planteando algunos de los efectos más catastróficos que los científicos predijeron, no sólo puede resultar obstaculizado el crecimiento, sino que la economía entera puede ser socavada, sin mencionar las condiciones de la naturaleza de las que dependemos. Por lo tanto, las generaciones futuras podrían ser mucho más pobres que las presentes y aún menos capaces de solucionar los problemas que estamos actualmente creando.

Además, la creciente manía por el crecimiento de los economistas neoclásicos se centra en un tipo de cosas, principalmente bienes privados que reflejan intereses individuales, incluyendo el PBI, mientras que los bienes colectivos y los recursos comunes globales están comparativamente devaluados. Así alienta un enfoque de burbuja económica para los recursos del mundo que desde una perspectiva más profunda y duradera es insostenible.

Por todas estas razones, el actual orden económico tiende a medir mal el bienestar humano y de la tierra. En muchos aspectos, el capitalismo ha devenido un sistema fracasado en términos de ecología, economía y estabilidad mundial. Difícilmente es capaz de sumunistrar los bienes esenciales, y en su proceso de desenfrenada adquisicion socaba las perspectivas a largo plazo de la humanidad y la tierra.[33]

Si no podemos confiar en los economistas ortodoxos para prevenir las crisis en los mercados financieros, un área que está supuestamente en el centro de sus conocimientos, ¿por qué debemos confiar en ellas para prevenir crisis ecológicas, cuyo comprensión requiere de un conocimiento del medioambiente natural normalmente que no está incluido en su formación? Y que tampoco es compatible con la visión capitalista que impregna la economía establecida. Ehrlich señaló que, “la mayoría de los economistas son totalmente ignorantes de las constricciones que actuan sobre el sistema económico debido a factores físicos y biológicos” y son incapaces de “reconocer que el sistema económico está completa e irreparablemente incorporado al medioambiente” y no a la inversa. Debido a estos problemas, expresó directamente que “parece justo decir que la mayoría de los ecologistas ven, al sistema económico orientado al crecimiento y a los economistas que promocionan dicho sistema, como la más grave amenaza enfrentada por la humanidad hoy.” Más aún, “la disociación de lo económico con las realidades medioambientales puede verse en la noción de que el mecanismo del mercado elimina completamente la necesidad de preocuparse por los recursos decrecientes a largo plazo.”[34]

Plan B: El País de las Maravillas Tecnológico

El evidente fracaso de la economía establecida en ofrecer una solución al problema ambiental compatible con la economía capitalista ha resultado recientemente en un Plan B para salvar el sistema con la proliferación de balas de plata tecnológicas que llevarían a cabo una “revolución verde” sin alterar las relaciones sociales y económicas del sistema. Esto suele ser presentado en términos de una “estrategia de inversión” eslabonada con innovaciones neo-schumpeterianas de naturaleza medio-ambiental que salvarían de algún modo la situación, tanto para la economía como para la ecología, mientras se reestablece el imperio U.S. Los economistas ortodoxos asumen que el problema de los recursos de hoy va a forzar altos precios mañana y que estos precios altos van a forzar la creación de una nueva tecnología. La nueva arma propuesta por los tecnócratas ambientales es que las nuevas innovaciones que solucionarán todos los problemas están simplemente allí esperando ser desarrolladas —a condición de que se cree un mercado, usualmente con la ayuda del estado. Dichas visiones han sido promovidas en los últimos años por figuras como Thomas Friedman, Newt Gingrich, Fred Krupp de la Environmental Defense Fund, y Ted Nordhaus y Michael Shellenberger del Breakthrough Institute. Krupp y Miriam Horn presentan esto como una cuestión de carrera competitiva entre naciones para ser los primeros en las tecnologías verdes y mercados que salvarán al mundo. “La cuestión” escriben “ya no es únicamente prevenir los impactos catastróficos del cambio climático, sino como estas naciones pueden producir, y exportar, las tecnologías verdes del siglo XXI.”[35] Estos análisis tienden a basarse en las maravillas de la tecnología y el mercado, dejando de lado las cuestiones de la física, la ecología, las contradicciones de la acumulación y las relaciones sociales. Ellos asumen que la cuestión reside en terminar con la caida de eficiencia energética, sin entender que en un sistema capitalista el crecimiento de la eficiencia normalmente lleva a un incremento de escala en la economía (y a más grietas en los sistemas ecológicos) que niega cualquier beneficio ecológico logrdo (problema conocido como la paradoja de Jevons).[36]

Al igual que el establishment de economistas, con los que se aliaron, los tecnócratas prometen solucionar todos los problemas manteniendo las relaciones sociales intactas. Los esquemas más ambiciosos incluyen propuestas de geoingeniería masiva para combatir el cambio climático, generalmente apuntados a mejorar la reflectividad de la tierra. Estos proyectos suponen usar aviones de alto vuel, armas navales, o gigantescos globos para lanzar materiales reflexivos (aerosoles de sulfato o polvo de oxido de aluminio) en la estratosfera para refractar los rayos del sol. Hay hasta propuestas de crear “particulas diseñadas” que van a ser “auto-levitantes” y “auto-orientadas” que se desplazarán por la atmósfera sobre los polos para proveer “sombrillas” a la región polar.[37] Estos tecnócratas viven en un País de las Maravillas donde la tecnología soluciona todos los problemas, y donde nunca escucharon nada sobre el Aprendiz de Hechicero. Todo esto está diseñado para extender la conquista de la tierra más que para hacer las paces con el planeta.

Revolución ecológica


Si es que existe un comienzo nítido para la revolución ecológica moderna, éste puede ser rastreado en el Silent Spring de Rachel Carson. Intentando contar lo que ella llama “estéril preocupación con cosas que son artificiales, la alienación de las fuentes de nuestra fuerza” que ha llgado a caracterizar el capitalismo del País de las Maravillas, Carson insistía que era necesario cultivar un renovado capacidad de maravillarse ante el mundo y los seres vivos. Pero, como ella lo demostró a través de sus acciones, no basta con meramente contemplar la vida. Es necesario también sostenerla, lo que significa oponerse activamente a los “dioses de la ganancia y la producción” -y sus fieles mensajeros, los economistas dominantes de nuestro tiempo.

Notas

1. Jean-Philippe Bouchaud, “Economics Needs a New Scientific Revolution,” Nature 455 (October 30, 2008): 1181.

2. See Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism (New York: Henry Holt, 2007). “Après moi le déluge! is the watchword of every capitalist and every capitalist nation. Capital therefore takes no account of the health and length of life of the workers unless society forces it to do so.” Karl Marx, Capital, vol. 1 (New York: Vintage, 1976), 381.

3. Paul R. Ehrlich, “An Economist in Wonderland,” Social Science Quarterly 62 (1981): 44-49; Julian L. Simon, “Resources, Population, Environment: An Oversupply of False Bad News,” Science 208 (June 27, 1980): 1431-37, “Bad News: Is It True?” Science 210 (December 19, 1980): 1305-8, “Environmental Disruption or Environmental Improvement?” Social Science Quarterly 62 (1981): 30-43, The Ultimate Resource (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1981), “Paul Ehrlich Saying It Is So Doesn’t Make it So,” Social Science Quarterly 63 (1982): 381-5. For the rest of Ehrlich and colleagues’ side of the exchanges, see: Ehrlich, “Environmental Disruption: Implications for the Social Sciences,” Social Science Quarterly 62 (1981): 7-22, “That’s Right—You Should Check It For Yourself,” Social Science Quarterly 63 (1982): 385-7, John P. Holdren, Paul R. Ehrlich, Anne H. Ehrlich, and John Harte, “Bad News: Is It True?” Science 210 (December 19, 1980): 1296-1301.

4. Bjørn Lomborg, The Skeptical Environmentalist (Cambridge: Cambridge University Press, 2001); Stuart Pimm and Jeff Harvey, review of The Skeptical Environmentalist, Nature 414 (November 8, 2001): 149-150; Stephen Schneider, John P. Holdren, John Bogaars, and Thomas Lovejoy in Scientific American 286, no. 1 (January 2002), 62-72; “Defending Science,” The Economist, January 31, 2002, 15-16.

5. Bjørn Lomborg, Global Crises, Global Solutions (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 6.

6. Bjørn Lomborg, Cool It: The Skeptical Environmentalist’s Guide to Global Warming (New York: Alfred A. Knopf, 2007), 37. See also Frank Ackerman, “Hot, It’s Not: Reflections on Cool It, by Bjørn Lomborg,” Climatic Change 89 (2008), 435-46.

7. Milton Friedman in Carla Ravaioli, Economists and the Environment (London; Zed Press, 1995), 32, 64-65.

8. Stephen H. Schneider, Laboratory Earth (New York: Basic Books, 1997), 129-35; William D. Nordhaus, “An Optimal Transition Path for Controlling Greenhouse Gases,” Science 258 (November 20, 1992): 1318; Stephen Schneider, “Pondering Greenhouse Policy,” Science 259 (March 5, 1993): 1381. The discussion here borrows from the introduction to John Bellamy Foster, The Ecological Revolution (New York: Monthly Review Press, 2009), 24-25.

9. Thomas C. Schelling, “The Greenhouse Effect,” The Concise Encyclopedia of Economics, http://www.econlib.org/library/Enc1/GreenhouseEffect.html; Schelling in Lomborg, Global Crises, Global Solutions, 630. Schelling is often “credited” with having been the leading “strategist” of the Vietnam War.

10. Gordon Rattray Taylor, The Doomsday Book (Greenwich, CT: Fawcett Publications, 1970), 32-33.

11. After the memo was leaked Summers claimed that he was being “ironic” but the fact that his position conformed to both mainstream economic analysis and other statements that he had argued explicitly and publicly belied that claim. See Summers’s memo and its critique in John Bellamy Foster, Ecology Against Capitalism (New York: Monthly Review Press, 2002), 60-68.

12. William Nordhaus, A Question of Balance: Weighing the Options on Global Warming Policies (New Haven: Yale University Press, 2008).

13. Coastal Services Center, National Oceanic and Atmospheric Association, “Restoration Economics: Discounting and Time Preference,” http://www.csc.noaa.gov/coastal/economics/discounting.htm.

14. William Nordhaus, “Critical Assumptions in the Stern Review on Climate Change,” Science 317 (2007): 201-202; Coastal Services Center, National Oceanic and Atmospheric Association, “Restoration Economics.”

15. Ackerman, “Hot, It’s Not,” 443.

16. Roy Harrod, Towards a Dynamic Economy (New York: St. Martin’s Press, 1948), 40; Stern, The Economics of Climate Change, 35-36; William Cline, “Climate Change,” in Lomborg, Global Crises, Global Solutions, 16.

17. Nordhaus, A Question of Balance, 13-14.

18. John Browne, “The Ethics of Climate Change: The Stern Review,” Scientific American 298, no. 6 (June 2008): 97-100.

19. Nicholas Stern, The Economics of Climate Change: The Stern Review (Cambridge: Cambridge University Press, 2007).

20. Bjørn Lomborg, “Stern Review: The Dodgy Numbers Behind the Latest Warming Scare,” Wall Street Journal, November 2, 2006, and Cool It!, 31.

21. Nordhaus, A Question of Balance, 13-14; Simon Dietz and Nicholas Stern, “On the Timing of Greenhouse Gas Emissions Reductions: A Final Rejoinder to the Symposium on ‘The Economics of Climate Change: The Stern Review and its Critics,’” Review of Environmental Economics and Policy 3, no. 1 (Winter 2009), 138-40; Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), Summary for Policymakers in Climate Change 2007: Mitigation (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 15; Mark Lynas, Six Degrees (Washington, D.C.: National Geographic, 2008), 241.

22. James and Anniek Hansen, “Dear Barack and Michelle: An Open Letter to the President and the First Lady from the Nation’s Top Climate Scientist,” Gristmill, January 2, 2009, http://www.grist.org; IPCC, Summary for Policymakers in Climate Change 2007, 15; Stern, The Economics of Climate Change, 16.

23. IPCC, Summary for Policymakers in Climate Change 2007, 15; Dietz and Stern, “On the Timing,” 139; Stern, The Economics of Climate Change, 16.Rather than using atmospheric carbon dioxide concentration, like Hansen and Nordhaus, the Stern Review focuses on carbon dioxide equivalent concentration, which includes the six Kyoto greenhouse gases (carbon dioxide, methane, nitrous oxide, hydrofluorocarbons, perfluorocarbons, and sulfur hexafluoride) all expressed in terms of the equivalent amount of carbon dioxide. For the sake of consistency, we present here the carbon dioxide concentration and then in parentheses the corresponding carbon dioxide equivalent concentration.

24. Stern, The Economics of Climate Change, 231. See John Bellamy Foster, Brett Clark, and Richard York, “Ecology: Moment of Truth—An Introduction,” Monthly Review 60, no. 3 (July-August 2008), 1-11.

25. Lewis Carroll, The Annotated Alice: The Definitive Edition, ed. Martin Gardner (New York: Norton, 2000), 204.

26. Joseph A. Schumpeter, A History of Economic Analysis (New York: Oxford University Press, 1951), 41-42.

27. Herman Daly, Beyond Growth (Boston: Beacon Press, 1996), 5-6. Summers himself, Daly explains, later denied that the economy should be seen as a subset of the biosphere.

28. In addition to Daly’s book cited above see Paul A. Burkett, Marxism and Ecological Economics (Boston: Brill, 2006).

29. Herman Daly, “Economics in a Full World,” Scientific American 293, no. 3 (September 2005), 102.

30. Karl Marx, Capital, vol. 1 (New York: Vintage, 1976), 134, 637-638 and Capital, vol. 3 (New York: Vintage, 1981), 754; Frederick Engels, The Dialectics of Nature (Moscow: Progress Publishers, 1966), 179-180. See also John Bellamy Foster, Marx’s Ecology (New York: Monthly Review Press, 2000), 141-77.

31. Josep G. Canadell, Corinne Le Quéré, Michael R. Raupach, Christopher B. Field, Erik T. Buitenhuis, Philippe Ciais, Thomas J. Conway, Nathan P. Gillett, R. A. Houghton, and Gregg Marland, “Contributions to Accelerating Atmospheric CO2 Growth from Economic Activity, Carbon Intensity, and Efficiency of Natural Sinks,” Proceedings of the National Academy of Sciences 104, no. 47 (2007): 18866-18870.

32. See John Bellamy Foster, “A Failed System,” Monthly Review 60, no. 10 (March 2009): 1-23.

33. Paul Ehrlich, “Environmental Disruption,” 12-14.

34. Fred Krupp and Miriam Horn, Earth: The Sequel (New York: W.W. Norton, 2009), 261. For a treatment of the views of Friedman, Gingrich, and the Breakthrough Institute see the introduction to Foster, The Ecological Revolution.

35. See Brett Clark and John Bellamy Foster, “William Stanley Jevons and The Coal Question: An Introduction to Jevons’s ‘Of the Economy of Fuel,’” Organization and Environment 14, no. 1 (March 2001): 93-98; Brett Clark and Richard York, “Rifts and Shifts: Getting to the Root of Environmental Catastrophe,” Monthly Review 60, no. 8 (November 2008): 13-24.

36. David G. Victor, M. Granger Morgan, Jay Apt, John Steinbruner, and Katharine Ricke, “The Geoengineering Option,” Foreign Affairs 88, no. 2 (March-April 2009), 64-76. Este artículo, publicado originalmente en Monthly Review, fue enviado por los autores a Herramienta gracias a los buenos oficios de Ricardo Antunes. La traducción del inglés fue realizada por María Luján Veiga y la corrección de etilo por Aldo Casas.

Rebelion - 30.11.09

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